Ya finalizada la etapa de corrección! Ahora la maquetación...Se viene mi segundo libro de relatos!!!
Medica, Madre, Escritora. Autora de El cuerpo habitado (Malisia), Un perro en la puerta de la casa velatoria (Paisanita) y La máquina de diagnosticar (Malisia)
jueves, 27 de noviembre de 2014
viernes, 21 de noviembre de 2014
Desesperanza y una decisión
Siento que me disuelvo en el tiempo.
Mi cuerpo se desgarra, se desintegra
en la nada misma, en el espacio cósmico.
¿Dejo de ser?
Soy una pizca microscópica de polvo
estelar, una insignificante partícula en este universo de personas anónimas y
apuradas. Personas que viven sus vidas a pesar de mí. Nadie se detiene a verme,
a preguntarme. ¿Y si fuese tu hija? ¿Y si fuese tu madre? Quiero ser. ¿Quiero?
Desaparezco. El mundo sigue,
continúa, rueda. No soy nada. Lo que fui dejé de ser, muté. ¿Evolucioné? No lo
creo.
¿Qué decisiones hicieron que llegase
a este punto?
¿Qué piezas fueron movidas, corridas,
derribadas para que yo llegase a esta instancia?
¿Y si sacase una? ¿Y si quisiera
cambiar?
Es tarde ya. El mundo sigue, mi decisión
fue tomada. El cambio no es posible, ya no. Ya cambié muchas veces y no sé
quién soy hoy. Soy una anónima más; un ente sin rostro, sin sonrisa, sin
felicidad. No me gusta esa en la que me convertí. Quiero sentir pero tengo
miedo de las sensaciones. Tengo miedo…
Mi alma se pierde en la nada. Ninguna
luz viene a buscarme, ningún ser celestial viene por mí. No hay puertas, no hay
nubes, no hay luz. Solo esta ausencia y la oscuridad que me rodea, me carcome.
¿Será por mi decisión?
¿Es que en la vida uno no puede
equivocarse? ¿Y si yo me equivoqué? ¿Y si decidí mal? ¿Merezco acaso esta
eternidad de nada? Parece ser que sí. Parece que las decisiones tienen peso
para alguien… aunque ya no sé para quién.
¿Y si me arrepiento? ¿Me vendrás a
buscar? ¿Estarás allí cuando te necesite?
“No bajes los brazos”, escucho. ¿Será
mi atormentada mente o serás vos que me pedís que no me vaya? No lo sé, pero
deseo que no sea un pensamiento.
Me vendieron tantas mentiras, que ya
no sé en qué creer, que esperar. Es más fácil abandonar, claudicar. Es más
sencillo no esperar nada…
Es más fácil dejar de ser.
Algo se
acomoda dentro de mí: si, es más fácil morir, pero no me gusta lo facil.
Sí, me doy cuenta de eso. Quiero que la vida me desafíe. Que me grite
en la cara, que me diga “no podés”, porque eso enciende mi llama, la
mantiene viva. Me acciona, me provoca. No me gusta el camino fácil. La
vida no lo es y me aferro a eso.
Y abro los ojos, y dejo el metal y
veo el sol.
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014
domingo, 16 de noviembre de 2014
Libertad
La oscuridad me rodea, me traga, me
envuelve. Se alimenta de mi debilidad, de mi incapacidad de actuar, de mis
miedos más básicos.
Quiero avanzar, pero algo me detiene,
frena mi paso, lo enlentece al extremo.
Miro hacia abajo y noto mi cuerpo atrapado
por el metal corroído, enmohecido. ¿Tanto tiempo pasó? La verdad, no lo sé.
Sólo sé que el metal lastima mi piel, provocando que la sangre emane de mi
carne cortada. Mi esencia se mezcla con el óxido y se transforma en algo más, en
una masa gelatinosa, pestilente, desagradable.
¿Qué es esto?, me pregunto azorada y
el eco retumba en mis oídos dañados. Ya no quiero escuchar, ya no puedo sentir.
Quiero mi libertad. La deseo como se desean las cosas imposibles,
inalcanzables. ¿Será así?
El metal es grueso y me asfixia, me
aprisiona. No puedo respirar y el futuro con su luz se aleja de mí. El tórax se
me acelera y duele, lastima. Pero no hay forma de calmarlo, no. La serenidad me
abandonó hace mucho, demasiado. Solo queda tristeza, dolor, desesperanza.
Veo un parpadear, un atisbo de ilusión
y mis piernas arrancan su andar por instinto. Y aparece ese estridente
chirrido. Ese que me condena, que me dice que no con contundencia, con
violencia. Pero lo intento y el ruido es insoportable. Miles de cadenas unidas
a mi cepo se arrastran y provocan que las chispas salten al contacto con el
suelo que ya está arruinado de tanto…como yo.
Estoy devastada de tanta esclavitud,
de tanto peso.
Miro atrás y las hay de todos los
tamaños: gruesas, enormes, largas y pequeñas. Pero en su conjunto son una
enorme y pesada carga que me perpetúa en la penumbra.
El futuro se me va otra vez. Y lloro,
y desespero. Y la oscuridad se hace más profunda y me envuelve aun más. La luz
es un punto lejano ahora, inalcanzable. La desesperación es enorme, el peso
indescriptible.
Una brisa acaricia mi piel manchada
de llanto. Me baña, me trae frescura. Siento un susurro, una voz minúscula que
intenta no ser avasallada por las cadenas: “Vos podés”, me dice. ¿Será de esa
manera? Quiero creerle. Quiero darle poder a esa voz que se hace más fuerte y
me inunda con su calidez. Sí, es posible. Entonces la veo. Veo la llave de mi
libertad, esa que el temor no me dejaba ver. Esa que estuvo conmigo siempre,
aunque oculta para cuando estuviese preparada. La tomo, la elevo y de un golpe
certero rompo las cadenas y empiezo a caminar con miedo, primero, para darme
cuenta de que ya puedo correr.
Y lo hago, hacia la luz, hacia mi
futuro, hacia mi libertad.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
Todos los derechos reservados 2014
domingo, 9 de noviembre de 2014
Sentimientos desbordados.
-¿Ya te vas?
-Si amor, como cada mañana a trabajar…
-No me contestes así sabes que…
-No te contesto, solo te aclaro porque después…
-¿Después qué?
-Nada. Me voy que se hace tarde.
Él le dio un beso en la frente y ella solo lo miró salir de
la casa.
El bebé comenzó a llorar casi al instante en que su padre se
fue y ella suspiró con cierto fastidio. A la pasada, miró su escritorio, con
papeles apilados y casi llenos de tierra. Lo extrañó y sin embargo... Se
dirigió a donde el niño clamaba por atención y lo levantó. Mientras él
continuaba con su berrinche, ella fue hasta la cocina y con una mano puso la
leche en la mamadera. Maniobró hábilmente mientras que en el otro brazo el nene
se seguía retorciendo. Calentó la mamadera en el microondas y luego de treinta
segundos eternos, la sacó y se la puso en la boca al bebé.
Enseguida el pequeño se calmó y ella le hizo una media
sonrisa. Se sentó mientras lo observaba. Se parecía a su papá, algo, no mucho.
Los ojos, de color verde claro eran idénticos. Le acarició el rostro, suave
como terciopelo. Le gustaba cuando estaba así de calmado. Pero entonces, el
teléfono sonó.
-¿Hola?
Del otro lado se escuchó la respiración de alguien que no se
atrevía a hablar.
-¡Hola! ¿Quién es?... ¿Quién es?
Nada. Ella se puso nerviosa y el niño empezó a llorar otra
vez. Del otro lado de la línea el silencio se acentuó entonces ella colgó. Se paró
y arropó al niño que seguía en su frenético llanto. Pero la que necesitaba
calmarse era ella. Estaba angustiada, alterada. Sabía muy bien quien era pero
¿qué iba a hacer? Nada. No en ese momento, no en ese estado. Finalmente el niño
se calmó y se volvió a dormir. Entonces, lo llevó a la cuna.
Esos tres meses habían sido duros pero así eran los niños, le
había dicho su suegra. Mientras el niño descansaba, ella aprovechó para ordenar
algo del caos que era su casa. Fue a la habitación en la que dormía sola “para
no molestarte cuando llego tarde, amor” y casi sin querer pasó por frente del
espejo. Y de la misma forma se miró y vio a otra mujer. Una desgarbada,
despeinada y agobiada mujer. Miró su ropa. Un camisón desgastado y manchado con
vómito de bebé y la bata entreabierta. Suspiró y continuó con los quehaceres.
Mientras hacía la cama pensó en aquel llamado. Se enojó con
él pero también consigo misma. Estaba cansada a toda hora, pero “así son los
bebés”, se repitió y entonces pensó en arreglarse. Sí, eso haría. Esperaría por
él con ese vestido que no había usado en mucho tiempo y se pondría tacos y se
peinaría. Si, sería lo mejor. Tal vez de esa manera todo cambiase.
Por la tarde, mientras el niño dormía, se bañó. No recordaba
la última vez que lo había hecho así de relajada. Secó su cabello y lo peinó y
se puso aquel vestido. Y se sentó a esperar. Miró la mesa y la acomodó, prendió
unas velas y puso un vino en la heladera y esperó. Le dio de comer al niño y
esperó. Pasaron unas horas, le dio otra mamadera al bebé y esperó.
Esperó sentada, con su vestido y sus tacos y su perfume y la
mesa arreglada. Sintió un gemido y fue a ver si el bebé descansaba bien. Si,
falsa alarma. Pasó frente el espejo y otra vez miró a esa mujer que no era.
Entonces, cuatro horas después se quitó todo, se colocó el viejo camisón
manchado y se metió en la solitaria y fría cama.
Cuando él llegó, le besó la frente creyéndola dormida y la
inundó de un perfume ajeno. Pero ya no importó. Quizá más adelante, ella lo
volvería a intentar.
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014
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