-Dicen que si te mira directo a los
ojos te sentencia a muerte.
-¡Estupideces!-dije pero mi cuello se
entumeció y los vellos de la nuca se me erizaron.
-¡Si! y si te toca te pudrís porque
ella es pudrición del infierno.
-¿Alguno de ustedes la vio siquiera?
¿Alguna vez?
-A través de la ventana. Cuando llega
la noche y es luna nueva, ella se mueve y se asoma buscando nuevas presas.
Dicen que los detecta a cientos de metros de distancia y que con la mente los
llama. Entonces, su presa acude al llamado…
-…al llamado de la muerte y la locura
Quise vomitar. No me gustan las
historias de ultratumba. Pero parece que a ellos les encanta. Agarré el vaso
que tenía enfrente y me lo tomé de un sorbo. Era cerveza, nunca había la había
probado.
-Ah te pusiste blanco como el papel.
¡Te están jodiendo! Es una leyenda urbana. No existe la vieja, pero la casa
esta buena para visitarla-dijo Carla que se conmovió al verme.
Le vi la cara, esa expresión que a
veces provoco en las chicas. Ya no sé si es bueno o malo. Lo cierto es que me
miran y a esta edad es más que suficiente. Me mudé hace dos meses a este pueblo
de morondanga. Mamá se divorció de papá porque lo encontró en la cama con otra.
Tuvo una crisis y estuvo internada unas cuantas semanas. “Crisis nerviosa”,
hijo me dice fumando como un escuerzo. Estuvo en el loquero. Ella piensa que no
lo sé, pero tengo mis recursos. Él es un estúpido, lo sé, por dañarla a mamá y
eso. Asique no le hablé más y me mudé con ella. Los dos terminamos acá, en lo
de la abuela que nos hace el aguante hasta que mi vieja consiga laburo. Yo,
mientras tanto, comencé en la secundaria a mediados de año, por lo que
obviamente llamó la atención. Soy bastante desgarbado, no me considero lindo ni
mucho menos, pero sé que provoco cierto enternecimiento en las chicas. Sobre
todo cuando les cuento mi triste historia. “Vengo de un hogar roto”, les digo y
eso las pone como locas.
-Si querés podemos ir-le dije a Carla
cuando volvíamos de la fiesta del día de los muertos. Ella me miró sorprendida.
Tal vez no entendió de qué le hablaba. O quizás ya se había arrepentido de sus
palabras -Digo, a la casa de la vieja. Si querés vamos. Yo pienso ir…
-No sé si es buena idea, Daniel. ¿Y
si es real la leyenda?
-No lo creo. Bueno yo voy, si tenés
ganas el sábado voy a estar ahí…
Le dije haciéndome el canchero. Quería
impresionarla porque me gustaba. Carla me había impactado desde el día en que
llegué. Sus ojos negros, su piel blanca y su cabello rubio, largo, lacio. Era
hermosa. Cada noche me acostaba pensando en ella. La pensaba desnuda, la
deseaba en mis brazos. Jamás había hecho el amor y quería hacerlo con ella por
primera vez. Si, tenía que ser mía. Tenía tiempo, no me iba a apurar. Ella requería
trabajo extra, paciencia y estaba dispuesto a esperarla.
Llegué a casa como a las diez. Me
acosté y soñé con el aroma de Carla. Ella me invitaba a quedarme entre sus
brazos, en su busto suave y blanco. Desperté por la mañana, sudado y con sabor
a sexo. Fui a la escuela y allí estaba ella con sus jeans ajustados y el pelo
recogido. Parte de mí se excitó y tuve que ir al baño para disimular. Me lavé
varias veces la cara y tuve que esperar unos minutos a que bajase. Una vez
calmado salí y me acerqué al grupito de incipientes amigos.
-Daniel, lo pensé bien y acepto ir
con vos a lo de la vieja. ¿Vamos esta noche?
Me pareció ver cierto brillo maléfico
en Carla, pero estaba tan embobado que acepté a ir a lo de la vieja. Enseguida
me imaginé que la casa estaría abandonada y que Carla se entregaría a mí. Lo
haría porque ella lo deseaba también, aunque se hacía la difícil. A más de uno
le echó flit pero a mí no, yo le provocaba algo ¿lástima? Podía hacer muchas
cosas con ese sentimiento si ella me dejaba.
Esa noche, una hora antes de lo
acordado, ya estaba frente a la casona. Era una vieja casa victoriana de tres
pisos. A la vista parecía abandonada. La madera estaba descascarada, el jardín
descuidado y algunos de los vidrios rotos. Una brisa extraña me envolvió y me
dio escalofrío. El cielo estaba cubierto de nubes negras y la temperatura
estaba bajando. El tiempo comenzó a enlentecerse. Si, sentí que la hora no
pasaba más. Yo estaba en la vereda de enfrente, entre unos árboles. Miré la
casa y estaba a oscuras. No voy a negarlo, tenía miedo y por un segundo me
pregunté si Carla valía la pena. Pero mis hormonas hablaron y de inmediato
dijeron que sí. Sin embargo ella no llegaba y los minutos pasaban. De repente las
nubes se corrieron. “La vieja aparece las noches de luna nueva”. Miré el cielo
por instinto, nomás. Solo para constatar de que no había luna. Mi corazón
comenzó a latir acelerado. “Son puras mentiras”, me dije para darme coraje pero
no funcionó. Miré la casona y vi que una luz se prendía en la última habitación
del último piso. Una sombra comenzó a moverse y preparé mi cuerpo para irme de
ahí. Sin embargo Carla estaba en la puerta. ¿Le había dicho que nos
encontrábamos ahí o entre los árboles? No podía recordarlo. Le quise gritar
pero la sombra se detuvo al mismo momento en que mis pensamientos dijeron “Carla”.
Enmudecí. Carla seguía allí y de repente miró para atrás como si alguien la
llamase y sin más, entró a la casona “Está loca”, me dije y debatí durante unos
segundos si seguirla o no.
Miré la ventana para decidirme. Fue
entonces que la sombra se movió y otra luz se encendió. No lo pensé dos veces y
tomé la decisión de entrar. Crucé la calle corriendo. De inmediato la puerta de
entrada se cerró con brusco silencio, casi como ahogando un chillido a madera.
“Ella elige a su presa”, pensé horrorizado y llegué a la conclusión de que
había elegido a mi Carla. Miré el suelo en busca de algo y encontré una botella
tirada. La estrellé contra el suelo y tomé uno de los vidrios en caso de que
tuviese que defenderme.
Respiré hondo y me enfrenté a la
puerta.
Solo con tocarla se abrió, silenciosa
como cuando se había cerrado, como aquella noche aterradora. La oscuridad me
envolvió de inmediato y el terror me invadió una vez más. Toda la pasión por
Carla se estaba disipando. En su reemplazo, un pensamiento se apropió de mí:
“Esta tarada se vino a meter acá, carajo ¿qué mierda está pensando?”, y mis
pasos se hicieron titubeantes. ¿Valía la pena?, ya no estaba tan seguro. Pensé
en mi vieja. Si me pasase algo, quedaría devastada. Me frené en seco. Agudicé
mi oído. No se escuchaba nada. Comencé a pensar que quizás no era ella la que
había entrado o incluso que ni siquiera había estado ahí. Pero de pronto
escuché algo y me convencí de que estaba en grave peligro.
“Daniel, ¡ayudame!”
Sonaba lejano. Miré para todos lados
y divisé en la penumbra una escalera de madera. Encaré para ahí. Subí peldaño
tras peldaño y como la puerta, emitía un silencio jamás escuchado. Me preocupó
aunque me concentré en qué hacer luego de encontrar a Carla. Miré para arriba
por el hueco de la escalera. Percibí un tenue resplandor y hacia ahí me dirigí.
Sin pensar apreté el vidrio que tenía en mi mano y sentí la carne cortarse,
aunque no me dolió.
Seguí subiendo. Paso tras paso,
latido tras latido. Podía escuchar el bombeo de mi corazón retumbando en mis oídos.
Era desesperante. Me frené y me obligué a respirar hondo para calmarme.
Funcionó a medias, sobre todo porque de repente escuché un alarido y tuve que
iniciar una frenética carrera en la oscuridad. Subí. Los peldaños no se
terminaban más, el resplandor parecía alejarse en lugar de estar más cerca. ¿Qué
pasa?, pensé. No podía ser, la mente me estaba engañando. Sí, era eso. Continué
subiendo. De repente, luego de miles de escalones, me topé con el descanso del
tercer piso, o eso creí que sería. Recordé que allí estaba la sombra. ¿Sería la
vieja? Temí que así fuese. Pero otro
alarido se presentó y corrí hasta la habitación desde donde provenía el grito.
Entré de golpe, corriendo, acelerado,
blandiendo el vidrio y allí estaba. La vieja era horrible. Olía a demonios
pudriéndose y ella tenía un rostro horroroso que se descascaraba. Corrí hacia
ella y gritando como un guerrero medieval, le clavé el vidrio en el cuello.
¡Sí!, me dije. La había matado. Había
hecho justicia y había liberado al pueblo de aquella maldición. O eso creí. De
repente, de esa herida manó una sustancia espesa, violácea y maloliente. Ella
se acercó a mí sonriendo y me tomó del cuello mientras que eso viscoso, que no
era sangre sino pudrición, se derramaba sobre mi rostro. Me ahogaba por su mano
y por esa sustancia horripilante y ella no me largaba. La oscuridad comenzó a
surgir y a rodearme. Pensé en Carla, en dónde estaría pero ya no pude resistir
más.
Abrí los ojos. La luz me hizo doler
pero parpadeé varias veces. Mientras se acomodaban mis recuerdos pude ver
varios rostros a mí alrededor. “Estoy muerto”, pensé. Pero no había lágrimas,
ni nadie estaba vestido de negro. Miré mejor y entendí que estaba en un
hospital. Suspiré aliviado. Mamá me sonrió y corrió un mechón de mi pelo. Quise
decirle algo pero las palabras no salían. A su lado estaba la abuela. También me
sonrió. Intenté de nuevo pero nada, ni una vocal… había una tercera persona que
se acercó y me besó la frente. Su perfume me invadió y pude apreciar su clara
piel y sus cabellos rubios. Era Carla. ¡Estaba viva! Mi corazón latió acelerado
de felicidad. Quise preguntarle cómo se había salvado. Pero tampoco pude. Pero ella
estaba tan cerca que no importó…
“Ojalá salgas de esta, Daniel”, me
suspiró al oído, “pero es muy difícil escapar de un loquero”, finalizó y
comencé a desesperarme. Y lo peor de todo fue que, al mirarla en detalle, noté
una cicatriz en su cuello y una mirada diabólica. “Ella te elige, te caza y te
llena de su pudrición infernal”, entendí. Quise levantarme desesperado pero mis
brazos y mis piernas estaban atrapados. Me encontraba atado a la cama. Sáquenme
de aquí, grité pero mis labios apenas se movieron y sentí que mi saliva se
salía por uno de los costados. “Doctor ¡está
agitado otra vez!”, dijo mi madre. “¿Otra vez? ¿Cómo que otra vez?”, quise
gritarles, pero todo seguía igual.
Carla hizo una media sonrisa y se fue
meneando su cintura. “Mañana vuelvo a visitarte, querido”, dijo y mientras yo pataleaba,
a través de la ventana vi como su cuerpo se distorsionaba por un breve segundo,
transformándose en algo amorfo y horrible. Pero de inmediato una jeringa
penetró mi brazo y la oscuridad reinó, otra vez.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
Todos los derechos reservados 2015
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