miércoles, 22 de agosto de 2018

El cuarto de atrás




“No entres al cuarto de atrás…y por favor, buscá nuevos amigos, Carolina”.

Los papás de Caro viajaban frecuentemente. A veces por negocios, otras porque querían escapar de los recuerdos. Caro había tenido una hermana menor que había muerto prematuramente. “Muerte blanca”. Así habían dicho sus padres, aunque Caro jamás vio el cuerpo de la niña de 2 años. La velaron a cajón cerrado y su cuerpo fue cremado. Y carolina quedó sola, como única hija.

La niña sufría profundamente cuando sus padres partían. Ella quedaba a cargo de los sirvientes. Pero su soledad era más profunda: educada en casa, no tenía más amigos que Javier. Además, la casa se agigantaba para ella y sobre todo, se hacía enorme “el cuarto de atrás”.

“Jamás, pero jamás entres ahí. Sobre todo cuando nosotros no estemos. ¿Quedó claro Carolina?”. Ese cuarto había sido el cuarto de su hermanita y desde su muerte, nadie había vuelto a entrar.

Carolina se sentía amedrentada por semejante prohibición. Pero sobre todo por la falta de explicaciones acerca de por qué no podrían entrar “jamás, jamás”. El silencio era la respuesta a los interrogatorios de la niña, que no descansaba en pos de encontrar una explicación racional a las prohibiciones de sus padres.

Al principio hizo caso, pero en cuanto el tiempo le dio capacidades exploratorias y escurridizas más importantes, buscó la oportunidad única para saciar su intriga.

Y esa oportunidad llegó en la primavera de su décimo año.

Por supuesto, Carolina no iba a iniciar esta aventura sola. Tenía un cómplice y era el hijo de la cocinera, Javier, de nueve años. Totalmente influenciado por Caro que además de astuta, era muy bonita.

Javier era en ocasiones su mejor amigo, en otras cómplice y muchas veces un trapo de piso. O lo que fuera necesario para ella y su familia. Él fue quien había encontrado a la niña muerta cuando tenía seis y eso, decían sus padres, había traumatizado al muchacho, que apenas articulaba palabras. Los padres de la niña actuaron ignorando a esa criatura y más de una vez pensaron en despedir a sus padres aunque jamás dieron explicaciones del porqué. Tal vez por el comportamiento de los empleados, quizás el niño les recordaba el triste día. Pero lo cierto era que la familia seguía sirviendo a los papás de Carolina, y Javier apenas se comunicaba luego de aquel evento. Y solo lo hacía con la niña…

―Vamos Javier. Acompañame que necesito tu ayuda.
Javier dejó de inmediato los autitos con los que estaba jugando y fue junto a su amiga. Ella se lo llevó al pasillo y señalando disimuladamente la lejana puerta, dijo:
―Hoy, luego de la cena vamos a ir al cuarto de atrás.
Lo dijo susurrando para que ninguno de los adultos escuchara. Lo dijo en complicidad para que Javier se sintiera cómodo con la decisión de transgredir las normas de la casa.
―Pero está prohibido, Caro…
―Vos ¿no querés ir? Acordate que vos me pusiste la idea en la cabeza
―Pero eso fue en el verano…pensé que…
―¿Qué pensaste?
―No me mires así…
―Tenés miedo ¿no?
―No
―¿Entonces?
―¿Y si hay un fantasma o algo peor?
―Ssshhh vamos a ir y punto…y si hay fantasmas serán los de mi hermanita… ¿qué mal puede hacernos?

Así se dio el tema por cerrado. Carolina estaba molesta porque después de todo, Javier había sido quien insistentemente quiso entrar luego del drama familiar. A ella primero le había parecido morboso, pero luego, sumado a las prohibiciones, le pareció que quizás el cuarto si tendría algo que demostrar. Un fantasma tal vez o algo mejor: su hermana viva y secuestrada porque alguna deformidad horrible había aparecido luego de la “supuesta” muerte. Sí, Caro sabía que ya no había vuelta atrás. Ambos niños lo sabían.

Cenaron juntos en silencio. Como dos niños buenos y educados. Luego de eso, de lavarse los dientes y simular dormirse cada uno en su cama, se encontraron en el hall en el momento en que la casa estuvo en silencioso sueño. Afortunadamente para ellos había una luna grande y clara, y su luz entraba por las ventanas del pasillo del segundo piso de la casa. No necesitaron prender linternas. Se veía cada rincón del lugar y sobre todo, la puerta del cuarto de atrás.

En silenciosa marcha llegaron hasta ahí. Carolina estaba nerviosa. Después de tanta espera estaba frente a ese destino prohibido y tantas veces negado por su padre y su madre.

Luego de que Javier le entregara la llave que le había robado al ama de llaves, Carolina lo dejó en el olvido. Él ya había cumplido con su parte y ya no era necesario. Ella era la dueña del futuro, del fantasma de ahí adentro y de la gloria de poder contar la historia de cómo había sobrevivido a un cuarto hechizado. Estaba extasiada.Giró el picaporte y la puerta se abrió ofreciéndolea la niña una habitación vacía. ¡Qué era eso! Un chiste tal vez. Carolina entró para constatar que nada había, ni siquiera la cuna de su difunta hermana. Todo lucía muy pulcro, muy blanco y muy normal. Desesperada por la desilusión fue hasta la ventana. Tenía muchas ganas de llorar, porque las expectativas habían sido enormes. “Javier, vos dejaste que me ilusionara con esto.”, dijo pero no hubo respuesta.Solo el golpe de la puerta al cerrarse con brusquedad. Carolina, sorprendida se dio vuelta y ahí mismo vio el secreto que guardaba el cuarto. Frente a ella, Javier estaba con un cuchillo. Para cuando Caro entendió de qué se trataba, el acero había atravesado su estómago. Solo pudo notar la maldad en los ojos de su trapo de piso, amigo y cómplice, y entendió que su hermanita no había muerto de causas naturales. 

Autora: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2018

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