sábado, 13 de junio de 2015

Fue asesinato






Señor, usted no puede estar aquí.
¿Por qué no?
Sabe muy bien la razón. No puede y punto. Retírese…
Pero no puedo irme así nomás. Además no tengo a dónde ir.
Si tiene, y en todo caso, no es nuestro problema señor.
Si lo es porque…
¿Porque qué?
Porque están equivocados. Todo esto es un error… uno muy grave. Yo tengo que estar acá.
Mire…
¡Por favor! Necesito explicar.
Váyase en este momento si no me veré en la obligación de llamar a…
¿A quién? Traiga a quien quiera. Ustedes están equivocados. Fue un asesinato…
No lo fue.
¡Si! fue un asesinato en primer grado y con agravantes… yo la amaba.
¿Qué pasa acá? ¿Qué es todo este barullo en la entrada?
El señor dice que estamos equivocados. Pero no es así, Señor. Jamás nos equivocamos en estas cosas.
¡Es como les digo! Sin tan solo me dejasen explicar lo que sé…
Le digo que jamás…
Creo que podemos hacer eso, ¿no Miguel? No pongas esa cara. Aquí no se valen las caras largas. Pase señor…
Enrique, pero me dicen Quique.
Pase Quique…. Pase y cuéntenos porqué cree usted que esto fue un asesinato.
Disculpe… no quise armar lío…
No lo hace. Miguel es estricto, algo fatalista, pero en el fondo es bueno.
Si, imagino. ¿Le cuento? Yo la conocí hace unos seis meses…
¿A quién?
A Mónica. Ella trabajaba en una librería. Amo las librerías y yo estaba convencido de que quienes allí trabajaban, también tenían ese sentimiento.
¡Ah! ¿No es así?
No. Mónica detestaba su trabajo, pero eso lo descubrí tiempo después. La primera vez que la vi fue a través del vidrio. Ella tenía una de esas bellezas raras. Su rostro era blanco, mucho y sus ojos oscuros. También mucho…
Y esto ¿viene al caso?
Miguel, paciencia. ¿Qué apuro tenés? Continuá por favor…
Gracias. Como les decía, ella era de una hermosura particular. Al verla entré a la librería como si fuese prisionero de un hechizo. Es más, nunca había estado en esa parte de la ciudad. Era la parte vieja, como le decíamos. Yo soy más de lo moderno. No me gusta lo antiguo… en fin. Esa tarde decidí salir a caminar y de repente, como si el destino me hubiese guiado, llegué a la librería. Entré solo para observarla mejor.
“¿Qué desea?” me dijo seca, tosca. Por un segundo eso disipó mi embelesamiento. No concordaba esa voz, ese tono, con su belleza. Me persuadí de que quizás estaría cansada de que la admiren, no sé. Ahora pienso que eso es tonto…
No lo es. 
No ¿cierto? Bueno, como me vi sacudido de mi ensoñación tartamudee un poco. Lo hago cuando estoy nervioso. Se me traban las palabras y por más esfuerzo que haga, lo trabado sigue e incluso empeora. Bueno, me trabé más y más y me puse colorado. Pensé que se burlaría de mí o que me echaría del local. A cambio al notar eso, ella cambió el tono y me dijo con cierto cariño o dulzura, tal vez: “¿Que estás buscando?”
Creí desfallecer. Esa dulzura era más acorde a su rostro, a lo que yo imaginaba que una belleza así podría ser.
¿A lo que usted imaginaba?
Si. Yo imagino muchas cosas. Estoy acostumbrado a crear mundos porque leo mucho. Amo leer por sobre cualquier cosa. Bueno eso era antes de conocer a Mónica. Luego ella fue mi más profunda pasión. Pero le sigo contando. Cuando veo a alguien me imagino que dirá o cómo reaccionará ante tal o cual cosa. Imagino cómo es su casa, su trabajo, sus gustos. Si tiene o no alguien que lo ame. Si tiene amigos, hijos. Imagino mucho. Podría decirse que le invento mundos a las personas. A veces pasa que la realidad coincide con ese pensamiento.
¿Y si no?
Por eso estamos acá.
Continúe, por favor.
Esa tarde compré varios libros, no porque me gustaran sino porque de esa manera prolongué el tiempo a su lado. Le pregunté esto y aquello, le pedí consejo acerca de tal o cual autor. Ella que se había conmovido, fue dulce y paciente. Luego de hora y media de observarla y escucharla, me fui a casa. Me fui con su mirada, con su aroma fresco a jazmines, con su cabello teñido de varios colores.
Pero llegué y noté lo obvio: la soledad. Fue una sensación terrible que enseguida me rodeó. Nunca la había sentido de esa forma. Era un peso, una carga.
La soledad es dura cuando no se elige como forma de vida…
Si y me di cuenta de eso aquella noche luego de conocer a Mónica. Y lo peor fue que soñé con ella, con su rostro, con sus manos. La soñé a mi lado. Hablándome con esa dulzura, con cariño y con entrega. Y era maravilloso. Más que imaginar.
A la tarde siguiente fui a la librería a verla…
Señor, la fila de los que esperan se está haciendo muy larga…
Pueden esperar. Esperaron toda la vida, un rato más no les va a hacer daño Miguel.
Pero…
Seamos respetuosos de Quique. El cree que fue asesinato y creo que es una visión interesante. Además en cuanto diga las palabras…
¿Qué palabras? ¿Qué tengo que decir? ¿Qué va a pasar?
Tranquilo Quique, continuá con el relato. Pasará lo que tenga que pasar
No me gustan esas palabras… palabras. Son poderosas las palabras. Tiene grandes o diminutos significados. Todo depende de cómo las coloquemos, el orden…  soy una persona temerosa. Fíjense lo que me pasó. Ustedes no creen que haya sido asesinato…
Te estamos escuchando… no te disperses Quique. No te preocupes por lo que vaya a pasar.
Bueno. Verán: cuando llegué a la librería, al día siguiente, ella no estaba. Sentí que mi corazón se hacía chiquito, diminuto y desaparecía. En su lugar, una señora de lentes raros, y algo mayor estaba en su lugar. Cuando me vio entrar titubeante, me pregunto “Que necesita señor”. Era tosca, pero acorde a cómo se veía. Para nada me decepcionó o me provocó algo. Pero tartamudeé igual porque pensé en Mónica. Cada vez que pensaba en ella mi corazón se hacía gigante y mis palabras se trababan porque querían salir todas juntas. Es extraño que ahora no suceda….
Continuá por favor.
Le expliqué que necesitaba hablar con la señorita que había estado la tarde anterior. La mujer me dijo que Mónica iba los lunes y los viernes. Que era una sustituta para ella ya que esos días iba al doctor o algo así. Era martes, asique fue horroroso pensar que no la vería hasta el mismísimo viernes. Le pregunté la dirección de Mónica y por supuesto ella se negó a dármela. Tartamudeé una vez más y ella, enternecida o cansada de mi presencia, me dijo que Mónica también trabajaba por horas en un café en el centro. Al instante me alegré. Tanto que besé a la mujer y me fui directo a la cafetería.
¿Y la encontraste en la cafetería?
Caminé, corrí hasta el lugar. Era una moderna cafetería, muy iluminada y llena de gente. Al llegar mi corazón dio un vuelco. Comenzó a latir fuerte, sentí que mis piernas temblaban y mis manos también. Creí estar enfermo…
Pero no lo estabas…
No. Entendí que eso era el amor. La expectativa de verla hacía que mi cuerpo se desencajase y a la vez tenía terror de que no es tuviese o que me rechazase. ¿Qué le iba a decir? “Hola. Te conocí ayer y me enamoré profundamente de vos”, era una locura. Mientras deliberaba comenzó a llover. Una terrible tormenta se desató y era tan enorme como la que tenía en mi cabeza. De repente llovía a cántaros y yo petrificado en la vereda, observaba para adentro sin poder decidir o hacer nada.
¿Y qué hiciste?
Lo que cualquiera hubiera hecho… luego de largo rato y mucha lluvia me fui a casa. Me convencí de que era una locura. De que eso no podía ser verdad y si lo era, no era un sentimiento compartido. Ella jamás se podría enamorar de mí.
Yo no hubiera reaccionado…
Miguel, por favor. Estamos tratando de entender que pasó. Estamos debatiendo el futuro de Quique….
Perdón Señor.
No, no. Miguel tiene razón. Si tal vez me hubiese animado, las cosas serían diferentes.
Continuá, por favor.
Por aquella lluvia me pesqué una neumonía. Estuve una semana encerrado, delirando por la fiebre. Apenas comí en esos días. Y lo peor del caso fue que en cada delirio estaba ella. La pensé con sus enormes y oscuros ojos cuidándome. Secando mi sudor por la fiebre. Dándome el caldo que curó mis penas. Estuvo allí arropándome, dándome la medicina. La vi con un hermoso vestido azul y zapatos de rojos de tacón. Con su cabello de colores recogido en un rodete y con su pircing en la nariz destellante. Sus manos me acariciaban el pelo y sus labios besaban los míos. Y yo no quería despertar. Tal vez si hubiese muerto allí mismo todo esto no hubiese sido necesario…
No lo veas de esa manera…
Una mañana en la que la fiebre finalmente cedió, sentí la puerta abrirse, y ella luego de darme una última y dulce mirada, se fue. Durante días y ya recuperado, pensé en mis delirios y en esa última imagen. ¿Habían sido reales? Podría jurar que sí. Aunque me persuadía de lo contrario porque si no debería declararme loco.
Pero las imágenes volvían y cada noche me acunaba en ellas, en esa joven y dulce Mónica que había cuidado de mí. Entonces imaginé su casa, sus formas. La imaginé anhelando verme otra vez, tanto como yo lo deseaba. Imaginé el reencuentro. Iría a la cafetería y ella al verme, saldría de atrás del mostrador corriendo con su vestido azul y sus zapatos elegantes y me besaría dulcemente porque me estaría esperando.
Y ¿qué pasó?
Durante varios días me acuné en esos pensamientos y supe que así sería. Ella me esperaba con la misma ansiedad que yo. Y nos casamos y fuimos felices. Formamos nuestra familia y todo fue perfecto…
¿En seis meses? No entiendo Señor que es lo que este hombre dice…
Dejalo que continúe Miguel.
Entonces dos o tres semanas después de nuestra primera cita, fui hasta la librería con flores y un anillo. La esperé a que cerrase el local y cuando estuvo afuera, ella… me miró sin conocerme… y
¿Y qué?
Usó esas palabras desagradables otra vez… y lo peor de todo fue que en el mismísimo instante en que abrí mi boca para hablar, en una moto, apareció su novio. Ella se fue sin dejarme decir nada.
Y luego te suicidaste Quique y por eso no podés estar acá. No pertenecés a este lugar…
Pero ¿no lo ven? Ella fue la que me mató. Ella lo hizo en ese momento en que no se ajustó a nuestro recuerdo. Lo hizo porque destrozó mi corazón. Para cuando yo puse la bala en mi pecho, mi corazón ya estaba muerto. Solo eliminé la carne que es la carcasa… ella me asesinó antes. Me mató de indiferencia y de desamor. El resto, es carne pudriéndose…
Señor, creo que él debe estar aquí. Al final puede que haya sido un asesinato…
Yo también lo creo, Miguel. Yo también lo creo… Bienvenido Quique…

Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2015

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