(Querido) Amor:
Y
acá te escribo, como prometí, mi carta semanal. Aun no le encuentro sentido a
esto, pero tal y como me pediste, lo hago. Ya sé que has dicho que esto me
pondría en perspectiva ciertas cosas, pero todavía no las veo. Todavía no veo
el sentido a muchas de mis cuestiones.
Te
extraño, pero eso ya lo sabías. Me imagino tu cara: un gesto, ese donde elevas
tu ceja izquierda (porque la otra es imposible para vos) junto a esa mueca en
tus labios donde tus dientes blancos y brillantes apenas se separan. Esa cara
me acompaña cada vez que me siento escribirte una carta. No es tu mejor cara,
lo sé, pero ese gesto me saca una sonrisa hasta en el peor momento de mi
existir.
Como
recomendaste, busqué un bello lugar donde mi cabeza estuviera en paz. Aunque
cuando la tormenta se instala en tu corazón, el infierno puede seguirte a
cualquier parte. Pero…siempre hay un pero y vos me diste ese pero. Frente a mi ventana
veo el mar y su clara arena. El sol está saliendo como parido por ese océano
que me insta a vivirlo. Me pide que camine sus playas, que respire su aire. Sin
embargo, sola. Recuerdo la primera vez que estuvimos acá. Vos ¿también lo
recordarás? Espero que sí. Hablábamos hasta por los codos diseñando un futuro
lleno de alegría y de hijos. Y como sería nuestra casa. Me recuerda tus manos
sobre las mías, los pies descalzos tocando esa arena cálida y húmeda y juntando
caracoles.
Siempre
te asombraste de mi capacidad de encontrar hermosas caracolas expulsadas del
mar. Esa experiencia era nueva para vos. Y luego se transformó en nuestra
rutina. Cada año juntábamos cientos de ellas solo para mirarlas en nuestros
jarrones. ¿Sería una forma de apresar el recuerdo? Creo que sí. Ojala pudiera
apresarte en mi corazón como a un recuerdo en mis neuronas.
¿Te
dije que te extraño? Si…esa parte ya te la conté. Bueno, paso mis tardes
tomando mates y admirando la naturaleza. Esa que vos me enseñaste a venerar.
Para vos cada ser vivo en este planeta es digno de respeto y lo aprendí a tu
lado. Tu amor por nuestros árboles. Por el duraznero que tanto tiempo te llevó
cuidar; para que después nos llenase de tanto fruto jugoso y de exquisito
sabor. Si cierro los ojos, aun puedo saborearlo…Los que compro acá no se parecen
en nada. Lo mismo las ciruelas. Tus manos tenían esa magia…
Espero
que no te aburra mi carta. Me pediste que lo haga y a pesar mío, lo hago.
Porque, ¿quién escribe cartas en este siglo? Nadie. Bueno si, yo. Pero solo
porque lo pediste y sabés que ante un pedido tuyo mi corazón no se niega. No puede
hacerlo. La distancia es tan estúpida como esta carta que no tiene ni pies ni
cabeza.
A
veces me pregunto si me extrañás allá donde estás. Cuando me pediste esto que
hoy hago casi sin entenderlo, me dijiste que sí, que me extrañarías y que
nuestro amor solo se expandiría. Que la distancia solo haría enorme este amor.
No sé, es agotador estar sin vos. Es agotador no verte si no es por fotos.
Nuestras fotos de antaño…
Pero
basta, no quiero caer en la lágrima fácil. La vecina me dijo que cuando
estuviese preparada hay un trabajo esperándome. Que la paga es buena y que
esperan por mí. Aunque no sé si quiero hacerlo. A veces tengo ganas de ser esa
que fui, llenarme de trabajo. Eso ayuda a no pensar. Pero vos me enseñaste a
disfrutar cada minuto como si fuese el último. Porque ¿cuándo sabríamos eso?
Nunca. Aunque una vez fue el último minuto, el último suspiro…
Mi
corazón se llenó de lágrimas. Te dejo.
PD:
me voy a caminar a la playa para tenerte siempre presente. Quizás en un rato
vuelva y continúe con este absurdo. Y si no, te extraño. Ya lo sabés. Ojalá esta
carta llegue a donde estás, aunque el cielo es inmenso, infinito como mi
necesidad de tenerte junto a mí….
Tuya.
S.
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