domingo, 19 de abril de 2015

Relativa felicidad








“¿Sos feliz?”, dice. Son muchas las veces que ella le hace la misma pregunta. Realmente le importa que su familia sea feliz. Le preocupa que su esposo o su hijo no estén bien. Le teme al silencio, en realidad.

Él deja lo que está haciendo y le hace una sonrisa. Generalmente le responde que sí. Cuando las cosas marchan más o menos, solo es la sonrisa. Ella lo sabe y se esfuerza.
Ella espera. Espera porque la pregunta vuelva, espera que él se haga eco de esa inquietud. Aunque espera en vano. La pregunta no llega. Él le responde que sí y vuelve a lo que estaba haciendo. Como siempre. “Quizás no lo hace de malo”, piensa. Quizás da por sentado que las cosas están bien, que la felicidad junto a él es implícita. Pero la ausencia de la pregunta deja huellas, rastros en el corazón de ella que día a día construye la felicidad ajena.

Y ¿si no le importa? Eso es lo que más la hiere. Incluso la aterra. Porque si no le importase y ella se esfuerza… ¿dónde los deja? ¿Dónde están como pareja? ¿Cómo familia?

El camino que recorrieron es largo y por supuesto hubo bajos. Pero esas depresiones, por pequeñas que hubiesen sido, ayudaron a que se valorasen los momentos de plenitud, de alegría. Al menos así fue para ella que mira a su esposo y luego a su hijo intentando descifrar sus pensamientos.

El pequeño ahora juega solo con sus juguetes y eso trae armonía. La tranquiliza y la inunda de miles de sensaciones. Pero hubo tormentas. Momentos donde los sentimientos de ella estuvieron puestos a tensión. Momentos donde lloró y rió casi a la vez. Porque nadie le explicó como era ser madre, no. Jamás nadie le contó la explosión de emociones encontradas que iba a sentir. Y que no iba a saber qué hacer… pero sobrevivió.

La vida es determinante y continúa siempre a pesar de todo y todos. A pesar de ella que es una sobreviviente de sus sentires, de sus pensamientos, de su propia vida.

Asique la felicidad, según su visión, es como el tiempo: un estado relativo como decía Einstein. Y se contenta con ese descubrimiento, chiquito pero descubrimiento al fin. Lo atesora y lo guarda en su corazón para tenerlo a mano la próxima vez que flaquee o que piense en desistir. Porque muchas veces lo pensó. Irse, correr, huir. Pero siempre algo la ancló y fue el amor. Sí, era eso.

Sonríe. Entonces, toma un mate y vuelve a mirar el monitor de su computadora. Él no le va a hacer la pregunta y ella suspira resignada. “Quizás la próxima vez”, se dice. Quizás.

Autor: Misceláneas de la oscuridad – Todos los derechos reservados 2015

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