jueves, 7 de agosto de 2014

Abatida









El agua, helada como un glaciar, comenzó a trepar entre sus piernas en oleadas breves, pero intensas, y la obligó a abrir sus ojos. Desesperada, miró a su alrededor sin entender dónde se encontraba o cómo había llegado a ese lugar. Tampoco podría saber dónde estaba minutos u horas antes. Todo se encontraba en una inmensa y confusa nube, casi como la que la rodeaba ahora.

La niebla era densa, espesa, asfixiante y no le permitía ver siquiera los dedos de su mano, al extender su brazo. Su respiración se agitó. El temor se instaló en su alma y le provocó cierta náusea, aunque quizás el aire de allí la hiciese sentir así. Le dolía cuando ese aire entraba a su organismo, como si estuviese más contaminado que lo usual. “¡Maldita niebla!”, pensó mientras se ponía dificultosamente de pie. Con sus pies descalzos percibió el lecho fangoso y helado debajo de su piel. La brisa de la tarde se coló entre sus cabellos y elevo ligeramente la túnica blanca, casi transparente que llevaba adosada a su delgado cuerpo y que le llegaba hasta las rodillas. “¿Dónde estoy?”, se preguntó, aunque no habría respuesta para ello. Más allá de estar mojada y del agua que lentamente subía, hacía frio. Lo notó en sus brazos desnudos, en su cuerpo, endeble y húmedo, y en el vapor que brotaba de su boca con cada respiración. “Eso significa que estoy viva”, se persuadió para darse coraje.

Comenzó a caminar con ambos brazos extendidos, ya que de esa forma podría avanzar y llegar a algún lugar. “Pero ¿a dónde debo ir?”. Pisaba con cuidado entre el agua lodosa y el piso resbaladizo que, de tanto en tanto, le ofrecía elementos puntiagudos lastimándola y provocándole un inmenso dolor. De tanto en tanto, algo viscoso cruzaba entre sus piernas, y ella se detenía temblando y dudando de miedo. Lo peor era que a medida que avanzaba, el agua parecía subir más y más. “Y este aire asfixiante…”, se dijo preocupada porque entre el miedo, el frío y esa niebla, su pecho estaba cada vez más cerrado.

Intentó serenarse mientras cambiaba de dirección. Tomó hacia uno de los lados, convenciéndose de que era ir hacia el sur. “Este es el sur”, se dijo con vehemencia mientras la rama de un árbol se enredaba en su cabellera, como una mano macabra que la tironeaba hacia el dolor y a un destino perverso. Mientras histéricamente trataba de desenredarse, la situación empeoraba. Daba vueltas y tironeaba, mientras sus lágrimas brotaban de desesperación y amargura. “¡Soltame!”, gritó agitada al aire y una bandada de pájaros huyó despavorida. Desenrolló el cabello y un mechón de su cabello, junto a miles de lágrimas, se unieron al agua de la correntada.

“¿Estoy en un bosque inundado?”, se preguntó. “¿Cómo llegué hasta aquí?”; pensó con un nudo en la garganta y la incógnita en el alma. Continuó avanzando a lo que ella había denominado “el sur”, paso a paso, con sus brazos extendidos y con la niebla que se hacía más y más espesa. El sol, para colmo de males, se estaba escondiendo por lo que, la poca visibilidad que estaba teniendo, se iba junto con el astro rey. “¡No!”, lloró y en ese momento tropezó con algo duro y cayó de bruces al agua. Ésta la envolvió de inmediato provocando que perdiese la orientación. Sintió frio por doquier mientras las ramas se enredaban en su cuerpo como serpientes devoradoras, evitando que pudiera emerger. Una bocanada de agua pútrida y llena de barro entró en su boca y su nariz, provocándole arcadas. Lentamente se asfixiaba. El agua penetraba ahora por su nariz y llegaba a sus pulmones, mientras que luchaba por retornar a la superficie, sin lograrlo. En este frenético intento, se enredó más con el vestido, llegando aún más profundo en aquel río mortal. Su cabeza chocó con el suelo y, mientras un hilito de sangre le nubló la visión, se dejó fluir, se rindió ante esta realidad que la golpeaba con contundencia maliciosa. Dejó que el agua hiciera lo suyo, sin remedio. Entonces, un rayo de luz provino de la nada y al verlo supo donde se encontraba la superficie para lograr salir.

Empapada y tiritando de frio, nuevamente sobre sus pies, avanzó hasta donde creyó que la luz provenía. Sin embargo, notó que desde ese lugar el agua provenía como en una correntada violenta, por lo que le costaba avanzar. Además, cada uno de sus músculos estaba contraído, dificultándole el movimiento. “Debo llegar a la luz”, se dijo con convicción, mientras que su corazón se desbocaba por el esfuerzo. Otra vez, un flash de luz iluminó la espesa niebla que tenía frente a ella y el relieve de un árbol, que estaba frente a ella, invisible segundos antes. Se agarró de él para que la corriente no la llevase. “¡Auxilio!”, grito con voz ronca y apagada, mientras que agudizó su oído para escuchar si había respuesta. Sin embargo, en aquel silencio mortal que la invadía, sintió un dolor tremendo en su abdomen. El agua seguía trepando, y en breve llegaría hasta su pecho. “No es nada”, se dijo mientras utilizando otro árbol, avanzó un poco más. Otra puntada, que esta vez la obligó a parar y a poner su mano en el sitio desde donde provenía el dolor. Con horror observó que algo caliente salía de allí: sangre. “No, no puede ser. No me voy a morir aquí”, dijo a la nada mientras otro flash de luz aparecía a lo lejos. Demasiado lejos. “Si tan solo recordara…”, lloró.

Continuó caminando con dificultad, pero sus ojos se nublaron y de repente, ella entendió que no llegaría a la luz, ya no.

La corriente se hizo más fuerte pero ya no importaba, se dejó flotar en aquel cauce helado y mortal, mientras una estela de sangre era dejada en el camino. La niebla se hizo más espesa y la noche llegó. Cerró los ojos y sintió como el viento comenzó a soplar, gélido como un témpano de hielo, pero provocando que la niebla se dispersase. Vio el cielo y millones de estrellas, y una imagen se formó en su mente agonizante: una luz intensa que la impactó, una caída cruel, ella dando miles de vueltas en el aire y luego, oscuridad.

Para cuando su cerebro terminó de entender, la sangre ya se había mezclado por completo con el agua de aquella laguna crecida por las intensas lluvias. Quizás ahora se reuniese con su Creador, quizás solo ese era su anhelo.

El bote rescatista encontró una hermosa e inmaculada joven en la mañana, descansando su eternidad con un rostro plácido. Era hermosa y blanca como la leche, con sus cabellos negros como la noche sin luna. La cubría un resplandor que lentamente se iba apagando, como si tardase en despedirse de este mundo. Ella reposaba en un claro rodeado de flores silvestres, con aroma a violetas y jazmines, en el único sitio sin agua del lugar. ¿Extraño? Tal vez, pero no tanto como el vendaval que se había desatado la noche anterior cuando varios habitantes de un pequeño pueblo aseguraban haber visto un ángel caer en una cápsula transparente. Sobre todo luego que un misil, disparado por las fuerzas de seguridad, la abatiese.

Autor: Misceláneas de la oscuridad – Todos los derechos reservados 2014

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