lunes, 13 de octubre de 2014

Una luna al año






La luna estaba del color de la sangre estampada en un cielo muy oscuro, demasiado. Bajé la mirada, la lápida frente a mí se encontraba envejecida aunque no había pasado demasiado tiempo. O quizás si… Me gritaba ausencia. ¿Por qué partir de forma tan brusca? Quién sabe… Justo en el momento en que nuestro amor se expandía, la ausencia. No me queda claro nada.

Miré alrededor. Junto a la lápida añeja, un grupo de personas dejaban flores en otra más arreglada. Lloraban, pero no me interesó. Había oscuridad. Y solo se interrumpía por el reflejo de aquella luna que justo hoy decidió ser púrpura. Casi como un mal presagio, casi como si gritase que todo saldría mal. Y la volví a ver, solo, triste. ¿Cuándo fue la última vez?, no lo recordaba. La penumbra, que estaba a mí alrededor, también anidaba mi mente y, me atrevería a decir, que mi alma de la misma forma, aunque sin entender del todo por qué… solo sentía oscuridad como un peso, como una marca.

Me levanté del césped sobre el que reposaba, sin poder identificar más que el rojo del cielo, casi como algo hipnótico. Las estrellas solo provocaban dolor. Dolor en mis ojos que parecían haber estado ausentes por mucho tiempo, y por recordar tu ausencia. Y ese recuerdo fue peor que la luz de millones de estrellas atravesando mis pupilas dormidas, porque no era mi luz, la única, la tuya. Y ¿dónde estabas cuando necesité tu calidez? Tampoco lo sabía.

Comencé a caminar con la pesadez de haber estado inmóvil mucho tiempo. Cada paso, era un esfuerzo, un dolor indefinido. Sin embargo, me alejé de la tumba avejentada y ausente y me dirigí a nuestro lugar. No estaba muy lejos de allí, aunque llegué casi de inmediato. Nuestro amor me guiaba. Necesitaba que nuestros recuerdos estuviesen intactos, en algún lugar. En ese, donde fue nuestro primer beso, nuestro primer contacto piel con piel. Si, allí los recuerdos vivirían por siempre. Quizás rescatase algo de historia allí. Quizás, volver a aquel sitio sagrado para nosotros, me diese pistas de lo que había sucedido. Tal vez me brindase explicación a situaciones que estaban en una nube y con dolor, mucho.

La luna, como un rayo unidireccionado, iluminó aquel árbol maravilloso y pude vernos cual fantasmas del pasado. Pude verme acariciándote, besándote. Tus ojos cerrados, tus labios entreabiertos, rojos como la luna, pidiendo ir por más. Parecía todo tan cercano aunque lejano a la vez, y me dolía no poder ser yo quien te tocase en ese momento. Quise volver a nuestro pasado. A la orilla del río, donde pasamos noches enteras mirando las estrellas y adueñándonos del universo.

Me recosté en el mismo sitio de antaño, y te apareciste, sonriéndome. Me guiñaste el ojo, pero te fuiste sin explicaciones. ¿A dónde? Mi corazón se contrajo como entonces. No lo supiste, pero esa noche te seguí. Eras mía por sobre cualquier cosa. Me pertenecías así como tu futuro y tu pasado. ¿Y el presente? Debía tenerte, debías ser mía en tu totalidad y si, te seguí, como ahora sigo el rastro de tu aroma, al espectro de lo que fuimos.

La luna alumbró mi camino, rojo, agonizante, sanguíneo. Me detuve ¿Quería saber a qué se debía la ausencia? No estaba seguro. Y ¿si lo que encontraba era desagradable? Y ¿si simplemente había olvidado para no enloquecer? Miré mis manos, rojas por la luna. Ensangrentadas…Tal vez era mejor la ignorancia, no saber… pero algo carcomía mis entrañas. Algo que subía, trepaba y anidaba en mi corazón quieto, endurecido, moribundo.
Avancé. Era imposible el olvido. No cuando yo te tenía tan presente, aquí en mi pecho dormido. Continué con paso firme a pesar de que las nubes aparecieron, borrando la luz que me guiaba. Pero no la necesité, ya no. Me guiaba el recuerdo, sabía a donde me dirigía. Supe dónde te encontraría, donde estaría tu recuerdo.

Mi pecho se sintió raro y supuse que era un recuerdo, como en aquel entonces cuando te seguí.

Una casa, una luz en su interior. Entraste  y yo fui a la ventana a espiarte. ¿Por qué simplemente no pregunté? No lo supe, aun no lo sé. Quizás anidó la desconfianza. Y allí estabas con él. Y ya no quise saber, ya no. Tarde supe quién era él. Tarde entendí tu inocencia; desgraciadamente luego de una serie de decisiones que… todo se evaporó. La luna volvió a salir, roja, ardiente, eterna, única. Tu recuerdo ya no estaba, se había esfumado junto a nuestro futuro. Entonces, me sentí volar y otra vez la luna y la oscuridad me invadieron.

De repente, me encontré frente a aquella lápida vieja, ausente, iluminada por el resplandor de la luna. Pero esta vez, fui descendiendo de a poco, a mi lecho. A ese del que nunca debí levantarme. A esa oscuridad pútrida, a mi limbo personal, por precipitarme, por precipitar nuestro fin. Esa fue la recompensa por la desconfianza de nuestro amor, por no atreverme a confrontarte, por el temor a una respuesta: el desamor. Un inexistente desamor.

Miré a mi lado, y esa otra lápida decía: “Te llevaron muy pronto de este mundo” y recordé una luz que te elevó a la eternidad, bella aunque desolada, mientras que a mí, las tinieblas me invadieron, haciéndome repetir el horror de habernos sacrificado, una y otra y otra vez…una luna al año.

 Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2014

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