miércoles, 10 de julio de 2013

El retrato



La brisa cálida de primavera se filtró a través de uno de los enormes ventanales de la antigua casona. El sol que luchaba por traspasar las nubes, ocasionalmente lo lograba, dándole una tenue y cálida iluminación al lugar. En uno de sus triunfos, el astro rey iluminó aquel pasillo y cuando eso sucedió, el efecto provocado era casi de otro mundo. Los rincones, así clareados, parecían estar desiertos y se podían divisar cientos de pequeñas lianas que alguna araña se había tomado el tiempo de tejer. En la pared, frente a la ventana de mayor tamaño, se veía un cuadro con el rostro de una bella mujer. Su cabello oscuro, contrastaba con lo pálido del rostro y hasta una mirada triste se dejaba entre ver. Por el ángulo en que el retrato se hallaba ubicado podía observarse el reflejo del jardín que estaba justo frente a él. Y de esa manera, una extraña sensación de superposición de imágenes se formaba casi sin querer. Era como si la composición artística hubiera sido tenida en cuenta en su conjunto a la casa y más precisamente, a la galería con las moribundas plantas del parque; formando un todo que llegaba a ser casi surrealista.

Ese cuadro había capturado la atención de Ana quien se sintió cautivada no sólo por la imagen sino también por el juego del entorno. Luego de haberla visitado la primera vez, soñó ese retrato por más de una semana y en su corazón se instaló la idea de que esa mujer necesitaba compañía y hasta ayuda. Más precisamente la suya. Entonces, se decidió a adquirir la propiedad e inmediatamente llevó sus cosas al lugar. La mudanza en solitario, había durado hasta entrada la noche, por lo que luego de semejante tarea y con mucho por terminar, se recostó y cayó en un sueño profundo, donde la mujer del cuadro, de rostro triste, pugnaba por decirle algo.

“Ana”. Un suspiro en el aire parecía escucharse.

Ella despertó bruscamente. No estaba muy segura de cuánto tiempo llevaba durmiendo; allí estaba todo oscuro. La habitación que había elegido para dormir daba al parque principal. Unas pesadas cortinas blancas y claramente antiguas, le daban cierta intimidad al entorno de la habitación ya que sólo el vidrio se interponía con el exterior. Ella se asomó y desde allí pudo ver la galería cruzando el jardín. Aquel espacio, otrora lleno de vida y color, estaba rodeado por la propia casa. Aún se podía apreciar alguna que otra planta que los años habían castigado volviéndolas ramas de extrañas y retorcidas formas. La aridez reinante hizo además, que en el lugar del césped, creciera una opaca vegetación que desafiaría a Ana en el arte de la jardinería. Ese jardín era como el corazón de la casa, agonizante pero con una belleza casi tétrica. La luna emitía en ese momento, una luz que caía como derramada en el parque y se posaba caprichosamente sobre el cuadro. A pesar de la distancia entre la habitación y la galería, Ana podía apreciar con una nitidez increíble, hasta intimidante, la imagen en su totalidad. Ella se sintió hipnotizada.

“Ana”, escuchó a lo lejos y su piel se erizó por completo. Miró con detenimiento el cuadro y le pareció que la mujer se movía, que extendía sus brazos fuera del marco pidiendo por ella. Una sensación de doblegamiento y dependencia se apoderaron de ella, tanto que tuvo que luchar por desprender la mirada de esa mujer suplicante y salir de allí. Cuando finalmente venció la inmovilidad, se alejó de la ventana con el corazón palpitando a demasiada velocidad. Creyó volverse loca y corrió hacia la puerta de la habitación. Prendió las luces y volvió a mirar por la ventana. Pero para su sorpresa, todo estaba en su lugar: las cortinas del pasillo se encontraban cerradas y la oscuridad reinaba en aquel sitio. Ni siquiera la luna estaba alumbrando.

“Estoy alucinando”, pensó y decidió prepararse un café para despertarse. Salió de la habitación y pasó por el comedor. Allí sintió una presencia extraña, como si algo más invisible pero poderoso, la estuviese siguiendo. Era como un presentimiento de algo, algo que no podía precisar o definir con exactitud, aunque muy contundente. Prendió las luces y sin embargo todo estaba tal cual ella lo había dejado horas antes: cajas apiladas en varios rincones que le recordaron que su tarea aún no había finalizado, algunos muebles aún cubiertos por sábanas y maletas que debían organizarse. Nada extraño y menos aún, ningún ente indefinido por allí. Llegó al otro extremo del comedor y notó que debía atravesar aquel pasillo para llegar a la cocina. Intentó prender las luces de la galería pero estas no quisieron encenderse. “No pasa nada”, se dijo para tomar coraje y empezó a caminar con cierto sigilo. Las cortinas se elevaron suavemente. Comenzaron a volar como si el viento las acariciase. Sin embargo, afuera, la noche estaba calma, sin viento. Ni siquiera la más mínima brisa. La luna salió y comenzó a alumbrar nuevamente, tanto que parecía un reflector apuntando al retrato.  

 “Ana”, nuevamente se escuchó como en un suspiro y del cuadro pareció salir una mano de mujer. Ana se paró en seco por el terror que le provocaba una posibilidad. La posibilidad de estar enloqueciendo. Despabiló su cabeza y decididamente avanzó. La galería era enorme. Bella, de una extraña y oscura manera. Antigua y simplemente adornada con ese maravilloso retrato. Ana pasó a su lado y por más que hizo un esfuerzo descomunal por no observarlo, su cabeza giró como poseída por una fuerza mayor y desconocida, y lo miró. Para su sorpresa nadie había allí dentro. El lienzo, que minutos atrás mostraba a una joven hermosa y triste, estaba vacío.  
“¡No puede ser!”, pensó Ana y se acercó más. Un paso hacia adelante le permitió ver que lo que ella creía vacío, muy hacía el fondo mostraba un árbol sin hojas, con las ramas retorcidas. Muy similar al árbol de su nuevo parque. Se acercó un paso más y pudo ver que antes del árbol había unas cortinas largas y enormes que ornaban unos ventanales gigantes.  Dio otro paso más y observó que una mujer se acercaba tímidamente, como investigándola a ella, a Ana. “¿Quién será?”, pensó y se acercó aún más. Estaba casi tocando el cuadro con su rostro cuando logró divisar con horror que alguien más estaba con esa mujer curiosa; alguien se acercaba por detrás con un cuchillo en la mano. “¡No!”, salió el grito de sus entrañas intentando prevenir a aquella mujer de lo que inevitablemente iba a suceder. Entonces Ana estiró su mano y atravesó el vidrio del cuadro como si éste no existiese, intentando advertir del peligro a la mujer. Pero mientras Ana se desesperaba por lo que estaba observando, una fuerza poderosa e invisible la empujó haciéndola caer sin más remedio dentro de ese submundo, dentro del cuadro dejándola atrapada.

Ana miró a través del vidrio del cuadro y vio que al otro lado del ventanal, a través del jardín muerto, había una luz en “su” habitación. Desde allí, una mujer joven miraba, la observaba con asombro y terror. La luz de la luna, mientras tanto, iluminaba a la mujer atrapada en el retrato que con el rostro triste, le pedía auxilio a esa desconocida que ahora habitaba su hogar.



Autor: Miscelaneas de la oscuridad

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