Sus pupilas estaban dilatadas aun. La
respiración, entrecortada, dejaba escapar de tanto en tanto un resoplido. El
corazón le pulsaba acelerado y retumbaba en su cabeza de forma rítmica y casi
musical. Su mirada oscura, profunda, denotaba enajenación. Y agotamiento mental,
por sobre todas las cosas. Sus manos aun temblaban por lo que había sucedido
tres minutos atrás, pero seguían en la misma actitud hostil. Sus labios,
cerrados en un rictus, dudaban si decir algo o simplemente callar.
Miró a un lado y al otro. ¿La habrían
visto hacerlo? No estaba segura. Podrían delatarla, podrían condenarla. Esos
fantasmas que la acechaban podrían aparecer de un momento a otro. ¡¡¡Miauuuu!!!
Parecía sonar a lo lejos y se estremeció.
Se intentó serenar. Después de todo
¿quién les creería? Eran tan solo un puñado de orates. Incluso dudaba de que
estuviesen por ahí. Dudó también de su existencia y de la propia. Dudó de todo
lo que conocía, de todo aquello que tenía como seguro. ¿Y si nada de eso era
real? Se encontró deseando aquello, aunque sabía que lo que había ocurrido
había sido más que real. Todo saltaba a la vista. ¿A la vista de quién? De
ellos, de esos, de los locos. Pero debía estar segura de que no había testigos.
No quería correr riesgos innecesarios.
Se despabiló: debía terminar con
aquello de una vez por todas. Debía marcharse de allí cuanto antes. “Una y otra
y otra vez repitiendo lo mismo, persiguiéndolo de aquí para allá”, pensó
angustiada. Cada día era igual y se había cansado. Sí. Había tomado el toro por
las astas, las riendas de su destino, y había actuado. Si. Quizás podría alegar
locura temporal. Eso estaría bien. ¿Quién no se brota de repente y actúa sin
pensar? Por un impulso, dejando que tus instintos afloren. Esos que están guardados,
reprimidos muy adentro, en lo oscuro. Ella lo había hecho tan solo unos minutos
antes. Lo hizo porque estaba agotada, cansada de la misma historia. Sin tregua,
sin reflexión. Sin cordura.
¡Basta!, gritó y tomando el
cuchillo que estaba en la mesa del Sombrerero Loco, degolló a aquel maldito
conejo, y se liberó a sí misma de semejante ser diabólico, culpable de todas
sus desventuras.
Luego limpió el arma con una servilleta
blanca con puntillas y despertó.
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservdos 2014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario