La puerta estaba cerrada. Ella, a sólo
centímetros, se encontró petrificada durante varios y largos minutos. “Solo un
pedazo de madera me separa de…”, pensó y su corazón se aceleró. Sintió que el
mundo pesaba en sus espaldas, que su fuerza se desvanecía y sólo quedaba ella:
huesos y carne. Y terror. Mucho terror.
Miró hacia el piso, como si allí encontrase
algún motivo, alguna razón que le impidiese avanzar. Pero solo vio la luz que
se filtraba por debajo de la puerta. Cerró los ojos. Intentó recordar los días
previos, la felicidad, la anticipación. Pero esa sensación se había ido en el
mismísimo instante en que había amanecido. Esa mañana al despertar, solo un
peso en el corazón se había instalado como si un elefante la hubiese pisoteado
y desde entonces, se transformó en una sombra de lo que era.
Un ruido la sacó de sus cavilaciones. Parecía
provenir desde detrás de la puerta, aunque era indefinido y difuso, como su
futuro. La madera gruesa y oscura, impedía que algo se filtrase con claridad.
Solo madera, nada más. Sin picaportes, sin ventanas, ni vidrios. Tal vez, si
hubiera sido una puerta de vidrio, le hubiese ayudado, le hubiera dado alguna
pista. El no saber la aterraba. ¿Qué había detrás de esa puerta? Si tan solo se
atreviese.
Estiró la mano, sólo para sentirla, para
acostumbrarse y perder ese temor. Pero inmediatamente después de dar la orden a
su mano para que se elevase, vio como ésta temblaba con total descontrol,
reflejando el pánico que moraba en cada rincón de su cuerpo. “¡Es solo una puerta!”,
se reprochó. Un límite entre el acá y el allá. Ni siquiera con el más allá.
Solo ese lugar. Uno más entre tantos lugares en los que había estado. Pero su
cuerpo le hablaba, le reclamaba, le pedía salir corriendo de allí. Refugiarse.
Esconderse en alguna caverna oscura y solitaria. Sola, fundamentalmente sola,
donde nada ni nadie la encontrase.
Sin
embargo, allí seguía, mirando la puerta de madera que la invitaba a cruzarla, a
continuar. ¿Y si todo sale mal?, se preguntó. Los fantasmas la rodearon y la
hicieron aún más chiquita, como una niña indefensa ante los avatares de un
mundo duro y cruel. Eran fantasmas de su pasado, esos que anidaban en su
corazón desde pequeña. Fantasmas que lentamente y como gusanos carroñeros,
habían debilitado su temple, su capacidad de lucha y de defensa. Un recuerdo:
ya lo tenía, lo había logrado, su gran triunfo. Aquello por lo que había
luchado en su vida, y unos ojos implacables, que la helaron con su mirada de
desprecio, le decían NO. Implacable, sentenciante como puede ser el rechazo. Y
así fue, había fallado.
Esos
mismos fantasmas la llevaron a un futuro falso donde la puerta se abría y ella
era succionada por un abismo oscuro y sin fin. Donde caía eternamente y ya
nunca dejaba de caer. Solo gritaba y lloraba, arrepentida por una decisión no
tomada en realidad. La oscuridad la rodeaba invitándola a quedarse por siempre
en el olvido. Se sacudió y se vio nuevamente allí parada, frente a la puerta de
madera cada vez más oscura, cada vez más gruesa y determinante. La puerta que
le recordaba aquel entonces, aquel pasado. Sabía que no podría dos veces. No.
Moriría de tristeza si sucedía lo mismo. Y eso la congelaba y no le permitía
avanzar. Y todo seguía igual.
Un
paso hacia atrás. Su cuerpo comenzó a moverse, a aflojarse. La decisión de
retirarse la ayudó a aflojar sus piernas. “En otra oportunidad será”, pensó. “Si…habrá
miles de oportunidades en el futuro”. Los fantasmas de su alma se hacían más y
más grandes, llenando cada rincón de su cuerpo. “Seguro que pronto aparecerá
algo nuevo…y me atreveré. Si, seguramente”. Otro paso hacia atrás, más
retroceso. Su corazón comenzó a serenarse, mientras que la puerta se hacía más
y más lejana. La seguridad volvió a ella. Pensó en su lugar seguro, en su casa,
en su cama calentita. Si…volvería a su lugar seguro cuanto antes. Otro paso
más, y otro y otro, más retroceso. La puerta se veía pequeña y ya no era tan
amenazante.
Sin
embargo, en su retirada se topó con algo. Un aroma, una sensación conocida.
—¿A
dónde vas?
—A
casa…necesito volver
—¿Y
perderte lo que te espera?
— No
lo sé ¿Qué me espera?...esto me está matando
—Estoy
a tu lado para lo que sea…bueno o malo. Acá estoy para sostenerte.
—Y
si me va mal…
—Acá estoy para llorar juntos y
recomenzar…pero pregúntate algo ¿y si detrás de esa puerta está el éxito? ¿Vas
a abandonar por la duda, por no saber?
—No
quiero sufrir, no lo toleraría otra vez.
Una lágrima rodó por su mejilla, pero él la
tomó y la atesoró en su corazón.
Entonces,
la miró a los ojos, la besó en los labios y le tomó la mano. Tocaron la puerta
que se abrió como una flor en primavera y juntos la atravesaron. Y fue tan
fácil hacerlo que los fantasmas de su corazón desaparecieron en un instante. Su
cuerpo se hizo ligero como una hoja y el mundo se abrió ante sus pies,
ofreciéndole todas sus posibilidades.
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