¿Te sentís sola, desamparada? Si. Por
un momento eterno así está tu corazón.
Por un instante tu mundo, ese que
conocés tan bien, se deshace. Se desintegra dejándote una tremenda soledad. Una
pena en el pecho que no podés cargar. Lo hiciste, cargaste con penas propias y
ajenas, pero ya no. Ya no más.
Mientras decidís dejar tu pesada mochila
atrás, la pena se extingue lenta pero certeramente y da paso a una paz acunada
por una maravillosa y suave seda.
El aire cálido te roza; la brisa
suave recorre tu piel. Se siente tan bien que deseás que jamás termine. Y
quizás tu deseo se convierta en realidad ¿quién puede saberlo? Vos no. Pero eso
no te impide añorar eternidad. Una eternidad despreocupada, liberada de
ataduras y obligaciones. Estúpidas obligaciones.
Tu piel blanca, pura, única que jamás
vivió el amor libertino o la pasión desenfrenada, se deja llevar por este
sinfín de nuevas sensaciones. Se hunde en paz, en penosa dicha. Aunque, ¿por qué la pasión jamás te tocó? Lo meditás
y tus pensamientos se tornan tristes ¿Acaso te arrepentís de eso? Si. En
secreto lo hacés. En secreto envidiás a los que se dejan llevar por las bajezas
de la humanidad, sin una conciencia que les diga que hacer. Porque tu
conciencia es tan estricta que asfixia, te quita el aire, te deja expuesta y
sola. Entonces, esto es mejor. Dejarse ir…
Pero no sabés de qué se trata y
aunque querés preguntar ¿qué es esto?, lo descartás. No tiene sentido averiguar
de qué se trata. La ignorancia, luego del sufrimiento es mejor. Porque quisiste
ser normal durante mucho tiempo. Aparentaste algo que no eras, fingiste.
Siempre una sonrisa, una mueca de aprobación para los demás. Pero por dentro…
te marchitaste. Te moriste en tu interior y eso: no saber ya quién eras, te
llevó a dudar y la duda a la soledad y esa soledad maldita te llenó el corazón
de nubarrones oscuros que durante mucho tiempo no se corrieron. Y ahora, estos
brazos suaves, esta seda maravillosa que te envuelve y te acuna, son mejor que
las nubes del alma.
Y tu interior se ilumina, aunque la
oscuridad avanza, aparece por detrás. Pero no te importa, ya no. Se siente
bien, se siente suave, seguro. Te sentís segura en estos brazos desconocidos,
anónimos.
Elevás tus manos. Intentás llegar al
cielo y mirás como todo se cierra y un rayo de luz penetra la oscuridad, aunque
no puede vencerla. No podés combatirla. Pero no te molesta. Esta oscuridad te
da confianza, te da seguridad.
Estás cansada de la falsa algarabía.
De la alegría fingida y mal habida. Decidís que esta realidad actual es mejor
que la máscara que siempre llevaste. Sonreís porque ya sabés de qué se trata.
Porque te acordás del metal, de la tina, del agua. Entonces, la muerte completa
su abrazo y vos te desintegrás en esa gloriosa oscuridad.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
Todos los derechos reservados 2015
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