jueves, 31 de agosto de 2017

Silencios






―¿Mami me puedo quedar con vos? Yo quiero quedarme…
Alba mira a su hijo. Le arregla el pelo, acomoda su ropa y le alcanza la mochila.
―Prometiste que estarías con papá ¿y qué hacemos en esta casa con las promesas?
―Las cumplimos.
―Exacto, las cumplimos.

Gaby se pone la mochila no sin antes echar una mirada a su mamá. Una de esas miradas que dicen más que un discurso. Que llegan hasta las entrañas del más desalmado ser y las revuelve. Ella entiende la maniobra de su hijo pero se hace la que no se da cuenta y continúa arreglando, sin necesidad, la ropa de su hijo.

“Sería más fácil si le dijera que lo extraño. Rendirme ante su pedido. Decirle al padre: Gaby no quiso quedarse. No sé, fíjate vos por qué no quiere ir. Eso lo haría todo más sencillo. Sería mejor. Podría hacer milanesas con puré que tanto le gusta y miraríamos una película de terror o él jugaría a la play. Hasta tarde”, piensa ella. Se le hace un nudo a en la garganta mientras escucha la bocina del auto nuevo de él. De su ex.
―Ahí llegó papá. Dame un abrazo grande.

El niño abraza a su mamá y ella lo sostiene más de la cuenta. Por un instante ambos corazones laten acelerados, retumbando en los oídos de ella que desea prolongar esa sensación eternamente. Quizás esa infancia pueda ser retenida, aunque sea en su memoria. Pero no puede. De reojo ve que su ex no está solo. Por supuesto que no lo está. Ella ya es parte de la familia. De su familia.
―Portate bien, hijo. Nos vemos el domingo ¿sabes?

Alba hace un gesto de saludo con la mano, mientras ahoga un llanto. Se da media vuelta y cierra la puerta rápido, sin dejar que nada entre o que nada salga.

El silencio la envuelve de inmediato. Entonces va y prende la tele, pone una película de acción. Junta la ropa del tender y pone la pava al fuego para hacerse unos mates mientras pasa rápido por la habitación de Gaby. Acomoda la cama, levanta algún que otro juguete tirado y sale. El silencio la sigue a pesar de las escenas de acción de la película, de los tiros y los gritos. La sigue por toda la casa, la quiere apresar, atrapar. Ella no lo permite, aunque sabe que antes o después va a perder, como siempre. En su guerra de mutismos pone ropa a lavar pero el silencio se hace más intenso. La provoca, la chicanea, le muerde los talones. No quiere llorar, no puede hacerlo. “Ella estaba en el auto. Seguro que van al cine y después al Burger. Porque ella no cocina. Nunca.”

Agotada de su lucha personal, se sienta en la computadora y abre el Facebook. Enseguida aparece una foto de Gaby con el papá. “Acá felices”, dice. No quiere abrir otra pero su mano tiene vida propia “Con mi hijastro”, aparece ella con Gaby. Y una carita feliz. Alba se da cuenta de que Gaby está contento y no decide aún como sentirse con eso ¿miserable? ¿triste?
―Aprendiendo esto de ser mamá, dice. Hay que parirlo para ser mamá. Hay que estar en las fiebres, en los exámenes, en sus mejores y peores momentos, ¿sabés?

Va hasta la biblioteca y agarra el álbum de fotos de su hijo. “Nuestro hijo” dice en la portada aunque la foto del padre ya no está. Ojea las fotos. La del embarazo, la del nacimiento. Las del primer año. El bautismo. La madrina. “Ella siempre estuvo.” Un dolor en el estómago la obliga a cerrar el álbum. Son demasiadas sensaciones juntas. “Se quedó con todo”, piensa.
Deja el álbum en su lugar, apaga el televisor y saca la ropa del lavarropas. Entonces, sin comer, se va a dormir.

La cama es enorme, el silencio se agiganta. No hay libros que la corran de ese lugar, de ese extrañar lo que se debe compartir. Una lágrima se escapa y mientras llora se promete no pelear por pavadas cuando su hijo regrese, no discutir con su ex porque llegará más tarde de lo acordado o porque seguramente no hizo la tarea. Se promete escuchar a Gaby sin sentirse mal porque él disfrutó el fin de semana con su padre y su madrina/madrastra.

Los ojos húmedos se cierran solos, el sueño vence a ese corazón angustiado. Entonces el celular suena: “Te extraño tanto mamá. Es re aburrido con papi. Pero yo le digo que me divierto. Te quiero mucho” y una foto. Y con esa imagen puede descansar un poco, disfrutar del silencio, hasta el domingo nomás.

Autor:  Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017

sábado, 19 de agosto de 2017

«El juego de la locura»






  Zaroti observó al reo a través del vidrio. Era un hombre joven, que aparentaba más de lo que realmente tenía. De ojos claros y cabello oscuro, apenas si tenía unas cuantas canas. Pero el rostro estaba surcado por varias arrugas, esas que aparecen cuando uno anda preocupado por demasiado tiempo. En la frente, en la comisura de los labios. Las manos esposadas temblaban. Eso decía algo. Quizás era inocente. Quizás la vida no había sido lo suficientemente buena con él. No parecía un terrorista, aunque el oficial no sabía cómo se vería alguno. No luego de tanto tiempo. 

  Tuvo que rescatar la vieja sala de interrogatorios. Corrieron varios muebles, ficheros y unas computadoras viejas. Fue todo improvisado ya que la usaban de depósito desde el año 2137. O quizás del 35. No estaba seguro, aunque si perplejo. No creyó vivir para ver esto otra vez. No estaba preparado. 

—Es imposible. —dijo el Doctor Lenz luego de escuchar la historia por parte de Zaroti.
—Lo sé. Dije lo mismo, pero ahí está. Fueron meses de trabajo. Este es el resultado. Selenio Roca. ¿Quién nombra a un hijo Selenio? Es la cabeza de una organización terrorista.
—No. No lo creo. ¿Cuánto hace que no hay una denuncia siquiera por robo? ¿Veinte años?
—Tal vez más. Por eso lo llamé, doctor. Necesito saber si la operación es real...
—Tiene que serlo. No hay mentiras, no hay estafas...  ¿por qué alguien como él haría algo así? ¿Acaso no somos mejores que antes?
—Quizás para él eso no es correcto. Cuando yo era chico mi abuelo decía "Lo de antes era mejor". Quizás este fulano añora esos tiempos.
—Tiene que haber algo más... No puede ser tan simple.

  Zaroti se encogió de hombros y entró a la sala de interrogatorios. El doctor Lenz se quedó del otro lado del vidrio observando, analizando los gestos de este tal Selenio que había provocado toda clase de sensaciones en el departamento de policía. Y en el propio doctor, por supuesto. 

—¿Dónde está el dispositivo?
—No sé de qué me habla

  El doctor Lenz se acercó al vidrio. Con enorme sorpresa notó que el reo mentía. ¿Cómo era posible eso? Había leído en los viejos libros de la Academia que cuando una persona mentía, el cuerpo desarrollaba un lenguaje propio. Con los ojos, los brazos, incluso los labios. Todas las señales estaban ahí. Selenio era un libro abierto. La cuestión era ¿Cómo? Y ¿Por qué?

—¿No lo sabés?

  Zaroti dio un golpe en la mesa. El ruido provocó un enorme eco. Lenz observó al agente de policía. Vio su frustración. El enrojecimiento de su rostro. El puño crispado, los nudillos pálidos. Esa era la reacción a una evidente mentira: enojo, violencia. Ambos personajes parecían extraídos del pasado. Pero no había máquina del tiempo. 

—Encontramos un laboratorio en el sótano de tu casa. ¡Un laboratorio! ¿Para qué mierda lo usabas?
—Eso es personal
—Sos biólogo...hay rumores. Uno de tus compañeros te vendió ¿entendés? Ya no tenés escapatoria.
   
  Selenio agachó la cabeza. Una gota de sudor recorrió su mejilla derecha. Sus labios temblaron levemente. Entonces dio una dirección. "Ahí está la bomba biológica", fueron sus palabras.

  Zaroti salió triunfal de la sala de interrogatorios. Sus compañeros le palmearon el hombro y de inmediato diseñaron un plan para desactivar la bomba y aprender al resto del grupo terrorista.

  Unos cuantos minutos después, la seccional policial se sumergió en un profundo silencio. Todos se habían ido armados con lo que tenían a desactivar una bomba. El doctor Lenz continuó observando a Selenio. Escondido. En la puerta de la sala de interrogatorios, un cabo cuidaba que nadie entrara o saliese. Apenas estaba armado con una cachiporra. Las armas se habían eliminado quince años atrás. Ya no había que proteger nada. La sociedad se había convertido en civilizada y altamente pacífica. Eso había traído prosperidad, eficiencia en las tareas. Productividad. El departamento de policía, las fuerzas armadas en general eran casi ornamentales.

  Lenz estaba intrigado en todo esto. "Se rindió demasiado fácilmente", pensó.  Decidió que entraría para lograr algo más, aunque no estaba seguro de qué.
—¿Por qué armar tanto circo y rendirse tan rápido? —preguntó Lenz.

  Selenio levantó la mirada y el doctor pudo jurar que le brillaban los ojos. Pero solo se trataba de eso llamado intuición. Algo que había muerto con el resto de las sensaciones.

**********

  "Despejado", se escuchó gritar en el sótano. "Despejado", se replicó en cada habitación. "¿Dónde está la puta bomba?", Zaroti se sintió molesto, enojado. Esa sensación había aparecido en la sala de interrogatorios y no se le iba. Ni siquiera cuando sus compañeros lo felicitaron por lograr la confesión. Había una especie de violencia creciendo dentro de él, algo desconocido por su generación. Algo inmanejable para la humanidad.

—Busquen algún dispositivo. Algo... Algo que pueda contener un virus. Lo que sea...

 Zaroti sintió la humillación trepar por su estómago, anidar ahí y convertirse en más rabia. Y frustración. Necesitaba encontrar a los responsables. Era imperativo encontrar algo. Sino todo sería en vano y Selenio saldría esa misma noche. Sin embargo esa emoción, la ansiedad de hacer el bien era algo completamente nuevo. Solo había escuchado historias. Ahora lo vivía, lo sentía en sus entrañas.

—Me voy a la estación a sacudir a ese tipo. Cualquier novedad me lo hacen saber de inmediato. Esto es de vida o muerte, muchachos. ¡A trabajar!

  El ambiente estaba eufórico. Todos buscaban, rompían, allanaban. Era un circo nuevo y excitante. Entonces Zaroti que salió con velocidad y deseos de golpear a Selenio.

***************

  "¿Por qué está tan tranquilo? Al parecer está seguro de que nadie encontrará nada en su casa. Asumo eso.", escribió el doctor en su libretita de campo.

—Sabés que no van a encontrar nada. Por eso estás tranquilo. ¿Por qué dar ese dato fácil, Selenio?
—La paciencia es la virtud de los ganadores.
—Hacerte el enigmático no te va a ayudar
—¿Quién dijo que quiero ayuda?

  "Es una persona confiada en sí misma. Sin embargo cometió los errores suficientes para ser encontrado".

—A pesar de eso, te ofrezco ayuda. Para que tu sentencia no sea de por vida.
—Entonces sos el policía bueno
—Acá no hay buenos o malos. Todos queremos lo mismo, el bien común.
—No me malinterpretes. No te pregunté si eras el policía bueno. Lo sé. En unos minutos, el policía malo va a entrar y me va a golpear intentando sacar alguna información útil, que por supuesto no conseguirá. Y me golpeará hasta romper sus manos...
—¿Sos adivino, entonces?

  "El hombre padece severo episodio de grandilomanía. Cree ver el futuro, predecirlo. Seguramente sufre de alguna condición que lo predispone a la psicosis y a delirios de grandeza. Eso lo salvará en la corte si no demuestro que finge. Lo cual estoy seguro que es así".

  Selenio le sonrió al doctor y éste se levantó de la silla y salió. Fue hasta la máquina de café y se sirvió uno. Algo no le terminaba de cerrar, una idea, una posibilidad. Todo esto olía mal.

—¡Contestá hijo de puta!

  Lenz salió corriendo y entró a la sala de interrogatorios. Ahí vio materializada las profecías que Selenio había hecho minutos antes. Vio como Zaroti golpeaba sin parar el rostro del hombre que apenas se resistía. Vio la violencia, el mal, la indisciplina todas juntas en el cuerpo de un hombre que jamás había lastimado ni a un insecto. ¿Cómo era posible? Sin dudar, el doctor se arrojó sobre el policía y con un enorme esfuerzo, lo sacó de la habitación.

  Brevemente las miradas del doctor y el reo se cruzaron. La sangre, la risa, la locura. Todo estaba ahí presente. Sin sentido, sin precedentes inmediatos. Lenz supo que estaba perdido. Él y la humanidad entera.

  Dejó a Zaroti en su oficina y entró nuevamente a la sala de interrogatorios. Observó a selenio a los ojos. Estaban inyectados. La frente sudorosa y las manos con un temblor más acentuado que antes.

—Lo lograste...nos engañaste a todos ¿verdad?
  Mientras Lenz se acercaba y constataba que eso que veía eran síntomas de una infección viral, selenio comenzó a reír a carcajadas.
—La bomba biológica...
Siempre fui yo. Cuanto más tiempo pasaron conmigo más se infectaron.
Lenz sintió como se modificaba todo, la estructura de sus sentimientos, la frustración. El odio. La violencia comenzó a crecer en él como lo había hecho en Zaroti.
¿Por qué? le preguntó a selenio.
—¿Porque? ¿Me estás cargando? ¿Acaso no ves en lo que nos convertimos? Ya no somos seres humanos. Somos computadoras, seres sin sentimientos, sin rencores, sin malicia.
—¿Está mal eso? Somos mejores...éramos, en realidad.
Tranquilo, ya va a cambiar de opinión.

  Lenz, rendido y afiebrado, se marchó de la comisaría para ya nunca volver. Comenzaba otra era, una nueva donde la humanidad cambiaría drásticamente. Lo preocupante de la situación fue la última frase de selenio " La pregunta importantes aquí es ¿quién más se beneficia con esto, mi amigo?". Ese universo de posibilidades lo trastornó y le abrió la puerta a miles de otras sensaciones dormidas. Sensaciones que lo llevaban a lo oscuro de su psiquis, de su alma. Y estaba seguro que no quería vivir en un mundo así.

 
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017


domingo, 6 de agosto de 2017

Quia spiritus a Danai

 
 
 
Este relato surgió a partir de una consigna del Edén de los Novelistas Brutos donde había que escribir un capítulo de los Expedientes X. 
 
 
―Necesito ubicar a la Dra. Scully de inmediato.
―Sí, señor.
―Doctora Scully…tiene una llamada del subdirector Skinner.
―Estoy por entrar a una cirugía
―Dice que es urgente…
Scully tomó el teléfono y escuchó atentamente lo que Skinner tenía para decirle. Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. Colgó, se colocó el barbijo y entró al quirófano.
 
 
*********
 
Los pasillos del FBI estaban cambiados desde la última vez que ella los había transitado. Las luces más blancas, los mármoles más lustrados, las caras de los agentes demasiado jóvenes. Ya no quedaba ninguno de los viejos. Habían caído en pos del deber o los habían retirado. Todo aquel que alguna vez había rozado siquiera la oficina de los Expedientes X, había sido trasladado, jubilado o muerto en acción. Sospechoso como mínimo. Salvo ella y Skinner que aún estaban a salvo. Ella porque se exilió a sí misma. Prefirió operar niños, curar indigentes. Él, porque se acomodó a la burocracia. “Sabe que así puedo velar por usted y por Mulder”, había dicho varios años atrás. Aunque poco conformaba eso a Scully. Incluso Dogget había desaparecido y Mónica…ella ahora era dueña de un bar en un país del caribe. En cuanto a la protección, Scully sentía que para ella había funcionado de alguna forma. Para Mulder no tanto…
Dana se paró frente a la puerta del subdirector. Los años se vinieron a su memoria y la golpearon violentamente. Más allá de las diferencias que tenía con Mulder y Skinner, más allá de la distancia que había crecido entre ellos, extrañaba trabajar en el FBI. En los Expedientes X. Mientras dudaba si avanzar o volver al hospital, recordó la primera vez que traspasó aquella puerta. Recordó la primera entrevista, las risas socarronas de ellos que sabían a dónde la mandaban. Ellos creían que no duraría ni un mes con él. “Menudo error”, pensó. Fueron los años más productivos, bizarros e irrepetibles de su vida.
Tomó coraje y golpeó. Podría haber dejado todo en manos del forense local. Podría solo haber leído el reporte, reconocer el cuerpo o quien sabe qué. Podría irse ya.
―Dana…dudé en llamarte. No estaba seguro de si…
―Hiciste bien. ¿Qué sabemos del incidente?
Ella se sentó y cruzó sus piernas. Como antes. Como cuando la citaban para un caso de avistamiento o de asesinato. Uno de esos que no encajaban en el perfil de normalidad de la policía local o incluso del FBI.
―El cuerpo apareció en una pequeña ciudad de Argentina. Allí los avistamientos son numerosos…
―¿Es él?
Scully estaba al borde del llanto. Su corazón se había acelerado, sus manos estaban temblorosas. Ya no tenía veinte. Ya no aguantaba las pausas misteriosas o las introducciones forzadamente largas. Ya no. Era una prominente cirujana que luchaba día a día contra la muerte, pero que no se bancaba las medias frases.
―Dana…
―¡Necesito la verdad! Me debe la verdad…después de tantos años, de haberme escondido para que usted siga con su culo calentito en esta silla…
―Dana
―¡De una vez! ¿Es él o no?
Skinner se paró, rodeó el escritorio y se sentó junto a ella. En muchos casos esa simple acción ablandaba al oponente. En este caso, él se sentó donde Mulder se sentaba cada vez que iba a dar explicaciones. A pelear por los viajes no autorizados, por el dinero mal gastado, por los expedientes poco claros. Pero ahora, el que se sentaba a dar explicaciones era él. “¿Podrá ella con esto?”, se preguntó. No estaba seguro. Dana era fuerte. Pero en lo que a Mulder se refería, ella poseía una fragilidad particular. Una sensibilidad peligrosa. Era vulnerable por él.
―No lo sabemos. Por eso te llamé.
―¿Sabemos? ¿Quién más está involucrado en esto? ¿El fumador? Seguro que está regodeándose con esto…
―No tengo la libertad de decir quién más está involucrado…
―¿No tiene la libertad? ¿Desde cuando las libertades son una cuestión en esta oficina? ¿A quién responde Skinner? ¿A quién?
―Dana…no puedo…Solo cumplo en decir que hay un vuelo esta noche al pueblo donde encontraron el cuerpo. Un agente la estará esperando ahí y usted será la encargada de realizar la autopsia. Lo siento. Es todo lo que puedo informarle.
Scully salió de la oficina y cerró la puerta con violencia. Arrebatada por la ira y la frustración entró al ascensor. Una vez que la puerta se cerró, en la soledad del cubículo metalizado, ella lloró desesperada. “Estoy acá, Scully. Tenés que encontrarme”, sintió y se sobresaltó. Miró el celular pero estaba apagado. Buscó en el ascensor, en los rincones, las cámaras. “Me estoy volviendo loca”, pensó y salió de inmediato, solo para darse cuenta de que estaba en la antigua oficina. La de los expedientes X. Miles de recuerdos se agolparon en aquella oficina vacía ahora, pero donde, en cada sitio, ella pudo visualizar lo que había antes: el archivo, el escritorio, el poster. Pudo ver a Mulder con las piernas en el escritorio, aburrido, lanzando lápices al techo. Se le escapó una sonrisa y una lágrima. “No dejes de buscarme Dana”, escuchó nuevamente y su pecho se contrajo.
De inmediato se fue a preparar un bolso para alcanzar el vuelo.
 
 
***************
 
―Bienvenida a la Argentina
Una sonrisa conocida provocó que Scully se relajara de inmediato.
―Mónica…creía que eras dueña de un bar. Me alegra verte.
Ambas se fusionaron en un abrazo. De inmediato salieron del aeropuerto y entraron a un auto oscuro que las esperaba. Aún quedaba un trecho importante hasta llegar a la ciudad de 25 de Mayo y una vez ahí, una hora más al sitio en donde se hallaba el cadáver.
―Mónica…necesito que seas sincera conmigo… ¿es él? ―Scully sintió que la voz se le quebraba de pronto. Miró por la ventanilla para disimular, aunque Mónica adivinó lo que escondía su compañera.
―No puedo asegurarlo. Por eso llamé y le pedía a Skinner que vinieras. Este es el expediente. Están las fotos. Si no podés…
Scully agarró la carpeta con mano temblorosa. “No soy yo, Dana. Ese no soy yo. No te dejes engañar”. Scully se sobresaltó y la agente Reyes lo notó.
―¿Estás bien? Te noto alterada.
―Necesito saber que no es él, Mónica. No puede ser… ―de inmediato interrumpió su frase al ver una de las fotos del expediente. Era Mulder. No cabían dudas. Las ropas, la contextura, el tatuaje en su pierna derecha. Todo coincidía. Pensó en lo que escuchaba ¿dónde quedaba eso? ¿Era su corazón agobiado que inventaba fantasmas? Como Mulder, ella quería creer. Pero era una delgada línea que separaba la ilusión de los deseos. Los fantasmas de los delirios y alucinaciones.
―Lo encontraron en un campo. Tirado. El capataz que estaba cosechando alertó a las autoridades. ―agregó Mónica y el silencio las acompañó durante las siguientes 4 horas. 
 
 
                                ***************
 
 La morgue del pueblo era pequeña. Tanto los azulejos envejecidos como el mobiliario, no mellaron el alma de Scully que se sentía aturdida por las circunstancias. Había estado en lugares peores, en el pasado, con Mulder. Este era un lugar más. Aunque los acontecimientos era extraordinarios.
Se colocó las gafas de acrílico y se acercó a la camilla metálica. Allí, un cuerpo cubierto con una sábana celeste esperaba por su arte, el de practicar una autopsia que dilucidara lo acontecido. Y sobre todo, la identidad de ese ser humano muerto que se parecía tanto a Mulder.
Tomó el bisturí, descubrió el cuerpo y un temblor la invadió de pronto. Sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas al ver el rostro desfigurado de quien parecía cada vez más el cadáver de su compañero. Ahogó el llanto y apoyó el escalpelo en la piel blanca del cadáver. “No creas todo lo que ves, Dana. He vuelto de la muerte. Siempre volví a tu lado. A pesar de la distancia, de la vida, de las circunstancias. A pesar de tu distancia”. Sin dudar hizo la incisión en Y. 
 
 
                              *************
 
 
―Mulder, te extraño. Duele tanto tu ausencia que veo fantasmas en cada rincón del planeta. No podés dejarme sola.
―Estoy acá, Dana.
―¿Dónde es acá? Dónde. Te escucho, pero no puedo encontrarte. El cadáver es tuyo, sos vos. Es tu cuerpo, no cabe dudas.
―No soy yo. Hacele caso a tu instinto. Sos científica…
―Soy científica. Y la ciencia dice…
―Confiá en tu instinto, en tu ciencia. 
 
 
                            ****************
 
 
―Dana, despertá. Estos son los resultados.
―Necesito el expediente médico de Mulder. Necesito chequear algo.
Mónica se comunicó con el FBI y consiguió lo que su compañera necesitaba. La veía más animada, quizás había descubierto algo y eso era un aliciente.
Unas cuantas horas después, Mónica le entregó una carpeta con los registros médicos y Scully leyó todo. Sin embargo, se decepcionó de su esperanza y lloró porque todo había sido en vano. “Es él”, se dijo y rompió en llanto. “Es Mulder. Murió lejos y solo”.
Mónica abrazó a su compañera que no paraba de llorar. “Confiá en la ciencia”, sintió Scully y de inmediato apartó a Mónica. Abrió nuevamente el expediente de Mulder. Comparó radiografías, tomografías hasta que finalmente llegó al laboratorio.
―Es como en aquel caso del niño que regresó 20 años después…
―No entiendo ¿me perdí de algo?
―¡De todo, Mónica! Este cadáver aquí no es Mulder. No sé dónde estará Fox, pero esto de aquí no es él.
Mónica temió que su compañera de hubiera vuelto loca. Intentó frenarla, convencerla de que ese cuerpo era Mulder.
―Mónica… ¡es un clon! Sus laboratorios son iguales a estos que están aquí. Todos sus estudios son una copia exacta. La ciencia no falla. Nadie, ningún ser humano puede tener dos laboratorios idénticos en su vida. Es antinatural. Es un clon de ese Mulder, de esa época.
Mónica observó el cadáver con desconcierto y no supo qué decir ante tan fantástica hipótesis.
―No sé qué está pasando aquí, pero larguémonos ya de este sitio ―dijo Dana de inmediato. ―Algo peor se avecina, lo puedo sentir en mis huesos.
Ambas agentes volvieron al FBI, esperanzadas. Era claro que la conspiración jamás se había detenido y que estaba más viva que nunca. Era obvio que querían anular a Scully a través de sus sentimientos por Mulder. Ahora que estaban las cartas sobre la mesa, era necesario reabrir los expedientes X y ella debía volver a convertirse en una agente por él, una vez más.
Quia spiritus a Danai: Un espíritu para Dana

Autor: Soledad Fernandez (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017