-¡Vamos muchacho! ¡Tenés que reaccionar!
El Sr. Torreldai sacudía a Franco por los hombros
intentando volverlo a la consciencia. Estaba preocupado, ya que lo vio caer
redondo, sin explicación o motivo alguno y temía que el golpe en la cabeza
hubiera sido fatal. La gente se había agolpado luego de ver el desplome y no se
retirarían hasta verlo recobrar el sentido, por lo que el pobre Sr. Torreldai
se ponía cada vez más ansioso.
A los cinco o seis minutos de llamarlo y sacudirlo,
Franco comenzó a volver en si mismo. Abrió sus ojos, miró a su alrededor
desesperado y notó como todos lo miraban fijamente, con intriga. Buscó el cielo
y lo notó de un azul intenso. No había signos de tormenta o rayos en el lugar.
“¿Que fue lo que pasó?”, pensó algo turbado.
Se paró con ayuda y se excusó con que no había almorzado
y que, debido a eso, era muy probable que su azúcar en sangre había bajado, y todos
quedaron contentos con la explicación. Por supuesto el sabía que nada de eso era verdad. Pero por el momento no tenía otra explicación. Una vez en pie, intentó
volver a la casa, pero el Sr. Torreldai, que le creía a medias la escueta
explicación, lo frenó:
-Querido, no vas a ir solo por ahí- le hizo señas a
alguien y le dijo- Maura, hija, acompañá al Sr. Díaz a su casa y fijate que
llegue bien
Subieron a la camioneta y partieron en silencio. No hubo
palabra entre ambos hasta que llegaron a destino. Se escuchaba sólo el motor de
la vieja Ford reformada (seguramente por su padre) y cada tanto algún ladrido
de los perros de las residencias vecinas. Llegaron a la casa y Maura que lo
había estado observando de tanto en tanto le preguntó:
-¿Vas a estar bien?
-No…pero voy a mejorar- fue honesto Franco.
La miró, tomando una pausa para bajar la velocidad de
sus pensamientos y le dijo:
-¿Te gustaría tomar un café conmigo, así levanto mi
azúcar?- le sonrió.
La expresión de Franco fue tan dulce y expresaba tanta
soledad que conmovió a Maura y ella no pudo más que aceptar. Tomaron café y
hablaron tanto de trivialidades como de cosas profundas, pero no tacaron el
tema del incidente y no lo harían por algún tiempo.
Los meses pasaron. La amistad se acrecentó, tanto que
hablaban casi todos los días y se veían muy a menudo. El incidente había
quedado en el recuerdo y Franco no quiso indagar en aguas turbias por lo que su
(in)consciente quedó tranquilo. Sin embargo esa tranquilidad no duraría mucho.
-¡Hola Maura!- dijo por teléfono Franco – ¿querés
tomar unas cervezas esta tarde en casa?
Franco notó que cuando pasaban varios días sin ver a
Maura, extrañaba su presencia, su charla, sus consejos. Se sentía, al parecer,
preparado para avanzar en su relación de amigos a algo más. Y planeaba decirle
esto al atardecer a la orilla del lago, cervezas mediante.
- ¡Bueno! ¿Nos vemos a eso de las 7?
La voz tomó un tono de alegría y de excitación que
eran provocadas por la posibilidad de que las cosas le salieran bien.
La tarde apareció y también Maura vistiendo una camisa
suelta y unos shorts. Caminaron y charlaron largo rato por la orilla del lago,
viendo el hermoso atardecer. Cada minuto tenía ciento veinte segundos para ambos
y los disfrutaban al máximo. De repente y sin pensarlo sus manos y labios se
encontraron y así se selló ese algo más que amistad. Se sentaron en las
reposeras de madera que Franco especialmente había comprado para pasar las
tardes con Maura y mojaron sus bocas con cerveza helada. Ella que tenía un
especial brillo en sus ojos, le preguntó:
-Realmente Franco, ¿que pasó esa tarde en la que nos
conocimos?
Se notaba que ella había guardado la pregunta durante todo
este tiempo y ahora se sentía tal vez autorizada y con la libertad suficiente
de hacerla. El la miró y desde el corazón le contestó:
-No se Maura, realmente no lo sé. Escuché esa frase
que involucraba la muerte de un perro, algo así como de ultratumba y me
desplomé.
Era claro que omitía el asunto del destello en la casa,
en el colgante y el rayo cayéndole en la cabeza. Pero aún no se atrevía a decir toda la verdad, una verdad que no entendía. Y para colmo de males no
tenía muy claro que había sucedido con el colgente, ya que en el revuelo de gente, lo había perdido de
vista. ¿Existiría realmente?Había llegado a dudar...
-¿Que frase? ¿La de la promoción de la obra de teatro
comunal?- ella lo miró extrañada.
Franco desvió la mirada confundido. Hizo una sonrisa
como cada vez que algo no cuadraba y la miró. Su mirada expresaba la necesidad
de no hablar más del tema y ella lo entendió a la perfección. Él se acercó y le
acarició el rostro en agradecimiento. Sus manos tocaron las mejillas encendidas
de ella; luego continuaron con sus labios y posteriormente se dirigieron al
cuello. Aunque allí se topó con algo más: otra vez el destello aparecía de la
nada haciéndolo dudar de la realidad. Lo miró sin poder creerlo y se alejó de
Maura casi por instinto. Ella le devolvió una mirada de sorpresa, sin entender:
-El colgante… ese es el colgante que encontré en la
feria… Maura ¿cómo...?
Continuará...
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2013
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