El padre yace
sin vida en la cama luego de batallar contra una terrible enfermedad. La madre,
tragando el llanto, abraza a uno de sus hijos, el más pequeño. El dolor es
inconsolable, pero sabe que debe estar fuerte por sus hijos. "¿A dónde van
los muertos, mamá?", pregunta el niño.
—Cuando era chica así como son ustedes
ahora, mi papa también murió—. Dice ella intentando consolar a los niños. —En ese entonces mi mamá no supo qué hacer. Yo estaba muy, muy
triste, como están ahora.
Mira a sus
dos hijos. El pequeño esconde la cabeza entre sus faldas. El mayor juega con un
auto viejo de madera. Lo estrella contra la pared una y otra vez. Está enojado.
Ella entiende ese dolor porque lo vivió muchas veces. La madre lleva a sus
hijos a la cocina y se sienta. El hijo menor la mira con ansiedad. Necesita
saber de la historia.
"Quizás",
piensa la madre, "escucharme les sirva y así puedan soportar el dolor".
—Yo le pregunté a dónde iban los muertos, también—dice la madre y de inmediato ambos niños le prestan atención.
Más relajada,
ella pone agua a calentar para hacer el té y luego cierra la puerta de la
habitación. Su estómago le da un golpe al observar el cuerpo exánime de su
esposo. El recuerdo de sus convulsiones, de las noches enteras sin dormir
intentando calmar esos movimientos violentos, la pone tensa, en jaque. Respira
hondo. Sabe que todo será diferente de ahora en más. Aunque no sabe qué hacer
con ese nuevo sentimiento de tranquilidad.
—Mi mamá al principio no me supo contestar. “Al cielo”, dijo
más de una vez. Yo, que pasaba horas observando el firmamento en busca de
indicios de que ahí había muertos por doquier, no estaba tan convencida y seguí
insistiendo con mi pregunta. ¿A dónde van los muertos, mamá? Una tarde en la
que yo no pude levantarme de mi cama, debido a la tristeza, mi mamá desesperada
fue al pueblo. Temía que yo muriese de pena. Allí averiguó con una señora cómo
ayudarme. Decían que era una bruja.
—¿De verdad era bruja?—dice el niño mayor y la madre hace
una media sonrisa.
—Mamá me llevó con ella porque, dijo: “necesitás escucharla
vos misma”.
Caminamos
largo con mamá. Kilómetros de barro en una tarde de invierno. El frío era duro
en aquellos años, más que ahora. Mis pies dolían y mi estómago se acalambraba
por la caminata y mi debilidad de los días previos. Cuando creí que no podía
más, cuando quise volver a la casa, fue que encontramos a la Señora Bruja. Así
la había bautizado yo. La Señora Bruja vivía en un ranchito pobre, escondido
del resto de las casas. En la puerta de madera gastada decía "Entrará el
que quiere saber". Ahí mamá me dejó y se marchó. Asustada me debatí si
debía entrar o no. Porque al fin y al cabo, saber a dónde van los muertos de
forma definitiva era algo peligroso. Porque si la respuesta no me gustaba, ya
no habría vuelta atrás. Y al fin y al cabo, solo era una niña. Sin embargo, luego
de un rato me animé a entrar. En parte fue por curiosidad, en parte porque me
estaba congelando literalmente.
Traspasé la
enclenque puerta mientras rechinaba al abrirse. Adentro, la casa estaba oscura
y me costó distinguir algo que no sean bultos. El viento se filtraba por entre
las hendijas y hacía un ruido como de silbido o quejido. Tenía mucho miedo.
Recuerdo que en la penumbra, junto a una ventana pequeña, estaba la Señora Bruja.
Parecía petrificada y cuando dijo "Acercate, niña", me sobresalté. Ella
era muy anciana. Sus ojos estaban velados por cataratas y su pelo blanco
enmarañado le daba el aspecto de toda una Bruja. Tenía en la mesa una olla
llena de agua. "Mirá el agua", dijo con tono solemne "¿Qué
ves?"
Miré con
ansiedad el agua esperando encontrar la sonrisa de papá o algo que me indique
que él estaba en un lugar mejor. Pero solo vi mi cara triste.
"No veo
nada, Señora Bruja", le dije angustiada. Ella me sonrió e insistió
"Mirá de nuevo y decime ¿qué ves?".
La madre
observa a sus hijos. Los ojitos de los niños brillan y la tristeza de antes se
nota más aplacada. Casi ausente.
—¿Viste algo mami?
La madre
sonríe. Se siente aliviada ya que, por un rato, sus dos niños piensan en algo
más que el padre muerto.
—Me acerqué otra vez y vi mi reflejo. Vi mi cara triste.
"Veo mi cara, Señora Bruja", le dije y ella insistió "Mirá de
nuevo, quedate un rato mirando y decime ¿qué ves?". A la tercera vez
observé más largamente y en detalle. No quería defraudar a mamá y deseaba desde
mi corazón saber si papá estaba bien. Y sobre todo, a dónde iban los muertos.
Miré un rato
largo. Para mi fueron horas, aunque nunca estuve segura de cuánto tiempo fue. Al
principio solo vi mi cara que seguía triste. El agua tranquila, el viento de
fondo, la señora esperando. Traté de apagar todo eso para poder concentrarme y
luego de un tiempo, detrás de mí apareció un cielo estrellado. Vi las miles de
estrellas y un firmamento azul intenso que me serenó. Pensé en mirar atrás, tal
vez la Señora Bruja había armado todo. Pero entonces, ella tomó mi mano y
entendí que seguía junto a mí. Continué observando atenta y sin pestañear. Las
estrellas lentamente desaparecieron y en su lugar asomaron la luna y el sol,
juntos, sonriendo. Y en el cielo anaranjado de un atardecer de otoño vi a papá
sobre un cometa que me saludaba. "¡Papá te extraño!" le grite y el
cometa vino hacia mí. Con una enorme explosión de polvo de estrellas papá bajó
y me abrazó fuerte. Quise que el tiempo se congelara en ese momento. Pero papá
me dijo que se tenía que ir. Que de ahora en adelante él me iba a cuidar. Que no
me preocupara porque algún día los dos montaríamos ese cometa. Me dio un beso
en la frente y supe que no lo vería por un largo tiempo.
Los niños
miran a su madre, la abrazan.
—Papá ahora está en los corazones de ustedes, hijos. En sus
ojos, en sus sonrisas. Papá los cuidará para siempre.
Los pequeños
sonríen. Afuera comienza a nevar y con los copos de nieve llega la familia. El
cura, la abuela, los vecinos ayudan en el velatorio. La casa se llena de ruidos,
de pisadas, de murmuraciones. Los niños se entristecen otra vez, entonces la
madre llena una enorme olla con agua y la pone frente a los pequeños. Ellos
observan a su madre y ella los alienta a mirar el agua cristalina: "Saluden
a papá, que ya se va".
Autora: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2018
No hay comentarios.:
Publicar un comentario