Hacía
más de media hora que Manuel esperaba en la esquina. Eran cerca de las once de
la noche y ni un alma andaba por ahí. Solo Manuel que, según había acordado,
esperaba por alguien. Su amigo lo había citado sin precisar demasiado para qué.
Se
estaba impacientando. Generalmente Andrés no llegaba tarde. Pero quizás algo lo
había demorado. “Tengo que decirte algo muy importante, hermano. No me falles,
por favor”, le había dicho por teléfono esa misma tarde. Se notaba que algo le
preocupaba, pero no pudo sacarle ni media palabra acerca de qué era.
Había
dudado en ir. Pero su amistad iba más allá de los cánones regulares y Manuel le
debía mucho a Andrés. Entonces, al pensar en el pasado que los unía, despejó
sus dudas y fue. Quizás todo se tratase de esa mujer con la que se estaba
viendo. Él le había dicho más de una vez que cortase la relación, que era una
mujer casada. Pero Andrés era un galán por naturaleza y cuando una mina se le
metía en la cabeza (por decirlo de una forma elegante), no paraba. Y no le
importaba que estuviese casada o fuese madre de tres pibes. Y lo peor fue que
quedó embarazada y nadie sabía si era de él o del esposo.
“Te
van a matar a palos, Andrés”, le había dicho la semana pasada cuando, luego de
que la mujer hiciese las cuentas, notase que el niño por nacer era de su amigo
y no del marido. “No pasa nada”, le había contestado, pero él que lo conocía
desde pibe, notó en su mirada un atisbo de pánico. Quizás no estaba preparado
para ser padre. Sin embargo, no tenía que preocuparse ya que ella estaba
casada. Aunque lo cierto es que ella lo amaba de verdad. Quizás ella quería
estar con él. Tal vez le diría a su esposo que lo dejaba. Tal vez hablase con
la finalidad de que la cosa terminase de una vez.
Se
dio cuenta de que lo que en su cabeza giraba, se parecía más a una telenovela
que a la realidad. Se sonrió y atribuyó la catarata de pensamientos a la
impaciencia porque su amigo no aparecía. “Espero un rato más y si no viene,
mañana me va a escuchar este boludo”. Pensó en su esposa, Catalina. Sabía que
en cuanto llegase a su casa debería soportar sus reproches. Ella no era
partidaria de su amistad con Andrés y no entendía que desde muy chicos se
conocían y eran compinches, casi cómplices. Ella no entendía que gracias a él
había llegado al país sano y salvo y que la había conocido a su Catalina.
Asique se sentía en deuda con él.
Miró
a su alrededor. Estaba muy oscuro. Era noche de luna nueva, asique ni siquiera
esa claridad lo acompañaba. “¿Porque habrá elegido esta esquina?”, pensó. No
era persona que temía, aunque casi como en un reflejo palpó su cintura para
constatar que su facón estaba ahí, como siempre. Sí. Eso era una enseñanza de
su amigo. Siempre andar armado por si acaso. Y eso le había salvado la vida más
de una vez.
Agudizó
la vista. Si, a lo lejos pudo ver que alguien se acercaba. Un hombre. Seguro
que era Andrés. Se sintió aliviado porque estar ahí solo lo ponía tenso. El
hombre se acercaba a gran velocidad. “Es mejor que te apures… vas a tener que
darme explicaciones de todo esto, Andr…” Pero enseguida notó que quien se acercaba
no era su amigo y para colmo de males, el individuo llevaba una faca en su
mano. Para cuando quiso reaccionar, el metal estaba dentro de su abdomen. “Te
dije que dejaras a mi esposa en paz, hijo de puta”, le gritó y Manuel sin
entender de qué se trataba todo, solo pereció.
Antes
de que la oscuridad lo envolviese Manuel creyó ver a su amigo. Andrés surgía de
la nada, le quitaba con asombrosa habilidad la faca de su cintura y acuchillaba
a su agresor. Se le ocurrió que si lo que veía era cierto, era además,
incoherente. Andrés no sería capaz de traicionarlo así. ¿O lo era? Pero ya era tarde,
muy tarde.
Manuel
agonizó durante unos segundos. Mientras su respiración fallaba y su sangre se
derramaba en el piso, escuchó un susurro casi irreal: “La amo demasiado como
para dejarla. Lo siento amigo, pero no se me ocurrió otra cosa.” Y Andrés se
fue dejando a Manuel tirado, a su contrincante muerto y ambos facones en el
suelo.
A la
mañana siguiente la policía encontró los cadáveres. “Fue una reyerta, se
mataron mutuamente”, dijeron y cerraron el caso, mientras que Andrés se mudó
con su nueva mujer y se dispuso a esperar a su primer hijo.
Autor:
Misceláneas de la oscuridad – Todos los derechos reservados 2015
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