sábado, 24 de noviembre de 2018

Al son de su melodía





“Sólo es una noche”, te dijo. Una única noche. ¿Qué te iba a pasar? Nada. Te lo repetiste una y otra vez. Nada podría pasarte, era solo una casa. La casa más antigua del pueblo, la casa donde la habían asesinado. 

Cuando el doctor te hizo la propuesta de pasar una noche ahí para tratar tus terrores nocturnos, no dijiste ni una palabra. Porque, claro, no tenías terrores, tenías “dudas”. Miles de dudas. Y una nube densa, empetrolada que obstruía tus recuerdos.

El hombre te lleva a la sala principal, en silencio. Su mutismo te recuerda el velatorio de ella, a los pasos de la gente que como ahora, rebotaban por la casa sordos. Ahí mismo, hace tanto.

Te deja en la sala principal y se va. Ves el viejo piano lleno de telarañas, una silla y un enorme ventanal que está tapiado. Desde aquella época, toda la casa está sellada, salvo por la gran puerta principal. Ahí hay cadenas como las que pesan en tu alma. 

Unas cortinas de terciopelo cubren el ventanal y desde adentro no se nota el tapial. Un hermoso detalle que no te sirve de nada, porque vos lo sabés. Sabés que estarás encerrado toda la noche. Que no vas a poder escapar aunque lo intentes. Pero qué importa ya, ¿verdad? 

Seguís observando la habitación. Todo está prolijo, limpio. Quizás demasiado, por ser una casa abandonada. Te preguntás si habrían limpiado para dejarte ahí. ¿Por qué pensar en eso? Ahí sucedieron cosas más graves que el polvo acumulado o una alfombra mal aspirada. Esos pensamientos son tus distractores. Como siempre. Para no pensar en lo malo, siempre te enfocás en lo ínfimo, en lo inútil. En los detallitos periféricos que no aportan nada. Quizás te sentís culpable por no haber visto lo que pasaba. Por haber estado tan ciego. O tal vez te repetís que estabas distraído, que el árbol te tapó el bosque. Porque según la policía, ella se mató. Hipócrita. 

Pensás en Clara. En cuando habían sido felices ahí, en esta misma casa, veinte años atrás. ¿Por qué volver? Según tu declaración, no recordás nada de aquella noche. Nada significativo. Incluso dijiste que estabas descansando, unos cuantos metros más allá. Raro ¿no? Por ahí necesitás explicaciones, porque la duda siempre te acompañó, desde aquella noche. Y ya es tiempo de enfrentar a los fantasmas de tu pasado y pasar una noche en el mismo lugar en que ella apareció muerta, sentada en esa silla.
Sola. 

El tiempo corre, pero vos no estás seguro de a qué velocidad. No hay reloj o tic tac que te acompañe, que pueda guiarte en esta única noche. Aunque la casa tiene un ritmo propio y lo sentís en tu sistema, en tu conciencia. Es enloquecedor estar encerrado ¿no? Así se habrá sentido ella. Pensalo, ella pasó tanto tiempo acá sola, desesperada pidiéndote clemencia y vos le ponías llave a esa puerta y la dejabas llorando por su mal comportamiento. Por su libertad… su libertinaje, según vos. Te sentías hecho a un lado, basureado por sus aires de diva. Y tenías que disciplinarla. Y luego de un tiempo, cuando ya no le quedaban lágrimas para llorar, Clara tocaba el piano y vos te sentabas afuera y llorabas por ese destino retorcido que los unía.

¿Y quién la mató? No estás seguro, ¿verdad? No te pongas nervioso. No es necesario. El pasado está en el pasado, aunque la casa te envuelva y te confunda. 

Sí. Es mejor que camines, que andes por ahí rememorando aquellos años. Recordá a Clara tocando en el piano esa melodía que jamás terminaba de componer. Porque estaba distraída al final y nunca supiste el motivo de su distracción. Y eso te provocaba celos, odio, envidia. Todo junto. Sin embargo, la música era lo más hermoso de ella. Y ella era perfectamente hermosa, aun con sus cositas… ya sé. No querés recordar cómo era en realidad ¿no? Claro. A la larga, ella te dominaba, te doblegaba con su carácter, con sus exigencias de gran artista. Con su belleza extrema. Con su apasionado amor. Y cuando te excedía la encerrabas… y esta casa era testigo de su dolor.

La habitación se hace pequeña de pronto. Sentís que te absorbe, que te oprime como lo hacía Clara. Te falta el aire porque está viciado. El encierro te aprieta en el pecho. Vas hasta la puerta. Querés abrirla pero está cerrada. ¿Querés irte ya? Claro que querés irte, pero no podés. Porque hay algo que no cierra de aquella noche. Hay algo que está oscuro, denso. Y la casa sabe la respuesta. La casa te va a contar qué pasó, o mejor dicho, lo que no querés aceptar.

Volvé al piano. El piso ya no está tan limpio. Ahora se nota que el tiempo pasó. Hay tierra por todos lados, hojas secas que entraron por la chimenea. Una melodía vuelve a tu cabeza una y otra vez. No quieras evadirla. Aceptala. Es un regalo, como te decía ella. Sí. Su música era perfecta y única. Hubiera sido tan grande pero….

¿Quién la mató? Acaso ¿es tan importante saber quién empuñó el cuchillo después de cómo la tratabas? Parece que sí. Pero no te vayas. Sentate tranquilo que ya no falta tanto. ¿Ves a tu alrededor, como todo cambia? Ah ya sé, ese destello te saca de quicio. ¿Qué es eso que brilla en la mesita de allá? Dale, andá a ver y sacate las dudas. Desde que entraste a la habitación no te habías percatado de eso. Tampoco de la suciedad o del deterioro de la paredes. El papel tapiz está descascarado y las cortinas llenas de hongos. Los detalles, mi querido, son importantes. Y vos creíste que todo estaba bien, en orden. 

Caminás hasta la mesita, mientras sentís el latir de tu corazón en tus oídos. Al final no era tan buena idea pasar el tiempo ahí, junto a tantos recuerdos. ¿Qué va a pensar el doctor cuando te encuentre así de desquiciado en la mañana? ¿Qué le vas a decir? 

Llegás al destello. Es metálico. Lo agarrás mientras tu cuerpo tiembla por completo. La casa te habla, te cuenta de aquella noche pero no querés escucharla. Ya no.  Mirás el cuchillo, chorrea sangre fresca, roja. ¿De quién es? Te preguntás pero ya sabés la respuesta. Escuchá, te está contando lo que pasó. ¿Querías saber la verdad? Aceptala. 

Lo denso se va disolviendo lentamente, como el humo que se despeja con el viento. Ese viento te envuelve, te lleva, te sienta en la misma silla en la que Clara murió. Agarrá el cuchillo, dale. Agarralo firme y hacé lo mismo que  le hiciste a ella. Pasalo por tu garganta, profundo. Y perecé convulsionando, igual que Clara mientras la casa toca su música y el sol sale en el horizonte. 

Autora: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2018

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