domingo, 20 de noviembre de 2016

Derribó torres de bloques, eso.





“Abrazame”, dice. 
Una parte (la parte derecha de mi cuerpo) quiere reaccionar por si sola. De inmediato. Como en un reflejo. En contra de lo que mi cabeza dicta. No mi corazón, mi cabeza. Mi cabeza dice: no lo abraces porque ¿porqué? Lo malcrías.  No es tuyo. No es un objeto. Tiene que frustrase. Lo dicen las notas de las revistas de psicología más importantes. Si le das todo después.... ¿después que? Sos una mala madre. Si. Te convertís en ella. En la representante de lo malo. En la innombrable. 

“Abrazame”, insiste. “No seas mala”

La parte derecha mi cuerpo insiste con querer abrazarlo. Quiere rendirse a ese instinto básico que dice que lo tome entre mis brazos lo bese y lo acune como antes. Como cuando era indefenso. Ahora también lo es. Pero parece que es una indefensión diferente. Quizás más madura. Una que maduro durante los últimos cinco años. Ahora puede sufrir porque no es trauma. Es aprendizaje objetivo. O algo similar. Mis dudas y mi dolor son aprendizaje. Aunque sienta que las agujas de tejer, esas que dejé de usar cuatro inviernos atrás, se clavaran en mi corazón. Y me desangrara lentamente. Agonizo. Siempre.

Amago. “No lo hagas. No desistas. Pensá en su crecimiento”, me digo. Si. Tengo que ser firme. Hay que hacerse respetar. No con gritos sino con firmeza. En la palabra. En el acto.  Eso dicen. Ya no sirve el chirlo a tiempo, el que me dio mi viejo una vez cuando le grité a mamá. “Tu madre es una institución”. Sí que lo es. Aunque esa palabra no me gusta. Es rígida como los hospitales y las escuelas. Como las instituciones de muchos pisos, burocráticas.

Pero él espera por mi abrazo conciliador. Por mi reacción materna e indecisa. Porque muchas voces aparecen y ya no sé cuál escuchar. El corazón... ¿donde queda eso? No sé. Parece que en estos casos no es importante. ¿Qué es importante entonces? El amor no es lo único que necesitan. Reglas. Horarios. Firmeza. Ejemplo. Rutina. Todo eso. Programado desde la genética de la creación. Y el capricho por un abrazo que se disipa en llanto cansado porque son más de las diez y se levantó temprano para cumplir con sus deberes de niño de cinco. 

“Mami”. Lloriquea. 
No llores. Dormite. 

Porque la firmeza de hoy hará el hombre del mañana. Y será exitoso. ¿En qué? No sé. En cualquier cosa. Pero con éxito. Con independencia. De otros significantes. De otros. Que no necesite de los demás todo el tiempo. Que se valga por si mismo. Como ir al baño a hacer lo segundo. Que se limpie. No lo hagas. Yo lo ayudo. No sirve. Tiene que hacerlo solo. Tiene que...
Quizás se transforme en un ser solitario. En ermitaño. Como el de los cuentos que a veces no le leo por que se portó mal en el jardín. Y la seño te dice que hay que ponerle límites porque le tiro los bloques que su compañerito hizo con esfuerzo. El esfuerzo de hacer torres de bloques. Del diseño de otro niño que con independencia logró poner un bloque sobre otro y sobre otro y sobre otros. ¡Con lo que eso significa para el constructo de su psiquis! Y él tiró abajo su psiquis porque derribó una torre de bloques.

“Él me lo tiro antes”, dijo para justificar sus actos violentos de nene de cinco que debe crecer rápido en este mundo acelerado y tecnológico. Que no sabe leer pero que maneja una computadora. Pero que es peligroso porque puede convertirse en haker. O lo pueden hakear y secuestrar a los 11. O peor, puede enamorarse por face de una nena de 12, compañera de su primo que va al mismo cole y que e mandó una invitación de amistad. O quizás no. Quizás sea un pervertido disfrazado de nena que le gustan los nenes y lo aparte de mi vida, para siempre. O lo viole. O lo mate.

“Ma, dale. Yo quiero un abrazo. Uno solo”. 

Y la mitad inmadura de mi cuerpo tiembla. Duda porque ve cómo crece y se aparta. Y entiende por la fuerza que no es de mi propiedad y que así y todo me pide que lo abrace porque si. Porque soy su madre. Porque para eso estoy. 
Me rindo. Lo abrazo. Mi corazón se serena y él se duerme.  Como siempre. Como cada noche. Luego del tironeo de lo que quiere, lo que necesita, lo que necesito y lo que debe ser. Hasta que llegue mañana y todo vuelva a empezar. Otra vez. 

Autor: Soledad Fernández – Todos los derechos reservados 2016

domingo, 13 de noviembre de 2016

En blanco y negro





Al pedo le conté. ¿Ahora quién me saca de acá? Nadie. Me tendría que haber callado la boca, tragarme todo como siempre. Era la mejor opción. Pero no. Tuve que contarle. “Te pareces tanto a ella”, me dice la idiota. ¡No quiero parecerme a ella! No quiero. 

Ya sé no entendés nada. Ella es mi amiga Maca. Le conté un sueño. Uno en blanco y negro. Sí, lo sé es súper raro. No conozco a nadie que haya soñado en blanco y negro. En fin. Lo extraño no fue eso. Para nada. Ni que se repetía durante cuatro días seguidos, por unos cuantos meses. Sino que recuerdo patente que me llamaba Silvia y era escritora. 

Lo más trágico del sueño fue que sentí esa angustia existencial, el dolor en mi corazón de quién siente que la vida es una porquería. Despertaba cada mañana llorando por una vida que no era mía para nada. Yo me dedico a otra cosa. Jamás escribí una frase completa con sentido poético y claramente no siento mi vida vacía. O no lo sentía hasta que se lo conté a Maca. 

Maca es rara. Siempre pensó que nuestras almas son reencarnaciones de vidas pasadas. Y yo siempre creí que eran delirios. Ahora no sé. Ella dice que es la reencarnación de una monja que vivió trescientos años atrás en Europa… y yo. Yo no era nada. Siempre negué a las etiquetas sociales. “Yo soy un alma nueva”, le contestaba. No, vos sos ella. No hay almas nuevas. Ya no. Sos ella. Lo sé. Luego de ese sueño entendí quién sos, me dijo. 

Me preocupó eso. No sabía nada de ella, de Silvia. ¿Cómo podés estar tan segura? Le pregunté una tarde en la que tomábamos mates. Ella estaba insistente con el tema y yo me estaba hartando un poco, demasiado. No sé, tenés el aura oscura, como ella. Mirá, te traje para que leas. Fijate, sos ella. 

Sos ella. ¿Cómo puedo ser otra? Entendés lo que te digo ¿no? No se puede ser otro. Se es uno y punto. Pero para Maca las cosas no son así. Me preguntás: ¿para qué le conté mi sueño? Tal vez quería que ella lo interpretara. Quizás necesitaba saber por qué en blanco y negro. ¿Qué más soñaste? A un hombre. Me leía un libro, uno suyo. Sentí que lo amaba intensamente. Sabía que era mi perdición, pero no podía evitar amarlo así. Desesperada. ¿Y qué más? No me jodas Maca. 

Me dio una revista de psicoanálisis y regresiones. No sé. No entendí un corno. Pero había una nota de ella, de Silvia. Leí desconfiada al principio. Me enteré que ella era tan joven y talentosa, que le dolía en los huesos. Pero eso no era importante. Lo importante es que Silvia tenía una intensa tristeza. Un sufrimiento oscuro y hondo. A medida que leía de ella empecé a entender ese sufrimiento. Esa soledad acompañada. El dolor de ser mujer a pesar de la época. En mi época tampoco es fácil. Vos lo sabés. No somos libres, ni siquiera hoy. Y eso tenemos en común. Silvia y yo. Y a pesar de eso, también compartimos anhelar el amor y poder estar con alguien que nos ame sin cuestionarnos. Y el dolor de un mundo que…

Empecé a sentir que ella me representaba de alguna manera. Ella era la batalla que se libraba en mi interior. En lo profundo de inconsciente. Contra el mundo. 

Empecé a leer más cosas de ella. Pero no lo que escribió. No. Quise entenderla, más allá de sus letras. Supe que desde pequeña se sintió desplazada. Que detestaba a los bebés por su pequeño hermano…yo tengo una hermana menor que desplazó mi vida, mis ilusiones. Ella está enferma desde que nació. Y eso…ella se acaparó todo. Incluso parte de mi cuerpo. Le di un riñón hace unos años. Es lo que había que hacer…

Esa enfermedad de ella me costó la libertad. No pude hacer nada por las dudas. Por si ella se descomponía, por si ella necesitaba. Y eso te condiciona. A ella creo que también. Maca sos una tarada. ¿Por qué me diste esto para leer? Me hubieras dejado con la incógnita. 

Los sueños se fueron repitiendo de a cuatro noches, cada mes. Ella cambiaba como yo había cambiado. Vertiginosa. En la segunda vez me mostró una vida de libertad que jamás había sentido. Amaba a los hombres, solo por ser ellos. Diferentes a nosotras, a Silvia y yo. Me enseñó que se podía amar sin perder la cabeza, por el puro éxtasis de hacerlo. Por diversión. Porque sí. Entendí que me había reprimido toda mi vida. Y ahí comenzó a desbaratarse mi existencia. Me pregunté que pasaría si… primero fui a un bar. Jamás había ido sola a ningún lado de noche. Siempre con amigas, tal vez con algún amigo. Me arreglé lo mejor que pude y salí al mundo. Volví a casa acompañada. La noche fue fugaz, intensa, sudorosa. La mañana fue desgarradora y solitaria. Nunca pensé que el amor furtivo podría darte tanto y dejarte tan poco.  

Dudosa de que quizás ese sentir se tratara de mi primera vez, lo intenté una vez más. Y otra. Y otra. Y en cada caso sucedió lo mismo. Éxtasis y dolor. Cielo e infierno. 

Y lo sueños reaparecieron. Quizás para corregirme o tal vez para demostrar que si seguía viviendo su vida, llegaría a buen puerto. 

Fui madre en ese sueño. O mejor dicho, Silvia lo fue. Yo jamás pude. La cirugía del riñón tuvo un alto costo para mí; una complicación que envolvió mi útero y mis posibilidades. Tal vez el negro de mis sueños era por eso, porque ya nunca podré engendrar, Maca. Maca, ¿me escuchás? A ella ya no le interesaba mi trastorno con Silvia. Ella se había enganchado con un pintor de cuadros góticos y vivía un romance. Me dejó con mis problemas, con Silvia. ¿Y vos? ¿Entendés lo que me pasa? Todavía no, ¿verdad? 

Anoche soñé con él otra vez. Tenemos dos hijos. Pero me es infiel. Él me engaña. Duele tanto. En la carne, en el alma. Es tu culpa, Maca. Me dijiste que somos iguales. Que ella soy yo. Y su dolor es mío ahora. Pero Maca no me quiso ayudar. No. Ella me trajo acá. Estúpida. No entiende nada. Vos no le podés decir a alguien que es Silvia y después no entender nada. Ella no entendió que él me engañaba. Vos, ¿entendés que él me engaña? Si. Me entendés. Lo veo en tus ojos. ¿Y ahora que hago con este vacío? ¿Con este dolor que me perfora, me traspasa? Soy una infeliz por culpa de Maca.  

Ella me trajo hasta acá cuando me encontró en casa con el horno abierto. ¡Deberías haber visto su cara! Maca apareció entre nubes tóxicas del gas saliendo por la hornalla. Primero creí que era ella, Silvia que me venía a buscar. También estaba en blanco y negro, como los sueños. Pero enseguida tomó color. El de la tristeza y la preocupación. Lloraba y gritaba que despierte. Estaba despierta, siempre lo estaré. Me sacudió fuerte, pero yo no quería volver al color. Quería quedarme ahí con Silvia, en la oscuridad de nuestro dolor. Pero así son las cosas. Ya ves que no me dejó terminar con todo. No me dejó finalizar como ella. 

No te vayas vos también. No me dejes acá. No me gusta esta soledad a colores. No me gustan los barrotes y las paredes acolchonadas. ¡No te vayas! Escuchame. Soy Silvia. ¡Soy ella! No me dejes como él…

Autor: Soledad Fernández - Todos los derechos reservados 2016
Relato publicado en la Revista Literaria Extrañas Noches de Noviembre.