A veces el torocoto se desajusta porque la balanza
anda mal. Eso me dijo el médico. Entonces hay que volver el torocoto a
su estado natural o termina en operación.
El problema es cómo hacer para que el torocoto se
vuelva al estado previo. Al momento exacto de salud y existencia puntual en el que
no molestaba. No como ahora que me da agitación, mareos y malos pensamientos.
Pero que no se malentienda, no son esos malos pensamientos
que nacen del morbo y del desequilibrio de la libiera No. Son los malos
pensamientos de lo oscuro. De eso que te hace poner triste y ensimismado. Eso,
el torocoto desbalanceado lo logra hacer con tanta precisión que
asombra.
Sobre todo, para alguien como yo que siempre gozó de
excelente salud, de alegría innata y de confianza propia y en los demás.
“Haga memoria”, me dijo también, “en que momento se
desequilibró el sistema”. Y pensé mucho. Porque no es tan fácil darse cuenta.
¿Cuál fue el primer síntoma? Ese sutil pesar que uno
atribuye quizás al cansancio, a la mala suerte de toparte con tu ex acompañado
de alguien más, o también a esa foto que, por un segundo, te lleva a la
realidad concreta de la soledad. Esa foto que conjuga todas las pérdidas -si es
que se puede conjugar todas las pérdidas de la existencia en un único momento
fotografiable- y te las marca a fuego en la balanza.
Fui para atrás buscando esa sensación incómoda, esa
mínima mancha en mi optimismo diario. Ese pequeño sentir, minúsculo diría, en
el mar de felicidad que creí estar viviendo.
Porque la felicidad a veces es un espejismo que nos
engaña y cabe hacerse la pregunta, ¿molesta acaso vivir en ese espejismo? Y si
así fuera, ¿a quién molestaría? Al que lo vive seguro que no. Y quizás sea esa
la clave del sufrimiento.
Un alguien con una palabra chiquita, aunque despreciable.
Un peso en la coraza que hace que se instale una grieta diminuta pero
que hace que se filtre la duda. Esa sensación retorcida y molesta que como un
pájaro carpintero machaca el alma.
Y si, es obvio que la balanza deja de estar en
sano equilibrio para caer a un lado y así, al caer hacia un costado todo se
contrae y el torocoto se daña. Y falta el aire y comienzan los suspiros
y la melancolía. El tema es que, si se perpetúa, te aparecen nódulos en la umbra
que no duelen, pero molestan. Y creo que ayer pude palpar uno. Tristísimo y
preocupante sobre todo a la noche.
Porque es a la noche cuando vienen los fantasmas a
charlar con uno y a contarte todo lo que no pudiste. Y hay una larga lista de
lo que no. Podría llenar el alfabeto, aunque ¿quién no? Pero pesan esos relatos
fantasmales. ¿Por qué no vendrán con aquello que si pudimos? Es una incógnita.
Y ahí creo que fue. Luego de la mínima persona que emitió
esa palabra, de la grieta sutil, del fantasma nocturno y las fotos tristes. Ahí
fue cuando el torocoto se enfermó. El problema, doctor es que no hay
forma de que pueda componerlo. Al menos no al estado inicial. Ya no hay forma
de que viva en mi mundo feliz, en mi espejismo rosa. La mancha oscura de la
duda y el desánimo es muy grande y ya se devora otros órganos.
“Habrá que operar entonces, pero no hay garantías”.
Y sí. No las hay. Pondré mi cuerpo a merced de un
bisturí. Seguro de que, a pesar de que extirpe todo, ya no habrá forma de
construir otro espejismo. Y sé que cada mínima palabra hiriente, de cualquier
mínima persona, va a inclinar mi balanza hacia el costado azul, al lado
triste de la vida. Enfermando todo mi sistema. Y que los fantasmas del fracaso
estarán esperándome cada noche para recordarme lo insignificante que soy, ¿Verdad
doctor?
“Si, no hay garantías, pero hay espejos”. El doctor, me da
un hilo rosa de donde agarrarme. Un cordel suave y maravilloso de donde aferrarme
antes de entregar mi cuerpo a las maquinarias sanadoras. “Cuando esa palabra
llegue o cuando los fantasmas se sienten en la cama a contarte los fracasos,
mostrales el espejo”.
¿Será suficiente?, pregunto.
“Será sanador”.
Autora: Misceláneas de la oscuridad (Soledad Fernández)
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