jueves, 3 de octubre de 2013

En la tercera noche



Sol y Luna eran dos bellas hermanas. Ambas habían nacido dieciséis años atrás, un martes trece de tormenta. Había sido una noche larga y aterradora para su madre, y en el preciso momento en que ambas lloraron por primera vez, se produjo un apagón en toda la ciudad. La mamá de las niñas lo tomó como un presagio del poder de ellas. Aunque no sabría cuánta razón tenía hasta mucho tiempo después.

Se llevaban apenas dos minutos de diferencia y aunque parecían casi dos gotas de agua, no eran gemelas idénticas. Sol, la más joven, era una niña dulce y extrovertida. Su belleza, no solo exterior, le daba una facilidad de relación con otras personas que Luna envidiaba en secreto. Ella, al contrario de Sol, era introvertida y recelaba a su hermana constantemente. A pesar de estos detalles, ambas eran muy unidas y confidentes.


La niñez de las pequeñas pasó sin mayores sobresaltos. Su madre las amaba infinitamente, pero al tenerse una a la otra, ellas se habían vuelto bastante independientes de su progenitora y la hacían sentir muy sola. Sin embargo, cuando entraron en la adolescencia las cosas cambiaron y bastante. Sol comenzó a tener convulsionadas noches seguidas de días que la consumían. Su candor y cordialidad habituales fueron reemplazadas por una mirada desorbitada y cargada de temor. Sus bellos ojos dorados, estaban rodeados por enormes y oscuras ojeras, que denotaban horas de introspección y la llevaban al adelgazamiento. Sus noches estaban veladas por el insomnio para evitar quedarse dormida.


Muy por el contrario, Luna había logrado tener amigos y hasta se había enamorado de un joven que vivía en la casa junto a la de ella y su hermana. Era un amor a distancia, por supuesto unilateral y secreto. Luna pasaba horas admirando a escondidas a su vecino a través de un orificio en la pared medianera. Lo admiraba durante períodos silenciosos. El muchacho era unos diez o tal vez once años mayor que ella. Alto, hercúleo, bello y mujeriego. Más de una vez Luna había aprendido acerca del sexo observándolo ardientemente a través de ese orificio. Lo miraba sudoroso y perfecto en su total humanidad. Lo veía hincarse sobre otras mujeres con pasión y masculinidad. Y lo ansiaba secretamente. Ansiaba su piel morena y tensa. Se imagina ser una de esas mujeres anónimas que lo recibía entre sus muslos y transpiraba y jadeaba junto a él. Al unísono.


Pero a ella no le importaba no ser una de esas por el momento. Sobre todo desde que notó que sus senos tomaban forma de mujer, así como sus caderas y el resto de su ser. Ella supo que él caería a sus pies en unos cuantos años. Lo sabía cómo siempre había sabido cosas. Cómo supo que su padre no volvería jamás la mañana que le dio un tierno beso y ese día quedó atrapado entre los hierros retorcidos de su auto. Como supo que su madre tenía un amante que visitaba los fines de semana cuando ella y su hermana se quedaban con la abuela. Y que por supuesto el orden de las historias había sido al revés. Como supo también que su hermana…


Luna observaba el deterioro de Sol. Sobre todo intrigada por el hecho de que ella no le decía nada. Entonces, una noche antes de irse a dormir, decidió confrontarla. No podía seguir de esa manera. Se estaba perdiendo lo mejor de la vida, y además también preocupaba a toda la familia. Su madre angustiada ya había visitado a cuanto médico se le cruzase por el camino y ya había escuchado miles de veces lo mismo “Su hija no tiene nada, debería verla un psiquiatra”. Pero tanto Sol como su madre se negaban a la idea. Mientras tanto, Sol se había transformado en casi un cadáver caminante. Su cabello antes dorado y ondulado, parecía ahora un triste entramado de paja, despeinado y opaco. Su cuerpo mostraba ya los resultados de su escasa alimentación, asomando puntas y bordes óseos por doquier. Estaba desapareciendo en vida…

-¿Que sucede hermana?- le preguntó una noche, Luna

-No puedo decirte…es terrible -contestó Sol rompiendo en un llanto angustioso. 

Luna se sentó a su lado y la abrazó. Le acarició lentamente el cabello, tratándola de calmarla. En ese momento Sol cayó desfallecida en el regazo de Luna. Entró en un sueño profundo. Allí veía que una casa se consumía entre llamas enormes. Escuchaba gritos y llantos. Podía ver a la gente corriendo. Sirenas de bomberos y ambulancias, y un hombre que salía corriendo de entre las llamas, prendido fuego, gritando desesperadamente. Aullidos de dolor que despertaron bruscamente a Sol.

-¡No me obligues a dormir! – Le rogó a su hermana que aún seguía a su lado – Cosas terribles…

-¿Pasarán? – completó Luna.


Sol miró a su hermana. La vio tranquila y supo que ella también tenía ese terrible poder. Pero… ¿Por qué no estaba aterrada? ¿Que veía ella que no la preocupaba?

-Descansá hermana –le dijo Luna y Sol agotada, obedeció.

Luna tenía un poder sobre su hermana que era enorme. Mucho mayor del que Sol podía siquiera imaginar. A la mañana siguiente cuando ambas se dirigieron a desayunar, vieron a su madre abatida por el dolor. Sentada, lloraba con un pañuelo en la mano. Al ver a sus hijas allí paradas en la puerta, la mujer intentó componerse inmediatamente.

-¿Qué sucede mamá? –preguntó Luna.


Sol miraba aterrorizada todo el cuadro cómo si fuera surreal. Sabía que su sueño se había transformado en realidad. Lo sabía porque había sido la tercera noche consecutiva que lo soñaba. Y así sucedía cada vez. Tres veces soñaba lo trágico y en la mañana de la tercera noche fatídica y dolorosa, la realidad le contaba que el evento había sucedido irremediablemente. Ella sabía que el amante de su madre había muerto envuelto en llamas. No necesitaba escucharlo. Sin embargo, Luna miró a su madre y repitió:

-¿Pasó algo, madre? –


Sol observó a su hermana y le pareció ver un destello en sus ojos. Una luz que provenía de un lugar oscuro y una leve, minúscula mueca de placer. “¿Acaso, Luna…?”, pensó Sol.

La madre de ambas jóvenes se levantó de la silla mientras decía:

-Nada niñas, no se preocupen. Desayunen que hoy tenemos que ir a un velorio.

Ese día fue una tortura para Sol. El peso de la culpa era tremendo y su corazón quería dejar de latir y desaparecer. No quería cargar con más muertes. Sin embargo, a Luna parecía caerle todo de una extraña forma. Estaba despampanante. Bella. Se había teñido el cabello de un negro intenso, haciendo que sus ojos dorados como los de Sol, resaltasen aún más. ¿Cómo era posible que ella estuviese tan bien mientras Sol se sentía morir?


Por la noche, ya en la casa Sol observaba a su hermana dormir. Le temía ahora. La tranquilidad de su hermana le presagiaba algo horroroso. Algo que ella no podía descifrar. Repentinamente cerró los ojos sin querer. Vio sangre derramada en una casa que no era la suya. Un río rojo se levantaba ante ella. Gritos. Una tremenda angustia.

Despertó bruscamente y ya el sol estaba en lo alto. Ella sabía que en dos noches más, una nueva muerte estaría rondándola y hasta ese entonces no sabría quién sería. Eso la atormentaba aún más porque no podía hacer nada para evitarlo. Se prometió no dormir. Si durante esos dos días no dormía, podría evitar el desenlace fatal. Ya lo había hecho antes. Pero dependía de su estado y ya no le quedaba mucho resto.


Fue a desayunar y allí estaba Luna. Hermosa, fresca y de un humor excelente. La miró y nuevamente notó ese brillo extraño en los ojos.

-¿Descansaste hermana? –le preguntó con un sarcasmo inusitado.

-Apenas…- le contestó Sol

El día pasó rápidamente y la noche ya estaba sobre ellas otra vez. Sol tenía preparada una jarra de café enorme que iría bebiendo lentamente durante la noche y Luna, que la observaba con cierto júbilo, ya estaba recostada en la cama.

-¿No vas a dormir hermanita?

-Sabés que no… ¿qué sucede Luna? Estas diferente…

-Nada…estoy feliz y enamorada. Como deberías estarlo vos si no perdieras el tiempo con estas pavadas.

-No son pavadas… ¡sabés que me tortura el no poder hacer nada con lo que veo!

-¿Te pensás que sos la única que ve cosas?


Sol escuchó impávida la confirmación de aquello que su corazón ya sabía. Pero no entendía. Su hermana no era una mala persona… ¿o sí? Nunca había cuestionado eso. La miró tratando de no develar ante ella sus pensamientos.

-Pero… ¿cómo haces para que no te afecte?

-¿Quién dice que no? El tema es cómo….bueno estoy cansada. Voy a dormir.


Sol tomó un sorbo de su café mientras trataba de entender la conversación que recién había tenido con su hermana. Tal vez ella veía cosas. Y quizás le gustaba lo que veía, aunque era muy morboso inclusive para su hermana. No, algo más sucedía. ¿Tendría el poder de evitar los desenlaces? Sol sabía que no, sabía que sólo ella podía evitarlos si se esforzaba mucho. Pero entonces sintió que sus ojos pesaban más de la cuenta. El entorno de su habitación se hizo borroso y mientras caía en un sueño profundo vio a su hermana haciendo una horrorosa sonrisa y despidiéndose con la mano como lo hacen los niños pequeños. Ella la había drogado.


Una joven bella, aunque desconocida era apuñalada en su abdomen. Un mar de sangre. Gritos. Sol no podía identificar al atacante. Y se sentía como atrapada entre sogas que no le permitían ayudar a la mujer. Su corazón palpitaba a toda velocidad. Desbocado.


Despertó llena de sudor. Quiso llorar aunque sus ojos estaban secos. Deseó morir, desvanecerse en el éter. Entonces recordó que su hermana la había drogado y se levantó furiosa a confrontarla. Sin embargo, no la encontró en la casa. Ese día no apareció en todo el día.


Ya entrada la noche Sol se dispuso a pasarla en vela a pesar de que el sueño la invadió. Estaba preocupada por la mujer de su pesadilla. ¿Quién sería? ¿Quién la lastimaría? Y su hermana… ¿Dónde estaba? Luchó en vano por no quedar dormida, pero la droga que había utilizado Luna la noche anterior la había relajado tanto que no podía luchar. Y volvió la joven ensangrentada y la vio. Era vagamente familiar. Podía jurar que la conocía aunque no podría precisar de dónde. La joven caía en el suelo con un puñal clavado y delante de ella una cabellera negra volaba al viento. Unos ojos brillantes la miraron y le hicieron una mueca de triunfo.

Despertó y allí estaba Luna mirándola fijo. Sus manos tenían el color de la sangre. Sol la miró con terror en la cara.

-¿Por qué?- le preguntó.

-Porque yo decido con quien soñás. ¡Yo decido quien va a morir, hermanita!

-Pero… ¡yo no te hice nada malo!

-¡Lo harás en unos años, cuando te quedes con él!

-No podés matarme sólo por la posibilidad…

-… ¿la posibilidad de quedarte con mi hombre? Si, puedo. Como pude con su actual novia…esa perra arrastrada.


Luna sacó un cuchillo. Ella había visto que él sólo sería suyo si su hermana no estaba en ese mundo. Él estaba destinado a Sol y Luna no podía soportar esa revelación. Y lo había visto. Ellos serían felices eternamente mientras ella quedaría relegada a la nada. A la locura. No podía permitirlo. Lo había esperado demasiado tiempo como para que ella se lo arrebatase. Y a la par de su desesperación descubrió que el poder de influenciar a su hermana se extendía al mundo de los sueños. Y así comenzó a manipularla, a decirle nombres mientras dormía. Así se había encargado del amante de su madre y de la perra que estaba con su futuro esposo. Ahora era el turno de eliminar a Sol…

Una hoja de acero afilada destelló con la luz de la luna que se filtraba por la ventana. Sol se abalanzó sobre ella para arrebatarle el arma. Un grito. Sangre por doquier.


Entonces Sol despertó de su tercera noche de pesadilla. Un destello se produjo en sus ojos y una mueca se dejó ver en sus labios. Ella había descubierto la forma, había entendido el poder gracias a la traición y el desamor de su hermana. Ese día dejó de temer. Miró la cama de al lado y vio la cabellera negro azabache. Entonces, tomó un cuchillo y fue a cumplir con su destino.      




Autor: Miscelaneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados

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