Y salí del baño casi dando tumbos,
agarrándome como podía de las paredes para no caer. Si no fuese porque jamás en
mi vida había probado el alcohol, cualquiera que me hubiese observado, diría
que estaba bajo la influencia de alguna droga o bebida. Sin embargo, no era
así. Avancé pesadamente por el pasillo y llegué al comedor. Miré extrañada todo
cuanto me rodeaba. El ambiente tenía un extraño aroma a azufre, viciado y espeso.
Como si una espesa nube se hubiese instalado en mi casa. En ese instante las
cortinas se movieron, se levantaron casi fantasmalmente y la brisa, que
ingresaba desde el parque, me acarició el rostro. Pero no fue una sensación
agradable. No, fue la más extraña brisa que mi cuerpo había sentido y se posaba
en mi alma contándome un presentimiento. Ese soplo gélido y raro guardaba un
terrible secreto capturado por el tiempo, por un mundo extraño que en ese
momento me rodeaba y me acusaba de algo. De algo que yo desconocía. Por esa misma
ventana entreabierta asomaba el sol. Pero no era el sol de siempre, porque
iluminaba la habitación con un extraño fulgor anaranjado. Su luz rebotaba
caprichosamente entre los rincones de la casa provocando un tono lóbrego y
espeluznante, donde las sombras tomaban raras y diabólicas formas. Y todo
envuelto en esa espesa y desagradable bruma. Yo miraba sin entender, todo
cuanto se expresaba a mí alrededor. Era mi casa pero las cosas no encajaban.
Sentí mis manos húmedas y las miré.
Las veía como borrosas. Como si tuviera una delgada tela que distorsionaba todo
cuanto miraba. Igualmente noté que estaban rojas. Me las refregué para quitar
ese color intenso y mortal pero no lo logré. Miré mis pies descalzos pero no
los reconocí. Eras dos elementos que no formaban parte de mi cuerpo y sin
embargo ahí estaban. Y también de un color rojo intenso. Todo parecía de otro
mundo. Y un silencio.
Repentinamente escuché el golpe de
una puerta. El sonido fue tan intenso que mis tímpanos estallaron en miles de
pedazos, dejándome un eco que se repetía una y otra vez segundo tras segundo. Me
tomé la cabeza como si con eso lograse aplacar el dolor penetrante que ese
sonido me provocaba. Pero nada sirvió. Mi cabeza no soportaba ese sonido y de
nuevo silencio. Entonces supe. Supe que venían por mí. Que venían a buscarme para
cobrar por los pecados cometidos en mi vida. Y lo supe porque la brisa era
extraña y el fulgor del sol me había advertido que así sería.
Intenté moverme pero el corazón me latía
desbocado y el zumbido que aún sentía en los oídos, me punzaba la cabeza. Ese
zumbido además me advertía que debía esconderme. Sin embargo, me paralicé. No.
No debía dejar que me encontraran porque sería tarde. Ya todo sería en vano.
Pero, ¿a dónde me escondería para que no me encontrasen? Seguramente el Señor
había mandado un grupo de ángeles a perseguirme. Y esos seres celestiales serían
vengativos, no temerían embarrarse los pies para llevar adelante su objetivo.
No, seguramente sería el peor grupo de ángeles… Todo porque había roto el
delicado balance de la vida. Pero yo no pude evitarlo. Juro que no. Juro que
intenté llevar mi vida adelante con la mayor… y este mareo que no se iba me
trastornaba, me hacía pensar cosas tontas. ¿Dónde estará él? ¿Me habrá dejado
para siempre? Seguro que lo hizo. Seguro que se enteró de mis pecados y que me
venían a buscar y me dejó. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué?
Por más que intenté lograrlo no pude,
¿quién podría culparme por eso? En el mismo instante en que el sol se tornó
extraño, supe que no iba a lograrlo. Tal vez ni sobreviviese y al fin de
cuentas me llevarían igual. Pero debía evitarlos a toda costa. Si me iba,
debería ser bajo mis propios términos.
Me senté en un rincón de la cocina. Necesitaba
serenarme. Necesitaba descansar de mi mareo, de mi pesar. Además, así ganaría
tiempo porque seguramente los que venían a buscarme no mirarían en los rincones
del suelo. Serían tan enormes, que allí pasaría desapercibida. Sería minúscula
y casi invisible, como muchas veces había sido en mi propia vida. Imperceptible
para el mundo, mínima. ¡Que tonta! Siempre dejando que el resto tomase
decisiones por mí. A lo mejor merezco que me lleven. A lo mejor es así como
debería ser. Porque ¿quién quiere a alguien que no es capaz de decidir en su
vida? Sentí mi corazón nuevamente acelerado y una falta de aire que me oprimían
el pecho. Dolor. Mis pies rojos, más rojos. Pisadas. El terror provocó que me
moviera, aunque con dificultad. La visión aún tenía esa tela que no me dejaba
ver bien y el mareo… me fui gateando a la habitación. Me provocaba dolor en las
rodillas, pero no me importó. Seguí moviéndome y cuando silenciosamente llegué,
vi con horror la cama que minutos antes se encontraba pulcramente acomodada y
estaba ahora toda revuelta, llena de barro con algo rojo. Rojo como mis manos. ¿Será
sangre? El pánico se instaló en mi estómago y trepó hasta mi mente que quería
entender lo que sucedía. Pero no podía. ¿Qué era eso por Dios? No. No debía
invocar a nadie porque no sabía que o quien me buscaba. Y sin embargo ya habían
pasado por allí. Fui de inmediato y como pude hacia el vestidor y me encerré
allí. Oscuridad. Sentí algo húmedo y caliente debajo de mí. Pero me quedé
tratando de no respirar. Tratando de no hacer ruido.
Las imágenes de mis vestidos tomaban
extrañas y demoníacas formas. Mientras intentaba escuchar lo que sucedía afuera
sentí algo que me tocaba. Una mano que como venida de ultratumba, se posó en mi
hombro. No quise mirar quien era porque sabía que eran ellos. Entonces salí
cómo pude de allí. ¡Me encontró!, pensé llorando. Las lágrimas bañaban mi
rostro como si fueran parte de una cascada inagotable. Me mordí los labios para
no gritar. Me enjuagué las lágrimas con
ambas manos rojas y salí de la habitación a gatas. Volví a la cocina. Debía
armarme con algo para defenderme. Una tijera, una cuchilla. Cualquier cosa
afilada. Me sentía débil. Apenas podía andar pero no dejé que eso me impidiese continuar.
No debía dejarlos completar su plan. No debía.
Cuando logré entrar allí vi con
asombro que todas las ollas, cuchillos y cucharas estaban flotando como
poseídos por una fuerza antigravitacional enorme y poderosa, aunque a mí nada
me provocaba. Aunque hubiese querido flotar y ser liviana para poder huir de
allí. Hubiese querido huir, pero estaba encerrada en mi propia casa. ¿Y si no
era el Señor el que me buscaba? ¿Y si era el mismísimo amo de las tinieblas?
“No. Todos tenemos posibilidad de
arrepentimiento”, me dije una y otra vez intentando concentrarme en una
realidad que se distorsionaba a cada paso. Sin embargo me arrepentí de ser
quien era, lo hice de corazón, honestamente aunque por las causas equivocadas. Me
senté en el pasillo casi rezando un mantra: “me arrepiento, me arrepiento, me
arrepiento”. Pero ¿de qué? De ser, de nacer, de estar. Y recordé, me arrepentí de haberlo eliminado.
Con el corazón un poco más sereno, intenté
escuchar y noté que las pisadas ya no se sentían. El sol asomó del color
habitual, dorado intenso y cálido. Mientras me calmaba, pude oír el sonido de
un pájaro que afuera llevaba alimento a los pichones de su nido. Me paré lentamente
y con miedo. Aún podía sentir un nudo en mi garganta. Había recordado y eso era
terrible, triste. Pero estaba exhausta. Tomé fuerzas y miré dentro de la
cocina. Todo estaba en su lugar, como siempre había sido. Fui a mi habitación
casi arrastrándome y la encontré inmaculada como la había dejado. Al parecer se
habían apiadado de mí. ¿Habrían leído en mi corazón la honestidad de mi
arrepentimiento? Tal vez. O quizás se dieron por vencidos esta vez y volverían
más tarde. Quizás más tarde yo tomaría una decisión diferente y ya no estaría
esperándolos. Al menos no en este mundo…
Quise mantenerme en pie pero la fatiga
pudo más y caí en un sueño profundo. Mientras mis ojos se cerraban con un peso
que no podía controlar, observé que mis manos aún estaban rojas como así
también mi ropa y mis piernas y mis pies. Pero no pude evitar caer en ese
sopor. Un llanto…tristeza…
Una puerta se abrió. Dejando entrar el aroma de la primavera que afuera
desplegaba su potencial candor. Entró un hombre a la casa y se encontró con un
cuadro terrible: huellas de sangre por todo el piso y las paredes. La joven en
el suelo ensangrentada, apenas respirando. Se agarró la cabeza en un llanto y
se agachó para levantarla y llevarla a la cama. “Ya mi vida, ya…vas a estar
bien”, le dijo mientras la llevaba. Constató que respirase y entonces tomó el
teléfono y llamó a urgencias:
-Si…es mi esposa…está muy débil…tiene sangre por todos lados…pero…
Él tocó el abdomen de su mujer y sintió un escalofrío por la espalda. Dejo
tirado el teléfono mientras fue a la otra habitación desesperado, nada. Se
llegó corriendo al baño y cuando llegó un grito desgarrador salió de su
garganta y se escuchó en toda la casa, en el cielo y el infierno. Envolvió el
pequeño cuerpo y salió de allí. Entre tanto, la ambulancia había llegado.
Entonces, los demonios volvieron a llevarme. Pestañé y lo único que pude ver fueron
enormes ojos mirándome insistentemente…no me podía mover. Mis brazos estaban
atados o algo así. Me sentí muy cansada, adormilada. Todo se puso nublado otra
vez… Me sacudieron y abrí los ojos lentamente y con esfuerzo. Todos hacían
preguntas y yo no podía responder. Quería dormir para siempre pero los demonios
no me dejaban en paz. Tristeza, dolor, ausencia. Mi corazón tenía un hueco
enorme. Un vacío que dolía y que ya no podía llenar con nada. Porque esos
malditos se llevaron lo más preciado para mí y jamás me abandonarían. Me
torturarían por siempre.
El marido la visitaba cada fin de semana en el hospital psiquiátrico.
Luego de perder a su bebé, tras ocho meses de embarazo, ella nunca fue la misma.
Los delirios se instalaron en su frágil y fragmentada mente y fueron parte de
su vida. Los demonios la siguieron por siempre. Ese trágico día, él perdió a su
esposa y a su hijito no nato. Y jamás se perdonaría no haber estado con ella en
ese momento…
Autor: Miscelaneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados
No hay comentarios.:
Publicar un comentario