¿Qué es la realidad?, preguntó. ¿Qué somos? “Polvo de estrellas…” Hay quienes opinan
que uno decide de qué manera vivir e incluso morir. Un sabio dijo una vez: las
cosas se ven cuando estamos preparados para verlas. Creo que durante mucho
tiempo fui incapaz de muchas cosas, sobre todo de creer. Hoy, luego de aquello,
pienso diferente. Hoy creo que elegimos cada una de las cosas que vivimos. Conscientes
o no, la verdad es que vivimos la vida que deseamos.
Hace tiempo ya, no recuerdo cuánto,
sucedió lo que denominé: “el evento”. Si, lo llamé así porque desde entonces, no
he podido encontrar otra forma de nombrarlo sin que suene, como mínimo, bizarro.
No hay frase o palabra que globalice la catarata de sentimientos que provocó en
mí aquel episodio y de lo que aún hoy produce en mis pensamientos.
Yo me encontraba sola, como siempre, rodeada
de las flores de mi jardín. Era un espléndido jardín y prácticamente se
mantenía solo. Esa cuestión era magnífica: mi labor allí era superflua, casi
inexistente y sin embargo aquel lugar me daba lo máximo de sí.
Cuando todo ocurrió, en ese mismísimo
segundo, recuerdo que el sol iluminaba cada planta, cada flor, dándoles un
extraño aunque agradable fulgor anaranjado; sentí, por un breve segundo que ese
jardín magnífico y único se transformaba en mi edén personal y todo por esos
rayos. Sí, estaba hermoso y colorido, y junto al aire tibio que me envolvía, me
hacía sentir segura. En casa. Era primavera… siempre lo era y se sentía bien. Los
días más largos, las tardes calmas y sosegadas. Sosiego, sí.
“Que rosas tan bellas tenés en este
parque tuyo”
Salté del susto. ¿Quién se atrevía a
irrumpir de esa manera mi meditación y lo peor, mi jardín? Miré a todos lados buscando
respuesta a ese interrogante que se diluía en una realidad contundente: no
había ni un alma.
“Tal vez pensé demasiado alto”, me
dije. Si, quizás eso había sucedido. Era más fácil pensar eso que la
alternativa: me estaba volviendo loca. Y era posible, ya que con los años, la
soledad y la reclusión pueden dañar a cualquiera.
Me acerqué a una azalea de color
bordó y me concentré en la vista. Aislé mis sensaciones, enfoqué mi mente en
solo ese detalle: el color que era exquisito. El sol ya estaba desapareciendo
en el horizonte y lanzaba sus últimos rayos. Sentí de golpe que me pedía que lo
esperase al día siguiente y en secreto se lo juré.
“¡Qué maravilloso atardecer!”
Y ahí estaba otra vez ese suspiro,
esa brisa parlante que nunca antes había aparecido. Intenté mantenerme
equilibrada y no desesperar. Por un segundo me olvidé del atardecer, del
jardín, de mis días e intenté saber de qué se trataba todo eso que estaba
ocurriendo. No deseaba espantarlo así que suspiré, me serené y con aire ausente
contesté: “Si, es espectacular…”
Pero no hubo respuesta, por supuesto.
Me reí de la situación, porque de
alguna forma, era hilarante. De repente, me encontré hablando y riendo sola,
todo lo cual reforzaba la teoría de la locura.
-No estás loca -me dijo, entonces me
di vuelta y lo noté.
Entrecerré mis ojos para ver mejor,
aunque apenas si noté alguna diferencia.
-¿Quién está ahí? -dije haciéndome la
valiente y forzando aún más mi vista para divisar el origen de la voz.
-Solo yo -respondió aquel susurro y
en la penumbra del atardecer me pareció distinguir una forma, quizás humana.
-¿Qué querés de mí? -le pregunté para
confirmar las intenciones de aquella presencia.
-Compañía. ¿Charlar un rato, tal vez?
-Ya estamos charlando, así que conseguiste
ya lo que querías…
-Parece que sí… -y noté un titubeo en
su voz. -¿cómo estás?
Lo miré. Estaba sentado aunque no
podía divisar la silla con claridad. A su alrededor parecía haber algo así como
un jardín, pero a diferencia del mío, estaba marchito, descuidado. Pero lo que
me dejó pensando fue la pregunta. Intenté responder con sinceridad, aunque…
-Como siempre… calmo, sin demasiadas
exaltaciones. ¿Y vos?
-Triste. Extraño… -comenzó, pero se
interrumpió de inmediato como si se hubiese arrepentido al instante de aquello
que me iba a decir.
-¿Que extrañás?
-Mi jardín…
-Ah…
-Si… yo tenía un jardín hermoso… como
ese que tenés vos…
-Si… es magnífico… ¿y qué pasó con tu
jardín?
El miró hacia el suelo, que al
parecer no era el mismo que yo pisaba, y supe que no era lo único que
extrañaba.
-Tengo la sensación de que tu pena es
más profunda que un simple jardín… ¿qué más extrañás?
-A mi compañera de vida. Ella era la
que cuidaba nuestro jardín, nuestra vida… se fue, decidió que era lo mejor.
-¿Y fue así?
-Estoy tratando de averiguarlo…
-suspiró aunque no estaba completamente segura de si eso era un suspiro y lo
extraño fue que la tristeza me invadió. Su tristeza, su melancolía se coló en
mis huesos. Pero nada podía hacer. O no sabía qué hacer.
-Te hago una pregunta ¿puedo? -continué
como si nada.
-Si, por supuesto
-¿Por qué yo?
-Porque sos la única a la que he
buscado y respondiste
La única que he buscado… eso era
extraño, en verdad. No me dijo que era la única que estaba allí o porque le di
lástima, no. Él me había buscado y yo le había respondido. La respuesta me
intrigó más, pero cuando quise indagar acerca de ello, ya no lo vi.
Esa noche le di vueltas al asunto.
Pensé en mi vida, en el tiempo en que llevaba así, de la misma forma. No me
pesaba, ya no. Hubo una época en que sí, pero sin recordar cómo, dejó de ser un
problema. Era raro. Sin embargo, no pude seguir pensando en ello y finalmente,
me dormí. Fue entonces cuando tuve un sueño de lo más insólito. Yo estaba en
el jardín marchito del joven aparecido,
triste. La soledad se había instalado en mi corazón. Algo había pasado pero no
recordaba qué. Solo sentí la angustia de la pérdida y un desamparo tremendo,
como si se tratase de un hoyo enorme del que me sentía jalada. En medio de
semejante padecer, me dejé llevar por esa oscuridad y finalmente decidí
renunciar a la vida.
Sentí que alguien me llamaba y desperté
con la angustia de quien decide la salida fácil.
-Perdón por dejarte ayer -dijo la
voz.
Ahora podía verlo con mayor nitidez.
Era un joven muy atractivo, de profundos ojos claros y rostro bondadoso, aunque
agobiado. El jardín que lo rodeaba seguía marchito, pero ahora divisaba un
árbol detrás de él, que tenía un columpio colgando de una de sus ramas. Me
trajo una sensación de calidez que desconocía -o no entendía- mezclado con
cierta añoranza. Lo miré de nuevo. Me hacía una sonrisa pero sus ojos estaban
llenos de lágrimas.
-Está bien. Estoy acostumbrada a la
soledad -le dije sin dejar de observarlo.
Era muy bello y de una forma loca, me
trajo recuerdos difusos: sonrisas, tardes de verano el columpio que iba y venía.
Pero costaba poner las emociones en orden. Y aunque mirarlo me daba la
sensación de algo familiar y bueno, intentar recordar era agotador y me provocaba
una sensación extraña, amarga tal vez y ya no quise esforzarme. En todo caso,
él me diría lo que mis neuronas se empeñaban en ocultarme.
-¿No me recordás? -dijo rápido y noté
que le tembló la voz.
-Tal vez, está borroso, mezclado. Me
hace doler la cabeza -le dije y él me sonrió con cierto asombro en su mirada.
-No sabía que podías sentir eso –contestó
y nuevamente desapareció.
Me dejaba otra vez con la palabra en
la boca. “No sabía que podías sentir eso” Aquella frase retumbó en mis oídos
una y otra vez. “Me estoy volviendo loca”, me dije confirmando la sospecha que
me carcomía desde el día anterior. Porque al fin de cuentas estaba hablando con
una aparición. ¿Cómo era eso de no poder sentir algo? ¿En qué mundo vivía? ¿Quién
era él para cuestionar mis sentimientos? Y lo peor ¿cómo se aparecía así y se
iba sin más? No era normal, no.
Otra noche llegó con sueños
revoltosos. La pérdida, el joven de ojos claros que me miraba triste, el llanto
de un niño pequeño, que se sentía angustiante y yo que desaparecía en la
oscuridad. Un nuevo día llegó y esperé por que apareciese.
A pesar de todo lo que me generaba,
había decidido ayudarlo. Si, sentí que debía ayudarlo a buscar su camino. Tal
vez solo necesitaba mi amistad y mi egoísmo había puesto mis dudas por sobre
sus necesidades. Le diría que se podía quedar conmigo cuanto necesitase.
Otra vez sentí el llamado y apareció
en mi jardín, rodeado de sus flores marchitas y césped amarillo. Esta vez su
rostro era triste. Había llorado, se notaba.
-¿Qué te sucede? -le pregunté.
-Este será nuestro último encuentro… -respondió.
-¿Por qué?
-Es lo acordado…
-¿Lo acordado? –pregunté sin
entender.
-Solo esto podía tener… pero es muy
doloroso decirte adiós. Aunque esta vez puedo hacerlo, al menos.
Lo observé y su tristeza era genuina
y se hizo mía. La oscuridad volvía y no entendía el motivo. Sentí que yo
desaparecería con él y le rogué que se quedase. Le prometí que cuidaría su
jardín y el lloró con esa propuesta.
-No puedo continuar -le dijo a
alguien más. A alguien a quien yo no veía, por supuesto. -Sólo quiero que sepas
que siempre te amé y así seguirá siendo –me dijo y su mirada me atravesó por
completo.
-Pero… -solo atiné a responder y él
me abandonó para siempre.
En los días que siguieron, incluso
durante semanas, esperé a que él regresase. Quizás hasta lo extrañaba. Dicen por
ahí que existen distintos planos de la realidad. No sé. Lo único que hoy sé es
que a pesar de que mis días continuaron uno tras otro de la misma forma, mi jardín
ya no es el mismo y algunas flores comenzaron a marchitarse.
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2015
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