‹‹Play››. Una burbuja de jabón vuela bajo la
luz del sol y destella chispas de colores que encantan a quien la mira pasar.
Viaja mecida por la brisa primaveral esquivando a otras tantas que vuelan junto
a ella. Es testigo de algo, mientras que en su vuelo desciende y al posarse en el
charco de sangre, junto a su piel pálida de muerte, explota.
Estalla en millones de partículas, se mezcla con
la sangre derramada y desaparece para jamás volver a ser. Como ella que está
tendida en el suelo del parque.
Otras como ella siguen su viaje y reflejan la
muerte que acaba de ocurrir. Unos ojos oscuros dilatados, una maceta rota y un
cráneo destrozado. Se asombran -si es posible que algo de jabón pueda
sorprenderse- del terrible escenario que se oculta entre los techos rojos y
árboles ornamentales. Se preguntan como nadie escuchó, como nadie vio lo que
había pasado.
‹‹Rebobina-play››. La burbuja muerta sale del
burbujero de un payaso en la plaza del pueblo. Se eleva por los aires. Siente
la brisa, ve las sierras a lo lejos. Es feliz de haber nacido y de tener la
posibilidad de volar. La pobre no sabe que su vida va a ser breve como la de aquella
señora del jardín pequeño. Porque en relación, ambas terminan muriendo en el
mismo lugar y tiempo y a edad de las burbujas, ambas tienen similar edad.
Tampoco sabe que por un segundo refleja el horror,
la concatenación de eventos que llevará a que esa mujer, pierda la vida en la
flor de su plenitud. En el momento preciso en que su vida se había ordenado. En
ese instante sagrado en el que logró respirar en paz, amar sus plantas y dejar
atrás todo aquello que la había traumado. Porque era una sobreviviente.
Ironías de la vida. Escapó de un mal matrimonio,
de un mal marido, de una mala vida que la atrapó sin sentido. Ella que era una
mujer fuerte, independiente, cayó en el embrujo de ese ser que luego descubrió,
podría haber sido un personaje de las novelas de terror de Lovecraft. Un
monstruo de carne y hueso moldeado al calor de su narcisismo.
‹‹Acelerar-play››. Una casa hermosa en el medio de
la nada. Así decía el anuncio en el diario local. Supo que él jamás la
encontraría ahí.
Una madrugada de diciembre, antes de navidad,
cuando él se fue a festejar con los amigos de la oficina, ella se fue casi con
lo puesto y unos ahorros muy bien guardados. Huyó de esa casa que la reprimía y
jamás volvió a mirar atrás.
‹‹Autoplay››. Cuando llegó a la casa respiró
libertad. El jardín trasero era magnífico. Pequeño, pero majestuoso. Con flores
en macetas, un ciruelo rodeado de un cantero de piedra, helechos y muchas
mariposas.
Se dedicó a cuidarlo con esmero y dedicación.
Aprendió técnicas de injertos, armó una pequeña huerta en macetas y vio crecer
tomatitos Cherry y morrones colorados. El patio era un laberinto mágico de
macetas, plantas y plantines. Colibríes y mariposas sobrevolaban entre
margaritas y jazmines. Su mano era mágica en realidad.
‹‹Adelantar-stop-play››. Esa mañana estaba fresco.
Había tenido un sueño raro, como premonitorio. Soñó que él la encontraba y la
llevaba de nuevo a la ciudad. A esa casa triste que la vio envejecer de forma
prematura y que le generó más de una forma de sufrimiento. Despertó angustiada
imaginando perder todo aquello que había conquistado en los últimos meses.
Se preparó un mate para despejar esas sensaciones
y para que la energía de su jardín le diera fuerzas para sobrellevar la
sensación horrible que tenía en su pecho. Mate en mano fue a su refugio, a su
mágico jardín. Una brisa y burbujas en el cielo. Miró maravillada el
espectáculo multicolor que se esparcía en el cielo. Sintió su alma liviana,
recompuesta. Sonrió segura otra vez.
Fijó su mirada en una burbuja en particular,
enorme que descendía hacia ella. Era la reina destacada de las burbujas.
Incluso sintió que la burbuja la había divisado desde la altura. Había nacido
para tocarla. Extendió su mano para llegar a ella y avanzó unos metros. Tropezó
con una de las enormes macetas, y perdió el equilibrio.
‹‹Slow-life››. Segundo a segundo, mientras su
cuerpo se iba desplomando, entendió que, si algo le pasaba ahí, nadie la
encontraría. Quizás pasaría horas tendida sin que nadie se percatara. ¿quién la
extrañaría? La chica de la verdulería quizás porque la veía día por medio. Pero
había estado ayer, así que recién en 2 o 3 días se preguntaría por la extraña
de la casa del mágico jardín.
Sola. Mientras entendía que ese sería quizás uno
de sus últimos instantes en la tierra, su cabeza golpeó contra el cerco de
piedras de su ciruelo que estaba totalmente en flor.
Un golpe instantáneo, brusco, certero. Sus ojos se
dilataron mientras la burbuja siguió descendiendo hasta posarse en la sangre
derramada en el piso. El último suspiro coincidió con el estallido de la
burbuja que pereció junto a ella. El aliento de ambas entremezclado llegó a una
mariposa que estaba posada en sus cherrys. Naranja y amarilla, con destellos
tornasolados. Tomó ese doble suspiro y se lo llevó lejos, más allá de las
sierras. Donde el sol ya no vería más a aquellas dos.