Sol y Luna eran
dos bellas hermanas. Ambas habían nacido dieciséis años atrás, un martes trece
de tormenta. Había sido una noche larga y aterradora para su madre, y en el preciso
momento en que ambas lloraron por primera vez, se produjo un apagón en toda la
ciudad. La mamá de las niñas lo tomó como un presagio del poder de ellas.
Aunque no sabría cuánta razón tenía hasta mucho tiempo después.
Se llevaban apenas
dos minutos de diferencia y aunque parecían casi dos gotas de agua, no eran
gemelas idénticas. Sol, la más joven, era una niña dulce y extrovertida. Su
belleza, no solo exterior, le daba una facilidad de relación con otras personas
que Luna envidiaba en secreto. Ella, al contrario de Sol, era introvertida y recelaba
a su hermana constantemente. A pesar de estos detalles, ambas eran muy unidas y
confidentes.
La niñez de las
pequeñas pasó sin mayores sobresaltos. Su madre las amaba infinitamente, pero al
tenerse una a la otra, ellas se habían vuelto bastante independientes de su
progenitora y la hacían sentir muy sola. Sin embargo, cuando entraron en la
adolescencia las cosas cambiaron y bastante. Sol comenzó a tener convulsionadas
noches seguidas de días que la consumían. Su candor y cordialidad habituales
fueron reemplazadas por una mirada desorbitada y cargada de temor. Sus bellos
ojos dorados, estaban rodeados por enormes y oscuras ojeras, que denotaban horas
de introspección y la llevaban al adelgazamiento. Sus noches estaban veladas
por el insomnio para evitar quedarse dormida.
Muy por el
contrario, Luna había logrado tener amigos y hasta se había enamorado de un joven
que vivía en la casa junto a la de ella y su hermana. Era un amor a distancia,
por supuesto unilateral y secreto. Luna pasaba horas admirando a escondidas a
su vecino a través de un orificio en la pared medianera. Lo admiraba durante períodos
silenciosos. El muchacho era unos diez o tal vez once años mayor que ella.
Alto, hercúleo, bello y mujeriego. Más de una vez Luna había aprendido acerca del
sexo observándolo ardientemente a través de ese orificio. Lo miraba sudoroso y
perfecto en su total humanidad. Lo veía hincarse sobre otras mujeres con pasión
y masculinidad. Y lo ansiaba secretamente. Ansiaba su piel morena y tensa. Se
imagina ser una de esas mujeres anónimas que lo recibía entre sus muslos y
transpiraba y jadeaba junto a él. Al unísono.
Pero a ella no
le importaba no ser una de esas por el momento. Sobre todo desde que notó que
sus senos tomaban forma de mujer, así como sus caderas y el resto de su ser.
Ella supo que él caería a sus pies en unos cuantos años. Lo sabía cómo siempre
había sabido cosas. Cómo supo que su padre no volvería jamás la mañana que le
dio un tierno beso y ese día quedó atrapado entre los hierros retorcidos de su
auto. Como supo que su madre tenía un amante que visitaba los fines de semana
cuando ella y su hermana se quedaban con la abuela. Y que por supuesto el orden
de las historias había sido al revés. Como supo también que su hermana…
Luna observaba
el deterioro de Sol. Sobre todo intrigada por el hecho de que ella no le decía
nada. Entonces, una noche antes de irse a dormir, decidió confrontarla. No
podía seguir de esa manera. Se estaba perdiendo lo mejor de la vida, y además
también preocupaba a toda la familia. Su madre angustiada ya había visitado a
cuanto médico se le cruzase por el camino y ya había escuchado miles de veces
lo mismo “Su hija no tiene nada, debería verla un psiquiatra”. Pero tanto Sol
como su madre se negaban a la idea. Mientras tanto, Sol se había transformado
en casi un cadáver caminante. Su cabello antes dorado y ondulado, parecía ahora
un triste entramado de paja, despeinado y opaco. Su cuerpo mostraba ya los
resultados de su escasa alimentación, asomando puntas y bordes óseos por
doquier. Estaba desapareciendo en vida…
-¿Que sucede
hermana?- le preguntó una noche, Luna
-No puedo
decirte…es terrible -contestó Sol rompiendo en un llanto angustioso.
Luna se
sentó a su lado y la abrazó. Le acarició lentamente el cabello, tratándola de
calmarla. En ese momento Sol cayó desfallecida en el regazo de Luna. Entró en
un sueño profundo. Allí veía que una casa se consumía entre llamas enormes. Escuchaba
gritos y llantos. Podía ver a la gente corriendo. Sirenas de bomberos y
ambulancias, y un hombre que salía corriendo de entre las llamas, prendido
fuego, gritando desesperadamente. Aullidos de dolor que despertaron bruscamente
a Sol.
-¡No me obligues
a dormir! – Le rogó a su hermana que aún seguía a su lado – Cosas terribles…
-¿Pasarán? –
completó Luna.
Sol miró a su
hermana. La vio tranquila y supo que ella también tenía ese terrible poder. Pero…
¿Por qué no estaba aterrada? ¿Que veía ella que no la preocupaba?
-Descansá
hermana –le dijo Luna y Sol agotada, obedeció.
Luna tenía un
poder sobre su hermana que era enorme. Mucho mayor del que Sol podía siquiera
imaginar. A la mañana siguiente cuando ambas se dirigieron a desayunar, vieron
a su madre abatida por el dolor. Sentada, lloraba con un pañuelo en la mano. Al
ver a sus hijas allí paradas en la puerta, la mujer intentó componerse
inmediatamente.
-¿Qué sucede
mamá? –preguntó Luna.
Sol miraba
aterrorizada todo el cuadro cómo si fuera surreal. Sabía que su sueño se había
transformado en realidad. Lo sabía porque había sido la tercera noche
consecutiva que lo soñaba. Y así sucedía cada vez. Tres veces soñaba lo trágico
y en la mañana de la tercera noche fatídica y dolorosa, la realidad le contaba
que el evento había sucedido irremediablemente. Ella sabía que el amante de su
madre había muerto envuelto en llamas. No necesitaba escucharlo. Sin embargo,
Luna miró a su madre y repitió:
-¿Pasó algo,
madre? –
Sol observó a su
hermana y le pareció ver un destello en sus ojos. Una luz que provenía de un
lugar oscuro y una leve, minúscula mueca de placer. “¿Acaso, Luna…?”, pensó
Sol.
La madre de
ambas jóvenes se levantó de la silla mientras decía:
-Nada niñas, no
se preocupen. Desayunen que hoy tenemos que ir a un velorio.
Ese día fue una
tortura para Sol. El peso de la culpa era tremendo y su corazón quería dejar de
latir y desaparecer. No quería cargar con más muertes. Sin embargo, a Luna
parecía caerle todo de una extraña forma. Estaba despampanante. Bella. Se había
teñido el cabello de un negro intenso, haciendo que sus ojos dorados como los
de Sol, resaltasen aún más. ¿Cómo era posible que ella estuviese tan bien
mientras Sol se sentía morir?
Por la noche, ya
en la casa Sol observaba a su hermana dormir. Le temía ahora. La tranquilidad
de su hermana le presagiaba algo horroroso. Algo que ella no podía descifrar. Repentinamente
cerró los ojos sin querer. Vio sangre derramada en una casa que no era la suya.
Un río rojo se levantaba ante ella. Gritos. Una tremenda angustia.
Despertó
bruscamente y ya el sol estaba en lo alto. Ella sabía que en dos noches más,
una nueva muerte estaría rondándola y hasta ese entonces no sabría quién sería.
Eso la atormentaba aún más porque no podía hacer nada para evitarlo. Se
prometió no dormir. Si durante esos dos días no dormía, podría evitar el desenlace
fatal. Ya lo había hecho antes. Pero dependía de su estado y ya no le quedaba
mucho resto.
Fue a desayunar
y allí estaba Luna. Hermosa, fresca y de un humor excelente. La miró y
nuevamente notó ese brillo extraño en los ojos.
-¿Descansaste
hermana? –le preguntó con un sarcasmo inusitado.
-Apenas…- le
contestó Sol
El día pasó
rápidamente y la noche ya estaba sobre ellas otra vez. Sol tenía preparada una
jarra de café enorme que iría bebiendo lentamente durante la noche y Luna, que
la observaba con cierto júbilo, ya estaba recostada en la cama.
-¿No vas a
dormir hermanita?
-Sabés que no…
¿qué sucede Luna? Estas diferente…
-Nada…estoy
feliz y enamorada. Como deberías estarlo vos si no perdieras el tiempo con
estas pavadas.
-No son pavadas…
¡sabés que me tortura el no poder hacer nada con lo que veo!
-¿Te pensás que
sos la única que ve cosas?
Sol escuchó impávida
la confirmación de aquello que su corazón ya sabía. Pero no entendía. Su
hermana no era una mala persona… ¿o sí? Nunca había cuestionado eso. La miró
tratando de no develar ante ella sus pensamientos.
-Pero… ¿cómo
haces para que no te afecte?
-¿Quién dice que
no? El tema es cómo….bueno estoy cansada. Voy a dormir.
Sol tomó un
sorbo de su café mientras trataba de entender la conversación que recién había
tenido con su hermana. Tal vez ella veía cosas. Y quizás le gustaba lo que
veía, aunque era muy morboso inclusive para su hermana. No, algo más sucedía.
¿Tendría el poder de evitar los desenlaces? Sol sabía que no, sabía que sólo
ella podía evitarlos si se esforzaba mucho. Pero entonces sintió que sus ojos
pesaban más de la cuenta. El entorno de su habitación se hizo borroso y
mientras caía en un sueño profundo vio a su hermana haciendo una horrorosa
sonrisa y despidiéndose con la mano como lo hacen los niños pequeños. Ella la
había drogado.
Una joven bella,
aunque desconocida era apuñalada en su abdomen. Un mar de sangre. Gritos. Sol
no podía identificar al atacante. Y se sentía como atrapada entre sogas que no
le permitían ayudar a la mujer. Su corazón palpitaba a toda velocidad.
Desbocado.
Despertó llena
de sudor. Quiso llorar aunque sus ojos estaban secos. Deseó morir, desvanecerse
en el éter. Entonces recordó que su hermana la había drogado y se levantó
furiosa a confrontarla. Sin embargo, no la encontró en la casa. Ese día no
apareció en todo el día.
Ya entrada la
noche Sol se dispuso a pasarla en vela a pesar de que el sueño la invadió.
Estaba preocupada por la mujer de su pesadilla. ¿Quién sería? ¿Quién la
lastimaría? Y su hermana… ¿Dónde estaba? Luchó en vano por no quedar dormida,
pero la droga que había utilizado Luna la noche anterior la había relajado
tanto que no podía luchar. Y volvió la joven ensangrentada y la vio. Era
vagamente familiar. Podía jurar que la conocía aunque no podría precisar de
dónde. La joven caía en el suelo con un puñal clavado y delante de ella una
cabellera negra volaba al viento. Unos ojos brillantes la miraron y le hicieron
una mueca de triunfo.
Despertó y allí
estaba Luna mirándola fijo. Sus manos tenían el color de la sangre. Sol la miró
con terror en la cara.
-¿Por qué?- le
preguntó.
-Porque yo
decido con quien soñás. ¡Yo decido quien va a morir, hermanita!
-Pero… ¡yo no te
hice nada malo!
-¡Lo harás en
unos años, cuando te quedes con él!
-No podés
matarme sólo por la posibilidad…
-… ¿la
posibilidad de quedarte con mi hombre? Si, puedo. Como pude con su actual
novia…esa perra arrastrada.
Luna sacó un
cuchillo. Ella había visto que él sólo sería suyo si su hermana no estaba en
ese mundo. Él estaba destinado a Sol y Luna no podía soportar esa revelación. Y
lo había visto. Ellos serían felices eternamente mientras ella quedaría
relegada a la nada. A la locura. No podía permitirlo. Lo había esperado
demasiado tiempo como para que ella se lo arrebatase. Y a la par de su
desesperación descubrió que el poder de influenciar a su hermana se extendía al
mundo de los sueños. Y así comenzó a manipularla, a decirle nombres mientras
dormía. Así se había encargado del amante de su madre y de la perra que estaba
con su futuro esposo. Ahora era el turno de eliminar a Sol…
Una hoja de
acero afilada destelló con la luz de la luna que se filtraba por la ventana.
Sol se abalanzó sobre ella para arrebatarle el arma. Un grito. Sangre por
doquier.
Entonces Sol
despertó de su tercera noche de pesadilla. Un destello se produjo en sus ojos y
una mueca se dejó ver en sus labios. Ella había descubierto la forma, había
entendido el poder gracias a la traición y el desamor de su hermana. Ese día
dejó de temer. Miró la cama de al lado y vio la cabellera negro azabache. Entonces,
tomó un cuchillo y fue a cumplir con su destino.
Autor: Miscelaneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados
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