El hielo avanzó directo a su corazón
y lo detuvo. En el último suspiro pensó en su deseo, en cómo las cosas pueden
complicarse; aunque si tenía que ser sincero, para él siempre habían sido
complicadas. Rememoró su vida en ese segundo final y recordó a su padre. Una
frase en particular se le vino a la mente: “No desees que se termine, porque realmente
llegará el final... yo intentaré salvarte, hijo… rogaré por vos. Lo juro.”
Él había nacido especial. Su madre se
lo dijo siempre y él solo creyó que era puro amor materno. Sin embargo, allá
por sus catorce años, algo comenzó a cambiar y entendió que las palabras de su
madre eran literales: era absolutamente especial.
“El
universo es mucho más de lo que ves a simple vista por las noches. Está compuesto
por miles de millones de estrellas, sistemas solares que contienen planetas”.
La primera vez que sucedió fue de
noche. Un alarido se le escapó así nomás y su madre corrió sabiendo que aquello
que había temido, estaba sucediendo. No era que no lo imaginase o tuviese
dudas. La verdad era que su marido lo había padecido y su suegro también: ¿por
qué a su hijo no le pasaría lo mismo? Aunque siempre había albergado en su
fuero más interno cierta llamita, una pequeña luz de esperanza de que su hijo
no sería “diferente”. Y con el correr
de los años, al ver que nada pasaba, esa ilusión se acrecentó: quizás esa cruz
se saltase una generación. Pero aquella noche, la esperanza había llegado a su
fin. Lo supo aun estando parada en silencio en la puerta del cuarto de su hijo,
ya adolescente. Y lo más duro era que tendría que, no sólo explicarle de qué se
trataba todo, sino que en algún momento le debería contar de qué manera morían
los hombres como él.
“Las
pirámides fueron construidas por alienígenas que durante varios siglos moraron
la Tierra. Luego de una guerra entre facciones, abandonaron el planeta y el
Hombre se convirtió en la especie dominante.”
“¿Qué puedo hacer, madre?”, dijo el
adolescente sorprendido por lo que escuchaba. El silencio los invadió como una
sentencia, una mala y determinante. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas y aún
no había llegado a la peor parte del relato. No hacía mucho que había enterrado
a su marido y ahora sabía que su hijo correría el mismo destino. “Quizás yo no
esté en este mundo para ver eso”, pensó y eso la consoló por un breve instante.
Miró a su hijo. Tenía unos hermosos ojos color café: enormes y sinceros. Vio el
miedo en ellos, la inocencia y el desconocimiento de las fuerzas que regían en
el universo. Se reprochó haberlo procreado. Si ella no hubiese insistido…
-Podés escribir todo… es lo que hacía
tu papá, ¿sabés? Y tu abuelo…
-¿Y dónde está lo que escribieron?
Tal vez eso me ayude…
Otra cuestión dolorosa que con el
tiempo él conocería era que había muchos como él, aunque estaban
estratégicamente ubicados en el mundo como para que no interactuasen, para que
no hubiese chance de algún contacto, aunque fuese mínimo. Y ese aislamiento era
penoso. Ella, su madre, muchas veces se preguntó si podría salvarlo, si había
alguna forma de cambiar aquel destino. Pero jamás encontró a los otros. Eran
como fantasmas, seres errantes por un mundo ignorante, portadores de la verdad
más absoluta, que en cuánto entendían de qué se trataba todo…
-Por el momento empezá a escribir lo
que viene… luego veremos si puedo darte lo de papá y el abuelo. Pero no te
demores… así te sentirás mejor y quizás…
-¿Que, mamá…?
-Nada. Vos escribí…
“E=MC2”
Y los años pasaron y por supuesto
ella no podía darle los libros por una simple razón: estaban en blanco. Pero
acompañó a su hijo cada día y en cada crisis mientras tuvo fuerzas para
hacerlo.
Él por su parte tenía agónicos
amaneceres y peores noches. Cada día era una catarata de frases, sentencias,
fórmulas, verdades existenciales que se volcaban en su cabeza como balas
disparadas por una ametralladora. Daban certeramente en el blanco: su cerebro
prodigioso que había sido seleccionado por los Entes superiores como archivo
del universo. Y venía de una larga casta de Archivadores, como se decía a sí mismo.
Las horas del día para él no eran
como las de cualquier ser humano en el mundo. No. Él pasaba extenuantes horas
escribiendo estas verdades que por mandato familiar se acumulaban en su
cerebro. Ya no cuestionaba, lo hacía mecánicamente, sin pensar y así la vida se
le había escapado. Se había derramado y transcurrido como el agua entre las
piedras.
“Cada
galaxia posee en su centro un enorme agujero negro supermasivo”
Y esos horrorosos agujeros negros muchas
veces lo habían despertado por la madrugada, amenazantes. Él sentía que estaba
a punto de ser devorado, que se desintegraría por completo, pero entonces una
fórmula nueva aparecía de la nada intentando explicar la dinámica de aquellos
elementos supermasivos. Y su corazón se desbocaba a pesar de saber que eso sólo
estaba en su cabeza, a pesar de tener en claro que las voces chirriantes
pertenecían a otros y que la información era para algo. Pero ¿para qué?
-¿Y si estoy loco? ¿Cómo sé que no
son alucinaciones, mamá?
Y a ella se le partía el alma. En su pena,
en su dolor de madre, veía cómo la vida de su hijo se arruinaba y sin
esperanzas le respondía con la mayor honestidad de la que podía disponer.
-Porque cada cosas que escribís en
esos cuadernos, tiene una comprobación científica. No es algo que hayas
aprendido en alguna escuela o libro. Solo aparecen y son verdades de la
humanidad. Tu padre vio a muchísimos médicos y luego de hacerse cuanto estudio le
indicaron nada se le encontró… enfocate en lo que es importante… no te desvíes
del camino marcado porque es muy peligroso, hijo.
Y lo era. Lo que el muchacho no
entendía era que estaba vigilado y si no cumplía, si no escribía aquello que le
llegaba a su mente habría consecuencias, serias consecuencias…
Una mañana, luego de semanas enteras de
visiones y ardiente escritura, notó que algo no estaba bien. Una de las
sentencias que había recibido se oponía drásticamente a una de las leyes
naturales. “No puede ser”, se repetía una y otra vez. Le dio varias vueltas al
asunto hasta que concluyó que habría un error y entonces, fue a buscar el manuscrito
donde las leyes de la naturaleza tenían un detalle exquisito. Se trataba de
varios volúmenes en los que había trabajado durante un mes extenuante, de días
enteros sin dormir. Pero al encontrar lo cuadernos observó con horror que solo
contenía páginas en blanco. A pesar de que rotulaba todo, a pesar de que su
letra era prolija cada cuaderno que abrió estaba en blanco.
De repente, años y años de
ininterrumpida labor habían desaparecido y lo peor era que ya no estaba su
madre para ayudarlo. Ella había muerto tiempo atrás, por lo que debía
arreglárselas solo, aunque recordó que
por alguna razón ella nunca le había entregado los libros de su padre y su
abuelo. Sintió que su corazón explotaba de miles de sentires: odio, rencor, angustia
y cansancio. Mucho cansancio. ¿Por qué había perdido todo ese tiempo? ¿Con qué
fin? La desesperación se apoderó de él y en un acto de ira incontrolable
comenzó a romper todo lo que lo rodeaba. Volaron sillas a través de la ventana,
lápices, cuadernos, vasos. Luego de semejante arranque de locura, se detuvo y
miró todo: parecía que un vendaval había pasado por allí. Entonces, divisó la
libertad.
La luz de la luna penetró la ventana
y el joven trastornado sintió el llamado. Si, esa era la salida. Lentamente y
casi resignado fue hasta la ventana y observó. Miró la nada que se extendía
hasta llegar al piso de concreto. Entendió que esa era la única forma. Sí, lo
era. Miró nuevamente la habitación destruida mientras su pecho se agitaba por
las decisiones que estaba tomando y entre todo aquel desastre divisó lo único
intacto además de los cuadernos: la foto de su madre. La tomó entre sus manos y
la serenidad pronto volvió a su corazón. Debía continuar por ella, por su
memoria y la paciencia con la que lo había acompañado en todos aquellos años.
Debía hacerlo no sin antes cuestionar esa realidad que vivía.
Miró hacia afuera. Lo que había sido
un amanecer de inmenso trabajo, se había convertido en una trágica y oscura
noche. De repente las sentencias habían cesado y entonces, miró el cielo. Oteó
cada estrella y tomó la decisión más importante y quizás la única de su vida. Agarró
cada uno de los cuadernos recientemente escritos, esos que aún no estaban en
blanco y los apiló en el jardín de su casa. Fue hasta el garaje, tomó un bidón
que contenía gasolina y lo vació en la pila recién construida hasta la última
gota. Luego de aquello, tomó un fósforo y lo observó. Entendió el poder de esa
pequeña llamita y en el instante en que se dispuso a prender todo fuego,
incluso a él mismo si era necesario, el tiempo se detuvo y las estrellas se
hicieron más intensas. De un momento a otro comenzaron a danzar, mientras que
varios cometas cruzaron el cielo y la luna se hizo enorme y brillante.
Entonces, una voz grave habló pausado:
-¿Qué es lo que querés?
Había cierto fastidio en esa voz,
aunque escuchó lo que el Archivador tenía que decir con resignación. Al parecer
no era la primera vez que esto sucedía.
-Libertad. Un día silencioso, sin
ningún Ente que me hable o me dicte cosas sin sentido. Estoy harto de este
jueguito en el que solo hago lo que se me dice… hay errores y lo saben y aun
así me siguen condenando a algo que yo no elegí.
-Lo que estás recibiendo representa
milenios de sabiduría humana… ¡por supuesto que hay controversias,
equivocaciones, errores! Pero es la historia de todos tus congéneres la que recibís
cada día…
-¿Y para qué?
Entonces frente a su ojos y como si
se tratase un enorme cine en tres dimensiones, varias imágenes holográficas de
un mundo apocalíptico aparecieron en el jardín aquella noche. Eran imágenes de
un futuro remoto en el que todo el conocimiento de la humanidad se perdía por
una enorme y colosal guerra global. El Archivador observó en silencio,
horrorizado, aunque luego de tantos años de callada resignación se sintió algo
ajeno a aquella lucha que, además de futura y lejana, no era suya.
-Sobrevivimos escasos miles y nos
convertimos en los Entes del universo. Juramos que semejante horror no se
volvería a repetir y nos dedicamos a viajar en el tiempo. En diferentes eras,
en diferentes momentos de la historia humana, rescatamos todo eso que escribís
y luego lo guardamos muy celosamente para que nada se pierda. ¿Por qué usarte a
vos y tantos otros? Bueno, la transmisión de conocimientos desde otras eras es
algo más que dificultoso. Podemos recolectar información pero así como no
podemos interferir en la historia, tampoco podemos “descargar” el conocimiento,
por así decirlo. Es así que necesitamos Canalizadores Cósmicos: personas que
tienen un poder exquisito y único de escuchar a través del espacio y el tiempo.
Fuiste seleccionado por tu don y sé que esto se ha convertido en una desgracia,
pero sí quiero que sepas que sos clave para el futuro de la humanidad.
El joven suspiró y se relajó un
momento. Era refrescante oír una explicación a toda su desventura, aunque
quizás fuese algo tarde. Reflexionó su supuesto lugar en la humanidad y en cómo
las cosas hubiesen sido diferentes si todo esto hubiese estado claro desde el
principio. Pensó en las extenuantes horas de delirios y escritura, pensó en que
esa no había sido su elección. Pensó en su madre, en su sufrimiento.
Al final, luego de unos instantes en
silencio miró al cielo y sólo pidió su día libre de pensamientos y mensajes
ajenos. Entonces, el Ente antes de concederle aquel deseo pregunto: “¿Fuego o
hielo?”.
El tiempo arrancó y el silencio se
hizo presente, contundente. Pudo escuchar la nada, la brisa, los pájaros y sus
propios pensamientos que habían estado acallados durante tanto tiempo. Al final
de aquel día silencioso, comenzó a sentir el frío. Un vapor helado salió de su
boca, a pesar de que era verano. Miró sus manos y las notó azules y
escarchadas. El hielo avanzó por cada rincón de su cuerpo y comenzó a
paralizarlo desde adentro, hasta que llegó a su corazón y lo detuvo. Entonces,
en ese segundo extrañó las sentencias que desde décadas atrás lo invadían.
Sintió la soledad de su existencia, su vida vacía de afectos y llena de
abandono. Podría haber luchado para combatir el frío, pero no tenía nada por lo
que luchar. Fue así que se dejó llevar, mientras recordó las palabras de su
padre y de cómo había muerto en aquel misterioso incendio.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
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