Dany
observó a Sara. Siempre supo que no compartían las mismas ideas acerca de cómo
eran las cosas, pero estaba seguro de que sí los mismos ideales. Que aunque no
lo dijesen, ambos querían estar por siempre juntos. Sin embargo, estaba
sorprendido por la catarata de palabras que no estaba muy seguro de dónde
provenían.
―¿Cómo
que no entendés Dany? O mejor dicho, ¿qué es lo que no entendés?
―Lo
que no entiendo es que vengas con estos planteos ahora. Que me hagas esta especie
de escena de celos luego de más de diez años juntos… ¿no entendés lo que
significás para mí?
Sara
suspiró contrariada. Diez años, pensó. Diez malditos años de ¿qué? Por un
segundo las miradas de ambos se cruzaron. Ella quiso responder algo que se esfumó
de golpe. No estaba celosa ni mucho menos. O sí. Le molestaba que con otras
fuese tan diferente, tan amable o incluso comprensivo. Y con ella…
―Nunca
hubo un sí o un no en este tiempo y no entiendo por qué ahora te molesta todo.
Porque no es solo los celos tontos…
―¿Tonto?
Bueno. Entonces es cierto que no entendés nada. Estás tan ciego con tus
cositas, con tus manías. No te importa un carajo lo que me pasa a mí. ¡Diez
años! Y no te importa nada de mí. Te diría hasta…
―¿Qué?
¿Qué me vas a decir ahora?
Sara
pensó por un instante si quería continuar con esa pelea sin sentido. Aunque muy
dentro de su corazón algo le decía que diez años callada, persiguiendo los
objetivos de su compañero y poniendo los suyos a un lado ya eran suficientes.
Respiró hondo, puso su gesto habitual de desprecio y contestó sin anestesia:
―Creo
que no me conocés en absoluto.
Dany
se quedó sin palabras. No reconocía a esta mujer que hablaba cosas sin sentido.
“Si al menos me dijera qué le molesta.” Él la creía testaruda. Estaba convencido
que alguna de sus amigas le había metido alguna estúpida idea en la cabeza.
“Sí, seguro que Marta le habrá dicho que tengo otra o algo por el estilo. Si
supiese… que sólo tengo ojos para ella. Estupideces. Solo estupideces en su
cabeza de mujer que está al pedo.”
Sara
se dio media vuelta en la cama y apagó la luz. Dio por finalizada esa
conversación. Estaba enojada con el silencio de él, con la situación. Lo que
más la enojaba era que por la mañana se levantarían como en los últimos diez
años, desayunarían juntos, él se iría a la oficina y ella a su trabajo. Que por
la noche cenarían juntos en silencio y que luego de ella, se acostarían, quizás
harían el amor y luego… la misma rutina.
Autor:
Misceláneas (Soledad Fernández) – Todos los derechos reservados 2015
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