sábado, 31 de agosto de 2013

Más allá de Helena

Una lágrima se le escapó y rodó por su mejilla. Sin embargo, la secó antes de que pudiese finalizar su camino. Ella se había ido para siempre y ya jamás volvería a sentir su piel suave o la calidez de su sonrisa. A partir del minuto en que el último suspiro salió a través de los labios supo que su destino había sido sellado. Ya nada en su mundo sería igual. Fue en ese momento que la realidad se transformó en una nube oscura y pesada, muy difícil de cargar.

Sintió una mano en el hombro. El sacerdote que llevaba adelante la misa le estaba diciendo algo. Sin embargo, no pudo entender qué. Los labios de aquel hombre se movían pero ningún sonido llegaba a sus oídos. Miró a su alrededor como esperando que al resto de la concurrencia le sucediese lo mismo pero lo que observó lo trajo bruscamente a la realidad. Un perturbador silencio y cientos de ojos posados en su persona en un día cada vez más negro y cruel. Miró a su alrededor y la realidad le pegó un cachetazo mostrándole un cementerio donde las almas dejaban a sus cuerpos descansar en paz.
El corazón se le hizo pequeño como si con eso lograse disminuir el dolor y repentinamente todo se volvió negro.

Abrió los ojos sólo para corroborar lo que todo su ser sabía: ya no estaba en aquel cementerio. Ya no se encontraba a la intemperie rodeado de tanta muerte y dolor. Estaba en otro lugar. Lugar por denominarlo de alguna forma. Él sabía que ya no estaba donde había estado.

El dolor que llevaba en su corazón se sentía ahora más liviano, más soportable. La carga parecía compartida con algo más, algo enorme, algo precioso y así era más llevadero todo. Miró a su alrededor y quedó fascinado por el espectáculo que se abría ante sus ojos: miles de delgados hilos entrecruzados que semejaban una gigantesca telaraña tridimensional se extendían rodeándolo. Pequeñas luces brillaban tenuemente de un azul celeste hipnótico. A medida que él avanzaba, se reproducían miles de pequeños destellos resultado de los choques que cada fotón de luz tenía contra los componentes del entramado. Si se concentraba hasta podía encontrarle un ritmo al rebote desquiciado y hasta frenético de la luz. Un ritmo musical delicado y bello. A medida que se abría camino flotando, estos pequeños hilos se acomodaban a su presencia y así se sentía acunado por esa red fluorescente, brillante, delicada aunque resistente a la vez. Él mismo se iluminaba por el simple contacto con esa telaraña universal y resplandeciente. Y suave… Miró mucho más hacia la nada que era toda esta madeja luminosa, y pudo saber, sentir y casi ver al Universo mismo. A las galaxias, a las nebulosas con sus hermosos colores. Era un viaje maravilloso y cósmico.
Sin embargo, algo, una sensación, lo hizo mirar hacia abajo. Hacia la realidad que dejaba atrás. Allí había varias cabezas reunidas sobre una especie de mesa rectangular. Eran personas vestidas todas iguales, tods de azul y con cofias en sus cabezas, inclinadas sobre algo. O alguien. Se dio cuenta de que se trataba de varios médicos que se debatían sobre una persona. Se acercó más a esta nueva visión que casi podía palpar y cuando ya estaba muy cerca, notó con horror que la persona sobre la que se debatían era él mismo. El espanto se apoderó de él y bruscamente se volvió todo oscuro otra vez.

Abrió los ojos sabiendo que había vuelto a la Tierra. Miró a su alrededor y lo primero que observó fue un techo gris. Ya no había estrellas ni nebulosas, sólo un simple y despintado techo. Un rítmico sonido llegó a sus oídos y se notó acostado en una cama, en una habitación sin ventanas y llena de aparatos. A su lado, una enfermera controlaba la endovenosa que él tenía conectada al brazo. Miró hacia el pasillo y reconoció a sus suegros vestidos de negro. Claramente estaba en un hospital. ¿Habría muerto? Si el más allá era lo que había experimentado, lo hacía feliz porque sabría entonces no sólo que existía realmente, sino también que era un hermoso lugar.

Pero, si no era la muerte lo que había experimentado ¿Qué sería? Pidió hablar con el médico para sacarse la duda. Por supuesto, nunca le diría lo que había experimentado ya que temía que lo creyesen loco. Loco por la pérdida. Loco por animarse a desafiar la realidad establecida. No, no dijo una palabra. pero escuchó y observó atentamente cada movimiento, cada palabra del profesional. El médico, luego de revisarlo sucintamente sólo pudo decirle que lo sufrido por él había sido un desmayo y que, afortunadamente, éste había durado unos breves minutos.
“¿Breves minutos?”, pensó. Le había parecido un viaje de horas. Pero no quiso contradecirlo. Deseaba irse de allí cuanto antes. Necesitaba procesar lo vivido, investigar, saber que había sido aquel viaje maravilloso. Vivir su pérdida....


Se despidió de todos en la puerta del hospital asegurándoles que estaría bien, que no necesitaba compañía. Y se fue, a pesar de que sintió las miradas de pena y misericordia en la multitud que lo había acompañado hasta ese momento. A pesar de sentir la lástima de ellos. Él no quería lastima. Él la quería de vuelta, viva y feliz. La pena se hizo enorme otra vez.

Trató de despejar las ideas de su cabeza. Ideas de muerte. Ideas de no ser, de no estar. Ideas de desaparecer de este mundo cruel. Llegó a su casa y se dio cuenta que su ausencia había durado días. La vorágine de todo lo sucedido se lo había tragado por completo. Ella había estado internada durante semanas en las que él sólo se apartó de su lado para asearse en la casa de sus suegros que estaba próxima al hospital. Luego de que Helena había partido, todo se había vuelto una espesa nube. Él, desde ese preciso instante, había sido llevado de acá para allá sin estar completamente consciente de su realidad.

La casa estaba fría, muerta como ella, como Helena.

Se dirigió al baño y allí se vio. Había envejecido, ahora tenía más canas y asomaban arrugas en su frente. Se quedó unos instantes observando la nada en el espejo como hipnotizado. Pensando en cómo trágicamente su vida se aferraba a él como una garrapata a un perro. “¿Por qué ella y no yo?”, se preguntó llorando sin lágrimas. Él no quería que su vida se aferrase de esa manera. La hubiera preferido liviana y fácilmente desprendible, como había sido la vida de ella. Los recuerdos de Helena brotaban por sus poros y le dolían en sus huesos. Lo golpeaban una y otra vez. La realidad y la vida eran muy crueles y ya nada se podía hacer. Un destello en el espejo lo despabiló de sus pensamientos. Un destello que provenía de uno de sus ojos. Primero pensó que alguna luz de afuera había sido reflejada en el espejo, pero no. El destello provenía claramente de su ojo. Se acercó más al espejo y como un latido, una pulsación del corazón, su ojo izquierdo destellaba pequeñas luces. Se acercó aún más. Ya su nariz prácticamente tocaba el vidrio del espejo y allí vio como su iris se dilataba más y más. Y dentro de éste vio una galaxia y una nebulosa y hasta un agujero negro. Miró más profundamente dentro de su ojo y nuevamente apareció esa red mágica y brillante que él había visto horas atrás. Y su pesar se hizo liviano otra vez. Se hizo llevadero. Se hizo universal.

Nuevamente flotaba en esa nada que era todo a la vez. Desplazándose entre los hilos suavemente, casi en cámara lenta. Se dirigía hacia el Universo mismo y había paz, mucha paz en su corazón y en ese todo. Recordó los ojos de ella y sintió que eran parte de las estrellas. Azules como las gigantes azules que los científicos tanto hablaban y describían sin conocer. Él las conocía ahora. Las había conocido en los ojos de su Helena. Se dio vuelta y pudo ver el espejo y detrás, él. Él mismo petrificado, como una estatua, como un muerto rígido. Esa imagen horrorosa lo trajo a la Tierra violentamente.

Se despabiló y notó que estaba congelado. Un frío aterrador corría por su cuerpo, por su corazón que estaba lento, pausado. Su boca largaba vapor con cada respiración como si se encontrara en el polo sur, en la Antártida. “¿Qué sucede conmigo?”, pensó con cierta preocupación. ¿Y si se estaba volviendo loco? ¿Si la perdida de ella lo había trastornado hasta el extremo de alucinar? Pero él se había visto a si mismo dos veces. Él se había visto…

Salió del baño y entendió que debía investigar acerca de aquello que estaba viviendo. Fue a su biblioteca, a los libros de ella. Encontró entre las cosas de Helena una nómina de libros y un nombre en una nota que ella había escrito para a él. Decía: “Para cuando haya un después”. ¿Qué significaba eso? Quedó perplejo ante semejante mensaje. Miró los libros y éstos hablaban de experiencias extracorpóreas y cercanas a la muerte. “¡Cómo si supiera…!”, pensó. El nombre venía con un teléfono al cual decidió llamar. 


-Hola, yo hablé con usted ayer por la tarde…
-Sí, pase por favor.
Luego de una pequeña introducción él le contó a su interlocutor, un hombre extraño, vestido íntegramente de blanco, todo cuanto había vivido en las últimas horas. Pequeño de físico aunque algo entrado en años, el hombre lo escuchaba con una gran atención. Cada tanto asentía y anotaba en un cuadernito.
-Y ¿cuantas veces le ha sucedido esto?
-Dos veces en un mismo día ¿me estoy volviendo loco?
El pequeño hombre sonrió y le aseguró que no estaba loco. Que lo que él había sufrido se denominaba de muchas formas y entre ellas, una de las más comunes, era “proyección astral” o experiencia extracorpórea. El hombre también le dijo que era un privilegiado ya que muchas personas perseguían ese objetivo sin lograrlo y él lo había realizado dos veces sin esfuerzo.
-Usted debe tener algún don… ¿estuvo bajo estrés últimamente?
-Si…

Una lágrima se le escapó aunque la enjuagó rápidamente. Hacía varias horas que no pensaba en Helena y se lo reprochó ya que si él no la pensaba, ¿dónde quedaría su recuerdo? ¿Qué sería de ella si él no la recordaba, no la imaginaba? Una sensación de terror lo asaltó: si el moría en una de estas experiencias, ¿quién la recordaría con el amor que él le profesaba? Él tenía un recuerdo único de Helena. Él la conocía como nadie más, así que su recuerdo sería el más fiel. Y si él no estaba…se aterrorizó una vez más. El hombre que veía su transformación angustiosa le dijo:
-Ella me dijo que usted vendría. Me pidió que lo ayudase en este trance. Ella sabía lo difícil que sería para usted sobreponerse a la pérdida.
-¿Cómo? ¡No es posible!
-Helena había experimentado una vez lo que usted me ha contado y ese viaje la reconfortó. Ella estaba convencida de que había algo más en este Universo que nos rodea y que poco conocemos. Eso le dio paz en su enfermedad. Sobre todo siendo ella una no creyente…

Él se quedó en silencio y entonces la nota cobró sentido. No supo si reír o llorar. Helena siempre había estado a su lado cuidándolo, dándole todo su amor. Siempre había estado y de repente ya no. Debía concentrarse. Todo indicaba que Helena había partido en paz y que quería que el encontrase su paz también. Pero ¿cómo saberlo? Se levantó rápidamente del sillón en el que se había sentado por más de una hora. El hombre de blanco lo miró entendiendo por lo que estaba pasando, le dio su mano y le dijo:
-No dude en volver si lo necesita.

Regresó a su casa con demasiados pensamientos en la cabeza. Pensamientos que le impedían recordarla. Fue corriendo al cajón de su mesa de luz y sacó las fotos de Helena. Las esparció sobre la cama y se recostó sobre ellas. Se recostó con ella a su lado, por todos lados. La recordó dulce y frágil. Inteligente y hermosa. La recordó en un abrazo cálido y hasta pudo oler su perfume. Cerró los ojos para recordar su mirada. Entrecerró los ojos para sentirla mejor…

Sin embargo, una luz brillante lo encegueció y lo obligó a taparse los ojos con su mano. Una luz blanca e intensa que lo envolvía en su totalidad. Lo acunó y lo elevó en el éter. Su corazón se sintió liviano otra vez. ¿Y si debía ser así? ¿Si él debía dejarse llevar por la belleza de este nuevo mundo que se le presentaba? Helena sabía que él pasaría por esto. Decidió no mirar atrás.
Quitó las manos de su rostro para ver la luz y notó que ésta provenía de un punto minúsculo en la telaraña del espacio-tiempo. Un puntito minúsculo y brillante, casi imperceptible e insignificante. Pero un puntito intenso, tanto como si toda la energía del Universo se condensara en ese lugar. Con su dedo índice tocó el punto y notó que ese punto se transformaba en orificio y se estiraba. Sin embargo, ante esta sensación y pensando que lo rasgaba, apartó rápidamente su mano y el punto volvió a su tamaño original. “¿Y si lo estiro y el propio Universo colapsa?”, pensó. Entonces la recordó, una vez más. La recordó diciéndole lo que tantas veces: “Hay que arriesgarse en esta vida…si yo no me hubiera arriesgado jamás te hubiera conocido”. Tomó coraje y agrandó el pequeño orificio. Primero utilizando dos de sus dedos y como el orificio no ofreciera resistencia utilizó ambas manos y abrió una ventana. En esa ventana él vio un mundo igual aunque diferente al de él. Un mundo que tenía flores y plantas y animales bellos y un sol y un cielo. Pero que tenía personas desconocidas, lugares inexplorados. Abrió más la ventana hasta que pudo pasar. Caminó por el lugar y una alegría inmensa llenó su corazón con sólo ver el hermoso día. Allá a lo lejos pudo divisar una persona. Se acercaría y le preguntaría dónde estaba aunque eso lo hiciera sonar como un loco. Aunque casi ya no le importaba donde se encontraba. Caminó metros y metros para llegar a esa persona que estaba sentada en el césped de un parque. Ella tenía un bello pelo oscuro, largo y ondulado. Le daba la espalda por lo que no se percató de su presencia hasta que él le hablo:
-Disculpe señorita, podría decirme…
Ella lo miró y él se sintió desfallecer. Era ella, su Helena. Sus ojos y la dulzura de su sonrisa estaban intactos. Su piel era suave como había sido siempre. Allí estaba ella haciéndole una sonrisa.
-¿En qué puedo ayudarlo?- le dijo entonces ella con la mirada perpleja.

Él se agitó, no entendía lo que sus ojos veían: allí estaba quien había perdido hacía días nada más. ¡Viva! Sin embargo, algo no estaba bien. Los gestos no eran los de su Helena. Esa no era su Helena. ¡Era una impostora! ¿Acaso era un chiste? ¿Acaso el Universo se estaba burlando de él? Tanta tristeza invadió su corazón que la recordó enferma, lejos, muerta y todo ese mundo comenzó a borrarse. Comenzó a hacerse lejano y frío. El mundo alterno al que había accedido se caía a pedazos delante de sus ojos y ella, que a pesar de no conocerlo le había hecho una sonrisa cálida y de bienvenida, ahora le pedía que se quedase. Le pedía por favor que no perdiera la fe. Le extendía sus manos con el mismo rostro y la misma súplica que su Helena le había dado al morir. Una súplica por la felicidad de él. Un ruego para que continuase con su vida a pesar de no estar más para él, junto a él. Esos ojos suplicantes estaban ahora mirándolo…
Miró sus manos que se desintegraban con este mundo y notó que tenía algo en ella: la foto de Helena, su Helena. Y con un suspiro desde el alma, decidió.

El mundo comenzó a reacomodarse y esa Helena le dijo casi susurrando: “Sabés, sólo aquellos puros de corazón y con inmenso amor pueden pasar de un mundo a otro. Sólo ellos, como vos, pueden encontrar la fisura que separa los elementos y los Universos. Yo te perdí también. Te fuiste de este, mi mundo. Y un día ella llegó y me dijo que vendrías porque el dolor sería enorme y no lo podrías manejar, como me pasó a mi”
Él le extendió la mano y ella hizo lo mismo. Él pudo ver marcas en sus muñecas. Marcas del intento de desaparecer, de querer eliminar el dolor, aunque sin resultado. La miró y vio sus ojos azules como las estrellas y le dijo:
“Pero juntos podemos. Juntos podemos compartir un mundo nuevo y diferente”
El dejó caer esa lágrima que tanto le pesaba. La dejó rodar hasta el final y le dio la libertad que tanto precisaba. Entonces, su corazón se sintió más liviano. Él era parte del diseño de su Helena para que pudiese vivir después de ella, más allá de ella. Finalmente se aventuró en este extraño nuevo mundo para conocer a Helena, otra vez.

 



Autor: Miscelaneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados

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