domingo, 19 de junio de 2016

Amnesia






¿Cómo podés olvidarte Lucía? ¿Cómo no te acordás haber hecho esto, querida? Por favor, ¡prestá atención! Dejá de mirarte en ese estúpido espejo y prestame atención. A veces creo que le hablo a una pared. ¡A una maldita pared!

Te escucho. No quiero, pero te escucho. ¿No te das cuenta? Mis oídos retumban por tus palabras. Y sí, me miro al espejo. Lo hago para sentirme real. Creo que voy a desvanecerme para siempre si no me miro. Desapareceré, estoy segura. 

Siempre tan melodramática. Sería interesante que desaparecieras. No imagino una situación así, aunque no sería la primera vez que te pierdo de vista. Tenés esa capacidad de porquería de… Está bien. No sé qué sería de nosotras sin vos. ¿Querés escuchar eso? Te lo digo. Te necesitamos. ¡Dejá de pavear! Decime, ¿qué hacemos con esto? Con este desastre. 

No hacemos nada. Porque no quiero escucharte más. ¿Qué querés que haga? ¿Que me ponga a limpiar? No estoy para esas banalidades, mi querida. Este desastre no es mío. Encargate vos. Sabés dar órdenes, imagino que sabés limpiar. Yo por lo pronto, me seguiré cepillando el pelo. Podría quedarme acá para siempre…está lindo acá. En este sillón, con esta ropa, en esta habitación. Sí, me voy a quedar siempre acá. 

¿Y el olor? ¿Qué hacemos con este olor terrible? Yo no entiendo cómo hacés ciertas cosas y…

¿Y que? Lo único preocupante es que si no recuerdo haber hecho esto, ¿cuántas cosas más olvidé? Eso sí es terrible. Olvidar, volverme vieja. Arrugarme para siempre. Eso es espantoso. Envejecer… ¿por qué mi mente hace estas cosas? No sé para qué te pregunto si no quiero escucharte. Pero cuando te callás el silencio me agobia. Me maltrata. Tal vez prefiero escucharte después de todo. Quizás alguna teoría…quizás algo que me haga recordar. 

¿Así que ahora querés escucharme?

Es que tenés razón. No sé hacer esto sin vos. Te necesito… ¿me perdonás? No te lo voy a repetir. Sabés lo que me cuesta pedir perdón…sobre todo a vos. Así que si me vas a perdonar hacelo de una vez… no sé que hacer con este lío…quizás si recordara qué pasó sería más fácil hacer lo correcto…

¿Lo correcto? ¡No me hagas reír! Por favor Lucía, sos tan egoísta…te voy a ayudar sólo porque no quiero quedar pegada a esto. Porque si alguien se entera vamos a terminar mal las dos. Aunque no se…por ahí tendría que llamar a alguien ¿Y dónde está la otra? ¿Se esconde ahora?

Dejala. Ella es débil. Debe andar por ahí. Debe estar escondida en algún placar. Hablame a mí. Necesito recordar. No llames a nadie, por favor. Hablame…

A ver. Te voy a hablar con paciencia pero primero tenés que pararte. Dale, parate y al menos fijate si lo conocés. Porque así no podemos hacer nada. Estamos en el aire…

Y vos ¿no lo conocés? Estoy tan cansada…mi cuerpo está blando, como si alguien me hubiese sacudido. Por ahí él quiso robarnos y me pegó…mirá tengo un moretón acá. ¿No es raro eso? Dale, no puedo pararme. Fijate vos.

¡Lucía, carajo! Levantate y miralo

Está bien. No te enojes conmigo. Soy fuerte pero no tanto. A ver. No parece un ladrón para nada. Su pelo es tan lindo. Es lacio, oscuro. Está cuidado. Huele bien…no cómo un mendigo que quiere robar. Me gusta su pelo. 

¿Te acordás de él?

De su pelo no…

¡Mirale la cara por Dios!

Está bien, no me grites porque vuelvo a mi espejo y no me levanto más.

Dale, fijate. Colaborá por favor…por mí.

Parece tan pacífico…es muy lindo…¡su rostro es muy hermoso como su pelo! ¿qué hace aquí alguien así con nosotras? Es como esas historias de las novelas. Un desconocido aparece y ella se enamora…yo me enamoraría de él. ¿Cómo se llamará? Le voy a poner…Franco. Sí, se va a llamar Franco. Pero no sé quién es…tal vez lo trajiste vos acá. Tal vez es uno de…

¿Uno de qué? Ni lo digas en voz alta. Yo no lo traje. Si querés pensamos juntas pero ni se te ocurra endilgarme esto a mí. Fuiste vos…

¿Cómo estás tan segura de eso? Estás insistiendo desde hoy con que yo fui la culpable y no recuerdo nada…seguro que fuiste vos. ¿Por qué no me contás de dónde lo conocés? Estoy segura de que lo viste antes, en algún lugar. Yo me acordaría de alguien tan hermoso…si me contás, quizás recuerde algo…

A ver…pensá un poco…ayer fuimos a comprar ese vestido que tanto te gustaba. ¿No te acordás de eso?

Si, me acuerdo. Me acuerdo que salimos las dos juntas. Era la mañana y había sol. El chofer nos dejó en la avenida ancha…donde están todos esos locales de ropa. Tan hermoso es todo ahí…

Lo es. Yo te tomé del brazo porque no te gusta estar sola en la calle. Aunque perfectamente podrías hacerlo. Y entramos a aquel negocio. 

Había tantos vestidos, tan lindos. Recuerdo una campanada. Una puerta abierta y el sol asomando. Rebotó en el mostrador de vidrio y me incandiló…

Alguien abrió la puerta y vos miraste quién entraba y luego…

Era él. Vos desapareciste enseguida que entró. ¿Por qué lo hiciste? Sabés que no me gusta estar sola…

No importa, seguí…

Él pareció conocerme enseguida. ¿Quién es? Él me miró. Sentí que me desnudaba con sus ojos. Era muy intenso. “¿Cómo estás Lucía?”, me dijo y yo enmudecí. Creo que dije hola. No estoy segura. Mi corazón estaba muy acelerado y sabés que pasa cuando se me acelera el corazón. Mariposas, sí. Él tomó mi mano. Su piel tan suave sobre mi mano. Mis piernas temblaron. Yo solo quería volver acá porque en esta habitación me siento segura. Con mi espejo. Tenía miedo de desaparecer entre sus brazos, en sus ojos. Creo que me desvanecí en él. En su hermosura. Él me llevó afuera. Ya no había más vestidos interesantes. Sólo él. Y luego…nada. 

Creo que recuerdo algo…

Pero vos no estabas ahí. Estoy segura. Habías desaparecido como siempre. Me abandonaste, me dejaste sola ¡maldita desgraciada! Esto es culpa tuya. Él es culpa tuya. 

¡No me grites! ¿Vos creés que sos la única que sintió algo por él? ¡Yo lo amaba! Y no te acordabas de él… ¡miles de veces lo viste conmigo! ¡Miles de veces estuvimos con él! Y lo peor, se entregó a vos con tanta soltura. ¡Hipócrita! Eso es él. Un hipócrita que se merece todo esto. Él tenía que decidir. Él tenía que decidir…

¿Qué hiciste?

Nada. Solo lo amé…

¿Cómo lo amaste? ¡Sos una mentirosa! Prostituta barata, eso sos

Pará…dejá que te explique. ¿Me dejás Lucita?

No me digas así…no merecés llamarme así. Me duele el pecho, el corazón. Lo tengo roto por culpa tuya y encima me querés culpar por cosas que no hice. Por situaciones que yo no provoqué…él es tan lindo…creo que también lo amo y vos arruinaste todo. Miralo, mirá lo que es…su piel tan blanca, tan suave…debe haber sido hermoso sentirlo dentro tuyo…maldita. Esa tenía que ser yo. No vos mujerzuela rebajada. 

Para Lucía…pará que yo no hice nada. Está todo tan borroso. Cuando vos te fuiste él me miró y entendí que era yo a la que amaba. Estábamos en el pasillo de afuera. Él me besó en los labios y pude sentirlo jugueteando en mi boca. Jamás lo había sentido…seguramente eso lo hacía con vos…y la verdad no me importó nada. Sus manos bajaron a mi pecho y sentí su piel a través del vestido cuando me rozó con sus dedos. Me estremecí y lo dejé. Dejé que sus manos se apropiaran de mi cuerpo. Abrí la puerta y a los tumbos entramos. 

¿Acá? ¿Entraste con él acá? ¿Estás loca? ¡Fuiste vos!

¡No! Te digo que yo no fui. Él me estaba quitando el vestido…me llevó hasta la cama… y nos interrumpió la mojigata que vive con nosotras. Me aplastó con su presencia y él no entendió mucho que pasaba. Me desvanecí como cada vez que ella aparece. Sentí vergüenza y me fui. Así que no puedo decirte nada más. Cuando volví me encontré con esto, con la sangre. Con vos mirándote al espejo ida como cada vez que pasa algo grave. 

¿Está muerto?

No sé. Fijate. Buscale pulso

No puedo…no puedo. Lo amo demasiado. Ahora recuerdo su amor, el nuestro. Es lo peor que nos pudo haber pasado. 

“Yo sé que paso…”

Apareciste…¿dónde estabas?

Dejala. No la apabulles. Vení cariño… ¿qué pasó? ¿Qué viste?

“Yo estuve en ese momento…”

¿En qué momento? No tengas miedo. Sé que no sos capaz de dañar…

“Él estaba acá dentro. No sé como apareció. Pero de repente estaba sobre mí. En esa cama. Sentí su…su…¡él estaba dentro mío! Su cuerpo aplastando el mío. No podía respirar. Me tocaba, me besaba. Sus manos estaban por todos lados. Fue igual…igual que cuando el tío nos hizo eso. Fue igual. Grité. Me lo saqué de encima y él no entendió nada. Me gritó loca. Y yo solo podía ver su masculinidad expuesta. Me dio asco y miedo. Vi al tío. ¡Lo vi en él!”

¿Qué hiciste, por Dios?

“Dios no existe. No para nosotras. ¿No entienden? ¡Él me violó! El me violó y ustedes no estaban. Como cuando éramos chicas. Pasó lo mismo. Exactamente lo mismo.”

¡El nos amaba! ¿No entendés que no es lo mismo? Lucía explicale que no es lo mismo

Ya no puedo explicarle nada. 

Y por qué…cómo…¿Qué pasó después?

“Él me miró a los ojos. Tal vez las buscaba a ustedes ahí. No sé. Entonces quiso besarme otra vez y yo desesperada le clave el abrecartas en el pecho… la sangre brotó a chorros y nos manchó. ¿No ves Lucía? ¿No ves la sangre en tu piel? Esto es culpa tuya Lucía. Si hubieses tomado la píldora…”

No me gusta la maldita píldora. Ustedes se van cuando la tomo y me siento tan sola…mareada. No soy yo cuando la tomo.

No llores Lucía. Tenés que tomarla. Es por nuestro bien. No hay alternativa.

Voy a quedarme sola con este desastre, ¿verdad?

Te amamos Lucía, pero así debe ser. Tomá la pastilla y nos vemos pronto. La policía ya viene. ¿Escuchás la sirena? Yo los llamé. Esto no puede quedar así nomas

Lo sé…por eso lo voy a terminar…con el mismo dolor que él padeció voy terminar con el mío. A fin de cuentas la única persona que me amó ya no está. Es lógico que lo siga. Él no sabía de las pastillas ni de ustedes…pobre. Él me amaba con mis dudas, con mi pasado. Él es mi futuro aun así, inerte. Las voy a extrañar, pero a él mucho más. 

Autor: Soledad Fernández – Todos los derechos reservados 2016
Imagen hallada en la web

domingo, 12 de junio de 2016

Luces



Es la primera vez que Maxi ve las luces de la noche. Las de la ciudad. Y como todo aquel que descubre algo nuevo, se queda petrificado, casi idiotizado observándolas. Es tan diferente de donde vive que duele…

Hoy Maxi acompaña a su papá. Antes nunca lo hizo porque era chico. Aunque tiene la misma edad que ayer o que la semana pasada. Pero el tiempo es diferente para él. Y en su casa siempre hubo peleas y discusiones acerca de Maxi y la noche. “Es muy chico, Carlos”, era el argumento de la madre. Pero ella sabía que tarde o temprano iba a perder esa guerra. Porque cada día se hacía más necesario ayudar a su padre. Porque él solo ya no podía. No rendía.

“Yo voy mamá”, había dicho Maxi en la tarde mientras tomaban mates lavados con mucha azúcar y un pedazo de pan. Su mamá lo miró con tristeza, y algo en su pecho se contrajo de angustia. Aunque comprendió lo que estaba pasando. Su hijo no quería más discusiones, no deseaba ver como ella ponía el cuerpo siempre. Sobre todo cuando Carlos estaba con algunas copas de más y los cachetazos volaban para todos lados. También a donde estaba Maxi, pero su madre se interponía y nunca llegaba a tocarlo. Quizás ella tenía miedo de que estuviera solo con su padre de noche. De perder a su hijo de diez años.   

Aunque Maxi era muy maduro. Demasiado quizás. Él había escuchado a su mamá llorar muchas veces. También había escuchado a su papá amenazar con dejarlos. ¿Y que harían sin él? Sería una catástrofe mayor a la que vivían ahora. Mayor que cuando a su papá lo echaron del trabajo. Mayor que cuando tuvieron que dejar el departamento que alquilaban. Mayor que vivir dónde habían conseguido vivir: cuatro chapas en un campo lleno de ranchitos. Lleno de barro y sin luces en la noche.

Pero claro, Maxi no tiene recuerdos de las épocas buenas. Él era chiquito cuando la catástrofe tocó a su familia. Cuando el sistema dejó afuera a tantos. Y entre ellos su papá. Lo único que Maxi conoce de aquellos años, son las historias de su madre. “Antes estábamos bien. Papá trabajaba y yo te cuidaba. Éramos felices. Papá no tomaba…y había luces por todos lados”

Y la madre le señalaba el horizonte. “Ves ahí, a lo lejos, ahí está la prosperidad. La buena vida, hijo.” Lo inalcanzable. Y Maxi observaba las luces, embobado. Observaba la prosperidad que nunca volvió a su casa.


Un relincho lo saca de sus pensamientos semiamargos. Parpadea varias veces, pero sigue viendo las luces en sus ojos. No se van. Con ojos llorosos se da vuelta, mira a su papá. Sus ojos también son tristes. Pero está acostumbrado a verlos así. Entonces va hasta el carro, se sube y junto a él van en busca del próximo cartón tirado en la calle. 

Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados.
Imagen hallada en la web

sábado, 4 de junio de 2016

Exterminio







Ella besa mi mano. Pobrecita…llegó como pudo hasta donde estoy. Me mira y puedo verme en sus ojos.Están vacíos de alegría. Solo tienen compasión. Y miedo, tanto miedo. Me hace señas. Debemos salir del gimnasio si queremos sobrevivir. Lo sé. Pero a estas alturas…estoy segura de que afuera es peor. El horror, la muerte es mucho peor. Prefiero quedarme acá sentada. Entonces se cae un enorme pedazo de techo en la piscina. Hace una enorme ola. Una cristalina. Imagino el mar y me gustaría estar ahí, disfrutando del sol. Pero sé que ya no será posible. Nunca más. 

Mi cuerpo está inmóvil. Aun con semejante lio a mí alrededor, no me muevo. Creo que la explosión contrajo cada músculo de mi cuerpo y me transformó en estatua. Soy una estatua de mármol. Una viviente. La gente grita y corre. Los observo. No hay nada para hacer. Solo gritar, o estar así, quieta. Moriremos todos. Estoy segura. 

Vuelvo a mirar a la joven que quiere irse conmigo. Afuera. Insiste en que la siga. Ella cree que tendremos una oportunidad. Pero no. La observo. De sus oídos chorrea sangre. Sé que los tímpanos le estallaron. Lo sé porque una vez estuve en una guerra. Fue horrible. Tantos muertos. Por eso decido quedarme y morir aquí, ahora. Ya.
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Estoy en una reposera,  en la pileta cubierta del hotel cuando escucho un ruido tremendo. El estruendo es impresionante y me deja sorda por un tiempo. Escucho solo una especie de silbido molesto, penetrante. Y el dolor que se pasa enseguida. Mi cabeza está abombada. Es como la resaca luego de varios vasos de tequila. Como en la universidad. Siento mi vida lejana. Ahora todo está lejos, incluso la paz.
Miro a mi alrededor buscando el origen del ruido. Pero veo que de la gente comienza a correr desesperada. Todos se chocan, todos se gritan aunque no los escucho. Quizás no escuchar sea lo mejor. Veo un hombre con un pedazo de fierro clavado en su brazo. Hay mucha sangre y él grita. Pero la imagen sin sonido es extraña, como en el cine mudo. Pienso en marionetas. En una extraña comedia, macabra. Quiero ayudar, pero él se tira a la pileta. Por ahí está buscando calmar su dolor. No sé. Solo observo. Sin hacer nada. 

Al otro lado de la pileta veo una señora que se quedó quieta. Aturdida. Quizás está aterrorizada. Quizás no sabe qué hacer. Mientras veo al hombre del hierro ahogándose sin remedio, voy hasta donde está la mujer. Su rostro está ido. Sé que es peligroso permanecer aquí así que le intento gritar que venga conmigo. Pero mi voz está apagada. Corro hacia ella. Voy en contra del resto y me golpean. Ellos quieren salir y yo haría lo mismo, pero esa mujer me preocupa. Podría dejarla y salvarme. Pero algo me dice que lo intente. Me acerco y en ese momento un enorme trozo de cielo raso cae en la piscina. Cae sobre el hombre y termina de matarlo. Todo es un horror. Me quedo un segundo mirando el agua y el fondo. El hombre, la sangre. Todo se mueve, hasta el edificio. Y no me entra en la cabeza qué está pasando. 

Entonces recuerdo a la señora y voy hasta donde está.La tomo de la mano. Me mira como ida. Tampoco entiende nada. ¡Será que su mente está en otro lugar? ¿En otro tiempo? Como puedo le digo que hay que salir de este caos. 

Algo me dice, creo que pregunta si nos bombardean. Yo le digo que no sé que está pasando, pero que es peligroso seguir en este lugar. Entonces veo sus ojos y sé que no me seguirá. Le doy un beso a su mano y me voy. 

Salgo y siento el caos en mi piel, en mis huesos. El cielo está convulsionado. Nubarrones espesos ocultan el sol. Y un resplandor en el horizonte me dice que ese primer estruendo fue solo el comienzo. Entonces veo un enorme misil que se dirige hasta donde estoy. Y una nave. Miro. Lloro. Nada de lo que haga cambiará mi destino. Nada. Entonces, como aquella mujer me siento en la arena a esperar el final. Y la entiendo, no sé como pero la entiendo.  

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Estoy en posición, señor. A la orden, Comandante.
Delta Force Cuatro en posición. Isla en la mira. El enemigo está en la mira, el enemigo está en la mira.
Oprimo el botón rojo titilante. La primera bomba cae en la playa. La explosión es impresionante, pero no cae en el blanco. Me avergüenza errar. El blanco era el hotel. Ahí está el presidente de Los Estados Unidos Planetarios. Él debe ser eliminado. Terminado. El resto son Daños Colaterales.
Preparo el nuevo misil. Con este es imposible fallar. 

En posición, señor. Misiles cargados. Preparado para lanzar en menos tres, menos dos…
El dedo es más rápido que la interpretación de los que mis ojos ven. La veo sentada en la playa. Mirando el cielo oscuro. Resignada. Sabe que todo terminará en su vida. ¿Cómo puede estar tan tranquila? No lo sé y me aturde. El misil sale. Los segundos se suceden. Siento el peso de su mirada en mi alma. La explosión se la lleva junto a las miles de personas. Mi misión está cumplida. Me retiro a la nave madre y ahí me felicitan mis compañeros. Soy un héroe, ahora. Voy a mi cuarto, me observo al espejo diminuto de la habitación. Recuerdo los ojos cristalinos de aquella joven. Su piel blanca y su pelo café. Miro mi piel escamosa y verde y no dejo de pensar en que se hizo lo que debía hacerse. Pero un sabor amargo me queda y no sé qué hacer con eso. 

Recibo una llamada de mi comandante “Felicitaciones”, dice. “Lo logramos”. Sí, pienso, lo logramos. Esta tarde, fui el destructor de la resistencia humana… Eliminé al enemigo, eliminé a la humanidad… ¿y ahora? 

Autor: Soledad Fernández - Todos los derechos reservados 2016