Ella
se levantó esa mañana dudando de su propia existencia. Luego de lo vivido
durante las últimos días, ya no podía afirmar qué era cierto y qué no. ¿Cómo
había terminado así? ¿Acaso era un fantasma?
Tan
solo unas semanas atrás Alba era la mujer perfecta, con su perfecta vida y su
perfecto esposo. Recientemente se había mudado junto a él, a una enorme casona.
La habían visto en un viaje cuando, al extraviarse del grupo, se toparon con
esa enorme y extrañamente bella construcción victoriana de tres plantas. Era
imponente, hermosa y hasta intimidante debajo de esa apariencia descuidada.
El
parque, también abandonado, tenía un atisbo de la belleza de antaño que con sus
árboles frutales y sus bellas rosas rojas, conformaban una apariencia de
ensueño. Al verlo, Alba había entrecerrado los ojos y algo, una imagen, se
había materializado en su mente: flores, mariposas y un niño corriendo. Y ella,
feliz.
En
ese momento, su marido que la vio en una especie de trance, la sacudió suavemente
y le preguntó preocupado:
—¿Estás
bien amor?
—Esa
casa…—dijo lentamente mirando la edificación —¡debe ser nuestra!
—¿Te
parece? Está muy venida a menos, además de que ya…
—No
pregunté…te digo que será nuestra no importa cómo…
Manuel
se la quedó observando. Alba nunca era así, pero al parecer ella deseaba eso y
él no se caracterizaba por negarle algo. Es más, su relación se basaba en consentir
las demandas de ella. No por capricho o maldad de parte de Alba, sino porque él
tenía un temor de perderla, de que ella desapareciese en el éter debido a su
fragilidad. Era una sensación de protección. De darle el mundo, si era
necesario. Sobre todo luego de lo que habían padecido unos años atrás.
—Bueno…si
te parece
Entonces
Alba, que notó su propia actitud, despegó con cierto esfuerzo la mirada de la
casa y con ojos suplicantes de perdón le dijo en otro tono:
—¡Gracias!
Yo sé que seremos extremadamente felices aquí.
Alba
supo que esa casa era especial. No por ser grande o bella. Sino porque la invitaba
a pensar en posibilidades. Algo que no le sucedía desde hacía mucho. Demasiado
tiempo había pasado desde “el incidente”
como ella le decía para no nombrar lo ocurrido y sufrido. Y aquel viaje, era el
primero luego de ese terrible momento. Entonces, encontrar esa casa le significó
una señal, una especie de casualidad brindada por la mano de algún todopoderoso
y se aferró con uñas y dientes a esa sensación, a esa probabilidad de ser
feliz.
Tan
solo unas semanas después, Alba y Manuel se instalaban en su “nuevo hogar”. Él
consiguió un empleo de ayudante del veterinario y mientras pasaba largas horas
en el consultorio, Alba se encargó del acondicionamiento el lugar. El comedor
era un enorme y despoblado espacio al que claramente le faltaban muebles. Sólo estaba
adornado por una enorme mesa de roble que se encontraba en el medio del salón.
A su vez, toda la habitación estaba rodeada por enormes ventanales que daban al
jardín. Observó la belleza debajo del descuido y pensó en niños nuevamente.
“Una familia nueva en mi casa nueva”, pensó ilusionada Alba. Repentinamente se
sintió impulsada a la maternidad. Otra vez…
“¡Que
extraño!”, pensó. Desde el incidente
ella se había jurado no ser madre. No estaba en condiciones. No podía
afrontarlo otra vez. El dolor. La pérdida…era demasiado para su pequeño
corazón. “Manuel no lo soportaría, no podría hacerlo”; se dijo para
convencerse.
Volvió
a observar el comedor. Se detuvo delante de la enorme chimenea a la que se
acercó y quiso encender. Acomodó los leños y en el momento en que la madera
comenzó a arder, observó un destello metálico proveniente de entre los troncos
que ya estaban al rojo vivo. “Extraño…no había nada allí”, pensó. Tomó el
atizador y con cuidado para no quemarse, corrió uno a uno los leños encendidos
y pudo ver una caja de madera adornada con una bella flor de metal. ¿Cómo no
había visto eso antes?
Tomó
la pequeña caja entre sus manos que a pesar del calor que la había rodeado
estaba helada, como la casa. La bella flor tallada, al parecer en plata,
finalizaba en un cerrojo pequeño y sofisticadamente adornado. La agitó y pudo
escuchar que dentro de ella había algo guardado. “¿Qué será?”, se preguntó con
curiosidad e intentó abrirla, pero estaba sellada. ¿Dónde estaría la llave? Le
dio vueltas para encontrar algún indicio de su origen y en el piso de la caja
había una inscripción grabada a fuego:
“Eram quod es, eris quod sum”
“¿Qué
significará?”, pensó Alba. Una pregunta sin respuesta…y ¿la llave?
Repentinamente escuchó la puerta de la entrada abriéndose. Miró la ventana y
observó que ya era de noche. Había estado con la caja en sus manos durante las
últimas seis horas. ¿Cómo era eso posible?
—¡Hola
cariño! ¿Cómo estuvo tu día? Muy aburrido supongo —dijo Manuel mientras le daba
un beso a su esposa y dejaba sus cosas en el armario de la entrada.
—Bien…perdón
por no haber hecho más…no sé en qué se me fue el tiempo…
Alba
se encontraba desencajada. Esa pérdida de tiempo le preocupaba, sobre todo
desde que le había ocurrido algo similar posteriormente al incidente. En esa época, días enteros se habían sucedido sin que
ella se percatase, y ahora que había superado todo eso, no quería volver. Ya
nunca más. Pensó en la cena. Ahora tendría que llamar al delibery porque nada
había para comer.
—¿…que
me decías Alba? ¡Oh, amor! ¡Hiciste mi comida favorita! Te lo tenías bien
guardado ¿eh? ¡Gracias! —le dijo él abrazándola, sin que ella pudiese entender
nada.
En
ese momento, creyó que Manuel le estaba jugando una broma. Sin embargo, en
cuanto miró la mesa del comedor vio que se encontraba con todo un banquete para
dos. Inclusive con velas y un vino tinto ya descorchado. Aunque, minutos atrás
en esa misma mesa, sólo había polvo y desorden. Luego de ese extraño evento, la
cena fue casi en silencio y con gran preocupación de Alba. Pero Manuel pareció
no darse cuenta. Era como si ella estuviera ausente y a pesar de todo, siguiese
allí compartiendo la vida con él…
Prontamente
se fueron a descansar. Pero esa noche la sorprendió dando vueltas en la cama.
Un sueño agitado la atormentaba. Se veía a sí misma como un fantasma
recorriendo la casa y otra en su lugar, con un pequeño en brazos y con su
Manuel, felices. Y esa otra se veía exactamente igual a ella. ¡Un grito!
Alba
despertó de golpe empapada en sudor. Su corazón galopaba desbocado y la
angustia del sueño aun le perduraba. Miró el techo y supo que no volvería a
dormirse. Se levantó sin hacer ruido para no preocupar a su esposo. Se colocó
el salto de cama blanco y de encajes que Manuel le había regalado en su noche
de bodas y salió de la habitación. Recorrió el pasillo que se veía totalmente
diferente de noche. Toda la casa tenía un extraño aspecto a esas horas aunque
Alba no sabía bien porqué. Tal vez tenía que ver con que la luz proveniente de afuera
y que se filtraba por los enormes ventanales, le daba un aspecto tétrico al
lugar. Pasó frente a una habitación a la que no había prestado atención
previamente y observó que en la puerta había una frase, la misma que tenía la caja
de la flor. “¿Qué es esto?”, se preguntó e intentó abrirla, aunque estaba
cerrada con llave. ¿Tendría algo que ver con la caja?
Mientras
deliberaba si volver a la cama o prepararse un té, sintió un peso en uno de los
bolsillos de su salto de cama. Metió allí la mano y encontró algo metálico.
Sacó el objeto y para su sorpresa era una llave pequeña. Miró la puerta pero
evidentemente no le pertenecía. Entonces, y sin pensarlo dos veces fue a la
cocina a buscar la caja. Definitivamente debía ser de la caja. Bajó las
escaleras y sobre la mesa del comedor vio un destello como el de la chimenea.
Se acercó y observó que la flor metálica de la cajita, estaba incandescente. Se
tomó unos segundos para decidir si no era riesgoso tocarla, pero la curiosidad
la atrapó más y metió la pequeña llave en el cerrojo. Giró lentamente y la tapa
cedió. Dentro de la caja había otra llave y un pergamino en el que se leía:
“Sólo
aquellos de alma pura podrán traspasar la puerta y dar una mirada a…”
“¿A
qué?”, se preguntó Alba. El pergamino estaba borroso en esa parte y ella no
podía adivinar que seguía en la frase. Miró alternativamente la caja y el
pergamino. Las cosas no encajaban, pero tal vez el sueño ya le estaba pegando
demasiado. Quizás las cosas se aclarasen en la mañana, ahora ya no podía pensar
más. Subió lentamente las escaleras con una incógnita en su corazón, pero
cuando abrió la puerta de su cuarto vio con horror que alguien más estaba junto
a su esposo en la cama. Una mujer se contorneaba y retorcía de placer sobre su
Manuel. Alba corrió hacia la cama pero para su horror se vio a sí misma. Un
grito de espanto se le escapó y la mujer con su rostro, que gemía sobre su
esposo la miró con ojos de rubí y le sonrió maquiavélicamente. Alba sintió que
su estómago se revolvía y puso una mano en él. Su abdomen entonces, comenzó a
crecer a velocidad extrema. Se abultaba más y más sin que nada pudiese
detenerlo. A los gritos, desesperada y con la angustia en la garganta, se miró
a si misma espantada y su doble de ojos rojos dijo:
—¡Despertate
ya!
Entonces
Alba abrió los ojos y ya era de día. Miró su abdomen con temor y estaba como
siempre, plano y sin ninguna lesión. Tocó con sus manos el lado de la cama de
su esposo, pero ya estaba vació. Al parecer se había ido sin despertarla. Alba se
levantó agobiada por lo vivido esa noche. Se colocó el salto de cama y bajó a
desayunar. Pasó delante de la puerta que en su sueño tenía la inscripción de la
caja y se la quedó mirando. Nada tenía decía ahora. “Fue un sueño, por suerte”,
pensó. Pero al querer abrirla seguía con llave. Le intrigaba que habría allí.
Debía encontrar la llave cuanto antes.
Bajó
a la cocina y allí estaba la caja. Mientras se cebaba unos mates la miraba de
lejos. Ahora le sentía un cierto temor. ¿Y si contenía algo malo? Intentó
desechar ese mal sentimiento y se acercó lentamente a la caja. La tocó y esta
se abrió al instante casi mágicamente, tanto que le provocó un sobresalto y
sintió que su corazón se aceleraba al instante. Miró su interior y encontró una
llave. ¿Sería de la puerta de arriba? Debía averiguarlo. Tomó la caja y la
llave y subió las escaleras mientras su corazón no quería serenarse. Sabía que
la sensación de posibilidades estaba encerrada en ese cuarto. Colocó la llave
en el cerrojo y giró suavemente. La puerta hizo un clic y se abrió. Un intenso
olor a recuerdos la invadió. Una tristeza infinita, un olor a bebé que
extrañaba. De sus ojos comenzaron a brotar lágrimas como ríos. Era la
habitación de su bebé. De su bebé muerto.
Una
luz tenue se filtraba a través de las cortinas azul cielo. Junto a la ventana
había una bella cuna blanca e inmaculada con un colgante de aviones que giraba
al son del arrorró. Y un gemido tenue, casi imperceptible. Ella avanzó
temerosa, lentamente, como para que esa magia no se rompiese. Porque, ¿Qué otra
cosa podría ser sino magia? Su corazón estaba desbocado y le retumbaba en los
oídos. Unos pasos más. Se veían unas pequeñas manitos queriendo alcanzar el
avión que volaba. Alba estiró su mano para tocar ese tesoro que el incidente se había llevado consigo y sin
embargo, un destello que parecía más un rayo proveniente desde el propio
Universo, la golpeó y ella salió expulsada de la habitación. Como si esa fuerza
enorme la hubiera empujado violentamente hacia el pasillo. Entonces, y a pesar
de que ella gritaba y lloraba por regresar al lugar, la puerta se cerró
bruscamente y ya no la pudo abrir. Alba cayó de bruces implorando por la
posibilidad esfumada. Otra vez la pérdida se hizo presente y con violencia.
El
día pasó como en una nube. Alba se había convertido en la sombra de lo que
solía ser. Manuel comenzó a ver indicios de un retroceso en su esposa. Los días
la encontraba en la cama sin que siquiera se levantase a comer. No podía ya
hacerlo. Sobrevino el adelgazamiento y ningún médico encontró causa alguna más
que una incipiente depresión. Manuel estaba aterrado. No quería perderla otra
vez, pero ella estaba sumergida en un abismo y él no sabía cómo rescatarla.
Entonces,
una mañana en la que Manuel no estaba en la casa, Alba se levantó dudando de si
realmente había dejado o no este mundo. Ella no sabía si todo por lo que había
sucedido era real. ¿Y si estaba loca? Peor aún: ¿y si había muerto ya?
Entonces, se levantó como una brisa, y vestida con sólo un blanco camisón que
lucía como un harapo, se dirigió a la puerta nefasta. Y mientras le decía a la mismísima
puerta: “¡No me vas a ganar!”, tomo la fuerza de cientos de vidas juntas, de
almas en pena, de madres y corazones destrozados y la abrió como se abre un
portal cósmico. Miles de destellos, de luces de colores y de chispas salieron
del marco de la puerta y allí estaba, otra vez. La luz filtrándose por la
ventana, el colgante de aviones al son de la canción de cuna y su bebe
queriéndolo alcanzar.
Alba
lloraba de alegría. Era su hijito antes del incidente.
Era su bebé antes de la muerte blanca e injusta que años atrás se lo había
llevado. Lo tomó en sus brazos y un viento enorme la bañó junto a una intensa
luz que iluminó toda la casona. Entonces Alba recordó. Recordó que esa casa era
la de antaño, la del incidente. Allí
había sido feliz y había perdido todo. Esa era su casa. Y allí había quedado su
historia pasada, su presente y su futuro atrapados en un nudo de energía.
Esperándola, si se animaba a desatarlo. Esperando a que ella se animase a vivir
las posibilidades.
Abrazó
a su hijito una vez más y lo depositó en la cuna junto a una lágrima suya que
se cristalizó como un diamante. Le cantó una vez más y luego cerró la puerta de
su pasado. Al salir, la inscripción de la puerta apareció otra vez con la frase
de la caja, pero esta vez pudo entenderla:
"Yo
era lo que tú eres; tú serás lo que soy"
Y
entendió. Fue a la cocina abrió la caja y el pergamino dictó: “Sólo aquellos de
alma pura podrán traspasar la puerta y dar una mirada a su pasado para
construir su futuro…”
En
ese momento entró Manuel que al verla se abalanzó sobre ella en un abrazo de
amor infinito.
—Pensé
que te perdía- dijo él entre lágrimas
—Ya
no…ya no
Nueve
meses después nació Lautaro quien llenó sus vidas de amor y felicidad.
Autor:
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