“No
entres al cuarto de atrás…y por favor, buscá nuevos amigos, Carolina”.
Los
papás de Caro viajaban frecuentemente. A veces por negocios, otras porque
querían escapar de los recuerdos. Caro había tenido una hermana menor que había
muerto prematuramente. “Muerte blanca”. Así habían dicho sus padres, aunque
Caro jamás vio el cuerpo de la niña de 2 años. La velaron a cajón cerrado y su
cuerpo fue cremado. Y carolina quedó sola, como única hija.
La
niña sufría profundamente cuando sus padres partían. Ella quedaba a cargo de
los sirvientes. Pero su soledad era más profunda: educada en casa, no tenía más
amigos que Javier. Además, la casa se agigantaba para ella y sobre todo, se
hacía enorme “el cuarto de atrás”.
“Jamás,
pero jamás entres ahí. Sobre todo cuando nosotros no estemos. ¿Quedó claro
Carolina?”. Ese cuarto había sido el cuarto de su hermanita y desde su muerte,
nadie había vuelto a entrar.
Carolina
se sentía amedrentada por semejante prohibición. Pero sobre todo por la falta
de explicaciones acerca de por qué no podrían entrar “jamás, jamás”. El
silencio era la respuesta a los interrogatorios de la niña, que no descansaba
en pos de encontrar una explicación racional a las prohibiciones de sus padres.
Al principio
hizo caso, pero en cuanto el tiempo le dio capacidades exploratorias y
escurridizas más importantes, buscó la oportunidad única para saciar su
intriga.
Y
esa oportunidad llegó en la primavera de su décimo año.
Por
supuesto, Carolina no iba a iniciar esta aventura sola. Tenía un cómplice y era
el hijo de la cocinera, Javier, de nueve años. Totalmente influenciado por Caro
que además de astuta, era muy bonita.
Javier
era en ocasiones su mejor amigo, en otras cómplice y muchas veces un trapo de
piso. O lo que fuera necesario para ella y su familia. Él fue quien había
encontrado a la niña muerta cuando tenía seis y eso, decían sus padres, había
traumatizado al muchacho, que apenas articulaba palabras. Los padres de la niña
actuaron ignorando a esa criatura y más de una vez pensaron en despedir a sus
padres aunque jamás dieron explicaciones del porqué. Tal vez por el
comportamiento de los empleados, quizás el niño les recordaba el triste día.
Pero lo cierto era que la familia seguía sirviendo a los papás de Carolina, y
Javier apenas se comunicaba luego de aquel evento. Y solo lo hacía con la niña…
―Vamos
Javier. Acompañame que necesito tu ayuda.
Javier
dejó de inmediato los autitos con los que estaba jugando y fue junto a su
amiga. Ella se lo llevó al pasillo y señalando disimuladamente la lejana puerta,
dijo:
―Hoy,
luego de la cena vamos a ir al cuarto de atrás.
Lo
dijo susurrando para que ninguno de los adultos escuchara. Lo dijo en
complicidad para que Javier se sintiera cómodo con la decisión de transgredir
las normas de la casa.
―Pero
está prohibido, Caro…
―Vos
¿no querés ir? Acordate que vos me pusiste la idea en la cabeza
―Pero
eso fue en el verano…pensé que…
―¿Qué
pensaste?
―No
me mires así…
―Tenés
miedo ¿no?
―No
―¿Entonces?
―¿Y
si hay un fantasma o algo peor?
―Ssshhh
vamos a ir y punto…y si hay fantasmas serán los de mi hermanita… ¿qué mal puede
hacernos?
Así
se dio el tema por cerrado. Carolina estaba molesta porque después de todo,
Javier había sido quien insistentemente quiso entrar luego del drama familiar.
A ella primero le había parecido morboso, pero luego, sumado a las
prohibiciones, le pareció que quizás el cuarto si tendría algo que demostrar.
Un fantasma tal vez o algo mejor: su hermana viva y secuestrada porque alguna
deformidad horrible había aparecido luego de la “supuesta” muerte. Sí, Caro
sabía que ya no había vuelta atrás. Ambos niños lo sabían.
Cenaron
juntos en silencio. Como dos niños buenos y educados. Luego de eso, de lavarse
los dientes y simular dormirse cada uno en su cama, se encontraron en el hall
en el momento en que la casa estuvo en silencioso sueño. Afortunadamente para
ellos había una luna grande y clara, y su luz entraba por las ventanas del
pasillo del segundo piso de la casa. No necesitaron prender linternas. Se veía
cada rincón del lugar y sobre todo, la puerta del cuarto de atrás.
En
silenciosa marcha llegaron hasta ahí. Carolina estaba nerviosa. Después de
tanta espera estaba frente a ese destino prohibido y tantas veces negado por su
padre y su madre.
Luego
de que Javier le entregara la llave que le había robado al ama de llaves,
Carolina lo dejó en el olvido. Él ya había cumplido con su parte y ya no era
necesario. Ella era la dueña del futuro, del fantasma de ahí adentro y de la
gloria de poder contar la historia de cómo había sobrevivido a un cuarto
hechizado. Estaba extasiada.Giró el picaporte y la puerta se abrió ofreciéndolea
la niña una habitación vacía. ¡Qué era eso! Un chiste tal vez. Carolina entró
para constatar que nada había, ni siquiera la cuna de su difunta hermana. Todo
lucía muy pulcro, muy blanco y muy normal. Desesperada por la desilusión fue
hasta la ventana. Tenía muchas ganas de llorar, porque las expectativas habían
sido enormes. “Javier, vos dejaste que me ilusionara con esto.”, dijo pero no
hubo respuesta.Solo el golpe de la puerta al cerrarse con brusquedad. Carolina,
sorprendida se dio vuelta y ahí mismo vio el secreto que guardaba el cuarto. Frente
a ella, Javier estaba con un cuchillo. Para cuando Caro entendió de qué se
trataba, el acero había atravesado su estómago. Solo pudo notar la maldad en
los ojos de su trapo de piso, amigo y cómplice, y entendió que su hermanita no
había muerto de causas naturales.
Autora: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2018
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