sábado, 18 de octubre de 2014

Larva de humo y sexo




 
Suena el teléfono y sabés que te espera una noche de “espantos”. Si, espanto entre comillas porque tenés muy claro que los exorcismos que hacés son tan reales como los fantasmas de las películas. Pura farsa, de verdad. No estás molesto o contrariado con tu laburo cotidiano, pero la repetición, semana tras semana, mes a mes, año tras año de la misma rutina, del mismo teatro (como llamás a la interpretación del exorcista), ya se te está tornando algo monótono, carente de desafío y pasión.

—¿Hola? —decís, y del otro lado de la línea se siente una voz apurada y aterrorizada que solicita tus servicios de inmediato.
—Esta noche ¿le parece? —y luego de unos cuantos murmullos, la voz confirma que te esperan a las diez de la noche.

Suspirás añorando tus años jóvenes. Esa época donde todo era más fácil y la pasión abundaba en todas partes, incluso en tu vida. Con lentitud y cierta parsimonia, vas hasta el cuarto de los exorcismos, cómo lo denominás casi irónicamente. Ahí tenés a mano tus cruces, agua bendita, estacas y cuanto elemento la gente supone que se utiliza para tales fines. Y sí, usás lo que el público te pide, lo que ellos creen que debés usar. Y jamás te falla, por supuesto. Ponés varios de esos pertrechos en tu maletín desgastado, ese que siempre te acompaña casi como un amigo incondicional, y te mirás al espejo. A pesar de todo, los años te han tratado bien. Sobre todo a pesar de tu desencanto en todo y todos. Mirás tus canas, que están ahí gritando que los años pasaron, y alguna que otra arruga añade personalidad a tu rostro; pero sacando esas pequeñeces, aún sos todo un galán. O eso querés creer. Porque sabés que estás más que solo. Últimamente tus mejores compañeros han sido babeantes seres, simuladores de tremendas posesiones que, en el mejor de los casos, terminan agradeciéndote con una buena botella de licor (en el caso de los hombres) o con algún que otro encuentro casual, si la poseída es bella y joven. Aunque por desgracia para vos, las jóvenes guapas están preocupadas por cuestiones diferentes. Tanto, que los demonios las evitan.

Terminás de armar todo, te servís una copita de coñac y prendés un cigarrillo. El sillón te invita a reposar y lo hacés, solo para pasar la hora. Entonces, observás el humo del cigarrillo. Te encanta hacerlo; tiene cierto poder hipnótico, místico, fantasmagórico sobre vos y te provoca mirarlo extasiado y en silencio. Siempre pensás que deberías dejar de fumar, pero esa sensación de compañía que te ofrece en tus momentos más solitarios, es como mínimo, fantástica.

Los párpados te pesan. No querés dormirte, pero el sopor que te invade puede más y estás a punto de caer. Mirás una vez más la chimenea artificial de tu cigarrillo y al entrecerrar los ojos te parece que toma vida, que te envuelve cual manos femeninas, invitándote a seguirla. De repente, la columna de humo blanco dibuja la forma de una mujer hermosa, bien proporcionada, única y la deseás con diabólica locura. Si, es bella y más que eso: tiene cierta atracción poderosa que no te deja despegar los ojos de su figura. La mujer de humo te acaricia el rostro y seca la lágrima de soledad que rueda por tu mejilla. Te sentís viejo, solo, ridículo por lo que hacés cada día. Pero ella te hace pensar que, de ahora en más, estarás acompañado en el corazón. “No sufras más”, te dice mientras que unos labios perfectos y rojos se dibujan en el aire y se acercan a los tuyos, estampándote un beso áspero, pero dulce a la vez.

Las manos de la mujer se posan sobre tu ser y comienzan a explorarte. Primero te resistís porque ¿estarás volviéndote loco? Pero luego nada te importa y te excitás como un adolescente que mira una película porno. Y deseás no caer en el sueño que te tironea al abismo oscuro de tu pesadilla: tu propia soledad, tu existencia vacía, carente de afectos y de emociones. Rompés esas cadenas y te entregás a tu demonio y la penetrás una y otra y otra vez, como si fuese de carne y hueso, para luego caer en el dulce sopor poscoital.

****

Abrís los ojos con cierta desesperación. Tenés una especie de angustia mezclada con sabor a mujer, a ausencia y lápiz de labios. De repente, una imagen aparece en tus neuronas agotadas: ojos claros y cabellos oscuros, largos, unos pechos desnudos y turgentes que claman por tu lengua, un sexo abierto a la espera de tu cuerpo. La imagen de una santa, una pura y bella deidad, pero impúdica a la vez.

Mirás instintivamente el reloj y solo faltan quince minutos para las diez. Te apurás porque ya llegás tarde a lo de los Grombert, y salís casi corriendo de tu apartamento precario, no sin antes agarrar el maletín de los milagros. 

****

Tocás a la puerta una vez. No querés insistir ya que, con suerte, nadie responderá al llamado y podrás volver a tu ensoñación. Mientras aguardás, mirando las estrellas que están más brillantes que nunca, pensás en tu amante imaginaria. Tal vez, esa noche aparezca de nuevo  y le harás tuya más de una vez. Se te escapa una sonrisa porque de alguna forma, te sentís perverso como antes, como cuando eras joven. Y aunque no se te escapa lo patético de tu vida, deseás volver a verla.

De repente, un alarido te arranca de tus pensamientos y notás que la puerta está abierta. Parado en el marco, se halla un hombre enjuto, entrado en años y algo enclenque.
—¡Gracias a Dios! —te dice visiblemente afectado —Pase por favor…
Entonces, él te observa colocar el maletín sobre la mesa, esperando algo, un milagro. Lo mirás casi ausente y preguntás: “¿Dónde es?”
—Es en la habitación de mi nieta…sólo tiene veinte años…ella es tan joven, tan inocente... —te contesta mientras lo seguís por un pasillo de paredes desgastadas, pero llenas de fotos de la familia.

Al llegar a la habitación, ponés una mano en el hombro del abuelo, deteniéndolo. El hombre, al observarte decidido, se frena y te deja pasar mientras se hace la señal de la cruz en el pecho, más de una vez.

Con solo traspasar la puerta, fue suficiente para que el corazón se te contrajera. Allí está ella, la joven de tus sueños, pero en carne y huesos. La mujer de humo que horas antes te había atrapado en sus garras, está allí, flotando, frente a tu mirada atónita. Una larva espiritual y erótica, la que se apoderó de tu corazón y de tu cuerpo y que ahora te seduce a través de una inocente muchacha. La ves retorcerse, excitada, dentro del envase que es la joven poseída. Extendés tu mano, sólo para intentar apaciguar aquel demonio. Pero sabés muy bien que así no son las cosas. No. “Hay reglas, cariño”, te dice una voz áspera, pero enloquecedora como la de una sirena. Y por un instante creés enloquecer. La adolescente pende en el aire con los ojos volteados y con el camisón manchado de sangre que brota de su nariz. La ves y sólo deseas poseerla. Tratás de enfocarte. La piel blanca como la leche, está arrugada y parece de cartón, y de su boca salen manos de humo. Las mismas que te habían tocado y te habían hecho explotar de placer un par de horas atrás.

Subís a la cama para estar a la altura de ella y te invade una sensación de pena, de angustia. Por primera vez en toda tu carrera, no sabés qué hacer. Tenés que exorcizar a alguien de verdad y estás en blanco. “¡Reaccioná!”, te decís para convencerte. Tomás la cara de la joven entre tus manos y te acercás lentamente a sus labios. Podés sentir el aliento dulce de la muchacha mezclado con humo, con el aroma inconfundible de tu demonio allí presente, latente, y te excitás, otra vez. Sabés que no debés, pero tus manos recorren los pechos de la joven y explotás de solo imaginarla bajo tu yugo, bajo te pelvis. Te frenás. Tus ojos buscan sin descanso en los ojos de ella y la ves, a lo lejos, en sus pupilas dilatadas. Abrís la boca y tu lengua recorre la boca de la chica y te gusta. Le penetrás los labios y aspirás, mientras te embriaga el aroma y la esencia de tu amante incorpórea.

De repente, un haz de luz brota de entre los ojos de la joven poseída, mientras que un rayo poderoso y certero te penetra a vos, el exorcista, recorriendo todo tu cuerpo.

La mujer de humo, entonces, abandona a la muchacha y te penetra. Cerrás los ojos mientras ella te llena de una oscuridad profunda, aunque acompañada, y ya nada más te aferra a este mundo. Mientras caés en brazos de tu larva de humo y sexo, sabés que ese fue tu último caso. Y ya no te importa…

Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014

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