viernes, 29 de mayo de 2015

A través de la ventana








-Dicen que si te mira directo a los ojos te sentencia a muerte.
-¡Estupideces!-dije pero mi cuello se entumeció y los vellos de la nuca se me erizaron.
-¡Si! y si te toca te pudrís porque ella es pudrición del infierno.
-¿Alguno de ustedes la vio siquiera? ¿Alguna vez?
-A través de la ventana. Cuando llega la noche y es luna nueva, ella se mueve y se asoma buscando nuevas presas. Dicen que los detecta a cientos de metros de distancia y que con la mente los llama. Entonces, su presa acude al llamado…
-…al llamado de la muerte y la locura

Quise vomitar. No me gustan las historias de ultratumba. Pero parece que a ellos les encanta. Agarré el vaso que tenía enfrente y me lo tomé de un sorbo. Era cerveza, nunca había la había probado.
-Ah te pusiste blanco como el papel. ¡Te están jodiendo! Es una leyenda urbana. No existe la vieja, pero la casa esta buena para visitarla-dijo Carla que se conmovió al verme.

Le vi la cara, esa expresión que a veces provoco en las chicas. Ya no sé si es bueno o malo. Lo cierto es que me miran y a esta edad es más que suficiente. Me mudé hace dos meses a este pueblo de morondanga. Mamá se divorció de papá porque lo encontró en la cama con otra. Tuvo una crisis y estuvo internada unas cuantas semanas. “Crisis nerviosa”, hijo me dice fumando como un escuerzo. Estuvo en el loquero. Ella piensa que no lo sé, pero tengo mis recursos. Él es un estúpido, lo sé, por dañarla a mamá y eso. Asique no le hablé más y me mudé con ella. Los dos terminamos acá, en lo de la abuela que nos hace el aguante hasta que mi vieja consiga laburo. Yo, mientras tanto, comencé en la secundaria a mediados de año, por lo que obviamente llamó la atención. Soy bastante desgarbado, no me considero lindo ni mucho menos, pero sé que provoco cierto enternecimiento en las chicas. Sobre todo cuando les cuento mi triste historia. “Vengo de un hogar roto”, les digo y eso las pone como locas.

-Si querés podemos ir-le dije a Carla cuando volvíamos de la fiesta del día de los muertos. Ella me miró sorprendida. Tal vez no entendió de qué le hablaba. O quizás ya se había arrepentido de sus palabras -Digo, a la casa de la vieja. Si querés vamos. Yo pienso ir…
-No sé si es buena idea, Daniel. ¿Y si es real la leyenda?
-No lo creo. Bueno yo voy, si tenés ganas el sábado voy a estar ahí…

Le dije haciéndome el canchero. Quería impresionarla porque me gustaba. Carla me había impactado desde el día en que llegué. Sus ojos negros, su piel blanca y su cabello rubio, largo, lacio. Era hermosa. Cada noche me acostaba pensando en ella. La pensaba desnuda, la deseaba en mis brazos. Jamás había hecho el amor y quería hacerlo con ella por primera vez. Si, tenía que ser mía. Tenía tiempo, no me iba a apurar. Ella requería trabajo extra, paciencia y estaba dispuesto a esperarla.

Llegué a casa como a las diez. Me acosté y soñé con el aroma de Carla. Ella me invitaba a quedarme entre sus brazos, en su busto suave y blanco. Desperté por la mañana, sudado y con sabor a sexo. Fui a la escuela y allí estaba ella con sus jeans ajustados y el pelo recogido. Parte de mí se excitó y tuve que ir al baño para disimular. Me lavé varias veces la cara y tuve que esperar unos minutos a que bajase. Una vez calmado salí y me acerqué al grupito de incipientes amigos.
-Daniel, lo pensé bien y acepto ir con vos a lo de la vieja. ¿Vamos esta noche?

Me pareció ver cierto brillo maléfico en Carla, pero estaba tan embobado que acepté a ir a lo de la vieja. Enseguida me imaginé que la casa estaría abandonada y que Carla se entregaría a mí. Lo haría porque ella lo deseaba también, aunque se hacía la difícil. A más de uno le echó flit pero a mí no, yo le provocaba algo ¿lástima? Podía hacer muchas cosas con ese sentimiento si ella me dejaba.

Esa noche, una hora antes de lo acordado, ya estaba frente a la casona. Era una vieja casa victoriana de tres pisos. A la vista parecía abandonada. La madera estaba descascarada, el jardín descuidado y algunos de los vidrios rotos. Una brisa extraña me envolvió y me dio escalofrío. El cielo estaba cubierto de nubes negras y la temperatura estaba bajando. El tiempo comenzó a enlentecerse. Si, sentí que la hora no pasaba más. Yo estaba en la vereda de enfrente, entre unos árboles. Miré la casa y estaba a oscuras. No voy a negarlo, tenía miedo y por un segundo me pregunté si Carla valía la pena. Pero mis hormonas hablaron y de inmediato dijeron que sí. Sin embargo ella no llegaba y los minutos pasaban. De repente las nubes se corrieron. “La vieja aparece las noches de luna nueva”. Miré el cielo por instinto, nomás. Solo para constatar de que no había luna. Mi corazón comenzó a latir acelerado. “Son puras mentiras”, me dije para darme coraje pero no funcionó. Miré la casona y vi que una luz se prendía en la última habitación del último piso. Una sombra comenzó a moverse y preparé mi cuerpo para irme de ahí. Sin embargo Carla estaba en la puerta. ¿Le había dicho que nos encontrábamos ahí o entre los árboles? No podía recordarlo. Le quise gritar pero la sombra se detuvo al mismo momento en que mis pensamientos dijeron “Carla”. Enmudecí. Carla seguía allí y de repente miró para atrás como si alguien la llamase y sin más, entró a la casona “Está loca”, me dije y debatí durante unos segundos si seguirla o no.

Miré la ventana para decidirme. Fue entonces que la sombra se movió y otra luz se encendió. No lo pensé dos veces y tomé la decisión de entrar. Crucé la calle corriendo. De inmediato la puerta de entrada se cerró con brusco silencio, casi como ahogando un chillido a madera. “Ella elige a su presa”, pensé horrorizado y llegué a la conclusión de que había elegido a mi Carla. Miré el suelo en busca de algo y encontré una botella tirada. La estrellé contra el suelo y tomé uno de los vidrios en caso de que tuviese que defenderme.
Respiré hondo y me enfrenté a la puerta.

Solo con tocarla se abrió, silenciosa como cuando se había cerrado, como aquella noche aterradora. La oscuridad me envolvió de inmediato y el terror me invadió una vez más. Toda la pasión por Carla se estaba disipando. En su reemplazo, un pensamiento se apropió de mí: “Esta tarada se vino a meter acá, carajo ¿qué mierda está pensando?”, y mis pasos se hicieron titubeantes. ¿Valía la pena?, ya no estaba tan seguro. Pensé en mi vieja. Si me pasase algo, quedaría devastada. Me frené en seco. Agudicé mi oído. No se escuchaba nada. Comencé a pensar que quizás no era ella la que había entrado o incluso que ni siquiera había estado ahí. Pero de pronto escuché algo y me convencí de que estaba en grave peligro.
“Daniel, ¡ayudame!”

Sonaba lejano. Miré para todos lados y divisé en la penumbra una escalera de madera. Encaré para ahí. Subí peldaño tras peldaño y como la puerta, emitía un silencio jamás escuchado. Me preocupó aunque me concentré en qué hacer luego de encontrar a Carla. Miré para arriba por el hueco de la escalera. Percibí un tenue resplandor y hacia ahí me dirigí. Sin pensar apreté el vidrio que tenía en mi mano y sentí la carne cortarse, aunque no me dolió.
Seguí subiendo. Paso tras paso, latido tras latido. Podía escuchar el bombeo de mi corazón retumbando en mis oídos. Era desesperante. Me frené y me obligué a respirar hondo para calmarme. Funcionó a medias, sobre todo porque de repente escuché un alarido y tuve que iniciar una frenética carrera en la oscuridad. Subí. Los peldaños no se terminaban más, el resplandor parecía alejarse en lugar de estar más cerca. ¿Qué pasa?, pensé. No podía ser, la mente me estaba engañando. Sí, era eso. Continué subiendo. De repente, luego de miles de escalones, me topé con el descanso del tercer piso, o eso creí que sería. Recordé que allí estaba la sombra. ¿Sería la vieja? Temí que así fuese.  Pero otro alarido se presentó y corrí hasta la habitación desde donde provenía el grito.

Entré de golpe, corriendo, acelerado, blandiendo el vidrio y allí estaba. La vieja era horrible. Olía a demonios pudriéndose y ella tenía un rostro horroroso que se descascaraba. Corrí hacia ella y gritando como un guerrero medieval, le clavé el vidrio en el cuello.

¡Sí!, me dije. La había matado. Había hecho justicia y había liberado al pueblo de aquella maldición. O eso creí. De repente, de esa herida manó una sustancia espesa, violácea y maloliente. Ella se acercó a mí sonriendo y me tomó del cuello mientras que eso viscoso, que no era sangre sino pudrición, se derramaba sobre mi rostro. Me ahogaba por su mano y por esa sustancia horripilante y ella no me largaba. La oscuridad comenzó a surgir y a rodearme. Pensé en Carla, en dónde estaría pero ya no pude resistir más.

Abrí los ojos. La luz me hizo doler pero parpadeé varias veces. Mientras se acomodaban mis recuerdos pude ver varios rostros a mí alrededor. “Estoy muerto”, pensé. Pero no había lágrimas, ni nadie estaba vestido de negro. Miré mejor y entendí que estaba en un hospital. Suspiré aliviado. Mamá me sonrió y corrió un mechón de mi pelo. Quise decirle algo pero las palabras no salían. A su lado estaba la abuela. También me sonrió. Intenté de nuevo pero nada, ni una vocal… había una tercera persona que se acercó y me besó la frente. Su perfume me invadió y pude apreciar su clara piel y sus cabellos rubios. Era Carla. ¡Estaba viva! Mi corazón latió acelerado de felicidad. Quise preguntarle cómo se había salvado. Pero tampoco pude. Pero ella estaba tan cerca que no importó…

“Ojalá salgas de esta, Daniel”, me suspiró al oído, “pero es muy difícil escapar de un loquero”, finalizó y comencé a desesperarme. Y lo peor de todo fue que, al mirarla en detalle, noté una cicatriz en su cuello y una mirada diabólica. “Ella te elige, te caza y te llena de su pudrición infernal”, entendí. Quise levantarme desesperado pero mis brazos y mis piernas estaban atrapados. Me encontraba atado a la cama. Sáquenme de aquí, grité pero mis labios apenas se movieron y sentí que mi saliva se salía por uno de los costados.  “Doctor ¡está agitado otra vez!”, dijo mi madre. “¿Otra vez? ¿Cómo que otra vez?”, quise gritarles, pero todo seguía igual.

Carla hizo una media sonrisa y se fue meneando su cintura. “Mañana vuelvo a visitarte, querido”, dijo y mientras yo pataleaba, a través de la ventana vi como su cuerpo se distorsionaba por un breve segundo, transformándose en algo amorfo y horrible. Pero de inmediato una jeringa penetró mi brazo y la oscuridad reinó, otra vez.

Autor: Misceláneas de la oscuridad – Todos los derechos reservados 2015

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