viernes, 26 de enero de 2018

Demonios





Decime que soy normal. Decilo. Contame cómo me parezco al resto, cómo soy igual, imperturbable. Normal. Dale, decímelo. Contame lo linda y prolija que soy. ¡Dale!gritó pero se censuró de inmediatoNo quiero ponerme nerviosaagregó murmurando entre dientes colocándole el cuchillo en el cuello, una vez más.
Sos…sos…
¡Normal! Decímeloy la zamarreó con fuerzas.
Normal…sos…normal
Entonces la mujer comenzó a reír. Se levantó de la silla y fue hasta el espejo. Tomó el lápiz labial rojo y pintó su boca. Apretó fuerte para que el rojo fuese intenso como la sangre. Sobrepasó la línea de los labios pero no le importó. “Soy normal”, se repitió.
Agarró el cepillo y comenzó a peinarse el enmarañado cabello. También era rojo. Se lo había teñido. Quería parecerse a ella. Volvió a la mesa observó a la asustada mujer y le clavó el cuchillo, directo en el corazón.
***********
“Estás bien”, dijo Camila luego de observarla en silencio. "¿Seguro?", preguntó Verónica, y recibió una sonrisa como respuesta. Era la primera vez que se veían. Un silencio las envolvió. Verónica intentó adivinar algo más de su doctora, algo que quizás Camila no decía. Algo que le ocultaba. Nada. "Estás perfectamente normal", insistió la doctora Camila. Verónica salió del consultorio y ya en la calle supo que la consulta no había alcanzado. No era suficiente para ella. 

Esa noche fue difícil dormir, pero eventualmente y luego de su quinta píldora, lo logró. Soñó con su nueva doctora. “Estás bien. Es normal” y la sonrisa. Una sonrisa roja como la sangre, burlona y desmesurada. Y esos ojos claros, turquesas, que parecían de muñeca. De esas que te regalan cuando cumplís nueve y ya esperabas otra cosa. Quizás una bicicleta o un reloj. 

Al día siguiente, se levantó y se miró al espejo. Se vio como siempre, desalineada, apagada. Descolorida. Excepto por esas líneas rojo sangre que aparecían en su rostro. Esas líneas tortuosas y penetrantes que surgían en sus momentos “especiales” y la surcaban toda, completa. Así comenzaban sus episodios. Primero llegaban las líneas a la cara. Se estacionaban, se hacían intensas y después de un rato se movían a su cuerpo. A todo su cuerpo. Como lombrices debajo de la piel. Carroñeras y sucias. Podía sentirlas comiendo su carne, alimentándose de su sangre. Era desesperante. Verónica sabía que cuando eso pasaba debía tomar sus píldoras y rezar mucho. Encomendarse. Pero a veces no alcanzaban, ni las píldoras ni los rezos y esa vez no alcanzó. Tuvo que completar el ritual. 

Se quitó toda la ropa y salió al balcón de su departamento. A pesar de que era julio, no sintió el frío ni las miradas indiscretas de los vecinos. Solo la iluminación de la curación. La luz en su piel, el efecto sanador. Estuvo un rato así, expuesta, con su piel erizada y los pezones endurecidos de frío. Luego entró y se vistió con el pullover amarillo intenso que había tejido cinco años atrás. Se lo colocó encima del busto, sin corpiño, sin remera. Necesitaba sentir la picazón que le provocaba la lana. Necesitaba sentir lo real. La muerte de las lombrices en forma de calambres en la piel. Luego se puso las medias de muselina turquesa y un par de zapatos rojos. 

Pero se sintió incompleta esta vez. Entonces fue hasta el consultorio. Necesitaba las palabras terapéuticas de Camila. Esperó una hora y otra más. La gente iba y venía, acelerada, ocupada, preocupada. Ella tenía tiempo, siempre lo tenía. Además de sus preocupaciones, que eran sus episodios. Y sus píldoras. Tenía todo eso. Pero observaba el apuro de los demás, los demonios que llevaban a cuestas. Las cruces personales. Los miraba y se reía porque ella se había librado de su demonio. Tiempo atrás. No se lo había contado a Camila. Pero lo había hecho. De un tiro en la cabeza. Hubo sangre y todo. Pero así se libró. Luego estuvo un tiempo en la clínica y un demonio nuevo quiso aparecer, pero no lo dejó entrar. Jamás volvería a tener un demonio. Solo las lombrices…por ahora.

“Estás bien Verónica. No te olvides de tus remedios y no tomes frío”, fueron las palabras mágicas de la doctora y Verónica se sintió renacer. Sin embargo pudo ver algo en la mirada de Camila. Quizás un pequeño demonio naciendo. Tal vez…

Los días pasaron y Verónica sintió una profunda preocupación por su doctora. Si eso era un demonio debía salvarla. Quitárselo antes de que su espíritu se viese corroído. De que su luz se viera comprometida. Y volvió al consultorio, el único lugar dónde podía observar a su salvadora. 

***********
Camila vio a la mujer que tenía enfrente. Por dentro algo se modificó. No supo qué con exactitud, pero ahí estaba esa sensación. ¿Un recuerdo? Quizás. Era algo profundo, visceral. Sanguíneo. Estaba segura de que le producía cierto temor. “Estoy un poco loca”, le había dicho y ella anotó en la historia clínica “Psicosis”. 

Las horas corrieron luego de aquella paciente. También desfilaron los otros pacientes: grandes, chicos, ancianos, gordos y flacos. La variedad de siempre. Las patologías cotidianas. Excepto ella. 

Antes de salir miró nuevamente la ficha. Miró la palabra atemorizante. La vio resaltada con fibrón flúo. Entre comillas y subrayada. No lo creyó exagerado. Solo precautorio. Como si se tratara de una enfermedad contagiosa. "¡Que tonta!", pensó aunque eso no acalló sus sentimientos. Sonrió y salió del consultorio. “Tarde, tarde”, se dijo mientras encendía la música del estéreo y se ponía en marcha rumbo a su casa. Era de noche ya. No le gustaba salir de noche. 

Se observó en el espejo retrovisor. Se acomodó el pelo. Lo odiaba. Siempre se veía desaliñada y pálida. Tomó el lápiz labial y se remarcó los labios. “Así está mejor”, pensó y bajó del auto.
Ya en su casa abrió la heladera en busca de algo para comer. “¿Cómo puedo saber que esto es lo real?”, recordó las palabras de Verónica, mientras veía un pedazo de queso lleno de moho. Era lo único que tenía. Esa pregunta la había desencajado. No había respuesta para eso. No una cuerda. Resignada se fue a dormir sin comer. 

“Va a volver y voy a tener que contestarle algo”. Los días pasaron y Camila justificaba con esa sentencia el pensamiento recurrente que aparecía una y otra vez. ¿Qué es lo real? Buscó en internet, en libros de psiquiatría, en revistas científicas. “Nunca confrontar las ideaciones de un delirio”. Camila temía que su paciente hiciera algo grave. 

Aquella tarde Verónica apareció de nuevo en el consultorio. Esta vez estaba silenciosa. Vestía un pullover amarillo, medias turquesa y zapatos rojos. “Está en plena crisis”, pensó Camila. Debía estar alerta.
Tenés que ir al psiquiatrale dijo y Verónica solo respondió Estoy bien. Usted lo dijo. Todo esto es normal. Soy normalY la flamante doctora, desvelada por el dilema de lo real e imaginario, lo normal y lo patológico, no dijo nada. Solo sonrió. 

Verónica se despidió. Le tendió la mano sabiendo que si un demonio habitaba su doctora lo percibiría con el tacto. Era así de simple. Quizás sus lombrices adormecidas traspasarían la barrera dérmica y ayudarían a esa pobre mujer endemoniada. Rogó que fuera así. Camila le dio la mano y sintió una pequeña descarga eléctrica. “Estoy cargada”, dijo sonriendo, aunque algo preocupada por dejar a Verónica a merced del destino. “Debería internarla”, pensó y en cuanto su paciente cruzó la puerta llamó a un psiquiatra amigo.

**************
Hola, ¿quién es? dijo Verónica.
Alguien tocaba el timbre. Era raro porque ella nunca tenía visitas. Ni siquiera los testigos de Jehová se acercaban a su casa. Ninguna persona. Absolutamente nadie. “¿Quién será?”, se dijo preocupada, con las lombrices en estado alerta, prontas a salir. Sus manos temblaron de puro estrés. Trató de calmarse, calmó a sus lombrices y fue hasta el espejo. Se miró, se acomodó un poco el pelo y se acercó a la puerta del frente. Una pequeña camarita le permitió ver una cabeza enorme, desproporcionada y unos ojos gigantes. No le gustaba esa cámara. Era la ventana a los demonios de los demás. Cerró los ojos por la impresión. Los cerró fuerte hasta que dolieron. Miró de nuevo entre chispazos de su retina que intentaba descifrar quién era esa persona. Entonces identificó a su doctora y se alegró. Sabía que sus lombrices la habían liberado, estaba segura. “Debe venir a agradecerme”, se dijo y abrió la puerta. 

Verónica…hablé con un psiquiatra…comenzó la doctora.
Un cosquilleo recorrió el cuerpo de Camila. Como un pequeño rayo a bajo volumen. Mientras hablaba, se miró la mano, esa porción de la piel donde había sentido la descarga eléctrica el día anterior. Tenía una pequeña línea roja que se movía, se multiplicaba. Las líneas se dispersaron y treparon por su brazo. La abrazaron, la poseyeron. 

—¿Qué es esto?gritó asustada, mientras se quitaba la ropa.
Tranquiladijo VerónicaSon mis lombrices sanadoras. Te quitarán el demonio.
Camila comenzó a gritar desesperada. Se arañó la piel intentando quitar esas lombrices, sin conseguirlo. Se quitó toda la ropa y quedó expuesta ante su paciente. La vio con esa sonrisa burlona y roja y no supo qué hacer. 

—¡Qué me hiciste, hija de puta!—vociferó con bronca.

Verónica sólo observó, callada aunque sonriente. Entonces Camila la tomó de los brazos y la zamarreó. Verónica parecía una muñeca de trapo, inmóvil e imperturbable. Camila, con más bronca aun, la tomó del pelo mientras Verónica gritaba entre ahogos por el llanto. Camila, fuera de si, endemoniada como estaba, la llevó hasta la mesa. Sin hacer caso de los gritos le golpeó el rostro una y otra vez hasta que la dejó inconsciente. 

Luego de un rato, Verónica abrió los ojos. Quiso moverse pero sintió las amarras que la rodeaban. De refilón vio a su doctora. Se había teñido el pelo y se había puesto el pullover amarillo sin corpiño y sin remera. La vio acercarse. La vio poseída por el mismo demonio del que ella se había librado una vez. Camila se acercó y colocándole un cuchillo en el cuello le dijo entre dientes: “Decime que soy normal”. 

Autora: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2018

sábado, 13 de enero de 2018

El fin de la incertidumbre





¿Cuándo va a pasar? ¿Cuándo…? Por favor te pido…necesito saberlo. No sé si pueda soportar el significado de la espera. No sé si puedo aguantar la ansiedad de no saber. “¿Qué cambiaría?” Viviría mi vida de otra forma. Tal vez haría cosas que no me animo a hacer en estas circunstancias. No sé…

“¿Por qué no las hacés ahora?” ¡No puedo! ¿No entendés? Porque ella…yo…  ¿Si las hiciera y adelanto lo inevitable? Ella se fue de esa manera…ella adelantó todo. ¿Y si solo atreviéndome a algo diferente interrumpo el normal evento de las cosas? “No sé qué es eso.” Sí, el normal evento de la cosas. La concatenación de acciones que nos llevan a un propósito, a un objetivo. Al destino. Yo creo en eso del destino. Sobre todo ahora que te encontré, que te tengo frente a frente… por eso necesito saber cuándo sucederá.

Tengo una idea… ¿querés escucharla? Me doy cuenta que no entendés nada… no entendés como pude encontrarte. Ella me dijo una vez: “Si deseás algo con todo el corazón… simplemente sucede” Sí, sucede. Ahora estoy seguro.

Realmente no entendés, ¿verdad? Ella supo el momento exacto. Ella me miró y dijo “Hoy es el día, amor. No más sufrimiento” y fue así. Yo solo pienso que si hubiésemos sabido con tiempo suficiente…no sé quizás la hubiese llevado al mar que tanto amaba. Podría haberle hecho caso cuando me pidió por favor de viajar a ese lugar especial, donde nos conocimos y no accedí porque yo temí por su fragilidad… no sé. Quizás quiero preparar mi mundo para ese momento, el mío. Por favor ¡necesito saberlo! Necesito que me lo digas.

Sé cómo trabajas. Cada día vengo y te observo. Veo lo que hacés. Es algo tan difícil, complejo también, y ahora me negás la respuesta. ¿Qué te cuesta contestar? ¿Cuántas leyes universales romperías si me lo decís? si me contaras cuándo sucederá…

¿Será que está prohibido que me lo digas? Quizás, si conozco la fecha exacta, se alteraría todo…porque si el destino existe, nada ocurrirá antes de lo debido ¿no? Si tengo un propósito en la vida, nada podría pasar si no lo cumplo hasta el final ¿verdad? ¡Contestame carajo! Perdón, perdón… no quise gritarte. No a vos que podés ayudarme. Perdón. Quizás debería posponer mi propósito y así viviría por siempre…aunque sería una eterna tortura, recordándola todo el tiempo.

Necesito…. Viéndola a ella pude identificarte. Al observar las distintas camas, las distintas personas pude identificarte. Primero parecía un chispazo, luego un parpadeo de la luz. He observado que aparecés también cuando hay tormenta, cuando los rayos desgarran el cielo. En esos momentos era cuando todo sucedía. Como una especie de magia o algo así. Y un día sin esperarlo, te vi. Ahí, sobre esa anciana. Te vi morándola, esperando por su alma. Sos el ser que siempre creí inexistente. Porque siempre pensé que las cosas pasaban sin un por qué. Te vi y supe que algún día vendrías por ella. Y lo hiciste y ella lo sabía. Ella estaba segura de que aquella noche era su última noche. Y me acarició el rostro y se despidió de mí. Y yo le dije “No te adelantes, amor. El doctor dijo que este tratamiento te va a mejorar. Tus resultados son mejores…” y me fui al bar a comer y para cuándo volví… ¡ella estaba sola frente a vos porque no le creí! Por eso necesito saber cuándo.

Veo tus ojos, oscuros, vacíos. Sé que tenés el poder de ver todo. De ver el futuro de cualquiera. Incluso de ver dentro del corazón. ¿No ves mi sufrimiento? Sé que sos capaz de verlo. Sé que incluso podés ver el instante preciso en el que sucederá. Lo sé porque cada día venís y te llevás a todos y cada uno de los que me rodea. En este hospital de morondanga veo gente partir cada día. Veo que están preparados aunque no sé por qué o cómo logran prepararse. Veo que ellos se van no importa lo que los demás hagan. Asique debe haber un objetivo último, un propósito que ellos han cumplido y que yo no. Porque yo no estoy preparado. Como no estuve preparado para perderla a ella. Necesito saber cuándo sucederá así puedo despedirme de la vida en paz. De todos…

¿No me vas a contestar jamás? Tu silencio me duele. Me aprisiona. He sufrido el dolor por haber sobrevivido. Es el dolor de los que quedan y necesito preparar todo para que no haya dolor sino felicidad. Necesito arreglar todo para cuando vengas por mí. Porque no quiero que el mundo esté triste si voy a un lugar mejor.

Por eso hoy me atrevo a pedirte, a implorarte que me digas cuándo voy a morir.

Tu silencio me abruma… ¡no me mires así! es insoportable… tu oscuridad me envuelve, tu aliento penetra mis sentidos. ¿Por qué hacés eso? Tu caricia mortal me obnubila. Es eso ¿verdad? Ahora entiendo… esto es lo que veo como certeza en todos. Pero no viví lo suficiente… “Nadie lo hace.” Ni siquiera la lloré lo suficiente aunque pasaron años luz desde que se fue, solo te seguí desde entonces… ¿No podrías posponerlo? Solo unos días. “Este es el momento de tu verdad.” Sí lo sé, es este… hoy es el día que muero y no hice nada… para vivir.

Autor: Soledad Fernández (Misceláneas de la oscuridad) – Todos los derechos reservados 2018