“Ojala hubieses sido vos”, pensaste
brevemente al dejar caer la rosa amarilla en la tierra. De inmediato te
arrepentiste de aquel pensamiento. Sin embargo, cada día de los muertos esa
frase regresaba para golpearte.
Lo primero que sentiste fue un rayo que
atravesó tu pecho y luego tu corazón se disparó. Eras joven, aunque
difícilmente se te podría engañar con artilugios baratos. Así que todo aquello
debía ser cierto… ¿lo era?
Sentiste la humedad del pasto
traspasar tu ropa. Estabas en el suelo y no podías creer lo que tus ojos habían
visto y, en realidad, no querías creerlo. Si te permitías creer eso, ¿Cuántas
otras cosas serían ciertas? Las historias que te contaban de chica como la
llorona, los duendes incluso el hombre de la bolsa tomaban toda otra dimensión.
Una horrible y desesperante. Tantas cosas serían ciertas si aquello era real.
Suspiraste e intentaste recobrar tu
sensatez. Lo mejor era pensar que estabas soñando. Que todo esto era una pesadilla.
Una de esas aterradoras, que se grababan en tus neuronas a fuego; una de esas
que aun despertando, te dejaba el pecho acelerado y la mente turbada durante
todo el día. Respiraste hondo e intentaste convencerte de que era un mal sueño.
Que tu cabeza producía todo eso y hasta te asombraste de esa capacidad de tu
psiquis de inventar un mundo que se sentía tan real.
Recordaste tus últimas acciones
intentando confirmar tu teoría. Tan solo para no pensar en eso que estaba a
unos cuantos metros. Seguramente habías comido algo de más. Sí. Cada vez que te
pasabas de la línea tenías pesadillas. Desde niña te pasaba lo mismo. Y anoche
habías comido con Juan. Seguro que era eso. Y habías tomado vino. El vino
siempre se te subía a la cabeza y te mareaba y luego… uf. Rogaste que sea una
pesadilla.
Te refregaste los ojos. Pero al mirar
alrededor seguías ahí sentada en el pasto húmedo del cementerio.
Un olor intenso a podrido, mezclado
con carne quemada penetró tu nariz y te revolvió el estómago. Quisiste gritar,
pero lo obvio se hizo presente: ¿quién te escucharía? Nadie. Lo más asombrosos
de todo, lo que te golpeaba hasta los huesos, era que no tenías idea de cómo
habías llegado ahí o por qué.
Luego de la cena con Juan podrías
jurar que te fuiste a casa a dormir. Sola. Como siempre. Seguramente Juan te
insinuó algo como de costumbre, pero con tu delicadeza –esa que lo enganchaba
más y más- le habrías dicho que no, que aún era muy pronto luego de…
Miraste desesperada a tu alrededor. A
pesar de que la oscuridad invadía todo, pudiste entender en qué parte del
cementerio estabas. Sí. Te encontrabas cerca de la tumba de Esteban. Se te hizo
un nudo en la garganta. Cada vez que lo pensabas, cada vez que recordabas sus
días juntos, tu corazón daba un vuelco. Y otra vez ese olor asqueroso.
“¿Por qué estoy acá?”, pensaste y de
repente algo, eso que minutos antes habías visto, se movió a unos cuantos
metros tuyos. Por un instante dudaste de si habías hablado en voz alta porque
de inmediato ese ente -que era imposible que existiese-, comenzó a acercarse
lenta pero determinadamente hasta donde estabas vos. Y en lugar de intentar
escapar solo te quedaste ahí, sentada en el pasto contra una de las tantas
tumbas. Lloraste. Deseaste que Esteban estuviese vivo y junto a vos para
protegerte. “Acá estoy”, escuchaste una voz de ultratumba. “¿Me lee la mente?”,
pensaste casi como un reflejo y eso te contestó “Estoy acá por vos”.
Te paraste y confrontaste tus miedos.
Si esto era una pesadilla, en cualquier segundo despertarías. Así que no había
por qué temer… en teoría.
Giraste sobre tus pies y miraste de
frente a ese monstruo que se acercaba lentamente y con horror notaste que la
ropa que vestía, era conocida por vos. Era conocida porque la habías elegido
para su funeral. La voz estaba distorsionada y por eso no la habías reconocido,
pero ese vestido, ese cabello…
“Mamá…”, se te atoró en la garganta.
Hubieses esperado cualquier cosa menos eso. No a tu madre que hasta ayer estaba
viva. No a ella.
“Acaso ¿no deseaste que yo fuese la
muerta en lugar de él?” y con horror recordaste el entierro y la cierto fue que
por un segundo lo habías pensado. Y lo habías hecho porque ella, tu madre,
siempre estuvo en contra de aquel amor. En contra de ustedes.
“Pero no fue enserio”, quisiste
explicar. Pero era tarde. Ella estaba frente a vos y con su mano esquelética y
podrida te apretaba el cuello. No te resististe y el aire te fue abandonando de
a poco. Sentiste el frio de la muerte avanzando por tu cuerpo que, poco a poco,
pasaba a estar del lado de los muertos. Pensaste en Esteban, en donde estaría
ahora que ella ocupaba su lugar. Pero el cerebro te jugó una mala pasada y la
oscuridad sobrevino.
“Es el día de los muertos y los
deseos más profundos se vuelven realidad…”
Despertaste horrorizada, con la piel
de gallina y los vellos de la nuca erizados. Recordaste que era el día de los
muertos, que irías al cementerio a visitar a tu mamá. Miraste a tu lado y Esteban
descansaba plácidamente. Observaste el reloj y sólo eran las seis de la mañana.
Te acurrucaste junto a él sintiendo su cuerpo cálido y desnudo, rozando tu piel.
“Más tarde, más tarde iré a verte madre…”, pensaste y un escalofrío te recorrió
por la espalda.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
Todos los derechos reservados 2015
Imagen hallada en la web(Nikki Night Bloom)
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