El agua, helada como un glaciar, comenzó
a trepar entre sus piernas en oleadas breves, pero intensas, y la obligó a
abrir sus ojos. Desesperada, miró a su alrededor sin entender dónde se
encontraba o cómo había llegado a ese lugar. Tampoco podría saber dónde estaba
minutos u horas antes. Todo se encontraba en una inmensa y confusa nube, casi
como la que la rodeaba ahora.
La niebla era densa, espesa,
asfixiante y no le permitía ver siquiera los dedos de su mano, al extender su brazo.
Su respiración se agitó. El temor se instaló en su alma y le provocó cierta
náusea, aunque quizás el aire de allí la hiciese sentir así. Le dolía cuando ese
aire entraba a su organismo, como si estuviese más contaminado que lo usual. “¡Maldita
niebla!”, pensó mientras se ponía dificultosamente de pie. Con sus pies
descalzos percibió el lecho fangoso y helado debajo de su piel. La brisa de la
tarde se coló entre sus cabellos y elevo ligeramente la túnica blanca, casi
transparente que llevaba adosada a su delgado cuerpo y que le llegaba hasta las
rodillas. “¿Dónde estoy?”, se preguntó, aunque no habría respuesta para ello. Más
allá de estar mojada y del agua que lentamente subía, hacía frio. Lo notó en
sus brazos desnudos, en su cuerpo, endeble y húmedo, y en el vapor que brotaba de
su boca con cada respiración. “Eso significa que estoy viva”, se persuadió para
darse coraje.
Comenzó a caminar con ambos brazos
extendidos, ya que de esa forma podría avanzar y llegar a algún lugar. “Pero ¿a
dónde debo ir?”. Pisaba con cuidado entre el agua lodosa y el piso resbaladizo
que, de tanto en tanto, le ofrecía elementos puntiagudos lastimándola y
provocándole un inmenso dolor. De tanto en tanto, algo viscoso cruzaba entre
sus piernas, y ella se detenía temblando y dudando de miedo. Lo peor era que a
medida que avanzaba, el agua parecía subir más y más. “Y este aire
asfixiante…”, se dijo preocupada porque entre el miedo, el frío y esa niebla,
su pecho estaba cada vez más cerrado.
Intentó serenarse mientras cambiaba de
dirección. Tomó hacia uno de los lados, convenciéndose de que era ir hacia el
sur. “Este es el sur”, se dijo con vehemencia mientras la rama de un árbol se
enredaba en su cabellera, como una mano macabra que la tironeaba hacia el dolor
y a un destino perverso. Mientras histéricamente trataba de desenredarse, la
situación empeoraba. Daba vueltas y tironeaba, mientras sus lágrimas brotaban
de desesperación y amargura. “¡Soltame!”, gritó agitada al aire y una bandada
de pájaros huyó despavorida. Desenrolló el cabello y un mechón de su cabello,
junto a miles de lágrimas, se unieron al agua de la correntada.
“¿Estoy en un bosque inundado?”, se
preguntó. “¿Cómo llegué hasta aquí?”; pensó con un nudo en la garganta y la
incógnita en el alma. Continuó avanzando a lo que ella había denominado “el
sur”, paso a paso, con sus brazos extendidos y con la niebla que se hacía más y
más espesa. El sol, para colmo de males, se estaba escondiendo por lo que, la
poca visibilidad que estaba teniendo, se iba junto con el astro rey. “¡No!”,
lloró y en ese momento tropezó con algo duro y cayó de bruces al agua. Ésta la
envolvió de inmediato provocando que perdiese la orientación. Sintió frio por
doquier mientras las ramas se enredaban en su cuerpo como serpientes
devoradoras, evitando que pudiera emerger. Una bocanada de agua pútrida y llena
de barro entró en su boca y su nariz, provocándole arcadas. Lentamente se
asfixiaba. El agua penetraba ahora por su nariz y llegaba a sus pulmones,
mientras que luchaba por retornar a la superficie, sin lograrlo. En este
frenético intento, se enredó más con el vestido, llegando aún más profundo en
aquel río mortal. Su cabeza chocó con el suelo y, mientras un hilito de sangre
le nubló la visión, se dejó fluir, se rindió ante esta realidad que la golpeaba
con contundencia maliciosa. Dejó que el agua hiciera lo suyo, sin remedio.
Entonces, un rayo de luz provino de la nada y al verlo supo donde se encontraba
la superficie para lograr salir.
Empapada y tiritando de frio,
nuevamente sobre sus pies, avanzó hasta donde creyó que la luz provenía. Sin
embargo, notó que desde ese lugar el agua provenía como en una correntada
violenta, por lo que le costaba avanzar. Además, cada uno de sus músculos
estaba contraído, dificultándole el movimiento. “Debo llegar a la luz”, se dijo
con convicción, mientras que su corazón se desbocaba por el esfuerzo. Otra vez,
un flash de luz iluminó la espesa niebla que tenía frente a ella y el relieve
de un árbol, que estaba frente a ella, invisible segundos antes. Se agarró de
él para que la corriente no la llevase. “¡Auxilio!”, grito con voz ronca y
apagada, mientras que agudizó su oído para escuchar si había respuesta. Sin
embargo, en aquel silencio mortal que la invadía, sintió un dolor tremendo en
su abdomen. El agua seguía trepando, y en breve llegaría hasta su pecho. “No es
nada”, se dijo mientras utilizando otro árbol, avanzó un poco más. Otra
puntada, que esta vez la obligó a parar y a poner su mano en el sitio desde
donde provenía el dolor. Con horror observó que algo caliente salía de allí:
sangre. “No, no puede ser. No me voy a morir aquí”, dijo a la nada mientras
otro flash de luz aparecía a lo lejos. Demasiado lejos. “Si tan solo
recordara…”, lloró.
Continuó caminando con dificultad,
pero sus ojos se nublaron y de repente, ella entendió que no llegaría a la luz,
ya no.
La corriente se hizo más fuerte pero
ya no importaba, se dejó flotar en aquel cauce helado y mortal, mientras una
estela de sangre era dejada en el camino. La niebla se hizo más espesa y la
noche llegó. Cerró los ojos y sintió como el viento comenzó a soplar, gélido
como un témpano de hielo, pero provocando que la niebla se dispersase. Vio el
cielo y millones de estrellas, y una imagen se formó en su mente agonizante: una
luz intensa que la impactó, una caída cruel, ella dando miles de vueltas en el
aire y luego, oscuridad.
Para cuando su cerebro terminó de entender,
la sangre ya se había mezclado por completo con el agua de aquella laguna
crecida por las intensas lluvias. Quizás ahora se reuniese con su Creador,
quizás solo ese era su anhelo.
El bote rescatista encontró una
hermosa e inmaculada joven en la mañana, descansando su eternidad con un rostro
plácido. Era hermosa y blanca como la leche, con sus cabellos negros como la
noche sin luna. La cubría un resplandor que lentamente se iba apagando, como si
tardase en despedirse de este mundo. Ella reposaba en un claro rodeado de
flores silvestres, con aroma a violetas y jazmines, en el único sitio sin agua
del lugar. ¿Extraño? Tal vez, pero no tanto como el vendaval que se había
desatado la noche anterior cuando varios habitantes de un pequeño pueblo
aseguraban haber visto un ángel caer en una cápsula transparente. Sobre todo
luego que un misil, disparado por las fuerzas de seguridad, la abatiese.
Autor: Misceláneas de la oscuridad –
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