—¡Te digo que no es él, Mayra! No seas cabeza dura…
—Sí, es él. Te juro que es él. Esos
gestos…mirá la barba…decime si no es igual a la foto. No me jodas, es él. Es
Facundo.
Mayra compara a distancia la cara de un
muchacho que está sentado en la mesa del bar. Está a varios metros y entre ella
y él hay una multitud que va y viene. Él ríe mientras toma cerveza. Ella trata
de esquivar a todos con la mirada. Y compara. El problema no es él en sí mismo
sino que está con alguien. Mayra disimula para que el supuesto Facundo no se de
cuenta. Aunque es obvia como el resto de sus amigas que intentan persuadirla. Pero
los ojos de Mayra van del Facebook al flaco y viceversa.
—Agrandá la imagen…¿a ver?
—¿Por qué no vamos a otro lugar? —dice Sandra
preocupada.
Ella conoce a su amiga. Sabe que cuando a
Mayra se le mete algo en la cabeza, es difícil sacársela. Incluso se torna
peligroso. Quizás un tanto obsesiva. Si, esa es la palabra justa: obsesión.
Como cuando se enamoró locamente del vecino de enfrente. Fue un amor platónico
que le carcomió la cabeza. Nunca hubo un encuentro físico, por supuesto. Tal
vez una sonrisa, o un encuentro casual en el negocio de la esquina. Quizás
compartían el gusto por el mismo tipo de café. O incluso ella modificó sus
gustos solo para tener algo en común. A pesar de todo eso, para ella, él fue el
amor de su vida. O uno de sus amores. Y casi termina en tragedia cuando se
enteró que tenía novia. Sí, Sandra tiene muchas razones para estar preocupada
por su amiga. Demasiadas.
—Nos quedamos acá y punto. Este pibe es un
caradura. Tamara seguro que está durmiendo, con esa gripe que tiene y este
pelotudo le habrá dicho que se iba a jugar un picadito o a comer un asado con
los amigos. Y está acá… ¡con otra mina! Que descarado.
—Mmmmhhh se parece…pero no sé…fijate en la
foto…acá parece de dos metros y este es petiso…pará que ahí viene. Háganse las
boludas. —Catalina se
divierte con la situación, ella es ajena a los pensamientos de Sandra, a sus
preocupaciones. Ella es una agregada reciente al grupo. No conoce la “historia”
de sus amigas. De ninguna.
Catalina ríe y el resto hace lo mismo. Algunas
por imitación, otras por nerviosismo. Pero Mayra está seria. Abstraída en ese rostro que
se torna conocido, aunque de forma lejana. Quizás entre burbujas de alcohol y
unos ojos verdosos que cambien con el sol. Quizás entre pensamientos amargos de
frustraciones propias. Mayra vio a Facundo solo un par de veces. Pero según su
juicio, eso la coloca en un lugar privilegiado. Ella puede…debe ser defensora de la amiga ausente. “Pobre Tamara”, se repite
una y otra vez. “Si esto me pasara a mí me gustaría que alguien hiciera algo.
Alguien que piense en mí…”; aunque no tiene quien la engañe siquiera.
Todas disimulan. Hacen que se sacan fotos y
toman la cerveza de sus vasos mientras el muchacho pasa caminando. Pero Mayra
lo sigue con la mirada. Ella ni siquiera se hace la tonta, no esquiva la
mirada. Él pasa a su lado sin registrarla y eso la pone más nerviosa. “Se hace
el boludo…”
Mayra se levanta y Sandra que está pendiente a
cada segundo de su amiga la agarra del brazo. Cruzan miradas. Hay violencia en
una y súplica en la otra. Mayra ve la preocupación de su amiga pero se siente
ofendida. “No estoy loca”, piensa.
—Voy al baño nada más—le dice con frialdad y
se suelta.
Camina hasta el baño. Hay mucha gente. Se
choca a una piba que no tiene ni diecisiete años. La detesta y disfruta ver
como se mancha la camisa blanca. “Estúpida”, dice la piba y Mayra hace una
media sonrisa triunfal. Por un segundo se olvida del supuesto Facundo. Por un
instante hasta podría disfrutar, buscar a alguien, llevarlo a casa. Quizás si
algo entretuviese esa mente inquieta y trastornada por la situación, las cosas serían
hasta placenteras para ella. Pero para Mayra la vida no funciona así. Lo ve
salir del baño y toda posibilidad de gozo se disuelve en el aire. “Es él”, se
dice. Y va directo hasta donde se encuentra.
Camina decidida. Él la observa pero no dice
nada. Solo sigue su camino como si en realidad hubiese visto una pared inerte,
blanca, insípida. Va hasta donde le corresponde, con la otra minita. Con la
otra. Mayra se siente enloquecer de rabia. Gira entre dos pibes que le dicen
algo, quizás un piropo. Pero ella está enceguecida. Sigue al supuesto infiel.
Al novio de su amiga. Al que le robó la paz de un encuentro entre amigas.
Sandra la divisa a la distancia y quiere
frenarla pero sabe que no va a llegar. Ve que su amiga agarra una botella
vacía. “Está loca”, piensa, “lo va a matar”.
—¡Mayra! —grita pero su voz se ahoga entre
ritmos electrónicos y risotadas ajenas.
Acelera el paso. Sabe que su amiga es capaz de
confrontarlo y más. Lo sabe porque años atrás, luego de salir de la internación
por el amor platónico se volvió a enamorar. Salió mal. Obvio. Él la engañó.
Ella lo encaró. Aunque por supuesto todo quedó en la nebulosa de sus recuerdos
empastillados. Oscuros. Amnésicos. Fue sobreseída por emoción violenta. ¿Cómo
ahora? ¿Es esto emoción violenta?, se pregunta Sandra. Siente un calambre en el
pecho. Incluso se cuestiona dejarla. Irse. Ella no es su madre. “Soy su amiga”
y eso le pesa ahora. Luego de tantos años y tantas situaciones límites vividas
juntas siente que llegó a su límite. Comienza a llorar. La impotencia la
inunda. Se frena junto a la barra y observa como todo se torna irremediable.
Catalina ve la desesperación de Sandra. Quiere
preguntar, pero solo observa la situación. A la distancia la ve a Mayra, con una
botella en la mano, llegando hasta donde está el falso Facundo. Falso porque
Catalina está segura de que no es el novio de Tamara. Y está segura porque la
llamó y disimuladamente le preguntó. “Está acá cuidándome…es un dulce…me
preparó un te con miel”, había dicho por teléfono Tamara. Y catalina entiende
lo que pasa y recuerda alguna conversación. Mayra y la internación, Mayra y el
psiquiatra. Mayra…
“¡Hijo de puta!”, piensa Mayra mientras se
acerca al pibe que ajeno a lo que a ella le pasa, sigue con su charla trivial.
—¡Yo te voy a dar que engañes a mi amiga
desgraciado!—grita Mayra mientras eleva la botella para reventársela en la
cabeza. Toma el impulso de su odio, de su soledad, del engaño de los hombres y
con violencia arremete.
Pero una mano la frena justo. Catalina le pone
el teléfono celular en el oído. Tamara le dice “Tranquila amiga…Facu está acá
conmigo. Disfrutá la noche por mí ¿si?”.
Entonces las amigas salen a la calle y
transforman en anécdota lo que pudo ser un asesinato.
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2016
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