Camila llega
y estaciona su pequeño auto. No lo apaga. Todavía no decide si bajar. Sabe que
si lo hace se va a arrepentir. Mira a la distancia, a la oscuridad silenciosa y
casi vacía y se pregunta por qué está ahí, por qué le hizo caso a Beto. “Se
quiere acostar con vos, es más que claro”, le había dicho Tamara, su compañera
de departamento. No eran amigas. Eran solo compañeras.
Camila no era
persona de amigas. Prefería un buen libro al parloteo frívolo en un bar. Y eso,
cuando sos joven, cuando aún no se llega a los 30, tiene un alto costo: la
soledad. Y así era Camila: solitaria y casi ermitaña. Hasta que Beto apareció
un día y ella se sintió mimada de una forma tierna, casi infantil.
A pesar de
sus dudas apaga el motor del auto pero se queda dentro de él. El afuera le
parece amenazante, hostil. No puede relajarse y disfrutar del misterio.
“Animate, no seas boluda”, le había dicho su no amiga, compañera de cuarto, “después no te quejes que estás
sola, que nadie se te acerca y bla, bla, bla.” Lili no era muy amable en sus
formas pero tenía razón y luego de meditarlo, Camila decidió darle una
oportunidad a este pibe. Porque a fin de cuentas, esa soledad no buscada de
forma consciente la torturaba bastante. A pesar de sus gustos extravagantes
para la edad, de vez en cuando sentía esa necesidad hormonal de estar con
alguien del sexo opuesto.
“Sexo”,
suspira sin soltar el volante. "Tantas vueltas para acostarse con
alguien". Las luces encendidas del auto se pierden en la penumbra. Las partículas
de tierra flotan en el aire y juguetean
con los haces de luz. Una planta se mueve con la brisa y Camila siente que su
corazón se acelera. Aunque no está segura si es por el miedo de estar sola, a
la espera de su amante, o porque la ansiedad de estar con él es grande. Es una
delgada línea y ella lo sabe. Pero todavía no puede disfrutar de esa sensación.
A la
distancia algo se ilumina tenuemente. Ella observa intrigada y la luz lejana se
hace nítida, casi como respondiendo a su ansiedad. Proviene de una de las
habitaciones en la que su cita aguarda. “Te espero en la mansión de mi
abuelo…suena más imponente de lo que es en realidad. Está en refacción así que
tenemos el lugar para los dos solos…te va a gustar”. En aquel momento, Camila
dudó. “Se parece a los lugares de tus libros”, dijo para convencerla. Él le
había guiñado el ojo.
En el auto,
Camila piensa en el momento en que conoció a Beto. No recordaba el día exacto,
ni donde estaban. Sólo tiene presente algunas charlas furtivas, muchos guiños,
y una mirada inquisidora, casi violatoria de sus pensamientos. Incluso, ahora
que está en la oscuridad, trata sin resultados de recordar en qué momento le
contó de sus libros, de lo que más le gustaba.
“Dejá de hacerte
la boluda y no busques excusas para irte a casa”, se regaña. “Es navidad…no
querés estar sola cuando den las 12…querés estar con él”, se convence y baja
del auto. Lentamente se dirige a la mansión. Ahora que la tiene enfrente se da
cuenta de lo enorme que es. Más allá de la habitación con la luz encendida
divisa otras tantas ventanas. Puede contar más de 10 y solo en el frente. ¿Quién
habrá sido el abuelo?, piensa. Imagina un acaudalado señor, bondadoso. ¡No! Se
frena. Mejor un oscuro ser, con amantes a las que tortura por el puro placer de
poder hacerlo. Sí, eso está mejor. Se ríe. Su imaginación aparece cada vez que
tiene miedo. Inventa historias, para acallar su mente. Sigue pensando en ese
hombre. Seguro que era un conde, no un príncipe. Uno malvado que se alimenta de
las almas de los visitantes. Y su nieto... ¿habrá heredado ese vicio? Eso no
ayuda, piensa. Se relaja un poco. Nada puede ser peor que su imaginación. O su
soledad.
Camina por un
senderito. La oscuridad se hace más densa por los nubarrones de tormenta que no
se quieren ir. Traspasa una reja, enorme y oxidada, que se encuentra abierta.
“Seguro que Beto la dejó así”, se dice para tener coraje. Atraviesa ese umbral
y todo cambia, como en los sueños de la infancia. Fantásticos. Inexplicables
como su relación con Beto. Enseguida las nubes se corren y dejan en evidencia
una enorme luna, redonda y majestuosa que ilumina todo el lugar. “La magia de
la navidad”, suspira.
Saca el
celular del bolsillo trasero y observa la hora: once y media. “Me tengo que
apurar…”, piensa y camina más acelerado.
El jardín es extraordinario
como todo en el lugar. La tensión desaparece un poco ahora que hay algo de luz.
Observa mejor mientras sigue en aquel sendero que la lleva hasta la enorme
puerta principal. Un magnifico rosal ofrece sus flores rojo sangre aunque
Camila no se atreve a tocarlas. “Podría arruinarlo”, piensa. El pasto está
cortado al ras y huele a tierra mojada. “Alguien debe mantener todo esto”, se
dice y no deja de notar que desde el auto todo parecía abandonado y descuidado.
Salvo por la ventana con la luz encendida.
Recuerda la
luz y va directo a la mansión. Traspasa la puerta que también está
entreabierta. Una vez en el salón, aparece una tenue música de fondo que ella
atribuye a Beto y su agasajo nocturno. Siente mariposas en el estómago y decide
que esa noche, finalmente se entregará a él. Sube por la enorme escalera de
mármol y va hasta la habitación de la luz. Su corazón está acelerado de
anticipación. “Si se encargó de tantos detalles merece una oportunidad…”,
piensa emocionada.
Camina hasta
una de las habitaciones que está con la puerta entornada. Se para unos
centímetros antes y se arregla el pelo. Acomoda su ropa y pellizca sus
mejillas. Saca el celular y se observa “Estoy perfecta”, dice mientras ve
varias llamadas perdidas de Beto. Sonríe. “No pudiste con la ansiedad”, dice al
entrar a la habitación.
Ahí, tres
muñecas de porcelana están sentadas alrededor de una mesita. Una de ellas tiene
una pequeña muñequita en brazos. ¿Qué es esto?, pregunta Camila que no entiende
de qué se trata la escena. Una de las muñecas la observa con severidad. Las
otras, se miran entre ellas. Las mariposas en el estómago de Camila se
transforman en palpitaciones que golpean en su pecho. Un murmullo asciende por
la escalera, una brisa resopla en la espalda de la joven y solitaria Camila. Los
vellos de la nuca se le erizan mientras sigue mirando cómo las muñecas toman el
té. Camila quiere gritar pero hay un nudo en su garganta. Piensa en Beto. Quiere
creer que todo es un regalo de él, aunque sería el más extraño de los obsequios.
“Son lindas Beto, pero ¿dónde te metiste nene…?”, dice con voz temblorosa. El
teléfono suena otra vez, “Beto ¿dónde mierda estás…?”
En el momento
en que Beto se disculpa por no poder estar con ella en la cena de navidad, la
puerta se cierra de golpe detrás de Camila y las muñecas se abalanzan y la
atacan sin piedad. Con violencia desgarran su carne, tironean de su pelo y
penetran su abdomen, mientras Camila grita pidiendo auxilio. Sin embargo nadie
la escucha.
**********
Camila
despierta sobresaltada. Enseguida se observa la ropa, los brazos… busca las
heridas y la sangre. ¡Maldita pesadilla!, piensa. Mira
hacia adelante y ahí está la descuidada mansión, en plena oscuridad. Ninguna
luz está encendida y el silencio es casi mortuorio. Todo se ve descuidado, opaco.
Abandonado y lejano para su tranquilidad. "Tengo que dejar de leer tantos
libros de terror", se dice aunque sabe que no lo hará. Un ruido repentino
la sobresalta. Alguien está golpeando la ventanilla del auto. Asustada ve que
es Beto. “Mirá lo que te traje”, dice y le enseña una pequeña muñequita de
porcelana. Camila aterrorizada enciende el auto y sin siquiera decir una
palabra se va dejando a Beto parado en la oscuridad sin entender absolutamente
nada.
Autor:
Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017
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