Ella lo observó con cierto asombro,
mientras se llevaba una tostada con queso a la boca. A veces, la extrañaba esa
relación que los unía desde hacía tantos años y que a pesar del tiempo, cada
día se sostenían como un equilibrista en una cuerda y sin red. Había hecho una
pausa y luego de colocar queso a su tostada, ella continuó con su
argumentación:
—Te estoy contando que anoche, en mis
sueños, maté a un ladrón con un arma de fuego y no sentí nada, ¿y vos me decís
que soñaste con qué color vamos a pintar la pared del fondo? ¡Increíble como
siempre! No me estás escuchando.
—No sólo la pared del fondo, la de
adelante, esa que elegimos pintar de color ocre, era en mi sueño, de un amarillo
intenso, casi fluorescente. Yo pensaba –en ese estado onírico desesperante-
¿por qué eligió un color como ese? ¡Es horrible! Pero…
—O sea, que encima que no me estás
escuchando, me decís que la culpable del color horrible en tu sueño, el color
de nuestra casa ya pintada desde hace un mes ¿lo había elegido yo? Estás
bastante perturbado, amor… —y le dio un sorbo a su taza de café.
Él tomó el diario y tras comer una
galletita respiró hondo, le dio un mordisco y con la boca aún llena dijo:
—Si puede ser, pero no tanto como vos
mi querida…matar a un delincuente ¿y no sentir nada? Eso es tremendo hasta para
vos.
Él sabía que a su esposa le molestaba
sobremanera que hablase con la boca llena, pero ella se dio cuenta de que lo
hacía a propósito, por lo que el efecto deseado en realidad no existió. Tras no
decir nada al respecto, continuó con la conversación sin sentido que hasta la
divertía un poco.
—Si…Pero en realidad, él me estaba
persiguiendo…aunque no estoy muy segura de porqué. Yo había tomado un taxi,
apurada porque me seguían. Pero el tachero arrancó muy despacio, casi a
propósito te diría, y ese hombre, apareció de la nada y quiso arrancarme de
adentro para matarme…creo. En el forcejeo, el taxista me pasó su arma y yo le
disparé al hombre, varias veces. Y no sentí nada…eso ¿me hace una sociópata?
—¿Te preocupa no sentir nada al matar
en un sueño y no te preocupa que los taxistas anden armados? ¿En qué mundo
vivimos? Y yo soy el loco…En mi sueño, una pesadilla te diría, en la parte
pintada de ese feo amarillo, una hiedra había trepado la pared y el pintor ¡había
pasado la pintura por encima de las hojas! Además, dentro de la casa, habías
comprado una mesa de madera de forma extraña, y la habías puesto en el centro
del comedor; pero no entraba muy bien y yo la miraba tratando de encontrarle
algún sentido a esa elección…
—Mí elección. Otra vez soy la
culpable…en fin. ¿Y si quiero comprar una mesa así? Que ¿te tengo que pedir
permiso? Además, empecé yo a contarte mi sueño y ya saliste con lo tuyo, otra vez.
No me escuchás. Te digo que yo me bajaba del taxi y miraba al muerto y nada. Pero
ahí no terminó la cosa: de repente, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba
en un hospital porque mi peluquera, ¿te acordás de Liliana? —Él asintió
mientras tomaba su té —bueno, ella estaba internada. La operaban de no sé qué
cuernos y mientras esto le pasaba a ella, yo esperaba en una especie de sala de
espera. Lo más loco fue que allí mismo me encontré con mis amigas de la
secundaria, Karina y Diana, que hace como veinte años que no veo ¿No es raro
eso?
—Primero, si querés comprar una mesa
vas y lo hacés y si no entra, la devolvemos. Sabés que confío en tus
elecciones…después de todo me elegiste a mi ¿no? —Ella le hizo una sonrisa
burlona —Segundo, eso de tus amigas es bastante extraño, porque tuviste que
matar a una persona, que quizás fuese inocente, para llegar a verlas. ¿Cuán
loco es eso? Yo creo que es tu inconsciente tratando de verlas porque las
extrañas mucho
—¿Estás seguro de eso? ¿Cómo podes
saberlo?
—Intuición masculina, le dicen
—Ya estás hablando pavadas. ¡No existe
tal cosa! Me estás mintiendo para que pare de hablar…te conozco.
—Bueno, puede ser. ¿Vas vos a buscar a
Lauti al jardín?
—Si… ¿Por?
—Nada…acordate de pagar la cuota.
—Como siempre —ella lo miró. Por un
segundo, sus ojos encontraron con los de él, y una sensación de eterna
complicidad la invadió —¿Hay algo para el almuerzo?
—Mmmmhhh No creo ¿Querés que hoy
prenda la parrilla? —dijo finalmente dando la vuelta al periódico que estaba
hojeando.
—Ah, sería bárbaro…un rico asadito. Yo
hago la ensalada.
Entonces, se levantó y lo miró con el
mismo cariño de siempre; le acarició la cabellera ya canosa y se fue a tender
la cama.
Autor: Miscelaneas de la oscuridad –
Todos los derechos reservados 2014
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