jueves, 12 de febrero de 2015

Un pasado para olvidar - Quinta y última parte.







Franco entró a la casa y nuevamente tuvo la sensación de haber estado allí cientos de veces.
-¿Cómo es que te conozco?- preguntó él.
-Sentate, por favor ¿trajiste el colgante?

El sacó el colgante del bolsillo y se lo entregó. Pero la mujer le hizo un ademán para que lo retuviera en sus manos y salió a buscar algo. Luego de unos minutos, que a él le parecieron eternos, reapareció con un cofre hermosamente decorado.
-Mi nombre es Amalia, por cierto. Esta caja te ha estado esperando desde hace más de 20 años, Franco.

El tomó la caja y, como si se hubiera activado un código secreto en su mente, tomó el colgante, lo transformó en una llave y lo introdujo en el cofre. Este se abrió y dentro de él había numerosas fotos de un niño pequeño de unos dos años. Además, otras tantas de un bebé con sus padres… eran los padres de Franco y el niño era él.
-Ese de las fotos sos vos, Franco, con tus papás, antes de que te llevaran lejos.
En las fotos también aparecía Amalia, por supuesto mucho más joven. Él la miró con los ojos mojados tratando de asimilar todo y sin lograrlo completamente.
-¡Soy tu abuela, Franco! ¡Y hace 25 años que te espero!
Franco sintió una alegría enorme en su corazón. Una felicidad como nunca antes había sentido y sin dudar un segundo abrazó a su abuela. No estaba solo en el mundo, ya no…El abrazo duró largo tiempo y mientras, ella le acariciaba el rostro y secaba las lágrimas que corrían por sus mejillas. Lo soltó y lo volvió a abrazar con temor a que se esfumase en el aire como antaño.
Luego de un rato, más tranquilos, se sentaron uno al lado del otro, disfrutándose mutuamente, sin decir palabra. Amalia lo miraba una y otra vez sin poder creerlo.
-¡Te pareces tanto a tu papá cuando él tenía tu edad!
-¡Por favor! Contame de ellos, sólo se que tuvieron un accidente y murieron…

Franco necesitaba conocer su historia en ese momento:
-Esperá un instante, que hay quienes vinieron a conocerte… o reencontrarte
-¿Conocerme?
-¡Salgan!

Franco miró hacia la puerta que daba a un pasillo iluminado tenuemente. Dos personas aparecieron: una mujer y un hombre de unos cincuenta y pico de años. Se los quedó mirando ya que el los conocía de algún lugar…
-¡Ustedes… son las personas que me crucé la primera vez que fui al parque! ¡Ustedes huyeron de mí!
No podía entender nada… se levantó e intentó marcharse de allí ¿Qué era esto? ¿Un mal chiste?
-Esperá -dijo Amalia mirando a la extraña pareja, animándolos a que se acerquen. Y agregó:
-Franco… son tus papás…
Franco se quedó petrificado.
-Pero ustedes… están muertos…

Las últimas palabras salieron como un lamento, como si hubiera contenido la respiración y las exhalara en un último aliento para finalizar cayendo en el piso. Era demasiado… mucho más de lo que podía soportar su cuerpo maltratado con las idas y venidas en estos últimos días.
-¡Franco! ¡Franco!

Franco se sintió sacudir por unas manos femeninas que ya conocía muy bien. Maura desesperada, lo zamarreaba para que reaccionara, sin lograrlo.
-¡Franco, amor, reaccioná por favor!
Este abrió los ojos y la vio. Maura estaba hermosa pero tan preocupada que lo conmovió e hizo que se incorporara rápidamente, aunque algo mareado.
“¿Qué pasa? Fue un mal sueño”, pensó.
Pero allí estaban todos: Amalia, Maura, sus supuestos padres y hasta el Sr. Torreldai.

-Sentate Franco, te voy a hacer un te. Y no te preocupes, te vamos a contar todo lo que necesites saber- dijo Amalia.
Se sentaron todos en un sillón, te mediante, para comenzar a relatar una historia de desencuentros y corazones rotos.
Amalia tomó la palabra, aunque sería interrumpida por ambos padres de Franco e incluso por el Sr. Torreldai.

-Escuchá atentamente, querido, porque es vital que sepas lo que pasó así, de ahora en más, podrás continuar con tu vida y también nosotros…
Hace unos 25 años vos tenías no más de 3 años. Vivías con tus papás en la casa del lago. La misma que por azar o cosa del destino habitás hoy. Allí eran muy felices los tres. Todos los sábados tomaban el camino de la plaza y se desviaban hasta acá, tal cual hiciste vos hoy para venir. Pasaban la tarde conmigo, jugabas en esos árboles y en este parque de acá- dijo Amalia señalando el fondo de su casa.
-Los domingos íbamos a la feria a ver la obra de teatro comunal “El loco de los perros”, ¡que te divertía tanto!- agregó la mamá de Franco.
-Una de esas tardes, como tantas otras veces, saliste corriendo delante de ellos para llegar antes a la feria. Tomaste la curva unos segundos antes que tus papás. Tu mamá corrió detrás de ti con el corazón inquieto de toda madre, con el temor de que te cayeras o que alguna otra cosa pudiera pasarte… había un árbol que obstruía la visión plena del camino cuando tomabas la curva… cuando tu mamá franqueó el árbol ya no estabas…
-Te busqué por todos lados, lo juro hijo mío. Juro que recorrí la zona una y otra vez…
-Pero esto ya lo sé… la tía Clara se encargó de contarme todo…
-¿Tía Clara? Bueno ya nos dirás quien es ella…
-Fuimos a la policía, a detectives privados. Incluso fuimos a ver a una psíquica que lo único que pudo decirnos es que estabas con vida… pero nadie pudo encontrarte y si bien nunca dejamos de buscarte, la esperanza de encontrarte con vida se fue agotando. Entonces decidimos poner una recompensa para aquella persona que aportara datos de tu paradero. En ese momento parecía una gran idea… pero no fue así.
Cientos… miles de personas, cartas, notas llegaban cada semana, escritas por gente oportunista que sólo quería el dinero.
Pasaron los años y tuvimos que cerrar el círculo y por más duro que fuera, teníamos que seguir con nuestras vidas aquí…

-…entonces- dijo el Sr. Torreldai -yo me encargué de recibir las cartas que seguían llegando y les respondía en nombre del comité del pueblo. Les decía que tus papás habían muerto en un accidente para que así ellos dejaran de sufrir con cada búsqueda infructuosa, con cada carta inútil que mandaban para aprovecharse de ellos…

-Pero en una de esas cartas decía que yo estaba vivo, ¿no?
-Lamentablemente todas decían lo mismo, Franco. Decían que te habían visto en tal o cual ciudad, con las características de un niño que, tranquilamente podrías haber sido vos. Daban descripciones vagas… y con el tiempo cualquiera de ellos podías ser vos…
-Pero en el recorte de diarios que mi tía me dejó, decía que tendría el colgante… que nunca tuve… lo encontré acá en la feria…
-Lo sé Franco- dijo Amalia- lo encontramos años después, cuando talamos aquel árbol, luego de que un rayo lo partiera. Y fue allí donde supimos el lugar exacto de tu secuestro…
Sin embargo, como siempre tuvimos la esperanza de que estuvieras vivo, a partir de entonces, cada día de feria yo lo llevaba a mi puesto, esperando que algún forastero lo reclamase…y así fue…vos lo hiciste…
Franco se quedó un minuto pensando. Era demasiada información y no quería perder el hilo de la historia. Quería que todo cerrara, que no hubiera lugar a dudas.
-¿Y que hay de la bruja que mandaron a que me encuentre? Porque, finalmente me encontró ¿Nunca pensaron en contactarse nuevamente con ella? ¿No les llamó la atención de que Clara no volviera?
-Hijo, vos insistís con esta tal Clara… ¿Quién es ella? Nosotros no mandamos a nadie a buscarte… la bruja que consultamos sólo nos dijo eso, que estabas vivo y luego hizo un teatro maldiciendo el pueblo…  entonces, nosotros no fuimos más con ella… nos pareció tonto y oportunista…
-Pero ella los conocía…Clara me cuidó… acá tengo una foto de ella…

Franco sacó de su bolsillo la única foto que tenía de Clara. En ese momento, se preguntó porqué no tendría alguna más. Se la mostró a su abuela y a sus padres. Amalia miró la foto sin poder creer lo que veía… sus ojos se llenaron de lágrimas y su corazón se agitó.
-¿Qué pasa abuela?- dijo Franco preocupado.
-¿Mamá... es quien yo creo que es?- preguntó la madre de Franco.
-¡No puede ser! ¿Ella fue la que te cuidó todo este tiempo?
-Si… murió… bueno, se fue hace unos seis meses… ¿Quién es o mejor dicho, era, ella?
-Franco querido… ella es mi madre… Margarita, tu bisabuela…
Un nudo en la garganta se les hizo a todos en el salón de la casa y como pudo, Amalia continuó:
-Murió unas semanas antes de que tu mamá diera a luz. En su lecho de muerte lamentó el no llegar a conocerte, aunque juró que desde el cielo te iba a cuidar siempre…y a la luz de las cosas, lo hizo.

Un silencio generalizado se produjo en ese momento. Franco sintió como si el tiempo se desdibujara. Su cabeza comenzó a girar con vértigo y un mareo lo inundó de golpe. A lo lejos se escuchó una voz…
-¡Franco! ¡A desayunar!

Franco despertó en su pequeña cama. Miró hacia un lado y al otro. Todo estaba en su lugar. Sus posters, su computadora, su family game. Miró por la ventana…los mismos viejos edificios de siempre y el sol que emergía desde el horizonte de cemento. Nuevamente escuchó la voz que decía:
-¡Franco! ¡Vamos que se hace tarde para ir a la escuela!

La tía Clara lo llamaba para desayunar. Era lunes y pronto debía entrar al colegio. Se levantó de un salto, se puso los pantalones y estaba yendo a la cocina cuando un destello que provenía de su cama le llamó la atención. Fue a ver y encontró un colgante con forma de corazón. Lo tomó y fue corriendo a la cocina.
-¡Tía, tía tuve un sueño de lo más extraño!
-A ver Franco, contame.
-¡Yo ya era viejo tía! ¡Tenía casi treinta años y fui a un pueblo…y estaba mamá y papá y la abuela! ¡Y hasta tenía novia! Y mirá lo que encontré en la cama…
-¡Querido sobrino, al parecer estás preparado para escuchar!
-Escuchar que, tía
-Es hora de que te cuente una historia… tu historia… y luego haremos un viaje a un pueblo maravilloso, llamado... –la mujer clavó sus ojos en el muchachito que de inmediato contestó:
-¿…Huetel?
-Huetel será…

Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2013

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