Parte I
¿Por qué estoy acá? ¿Estás seguro de que querés
saber eso? Bueno, te voy a contar una historia. Una (terrible) historia de
amor. Te aseguro que nunca has escuchado algo similar. Al menos no como yo te
la voy a contar y sobre todo, como yo la viví.
Hace muchos, demasiados años, cuando aún la juventud
me sonreía y mi rostro era el reflejo de la flor de la vida, yo me enamoré. Te
contaré que vengo de una familia muy acomodada, donde nada faltaba y tal vez
era mucho lo que abundaba. Al ser el primogénito y hombre, heredaría, además
del negocio familiar, las mejores propiedades por lo que desde mi cuna, tuve
asegurado mi futuro. Pero ya ves. Acá estoy, sin presente ni futuro posible. Con
la soledad como compañera y junto a mis hijas: tristeza y decepción.
Pero no me quiero adelantar. Una de las tantas
tardes en la que paseaba en mi caballo, la vi. Blanca, pálida, con el porte y
la elegancia de un ángel. Su mirada, intensa e inteligente, provocaba la locura
y elevaba el espíritu hacia otro nivel, hacia otro plano. Sus manos, ¡Quién
hubiera sido merecedor de sus caricias! Con hermosos y delgados dedos, tan
largos y delicados que seguramente serían la envidia de más de un pianista. El
solo pensar que ella podría tocarme, acariciarme, con esas manos, provocó que
mi mente estallase en miles de pequeños pedazos.
“Tiene que ser mía” pensé en ese entonces. Como si
ella fuese un trofeo que debía conseguir y llevar a casa para colocarlo en un
estante. Como si sus sentimientos estuviesen en un segundo plano y sólo mis
deseos fueran los que se deberían saciar. Me acerqué a ella y luego de una
reverencia casi torpe, debido a la impactante belleza de su rostro, me presenté
con un escueto y nervioso:
-Señorita…
Ella levantó la mirada lentamente, con el decoro que
se le exigía en esos tiempos a una dama y respondió:
-Señora…Fátima…
-Disculpe…no sabía…
Mi corazón dio un vuelco. Había conocido al amor de
mi vida y ella le pertenecía a otro. ¿Cómo era posible que el destino me
castigase de esa forma? La vida se reía de mí en ese preciso momento. ¿Cómo no
la había conocido antes?
-No hay porque disculparse, usted no lo sabía.
Me dijo tranquilamente cruzando sus manos en actitud
de amorosa reverencia. Esa frase me sacó de mi lamento interno.
-¿Usted…vive por aquí cerca?
No sabía como preguntarle. Repentinamente me había
olvidado de cómo ser un caballero. Me sentí torpe e insignificante a su lado.
Pero era bello sentirme así frente a ella. Si me ponía una correa y me paseaba,
hubiera sido feliz siendo su perro faldero. No obstante, necesitaba
imperiosamente saber todo de ella y aunque había reglas que seguir…tiempos que
esperar… yo no quería, no estaba dispuesto a hacerlo. Y no me importaba si me
costaba no volver a verla nunca más. Quería saber sus anhelos, sus esperanzas,
que esperaba del futuro, ¿me amaría alguna vez? Ante tanta desesperación, me
llamé al silencio y al decoro que imponía mi posición y mi rango. Debía calmarme…aguantar,
como si eso me asegurase algo…como si con esperar mis sentimientos fueran a
apaciguarse o a ser diferentes de alguna forma…No, no por ella, no por ese
ángel de amor que tenía frente a mi. Desde ese momento, mi amor por ella sería
eterno.
Mientras ella me contestaba, yo la imaginaba desnuda
entre mis brazos. Le diré mi amigo, que a pesar de mis jóvenes años, yo conocía
las delicias del cuerpo femenino. En esos años, se estilaba visitar alguna de
esas tantas casas de mujeres que se ofrecían por dinero. Generalmente el padre
de uno o algún tío solterón te llevaba para “iniciarte”, así le decían ellos. Y
yo me hice afín a una de esas mujeres que te amaban a cambio del vil metal.
Greta. La verdad que cuando visitaba a Greta me sentía enamorado y afortunado.
Pero cuando conocí a Fátima…Aún no había visto ni siquiera su cuello de cisne,
largo y blanco, en forma completa y aún así, a la distancia y sin tocarla,
superaba cada minuto que había estado con Greta. Podría vivir sólo
observándola.
-Soy prima de Beatriz, estoy de visita en su
estancia…
-¿Beatriz Pérez Torres?
-Si… ¿La conoce?
Mi corazón comenzó a latir enérgicamente. Eso era
esperanza. ¡Ella se hospedaba en la casa de mi mejor amigo! Eso tendría que
significar algo, era alguna clase de señal. Ella sería mía. Tarde o temprano,
si la paciencia se transformaba en mi amigo y consorte, ella me pertenecería.
-¡Por supuesto! ¡Soy gran amigo de su hermano Juan!
¡Qué alegría! ¿Y se quedará mucho tiempo allí?
-Unas 2 semanas…tal vez. Bueno, un gusto señor…
-¡Perdón! Mis modales…Federico, llámeme Federico.
Espero verla pronto, si no le molesta.
Ella hizo una pequeña sonrisa que iluminó mi vida y
se fue lentamente como si en lugar de dar pasos, flotara en el aire. Ay querido
amigo, yo estaba poseído por esos ojos oscuros. Quería descansar en su pecho,
en su busto desnudo. Quería que ella fuese mi tumba. Mi eterno descanso y mi
infierno también. Pero estaba casada ¿Enamorada? Tal vez si, tal vez no. Pero
casada ante Dios, nuestro Señor. Eso era terrible y desalentador.
Me fui a casa con una dualidad de la que me sentía
preso. ¿Qué hacer entonces? Tenía que verla nuevamente. Era un deseo imperioso
que surgía de muy adentro. Pero no era correcto, ella estaba casada y en ese
momento tendría que haber sido suficiente para que yo me alejara de ese ser
divino e inalcanzable. Pero a medida que me acercaba a la casa, recuerdos de mi
infancia fueron apareciendo. Extrañé a mi madre que estaba hacía tiempo ya, con
el Señor en el cielo. Y la extrañé porque ella hubiera sabido cómo aconsejarme
en este embrollo. Ella me hubiera dicho que hacer con el corazón en la mano
porque yo siempre supe que mi querida madre había sido casada a la fuerza y que
amaba en secreto a alguien más. Nunca supe a quien, pero la tristeza la
consumió y se la llevó en su juventud. Yo no quería eso para mí. Ni hablar si
me enteraba de que Fátima no era feliz con su esposo…no sé…yo intervendría de
alguna manera. Un pensamiento me asaltó en ese entonces ¿Qué estaría dispuesto
a hacer si Fátima se enamoraba de mí? Me fui a descansar con esa pregunta en la
cabeza. Esa noche y el resto de las noches de mi vida, la soñé en mis brazos.
La soñé amándola una y otra vez. La soñé mía y de nadie más.
Al día siguiente mi corazón había tomado una
decisión. Y digo que mi corazón, porque la razón hubiera hecho todo lo
contrario. Fui a visitar a mi amigo. Necesitaba verla. Cuando llegué a la
estancia, mi querido amigo Juan me recibió con agrado y algo de asombro en su
mirar. Aunque estoy casi seguro de que en ese momento leyó mis pensamientos.
-¡Querido amigo! ¡Que sorpresa!
-Hace tiempo… ¿verdad?
-¿Que te trae por estos lares?
-Nada…Charlar un momento con mi mejor amigo…Conocí a
tu prima…
¿Que le iba a decir? No se mentir…y menos a mi
amigo. En cuanto dije esa frase al parecer sus sospechas se terminaron de
confirmar. Me tomó del brazo y me llevó al parque.
-¿En que estas pensando Federico? ¡Ella es casada!
-Lo se…pero no puedo evitarlo….desde que la vi ayer…
¿como decirte? No duermo, no como, ¡solo pienso en ella! ¡Amigo! ¡Me tenés que
ayudar!
-Y ¿Qué querés que haga? Ella le pertenece a un hombre
muy poderoso. Don Ocampo es dueño de casi una ciudad entera. Si se entera de
que la mirás siquiera, ¡te va a matar!
-¿Ella lo ama?
-Federico…
-¡¿Ella lo ama?! Por amor de Dios ¡contestame!
-Calmate…te voy a contar su historia, pero esto
tendrá que quedar entre nosotros. ¿Escuchaste? Vení que tomamos un café así te
tranquilizas y escuchas lo que tengo para decirte.
Fuimos a un saloncito, y luego de que la criada nos
sirviera el café y cerrara la puerta detrás de ella, Juan comenzó a contarme la
historia de Fátima.
-Fátima es una dulce mujer. Nació humilde y fue
ayudada por nuestra familia en más de una oportunidad ya que sus recursos eran
limitados. Dentro de la ayuda brindada por mi padre, fue la de acordar con los
tutores de Fátima, el casamiento con Don Ocampo. Así ella tendría su futuro
asegurado y nada ya le faltaría a su familia.
-¿Ella lo ama?
-La realidad es que ella se negó rotundamente a ese
matrimonio. Era muy joven, tenía 17 años nada más. Su opinión no fue tomada en
cuenta.
-Entonces…no es feliz en ese matrimonio…
Esa frase que dije con cierta prudencia, me dio una
alegría enorme. Ella no amaba a su esposo. ¡Yo tenía una oportunidad!
-No se si lo ama o no. Lo que si se es que no pueden
tener hijos. Me han contado que eso molestó a Don Ocampo porque su fortuna no
tiene descendientes. El intentó tener herederos. Se involucró con cuanta mujer
poderosa se le ha presentado. Ni hablar de mujerzuelas, pero el jamás
reconocería un hijo bastardo de una prostituta. Dicen las malas lenguas de que
tiene al menos 2 hijos con mujeres de la vida. Una de ellas se llama Greta o
algo parecido.
Autor: Miscelaneas de la oscuridad
No hay comentarios.:
Publicar un comentario