viernes, 13 de junio de 2014

La puerta


 
 

 La puerta estaba cerrada. Ella, a sólo centímetros, se encontró petrificada durante varios y largos minutos. “Solo un pedazo de madera me separa de…”, pensó y su corazón se aceleró. Sintió que el mundo pesaba en sus espaldas, que su fuerza se desvanecía y sólo quedaba ella: huesos y carne. Y terror. Mucho terror.

 Miró hacia el piso, como si allí encontrase algún motivo, alguna razón que le impidiese avanzar. Pero solo vio la luz que se filtraba por debajo de la puerta. Cerró los ojos. Intentó recordar los días previos, la felicidad, la anticipación. Pero esa sensación se había ido en el mismísimo instante en que había amanecido. Esa mañana al despertar, solo un peso en el corazón se había instalado como si un elefante la hubiese pisoteado y desde entonces, se transformó en una sombra de lo que era.

 Un ruido la sacó de sus cavilaciones. Parecía provenir desde detrás de la puerta, aunque era indefinido y difuso, como su futuro. La madera gruesa y oscura, impedía que algo se filtrase con claridad. Solo madera, nada más. Sin picaportes, sin ventanas, ni vidrios. Tal vez, si hubiera sido una puerta de vidrio, le hubiese ayudado, le hubiera dado alguna pista. El no saber la aterraba. ¿Qué había detrás de esa puerta? Si tan solo se atreviese.

 Estiró la mano, sólo para sentirla, para acostumbrarse y perder ese temor. Pero inmediatamente después de dar la orden a su mano para que se elevase, vio como ésta temblaba con total descontrol, reflejando el pánico que moraba en cada rincón de su cuerpo. “¡Es solo una puerta!”, se reprochó. Un límite entre el acá y el allá. Ni siquiera con el más allá. Solo ese lugar. Uno más entre tantos lugares en los que había estado. Pero su cuerpo le hablaba, le reclamaba, le pedía salir corriendo de allí. Refugiarse. Esconderse en alguna caverna oscura y solitaria. Sola, fundamentalmente sola, donde nada ni nadie la encontrase.

 Petrificada. Cada porción de su cuerpo, cada músculo, cada nervio, estaba congelado. Se había convertido en una estatua batiente. Porque su corazón era lo único que, desenfrenado, corría. Su mente debatía entre huir y quedarse allí por siempre. Tal vez, si tan solo perecía allí, en algún momento se convertiría en polvo y así el mundo seguiría su marcha. Sin ella, sin el problema que ella era para todos.

Sin embargo, allí seguía, mirando la puerta de madera que la invitaba a cruzarla, a continuar. ¿Y si todo sale mal?, se preguntó. Los fantasmas la rodearon y la hicieron aún más chiquita, como una niña indefensa ante los avatares de un mundo duro y cruel. Eran fantasmas de su pasado, esos que anidaban en su corazón desde pequeña. Fantasmas que lentamente y como gusanos carroñeros, habían debilitado su temple, su capacidad de lucha y de defensa. Un recuerdo: ya lo tenía, lo había logrado, su gran triunfo. Aquello por lo que había luchado en su vida, y unos ojos implacables, que la helaron con su mirada de desprecio, le decían NO. Implacable, sentenciante como puede ser el rechazo. Y así fue, había fallado.

Esos mismos fantasmas la llevaron a un futuro falso donde la puerta se abría y ella era succionada por un abismo oscuro y sin fin. Donde caía eternamente y ya nunca dejaba de caer. Solo gritaba y lloraba, arrepentida por una decisión no tomada en realidad. La oscuridad la rodeaba invitándola a quedarse por siempre en el olvido. Se sacudió y se vio nuevamente allí parada, frente a la puerta de madera cada vez más oscura, cada vez más gruesa y determinante. La puerta que le recordaba aquel entonces, aquel pasado. Sabía que no podría dos veces. No. Moriría de tristeza si sucedía lo mismo. Y eso la congelaba y no le permitía avanzar. Y todo seguía igual.

Un paso hacia atrás. Su cuerpo comenzó a moverse, a aflojarse. La decisión de retirarse la ayudó a aflojar sus piernas. “En otra oportunidad será”, pensó. “Si…habrá miles de oportunidades en el futuro”. Los fantasmas de su alma se hacían más y más grandes, llenando cada rincón de su cuerpo. “Seguro que pronto aparecerá algo nuevo…y me atreveré. Si, seguramente”. Otro paso hacia atrás, más retroceso. Su corazón comenzó a serenarse, mientras que la puerta se hacía más y más lejana. La seguridad volvió a ella. Pensó en su lugar seguro, en su casa, en su cama calentita. Si…volvería a su lugar seguro cuanto antes. Otro paso más, y otro y otro, más retroceso. La puerta se veía pequeña y ya no era tan amenazante.

Sin embargo, en su retirada se topó con algo. Un aroma, una sensación conocida.

—¿A dónde vas?

—A casa…necesito volver

—¿Y perderte lo que te espera?

— No lo sé ¿Qué me espera?...esto me está matando

—Estoy a tu lado para lo que sea…bueno o malo. Acá estoy para sostenerte.

—Y si me va mal…

 —Acá estoy para llorar juntos y recomenzar…pero pregúntate algo ¿y si detrás de esa puerta está el éxito? ¿Vas a abandonar por la duda, por no saber?

—No quiero sufrir, no lo toleraría otra vez.

 Una lágrima rodó por su mejilla, pero él la tomó y la atesoró en su corazón.

Entonces, la miró a los ojos, la besó en los labios y le tomó la mano. Tocaron la puerta que se abrió como una flor en primavera y juntos la atravesaron. Y fue tan fácil hacerlo que los fantasmas de su corazón desaparecieron en un instante. Su cuerpo se hizo ligero como una hoja y el mundo se abrió ante sus pies, ofreciéndole todas sus posibilidades.

  Autor: Misceláneas de la oscuridad – Todos los derechos reservados 2014

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