Nota: Sacrificio forma parte de mi libro "Relatos de la Parca", Editorial Imaginante, año 2015
La brisa fresca de la noche acarició
su rostro en un tímido intento de suavizar su misión. Mientras, él se asomó a la
ventana entreabierta y observó a su víctima que estaba allí nomás, a escasos metros
de donde estaba parado. Casi sin querer la admiró, en silencio, agazapado como
un animal a punto de atacar, aunque con la confirmación de una idea: jamás
podría hacerlo. La misma brisa que ablandó su conciencia, abrió de golpe la
ventana y revoloteó cerca de ella provocando que un mechón de cabello volase
casi caprichosamente. Pero ella no se inmutó, su mirada estaba perdida. Su
mente, como la pared, estaba en blanco. Él conocía esa mirada. Era la de
aquellos que sabían que su existencia era mero capricho del destino, la
expresión de quienes habían escapado una vez: era la mirada de los
sentenciados. Pero su hermoso rostro…debía irse de allí en ese momento. Esa no
era la hora, no con todo ese sentimiento en su pecho. Retrocedió con torpeza y
en su retirada pisó unas ramas secas que ella escuchó y de repente, ella posó
sus ojos en él.
—¿Quién anda ahí?
“¿Cómo es posible que no me vea?”,
pensó el verdugo que estaba parado justo frente a ella. Ambos prácticamente
podían olerse al estar frente a frente en la ventana, abierta de par en par y
sin embargo... En ese breve segundo, él pudo sentirla. Pudo ver su piel
delicada y joven y admirar su belleza, que era exótica, como sus ojos. Y ahí lo
notó. Un velo gris se cernía sobre ambos ojos. “No me ve, no puede hacerlo…”
—¡Hola! ¿Quién es? No me asusta…si ese
es su cometido le pido que se vaya. Voy a soltar a mi perro…
—No, por favor —se encontró diciendo y
se arrepintió de inmediato.
Podría haberse ido tranquilamente.
Podría haber vuelto más tarde, entrada la madrugada y finalizar su objetivo. Pero
algo dentro de sí, profundo, vago aunque muy presente, le hizo contestar y
ponerse en evidencia. Y ya era tarde.
—¿Quién es? ¿Qué busca aquí?
—Disculpe señorita…
—Alba…me llamo Alba
—Alba, mi nombre es Ezekiel, vengo de
lejos y la noche me ha sorprendido. No tengo donde quedarme…
—Entre…me queda una habitación sin
rentar. Si lo desea se la alquilo por esta noche. El desayuno es a las siete de
la mañana, sin excepción…—él, entonces,se dirigió a la puerta de la posada.
—¡Muchas gracias! Disculpe si la asusté.
Y mientras ella se dirigía a la puerta
para hacerlo pasar le dijo:
—Ya nada me asusta, estimado Ezekiel. Pase.
—y le mostró el camino hasta la recepción.
Luego de pedirle sus datos, le entregó
una llave y le indicó la escalera que conducía a la habitación. Sin embargo, él
que jamás dormía, le preguntó:
—Le molesta si me siento frente a la
chimenea un rato. Está tan pacífico aquí…
—No es molestia. Es lindo tener
compañía de vez en cuando. ¿Desea un café o algo para beber?
—Lo que usted tome, está bien. —dijo Ezekiel admirándola en secreto, aunque recriminándose
por ello. No debía olvidar su objetivo allí: eliminarla, tomar su alma y
entregarla.
Ella iba y venía con asombrosa
agilidad. Trajo dos tazas humeantes y se sentó frente a él, en un sillón. Él
estaba extasiado con semejante destreza y con esa femineidad innata que ella
profesaba, a pesar de no poder ver absolutamente nada. En ningún momento
requirió ayuda o siquiera tocó la pared para guiarse. Era como si presintiera
cada cosa, cada mueble, cada elemento de su hogar.
Una vez sentados, ella posó sus ojos
en el fuego. Él continuó observándola, en silencio, con una colección nueva de
sensaciones nunca antes sentida.
—Me vas a decir algo o te vas a quedar
allí observándome toda la noche —dijo finalmente Alba, sin siquiera mover la
mirada del fuego que jugueteaba en el aire con caprichoso arte exótico e
hipnótico.
—Si…me he estado preguntando ¿a que se
debe esa respuesta suya de que ya nada la asusta? Usted no deja de ser una
mujer y en su… —él silenció su boca aunque su cabeza no paraba de preguntarse
¿por qué estaba allí junto a ella? ¿Porque no se la había llevado ya? El
momento y el lugar eran óptimos. Sin testigos, sin complicaciones. ¿Que lo
frenaba?
—¿En mi qué? ¿En mi invalidez? —dijo
ella secamente, aunque con cierto tono dulce.
—Perdón…no quise…
—Nadie quiere señalar lo obvio. Sí, no
veo. Pero su pregunta fue otra. Su pregunta fue “Porque no temo a nada”. Hace
unos cuantos años yo vivía a miles de quilómetros de aquí. Era joven, bella, tenía
un buen pasar y sobre todo, tenía un hermoso niño.—En ese instante la voz de
Alba tembló por lo que hizo una pausa para respirar profundo —Tenía salud, estaba
sola -porque el padre del niño me dejó en cuanto supo que él venía al mundo-,
pero eso no hizo mella en mi espíritu. Y en ese entonces, mi estimado Ezekiel, sentía
que tenía todo. Sin embargo, la tragedia tocó mi puerta. La muerte propiamente
dicha apareció una noche de invierno como esta, envuelta en llamas. Yo la vi y
la desafié. Pero me ganó; se llevó a mi hijito a pesar de que yo… Allí perdí mi
vista y mi vida. No obstante, decidí continuar en este mundo, a pesar de sentir
que la muerte debió llevarme a mí y no a mi hijo. Ahora soy esto, una muerta
viviente que asila extraños en la noche.
Una media sonrisa se dibujó y él no
supo que contestar. Ella era una luchadora. Además de hermosa, era una mujer
con cada letra ganada. Un largo silencio se interpuso entre ambos y en el
momento en que Ezekiel quiso decir algo, Alba se levantó.
—Buenas noches.
Y se retiró a descansar.
Esa noche, mientras Alba dormía, él la
observó. Contempló cada uno de sus rasgos, su delicada figura, sus gestos. Miró
todo lo que ella era. Y su pecho se encogió de solo pensar en su objetivo. “No
temo a nada”, recordó él. “¿Me tendrás miedo?”, se preguntó mientras acarició
su rostro con delicadez desconocida en él. Corrió un mechón de su pelo, y deseó
besarla. Se espantó. Eso jamás había sucedido antes. Jamás. Salió de la
habitación, de la casa y encaró la noche que aún tenía un largo recorrido hasta
su propia desaparición. Miró la luna, esa que horas antes había iluminado la
piel de Alba. “¿Por qué me hacés esto?”, le gritó en un aullido a quien le
había mandado semejante encargo. Y se sintió flotar. Una luz lo elevó y se lo
llevó más allá de la tierra, del sistema solar. Al universo profundo.
—Cuestionas mi decisión de enviarte
por ella. —Una voz rugió potente y determinante.
Ezekiel, el sembrador de espanto, hizo
silencio. Durante su eterna existencia, nadie supo su verdadero nombre.
Incluso, su verdadero rostro. Pero era reconocible con sólo ver el rastro que
dejaba su accionar, con percibir el aroma en el aire luego de su presencia. Lo
habían denominado de múltiples formas, muchos, habían intentado suavizar su
imagen intentando llamarlo Ángel Guía de la muerte, aunque de angelical nada
tenía. Era un recolector. Eso era. Un simple recolector de almas muertas en
vida que, luego de ser atrapadas, eran entregadas a su dueño. Dios o Demonio, daba
lo mismo: él cazaba a su presa y se las llevaba. Pero estas almas no eran
precisamente almas comunes y corrientes. Estas ánimas eras especiales, porque se
trataba de aquellas que habían escapado a la Muerte. Por distintas
circunstancias, habían burlado (aunque no siempre intencionalmente) su fecha
límite de existencia. ¿Existía eso? Por supuesto que sí y por ello, existía él.
Él las hacía brotar del cuerpo humano que habitaban y las cazaba para luego
entregarlas. ¿Iban al cielo, al infierno? No importaba. No a él. Solo era un
cazador de ánimas.
¿Qué lograba con ello? Eternidad.
Para este cazador, la eternidad,
aunque fuese a la larga algo abominable y más que solitaria, era su fin. Una
vida sin límites en este universo. Aunque, últimamente, esta existencia
perpetua se había tornado ligeramente insoportable: las últimas cacerías habían
sido injustas y le hicieron reflexionar su lugar en el equilibrio del universo;
desde ese momento, comenzó a cuestionar la existencia del Bien.
—No te cuestiono…sólo —y se interrumpió
intentando buscar las palabras correctas, pero sin encontrarlas.
—…sólo no te gustan mis decisiones
¿verdad?
—Ella…es especial. Perdió demasiado
¿por qué debe morir? Si tan solo supiera…
—¿Qué cosa?
—¿Cómo fue? ¿Cómo no pudo salvar a su
hijito?
El ente superior, meditó una fracción
de segundo. Una fracción que en el mundo, en la tierra, podrían haber sido
milenios, pero que en ese rincón del universo no era nada. Miró a Ezekiel y con
solo un pestañear, lo envió nuevamente a la Tierra, aunque no al mismo lugar,
ni a la misma fecha.
Las llamas envolvieron a Ezekiel que
sintió la desesperación de Alba en su pecho. Columnas de fuego la rodeaban y
ella, con desesperación, intentaba agarrar a su pequeño de solo dos años.
Estiraba la mano para alcanzarlo, mientras éste lloraba. Ezekiel veía la escena
con tremendo dolor, como si ella fuese su propia carne y el niño, su hijo.
Entonces, la vio. Vio a la Muerte rondando lentamente, con ansiedad de un alma.
Estaba a cierta distancia, observando con ojos vacíos. Los segundos
transcurrían y Alba logró tomar al niño por lo que Ezequiel se alegró. Tal vez,
pensó con inocencia, todo cambiase ahora. Sin embargo, como si la Muerte lo
desafiase, desestabilizó el piso y Alba perdió el equilibrio. Ella cayó y
Muerte aprovechó el instante: se transformó en una bocanada de fuego y envolvió
al pequeño, mientras que su madre gritó como si ella misma se hubiese quemado
por completa.
Todo se distorsionó y Ezekiel estuvo,
nuevamente, frente a su “jefe”.
—Sabés tan bien como yo que Muerte
hizo trampa… ¿por qué entonces, me mandás a buscarla? ¿Para torturarla aún más?
—Lo hecho, hecho está, Ezekiel. Tomaré
medidas con Muerte, pero con Alba nada puedo hacer. Ella debió morir en ese
incendio y está viva en el mundo.
Ezekiel sintió desgarrarse por dentro.
No era justo y esa sensación era completamente nueva en él, como todas las
sensaciones que ella le había despertado. Se sorprendió pensándola juntos,
amándola eternamente. En la Tierra. No la quería como Ángel. No era lo que
debía ser. Y en el Cielo, ella sería inalcanzable: Ezekiel estaba entre los
vivos y los muertos, en esa especie de límite borroso y agónico similar a un
Limbo. Miró a su superior y dijo:
—Tomame a mí en su lugar.
El tiempo se deshizo y otra vez las
llamas aparecieron. Alba y su hijo, estaban allí mismo, luchando. La Muerte,
acechando. En el segundo justo en que el mortífero se apoderaría del niño,
Ezekiel se lanzó y sin poder evitarlo, la Muerte lo tomó y se lo llevó. El
universo se estremeció y Ezekiel dejó de ser él.
*******
El sol acarició su rostro. La
primavera había llegado con ímpetu y se sentía bien. Miró el cartel de la
entrada: “Alba e hijo” decía, dándole la bienvenida. Entró y una hermosa mujer
lo recibió:
—Mi nombre es Ezekiel, deseo pasar una
noche aquí.
—Bienvenido, mi hijo tomará su
equipaje. —Ella lo miró directamente a los ojos y algo se movió en su pecho —Disculpe,
¿lo conozco de algún lugar?
—Tal vez de alguna otra vida —dijo él
sonriendo. Ella tenía una luz particular en su semblante y él la amó aún más.
¿Qué si terminaron juntos? Quién
sabe…de ahora en adelante él solo tendría que vivir su vida como pudiese, como
los humanos hacen.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
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