viernes, 31 de octubre de 2014

Locura temporal





 Sus pupilas estaban dilatadas aun. La respiración, entrecortada, dejaba escapar de tanto en tanto un resoplido. El corazón le pulsaba acelerado y retumbaba en su cabeza de forma rítmica y casi musical. Su mirada oscura, profunda, denotaba enajenación. Y agotamiento mental, por sobre todas las cosas. Sus manos aun temblaban por lo que había sucedido tres minutos atrás, pero seguían en la misma actitud hostil. Sus labios, cerrados en un rictus, dudaban si decir algo o simplemente callar. 

Miró a un lado y al otro. ¿La habrían visto hacerlo? No estaba segura. Podrían delatarla, podrían condenarla. Esos fantasmas que la acechaban podrían aparecer de un momento a otro. ¡¡¡Miauuuu!!! Parecía sonar a lo lejos y se estremeció.

Se intentó serenar. Después de todo ¿quién les creería? Eran tan solo un puñado de orates. Incluso dudaba de que estuviesen por ahí. Dudó también de su existencia y de la propia. Dudó de todo lo que conocía, de todo aquello que tenía como seguro. ¿Y si nada de eso era real? Se encontró deseando aquello, aunque sabía que lo que había ocurrido había sido más que real. Todo saltaba a la vista. ¿A la vista de quién? De ellos, de esos, de los locos. Pero debía estar segura de que no había testigos. No quería correr riesgos innecesarios.

Se despabiló: debía terminar con aquello de una vez por todas. Debía marcharse de allí cuanto antes. “Una y otra y otra vez repitiendo lo mismo, persiguiéndolo de aquí para allá”, pensó angustiada. Cada día era igual y se había cansado. Sí. Había tomado el toro por las astas, las riendas de su destino, y había actuado. Si. Quizás podría alegar locura temporal. Eso estaría bien. ¿Quién no se brota de repente y actúa sin pensar? Por un impulso, dejando que tus instintos afloren. Esos que están guardados, reprimidos muy adentro, en lo oscuro. Ella lo había hecho tan solo unos minutos antes. Lo hizo porque estaba agotada, cansada de la misma historia. Sin tregua, sin reflexión. Sin cordura.

¡Basta!, gritó y tomando el cuchillo que estaba en la mesa del Sombrerero Loco, degolló a aquel maldito conejo, y se liberó a sí misma de semejante ser diabólico, culpable de todas sus desventuras. 

Luego limpió el arma con una servilleta blanca con puntillas y despertó. 

Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservdos 2014

sábado, 18 de octubre de 2014

Larva de humo y sexo




 
Suena el teléfono y sabés que te espera una noche de “espantos”. Si, espanto entre comillas porque tenés muy claro que los exorcismos que hacés son tan reales como los fantasmas de las películas. Pura farsa, de verdad. No estás molesto o contrariado con tu laburo cotidiano, pero la repetición, semana tras semana, mes a mes, año tras año de la misma rutina, del mismo teatro (como llamás a la interpretación del exorcista), ya se te está tornando algo monótono, carente de desafío y pasión.

—¿Hola? —decís, y del otro lado de la línea se siente una voz apurada y aterrorizada que solicita tus servicios de inmediato.
—Esta noche ¿le parece? —y luego de unos cuantos murmullos, la voz confirma que te esperan a las diez de la noche.

Suspirás añorando tus años jóvenes. Esa época donde todo era más fácil y la pasión abundaba en todas partes, incluso en tu vida. Con lentitud y cierta parsimonia, vas hasta el cuarto de los exorcismos, cómo lo denominás casi irónicamente. Ahí tenés a mano tus cruces, agua bendita, estacas y cuanto elemento la gente supone que se utiliza para tales fines. Y sí, usás lo que el público te pide, lo que ellos creen que debés usar. Y jamás te falla, por supuesto. Ponés varios de esos pertrechos en tu maletín desgastado, ese que siempre te acompaña casi como un amigo incondicional, y te mirás al espejo. A pesar de todo, los años te han tratado bien. Sobre todo a pesar de tu desencanto en todo y todos. Mirás tus canas, que están ahí gritando que los años pasaron, y alguna que otra arruga añade personalidad a tu rostro; pero sacando esas pequeñeces, aún sos todo un galán. O eso querés creer. Porque sabés que estás más que solo. Últimamente tus mejores compañeros han sido babeantes seres, simuladores de tremendas posesiones que, en el mejor de los casos, terminan agradeciéndote con una buena botella de licor (en el caso de los hombres) o con algún que otro encuentro casual, si la poseída es bella y joven. Aunque por desgracia para vos, las jóvenes guapas están preocupadas por cuestiones diferentes. Tanto, que los demonios las evitan.

Terminás de armar todo, te servís una copita de coñac y prendés un cigarrillo. El sillón te invita a reposar y lo hacés, solo para pasar la hora. Entonces, observás el humo del cigarrillo. Te encanta hacerlo; tiene cierto poder hipnótico, místico, fantasmagórico sobre vos y te provoca mirarlo extasiado y en silencio. Siempre pensás que deberías dejar de fumar, pero esa sensación de compañía que te ofrece en tus momentos más solitarios, es como mínimo, fantástica.

Los párpados te pesan. No querés dormirte, pero el sopor que te invade puede más y estás a punto de caer. Mirás una vez más la chimenea artificial de tu cigarrillo y al entrecerrar los ojos te parece que toma vida, que te envuelve cual manos femeninas, invitándote a seguirla. De repente, la columna de humo blanco dibuja la forma de una mujer hermosa, bien proporcionada, única y la deseás con diabólica locura. Si, es bella y más que eso: tiene cierta atracción poderosa que no te deja despegar los ojos de su figura. La mujer de humo te acaricia el rostro y seca la lágrima de soledad que rueda por tu mejilla. Te sentís viejo, solo, ridículo por lo que hacés cada día. Pero ella te hace pensar que, de ahora en más, estarás acompañado en el corazón. “No sufras más”, te dice mientras que unos labios perfectos y rojos se dibujan en el aire y se acercan a los tuyos, estampándote un beso áspero, pero dulce a la vez.

Las manos de la mujer se posan sobre tu ser y comienzan a explorarte. Primero te resistís porque ¿estarás volviéndote loco? Pero luego nada te importa y te excitás como un adolescente que mira una película porno. Y deseás no caer en el sueño que te tironea al abismo oscuro de tu pesadilla: tu propia soledad, tu existencia vacía, carente de afectos y de emociones. Rompés esas cadenas y te entregás a tu demonio y la penetrás una y otra y otra vez, como si fuese de carne y hueso, para luego caer en el dulce sopor poscoital.

****

Abrís los ojos con cierta desesperación. Tenés una especie de angustia mezclada con sabor a mujer, a ausencia y lápiz de labios. De repente, una imagen aparece en tus neuronas agotadas: ojos claros y cabellos oscuros, largos, unos pechos desnudos y turgentes que claman por tu lengua, un sexo abierto a la espera de tu cuerpo. La imagen de una santa, una pura y bella deidad, pero impúdica a la vez.

Mirás instintivamente el reloj y solo faltan quince minutos para las diez. Te apurás porque ya llegás tarde a lo de los Grombert, y salís casi corriendo de tu apartamento precario, no sin antes agarrar el maletín de los milagros. 

****

Tocás a la puerta una vez. No querés insistir ya que, con suerte, nadie responderá al llamado y podrás volver a tu ensoñación. Mientras aguardás, mirando las estrellas que están más brillantes que nunca, pensás en tu amante imaginaria. Tal vez, esa noche aparezca de nuevo  y le harás tuya más de una vez. Se te escapa una sonrisa porque de alguna forma, te sentís perverso como antes, como cuando eras joven. Y aunque no se te escapa lo patético de tu vida, deseás volver a verla.

De repente, un alarido te arranca de tus pensamientos y notás que la puerta está abierta. Parado en el marco, se halla un hombre enjuto, entrado en años y algo enclenque.
—¡Gracias a Dios! —te dice visiblemente afectado —Pase por favor…
Entonces, él te observa colocar el maletín sobre la mesa, esperando algo, un milagro. Lo mirás casi ausente y preguntás: “¿Dónde es?”
—Es en la habitación de mi nieta…sólo tiene veinte años…ella es tan joven, tan inocente... —te contesta mientras lo seguís por un pasillo de paredes desgastadas, pero llenas de fotos de la familia.

Al llegar a la habitación, ponés una mano en el hombro del abuelo, deteniéndolo. El hombre, al observarte decidido, se frena y te deja pasar mientras se hace la señal de la cruz en el pecho, más de una vez.

Con solo traspasar la puerta, fue suficiente para que el corazón se te contrajera. Allí está ella, la joven de tus sueños, pero en carne y huesos. La mujer de humo que horas antes te había atrapado en sus garras, está allí, flotando, frente a tu mirada atónita. Una larva espiritual y erótica, la que se apoderó de tu corazón y de tu cuerpo y que ahora te seduce a través de una inocente muchacha. La ves retorcerse, excitada, dentro del envase que es la joven poseída. Extendés tu mano, sólo para intentar apaciguar aquel demonio. Pero sabés muy bien que así no son las cosas. No. “Hay reglas, cariño”, te dice una voz áspera, pero enloquecedora como la de una sirena. Y por un instante creés enloquecer. La adolescente pende en el aire con los ojos volteados y con el camisón manchado de sangre que brota de su nariz. La ves y sólo deseas poseerla. Tratás de enfocarte. La piel blanca como la leche, está arrugada y parece de cartón, y de su boca salen manos de humo. Las mismas que te habían tocado y te habían hecho explotar de placer un par de horas atrás.

Subís a la cama para estar a la altura de ella y te invade una sensación de pena, de angustia. Por primera vez en toda tu carrera, no sabés qué hacer. Tenés que exorcizar a alguien de verdad y estás en blanco. “¡Reaccioná!”, te decís para convencerte. Tomás la cara de la joven entre tus manos y te acercás lentamente a sus labios. Podés sentir el aliento dulce de la muchacha mezclado con humo, con el aroma inconfundible de tu demonio allí presente, latente, y te excitás, otra vez. Sabés que no debés, pero tus manos recorren los pechos de la joven y explotás de solo imaginarla bajo tu yugo, bajo te pelvis. Te frenás. Tus ojos buscan sin descanso en los ojos de ella y la ves, a lo lejos, en sus pupilas dilatadas. Abrís la boca y tu lengua recorre la boca de la chica y te gusta. Le penetrás los labios y aspirás, mientras te embriaga el aroma y la esencia de tu amante incorpórea.

De repente, un haz de luz brota de entre los ojos de la joven poseída, mientras que un rayo poderoso y certero te penetra a vos, el exorcista, recorriendo todo tu cuerpo.

La mujer de humo, entonces, abandona a la muchacha y te penetra. Cerrás los ojos mientras ella te llena de una oscuridad profunda, aunque acompañada, y ya nada más te aferra a este mundo. Mientras caés en brazos de tu larva de humo y sexo, sabés que ese fue tu último caso. Y ya no te importa…

Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014

martes, 14 de octubre de 2014

19 de octubre Dia de la madre!!!


Se acerca el día de la madre!!! Para las mamás lectoras ¿¿qué mejor regalo que Misceláneas de la oscuridad?? Un libro con relatos para todos los gustos. Disponible en librerías!!
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lunes, 13 de octubre de 2014

Una luna al año






La luna estaba del color de la sangre estampada en un cielo muy oscuro, demasiado. Bajé la mirada, la lápida frente a mí se encontraba envejecida aunque no había pasado demasiado tiempo. O quizás si… Me gritaba ausencia. ¿Por qué partir de forma tan brusca? Quién sabe… Justo en el momento en que nuestro amor se expandía, la ausencia. No me queda claro nada.

Miré alrededor. Junto a la lápida añeja, un grupo de personas dejaban flores en otra más arreglada. Lloraban, pero no me interesó. Había oscuridad. Y solo se interrumpía por el reflejo de aquella luna que justo hoy decidió ser púrpura. Casi como un mal presagio, casi como si gritase que todo saldría mal. Y la volví a ver, solo, triste. ¿Cuándo fue la última vez?, no lo recordaba. La penumbra, que estaba a mí alrededor, también anidaba mi mente y, me atrevería a decir, que mi alma de la misma forma, aunque sin entender del todo por qué… solo sentía oscuridad como un peso, como una marca.

Me levanté del césped sobre el que reposaba, sin poder identificar más que el rojo del cielo, casi como algo hipnótico. Las estrellas solo provocaban dolor. Dolor en mis ojos que parecían haber estado ausentes por mucho tiempo, y por recordar tu ausencia. Y ese recuerdo fue peor que la luz de millones de estrellas atravesando mis pupilas dormidas, porque no era mi luz, la única, la tuya. Y ¿dónde estabas cuando necesité tu calidez? Tampoco lo sabía.

Comencé a caminar con la pesadez de haber estado inmóvil mucho tiempo. Cada paso, era un esfuerzo, un dolor indefinido. Sin embargo, me alejé de la tumba avejentada y ausente y me dirigí a nuestro lugar. No estaba muy lejos de allí, aunque llegué casi de inmediato. Nuestro amor me guiaba. Necesitaba que nuestros recuerdos estuviesen intactos, en algún lugar. En ese, donde fue nuestro primer beso, nuestro primer contacto piel con piel. Si, allí los recuerdos vivirían por siempre. Quizás rescatase algo de historia allí. Quizás, volver a aquel sitio sagrado para nosotros, me diese pistas de lo que había sucedido. Tal vez me brindase explicación a situaciones que estaban en una nube y con dolor, mucho.

La luna, como un rayo unidireccionado, iluminó aquel árbol maravilloso y pude vernos cual fantasmas del pasado. Pude verme acariciándote, besándote. Tus ojos cerrados, tus labios entreabiertos, rojos como la luna, pidiendo ir por más. Parecía todo tan cercano aunque lejano a la vez, y me dolía no poder ser yo quien te tocase en ese momento. Quise volver a nuestro pasado. A la orilla del río, donde pasamos noches enteras mirando las estrellas y adueñándonos del universo.

Me recosté en el mismo sitio de antaño, y te apareciste, sonriéndome. Me guiñaste el ojo, pero te fuiste sin explicaciones. ¿A dónde? Mi corazón se contrajo como entonces. No lo supiste, pero esa noche te seguí. Eras mía por sobre cualquier cosa. Me pertenecías así como tu futuro y tu pasado. ¿Y el presente? Debía tenerte, debías ser mía en tu totalidad y si, te seguí, como ahora sigo el rastro de tu aroma, al espectro de lo que fuimos.

La luna alumbró mi camino, rojo, agonizante, sanguíneo. Me detuve ¿Quería saber a qué se debía la ausencia? No estaba seguro. Y ¿si lo que encontraba era desagradable? Y ¿si simplemente había olvidado para no enloquecer? Miré mis manos, rojas por la luna. Ensangrentadas…Tal vez era mejor la ignorancia, no saber… pero algo carcomía mis entrañas. Algo que subía, trepaba y anidaba en mi corazón quieto, endurecido, moribundo.
Avancé. Era imposible el olvido. No cuando yo te tenía tan presente, aquí en mi pecho dormido. Continué con paso firme a pesar de que las nubes aparecieron, borrando la luz que me guiaba. Pero no la necesité, ya no. Me guiaba el recuerdo, sabía a donde me dirigía. Supe dónde te encontraría, donde estaría tu recuerdo.

Mi pecho se sintió raro y supuse que era un recuerdo, como en aquel entonces cuando te seguí.

Una casa, una luz en su interior. Entraste  y yo fui a la ventana a espiarte. ¿Por qué simplemente no pregunté? No lo supe, aun no lo sé. Quizás anidó la desconfianza. Y allí estabas con él. Y ya no quise saber, ya no. Tarde supe quién era él. Tarde entendí tu inocencia; desgraciadamente luego de una serie de decisiones que… todo se evaporó. La luna volvió a salir, roja, ardiente, eterna, única. Tu recuerdo ya no estaba, se había esfumado junto a nuestro futuro. Entonces, me sentí volar y otra vez la luna y la oscuridad me invadieron.

De repente, me encontré frente a aquella lápida vieja, ausente, iluminada por el resplandor de la luna. Pero esta vez, fui descendiendo de a poco, a mi lecho. A ese del que nunca debí levantarme. A esa oscuridad pútrida, a mi limbo personal, por precipitarme, por precipitar nuestro fin. Esa fue la recompensa por la desconfianza de nuestro amor, por no atreverme a confrontarte, por el temor a una respuesta: el desamor. Un inexistente desamor.

Miré a mi lado, y esa otra lápida decía: “Te llevaron muy pronto de este mundo” y recordé una luz que te elevó a la eternidad, bella aunque desolada, mientras que a mí, las tinieblas me invadieron, haciéndome repetir el horror de habernos sacrificado, una y otra y otra vez…una luna al año.

 Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014