El
agua te rodea. Entra por tus poros, por entre tu ropa agujereada y sucia. ¿Qué
pensás ahora? Ahora cuando el agua solo te acuna acompasadamente. Ahora que te
hamaca de aquí para allá. Te balancea, te duerme. Aunque ya estás dormida. Porque
minutos antes, esa misma agua helada te envolvió, se apoderó de tu cuerpo que
luchaba por emerger. Sin éxito, por supuesto. Aunque ¿quién te puso ahí? ¿Acaso
no fue decisión tuya? ¿Acaso no te tiraste de aquel puente de diez mil metros
de altura? ¿Qué pensabas entonces? Seguramente querías ser libre, como las
aves. Querías volar y sentir el cielo envolviendo tu cuerpo. Las nubes
acariciando tu piel. Pero no tenías alas. Jamás las tendrás.
Que,
¿no? ¿No fuiste quién se arrojó? Y ahora seguro sabés más que yo que te vi
cayendo en picada libre. Sí. Te vi desde donde estoy, a unos cuantos metros de dónde
vos estás ahora. No me mires así con esa cara de terror. Sabías muy bien lo que
hacías, querida. Te vi caer como vi a tantos otros que se dan cuenta en el
viaje final que eso no era lo que deseaban. Lo sé porque ese viaje final no era
lo que yo imaginé. Yo quise terminar con el dolor. Y sin embargo… ¿Qué vos no
querías eso? ¿Cómo puedo creerte si tantos me han mentido? Lo voy a pensar. Voy
a intentar creer en tu palabra. Pero mi escepticismo tiene un origen. Siempre
me han querido engañar. Siempre me han querido evitar. Pero es imposible eso.
Es imposible evitarme.
Escuché
más de una vez que el fuego tiene una posesión demoníaca. Que su origen es el
del inframundo. Determinante y contundente. Pero ¿y el agua? ¿Acaso no te
destruye como el fuego? Quizás sea peor aún. El fuego en forma rápida mata cada
uno de tus sentidos. Te nubla, te priva, te adormece y te anestesia. Incluso el
humo te mata antes de que te consuma el fuego en sí mismo. Pero el agua… la
fuente de la vida, dicen. La creadora, el caldo primordial donde todo comenzó. El
agua se mete en tus pulmones, se apodera de tu oxígeno. Te provoca la muerte
más dolorosa que puedas imaginar. El agua es el verdadero demonio. Uno
disfrazado de fuente de la vida. El agua llega, te lleva, te envuelve y te
aniquila. ¿Que si a mí me pasó eso? ¿Te parece acaso que eso fue lo que me
consumió? No. Ni siquiera sabés quién soy. Soy ese espectador que aguarda a que
alguien como vos caiga desde lo alto y se estrelle y se entregue o luche contra
la corriente que avanza. Soy el testigo de cada uno de los que caen aquí. Soy
quien les explica con amargas palabras que el fin ha llegado. ¿Que si llegó
para vos? Por supuesto princesa. Tu final está sellado. Estás acabada como cada
uno de los que logran hablar conmigo. Sí, sé que esto no es una charla común.
Es tu última conversación. Así que podrás decirme lo que quieras. Total…
Te
interesa saber cómo llegué a este lugar ¿verdad? Pero ¿para qué querés saberlo?
Tal vez cuando descubras mi verdad ya no me sigas escuchando o peor, tal vez se
convierta en tu realidad y la odies como lo hago yo cada día. Pero insistís… ¡Ah!
Curiosidad… hace siglos que estoy en este lugar recibiendo almas como las
tuyas. No recuerdo en que momento comencé. No recuerdo como o porqué llegué.
Pero si recuerdo la caída desde ese mismo puente. ¿Qué es ese puente? El puente
de la vida, por supuesto. Pero uno nunca se acuerda de estar parado en él, en
la cornisa. Al menos cuando el tiempo pasa, lo olvidás. Lo que sí recuerdo es
estar volando en picada libre. Pensando en que de ahora en más, mi alma sería
libre de dolor y pena. Pero me equivoqué. Todos se equivocan.
¿Te
duele? La paz de la muerte dura poco aquí. Eso que te penetra el corazón y te
parte en mil pedazos es el gusano que come las almas. Las agujerea. ¿El cielo?
Aquí no existe el cielo. Aquí las tinieblas gobiernan y te llevan profundo, a
un abismo que no tiene fin. Las nubes negras y malolientes te invaden y te
hacen suya y el gusano te perfora y lastima. ¿Querés que se termine? Está en tu
poder. Ya te lo dije. Estás aquí por decisión propia. ¿No me creés? Si alguien
te hubiese empujado estarías arriba junto a los demás seres buenos y puros. Si
hubieses sido mala estarías en la calidez del infierno, padeciendo. Pero no
estás en ninguno de los dos lugares. Es triste ¿no? Sí, lo es. Sobre todo
porque podrías haberlo evitado. Fue una decisión. Una decisión de porquería,
pero tuya al fin. Si la vida te pesaba tanto hubieses hecho algo más. ¿Cómo
qué? No sé. Recordá que yo pasé por lo mismo y no supe qué hacer. Al menos no
hice nada diferente. Pero te aseguro que opciones había. Cambiar por ejemplo,
mudarte. No sé. Estás aquí porque lo decidiste vos.
Y ahora
llorás. No lo hagas porque eso no sirve de nada. Dale, no llores. Sé que es
doloroso todo esto. Sé que no tenías nada a qué aferrarte. Pero no es necesario
tener algo o alguien. Con vos basta ¿sabés? Con tu persona, con tu vida aunque
sea frágil es suficiente para ser feliz. O eso me dijeron. Nunca pude llegar a
ese lugar. La felicidad, digo. Es un sitio desconocido para mí. Pero quizás
algún recuerdito por ahí se te filtra y no sé, quizás hayas sido feliz en algún
lugar. ¿Sí? Y entonces ¿qué hacés acá?
Me
piden que definas. Que se hace tarde, que esto está llevando demasiado tiempo.
Debo apoderarme de los girones de tu alma. Debo entregarla al siguiente
demonio. Ya no puedo hablarte más. Es hora. Es el momento indicado. El segundo
donde todo se vuelve irreversible y ya no habrá vuelta atrás…
Abrís
los ojos y emergés de la bañadera. Emergés del agua rojiza donde segundos antes
tus muñecas se habían abierto poniendo en relieve lo frágil de tu existencia.
Salís con estrepitosa violencia, asustada, arrepentida. Respirás hondo varias
veces, aferrándote a la vida, al instinto de supervivencia que hay en cada ser
humano. Recordás la voz, recordás el terror, el abismo y la oscuridad. Recordás
el dolor de la agonía y entendés que la vida, a pesar de todo y en comparación,
puede ser incluso bella.
Autor: Misceláneas de la oscuridad - Todos los derechos reservados 2015
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