domingo, 7 de julio de 2013

Entre dos mundos

Ella sabía que en breve el tiempo se terminaría, pero aún así intentó disfrutar del espectáculo que le brindaba la naturaleza. El cielo estaba de un azul claro impactante. La brisa cálida de primavera, le acariciaba el rostro y ella se sintió en armonía con el universo. Aspiró una bocanada de aire fresco y quedó intoxicada por el oxigeno puro del lugar. Miró el reloj. Amaba ese reloj. Estaba decorado con diminutas mariposas en lugar de números y eso la hacía sentirse menos apurada, más relajada. Diez minutos más. El paisaje comenzó a borrarse. “Aun faltan diez minutos”, se reprochó. El árbol que tenía frente a ella desapareció en un parpadear de ojos. El sol se oscureció y dio paso a un cielo gris, monótono, descolorido y sin gracia. “No quiero que se termine”, se dijo aún sabiendo cómo sería el final. El banco donde estaba sentada se fue desmaterializando lentamente y en ese preciso instante una sombra nueva y diferente apareció. Sólo un segundo, brusca y rápidamente: ella vio su rostro. Alguien nuevo en su paisaje habitual. Los ojos de él hicieron contacto con los de ella y hubo un segundo de impacto mutuo. Ella sabía que se terminaba el tiempo. Se quería aferrar a esa sensación de bienestar. A la mirada nueva y a ese rostro bello que por primera vez, en miles de horas que llevaba allí, apareció para romper con la armonía construida tan delicadamente. Y de la que ella formaba parte. Memorizó la cara de él…

La alarma del despertador sonó dos veces. Una más que de costumbre. Alma se levantó con un rostro en su memoria. Debía afrontar un día más de su vida sombría. Pero esta vez con unos bellos y serenos ojos que habían sido clavados en su corazón.
Se levantó con esfuerzo. Desde aquel accidente, unos cuantos años atrás, cada día que pasaba se le dificultaba más y más el poder andar sola. Cada paso era un dolor inmenso y los analgésicos, ya no surtían efecto. “No tiene nada”, le había dicho su médico y ella se sintió tratada como a una loca. Una desquiciada a la que intentaban convencer de que su mundo era color de rosa cuando en realidad, era todo lo opuesto. Luego de ello, de ese mal episodio con la medicina, decidió tener una vida alternativa. Ya que su vida se había vuelto un infierno decidió que su paraíso estaría en el mundo de los sueños.

Cada noche ella soñaba lo mismo: un hermoso lugar. En ese sitio, ella estaba con su cuerpo de otrora, bello y esbelto, como había sido antes del accidente. Joven. El paso del tiempo no la afectaba en aquel rincón inventado por ella. La epifanía comenzaba siempre de la misma manera: sentada en un banco de plaza, frente a ella, un lago cristalino, donde los patos paseaban. Era primavera, siempre primavera y el cielo estaba despejado. Nunca llovió en aquel refugio mágico y nunca se ocultó el sol. Un árbol frondoso le brindaba sombra y ella leía o tomaba café, o sólo miraba el horizonte, disfrutando de la belleza de la vida y la naturaleza. Una belleza que su vida real y cotidiana, había perdido.
Muchas veces caminaba descalza a la orilla del lago con sus pies sanos y fuertes. Podía así sentir el agua cristalina y tibia en su piel. Otras veces paseaba en bicicleta. Allí encontró la perfección y era feliz.

¿Quién será?”, se preguntó mientras preparaba los mates de la mañana. “Yo no pedí a nadie en mi mundo”. Estaba extrañada. Alguien en su sueño se había aparecido y no era su esposo. Ex mejor dicho. Hombre bueno y amable pero nunca fuerte y decidido como ella necesitó en el momento más duro de su vida. Ella le reprochó solo una cosa: que la dejó vivir. “Se feliz con alguien más” le había dicho sabiendo que él estaba esperando esa libertad. Luego del accidente Alma había estado en coma demasiado tiempo y cuando despertó, él había hecho un duelo que se trasladó a la cotidianeidad. Entonces, una vez que ella se pudo valer por si misma le agradeció el tiempo que la había esperado y lo dejó volar. Y se quedó sola. Mucho tiempo sola, sin articular palabra. No lo necesitaba. Trabajaba en una pequeña oficina armando expedientes. Le dejaban en la mañana las copias antes de que ella llegase y las retiraban luego de que ella se hubiera marchado. Ninguna interacción. Ningún amigo. Pero no se quejaba, “no lo necesito”, se decía a si misma para convencerse de que su vida era como la del resto.

Pero si yo no pedí… ¿y si vuelve?” Alma se asustó con la idea. Se asustó porque tal vez, ella quería que él volviese. Entonces, si esto era de esa manera, la verdadera y molesta pregunta sería, ¿Por qué no volvió? Esos ojos habían sido muy intensos y no podía borrarlos de su mente. Tomó el colectivo de siempre para llegar a su trabajo y durante las horas que transcurrieron allí Alma siguió pensando en esa aparición, en su significado. Armó expedientes, como cada día, con paciencia y dedicación, aunque con dolor. Un dolor que no sólo se alojaba en su cuerpo sino que además se había instalado en su corazón. Solo paró un instante para almorzar, sola como siempre. Luego y sin demasiado ánimo, volvió a su casa. Allí y para pasar el resto de horas que quedaban para la noche, arregló unas plantitas, miró un poco de televisión (aunque nada le interesaba) y sólo de esa forma, las horas se pasaron. Entonces, la noche llegó. En ese momento, ella se puso de mejor humor. Sabía que al menos durante 8 horas sería nuevamente la mujer de antes. Aquella joven, sin problemas, sin dificultades. Se animó a tararear una canción.

¿Estarás allí?”, pensó y cerró los ojos. Entonces, nada. La puerta a su mundo paralelo y personal estaba cerrada. No podía dormirse. La molestaba la posibilidad de ya no estar sola en su rincón privado o tal vez, lo que realmente la perturbaba era la posibilidad de estar sola para siempre. “¡Qué tonta soy! ¡Es mi lugar! ¡Yo pongo las reglas!”, se dijo. Tomó una píldora para dormir y cerró los ojos. Un libro. El lago con cisnes blancos de cuello largo. El árbol que le brindaba protección. Miró al cielo y notó que era un perfecto atardecer. “Qué raro”, pensó. Ella había diseñado un cielo azul con el sol inmaculado…y nunca, pero nunca se había alterado ese diseño.
Pero ese día su diseño era otro muy diferente. El sol estaba siendo devorado por el propio horizonte, entre dos cerros de picos nevados y a pesar de todo a Alma le encantó esa vista. En la lucha por no desaparecer, el astro destellaba miles de tonos naranjas que se mezclaban con rojo, amarillo y rosa. Belleza pura. La brisa le tocó el rostro y de esa manera despejó sus malos pensamientos. No era su diseño, pero ya no le preocupaba demasiado: era feliz y se encontraba relajada otra vez. Se levantó del banco y caminó hacia el lago. Se quitó los zapatos y tocó el agua con sus pies. Frescura infinita.
-¡Hola!

Alma se asustó. Dio vuelta sobre sus talones y allí estaba él, otra vez. Alto, bello, sonriente. Parecía desafiarla con su mera presencia. Sus ojos eran claros como el agua del lago al cual ella analizaba tirarse si esto se ponía feo.
-¿Quien sos?- le preguntó Alma sin siquiera saludarlo apropiadamente.
-Vos sabes quien soy
-No, no se quién sos. Si supiera no te lo hubiera preguntado…
-Creo que sabés…pero bueno, tal vez sea muy pronto. Yo sí te conozco. Te he observado todo este tiempo.
-¿Sos un acosador, acaso?
-No, para nada –le contestó el con una carcajada.
Al parecer a él le divertía toda esta situación, aunque a Alma la ponía de un humor extraño y contradictorio.
-Si querés me podés llamar Leandro.
-Leandro…y ¿cómo se supone que te conozco?
-No tiene importancia…ya no hay tiempo para discutir. En diez minutos…
-…me voy…

Alma se quedó pasmada. Miró su reloj de mariposas y notó que ya era la hora. El tiempo se había pasado rápidamente. No quería irse. Más allá de la invasión, necesitaba imperiosamente hablar con este hombre que súbitamente se había aparecido en su mundo.
-Necesito explicaciones…
-¡Hasta mañana, bella mujer!
Miró el cielo. El sol desapareció definitivamente detrás del horizonte. Irremediablemente el tiempo se acababa y ella no quería irse. Lo miró y se empapó de su rostro, de sus ojos, de su sonrisa.
-Hasta mañana…

Abrió los ojos. Su mundo gris y tedioso comenzaba otra vez.
Ese día ni siquiera intentó cambiarse de ropa. Apenas si se levantó y desayunó. Sólo se quedó mirando el reloj, esperando que éste avanzara. Pero al parecer, el tiempo era tirano y ella se había transformado en su esclava. Deseaba dormir y en la medida de lo posible, eternamente, junto a él, a su nuevo conocido. Intentó recordarlo. Hacer que la sensación descubierta al estar junto a Leandro, se instalara y se hiciera perpetua. Pero no lo logró. Lo intentó una vez más: sus ojos eran bellos, de un verde que le rememoraba la primavera, esa de sus sueños. Esos ojos eran sinceros, una ventana al alma de Leandro. Le parecían, ahora que lo meditaba, vagamente conocidos, familiares quizás. Su cabello, entrecano, le daba un aspecto de hombre experimentado, de alguien que conocía el mundo. Y sus manos, firmes, pero suaves… ¿Suaves? Cómo lo sabía. Estaba segura de que eran suaves, pero ¿cómo?
Era inquietante saber algo de un total desconocido. Y sin embargo, Alma estaba segura de la suavidad de sus manos. ¿La habría acariciado alguna vez?, “Imposible”, se dijo. Pero a pesar de ello, si lo intentaba, podía describir la sensación producida por las manos de Leandro en su piel…
El reloj marcó las 10 de la noche. Tomó un té caliente y se fue a dormir…

Abrió sus ojos y nadie había allí. El paisaje era el habitual. Sol, árbol, laguna, primavera. Su corazón se sintió desfallecer. ¿Por qué él le haría eso? Aparecer y ser alguien, para marcharse después. Sintió un peso en el corazón, una sensación que ya había tenido aunque no podía recordar cual había sido el motivo. Una lágrima cristalina rodó por su mejilla. Entonces, una mano conocida se la secó y le acarició el rostro.
-¿Llorás por mi?
-¿Dónde estabas? – le reprochó ella
-¿Aún no me recordás?
-¿De dónde? Recuerdo esa caricia…

Él la besó intensa y prolongadamente. Entonces, su cuerpo estalló en un éxtasis como el que no disfrutaba desde mucho tiempo atrás, quizás demasiado. Lo conocía. Conocía esos labios, esas manos, esa piel. Pero ¿de dónde? Sin embargo, en ese precioso momento de pasión, no le interesaba. Sólo deseaba a ese hombre. Deseaba que no parase de besarla nunca y por sobre todas las cosas, deseaba no despertar jamás.
-Ya te tenés que ir…
-No me quiero ir… ¿Te volveré a ver?
-Si lo deseas, así será. Estoy aquí para vos.

Leandro le tocó los labios con el pulpejo de sus dedos y ella despertó. Miró el otro lado de la cama, vacía y helada. Tal cual era su vida. Sin embargo, algo en ella había cambiado. Ese día Alma se levantó con alegría. Porque esa noche, ella tenía una cita con el amor, una cita con Leandro.

Las horas que transcurrieron entre la mañana y la hora de dormir no fueron tan descoloridas como habían sido hasta ese día. En su trabajo se animó a charlar con una persona que trabajaba junto a su oficina y le pareció bien. Volvió a su hogar, y en el viaje admiró el cielo y el sol del invierno que se posaba cálido, sobre su rostro. Admiró sus plantas, comió algo y se fue a dormir. Pero en el instante en que cerró los ojos un recuerdo la golpeó con una fuerza inmensa: recordó a Leandro, recordó cómo y donde lo había conocido.

Esa noche el no apareció y por primera vez en su sueño, llovió con intensidad.
Las siguientes noches fueron inquietas para ella. Un pensamiento le rondaba en su mente. “Quiero que estés conmigo por siempre”, le había dicho Leandro la primera vez que ella lo abandonó. Ese abandono, había sido la decisión más difícil que Alma había tomado en su vida. Pero lo hacía por su esposo. Debió resolver eso antes de intentar ser libre. Muchos recuerdos se hicieron presentes y ella no entendía cómo los había ahogado. ¿Como había sido posible que se hubiera olvidado de Leandro, de lo que había significado su amor? Un amor que se había aparecido de la nada, en el momento de mayor oscuridad de su vida, en el tiempo en que ella supo estar perdida.
Esa semana, no consiguió dormir. A pesar de las píldoras, a pesar de concentrarse. Estaba dividida entre dos mundos y debía elegir. A estas instancias, así debía ser. Leandro la esperaba desde hacía años y ella lo sabía: tendría quedarse con su vida monótona, solitaria y gris o decidirse por un mundo bello y placentero, junto a él.
Y al parecer, el simple hecho de no poder descansar le estaba señalando la triste realidad. Su corazón ya había decidido y su mente debía acatar esa decisión.

Esa noche Alma se vistió de blanco. Un hermoso vestido de gasa, largo hasta los talones que llevaba guardado en su placard durante demasiado tiempo. Se peinó su larga cabellera negra, se maquilló y se sentó en la cama. Echó un vistazo a su alrededor. Su casa, nunca allí había escuchado el llanto o la sonrisa de un niño, jamás. Esa era su tarea pendiente. Y quedaría así. Notó que el ambiente era oscuro, casi depresivo y se dio cuenta de que había estado sumergida en tinieblas durante mucho tiempo. Ese lugar era la antinomia de su otro mundo. Hasta se animó a creer que ese mundo tal vez era su pesadilla cotidiana. Se aferró a su lugar feliz para tomar coraje.
Miró su mesita de luz y contó las pastillas. Estaban todas las que necesitaba junto a un gran vaso lleno de agua. Respiró hondo, algo nerviosa ya que extrañaba el rostro y las manos de Leandro. Una a una se tomó las treinta píldoras para dormir y se recostó. Su cuerpo comenzó a temblar y su garganta se cerró. Oscuridad.

Miró desesperada hacia uno y otro lado y sólo veía tinieblas, oscuridad por doquier. Sintió que su corazón flaqueaba y que su respiración se hacía lenta y dificultosa. “Es mi fin”, pensó y se dejó caer en la nada.
Una mano la agarró y la sacó de ese mar negro en el que estaba luchando. Ella se aferró a Leandro, sintió su cuerpo cálido y lo besó con intensidad. Ansiaba sus labios, los extrañaba horrores. Mientras lo besaba se juró nunca más abandonarlo. Entonces, se amaron miles de veces en minutos.
-Te acordaste de mí- dijo Leandro entre lágrimas.
-Si, vos fuiste mi faro cuando estuve perdida, en coma. Te amé en ese tiempo, te amo hoy y te amaré por siempre.
-Eternamente juntos, mi bello amor, eternamente juntos…

Alma había despertado de un mundo agonizante y sin color. Una nueva vida, junto a Leandro comenzaba y de ahora en más, ya nunca se volverían a separar…



Autor: Miscelaneas de la oscuridad

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