Te tengo que decir que
esta es la última vez que voy a escribirte. No puedo seguir con esto. Ya no. Me
hacés falta. Me desgarra no verte. Pero ya no más.
Seguro te preguntarás
¿por qué? Aunque imagino que lo sabrás. Sabés lo que hacés conmigo, con mi
vida. Vivo entre delirios y alucinaciones de tu historia conmigo. La nuestra.
La que fue y dejó de ser porque decidiste dejar de pelear por nosotros, por
nuestro amor. Y el dolor del abandono se siente en el cuerpo, en la carne que
te extraña horrores. Y no puedo olvidarte porque no me dejás hacerlo. Porque sin
aviso aparecés e invalidás mi razón, la anulás. Tu presencia en mis noches hace
que los días sean eternos e insoportables. Y mis ansias se transforman en
amarga espera de madrugadas agónicas cuando no estás conmigo. Porque el dolor
se materializa cuando no aparecés, cuando me dejás con sueños convulsionados y
febriles de nuestras noches de hace años.
Pero a pesar de mi
resistencia, a pesar de que me esfuerzo por no pensarte, anoche apareciste y
como siempre anulaste mi capacidad de resistir. En el segundo en que sentí que
estabas junto a mí, el tiempo se diluyó entre nuestras caricias y besos
desesperados de ausencia. Y la noche se evaporó y llegó la mañana. Y ya no
estabas conmigo. Y quiero pensar que todo fue un sueño. Tiene que serlo. ¿Qué
más podría ser? Aunque mis sentidos dicen todo lo contrario. Hoy desperté con
tu olor impregnado en mi piel. Con tu sudor en mis rincones. Y sé que eso es
imposible. Lo sé. Pero así fue. Y esta mañana, como cada vez que aparecés entre
mis sábanas, entre mis gemidos oníricos, no pude dejar de pensarte. No puedo dejarte ir.
Tu última carta fue luego
de una larga desaparición. Había empezado a sanar mis heridas. Habías dejado de
doler. Mi corazón se había acostumbrado a estar solo, a la falta de tu ser, de
tu cuerpo junto al mío cada noche. Había llegado a ese punto de recordar las
mañanas a tu lado con una sonrisa. Con la alegría de lo vivido junto a vos. Con
la certeza de que nuestra vida juntos había sido perfecta. Pero parece que no
fue suficiente. Ni para vos, ni para mí que me doy cuenta de que me duele la
vida sin vos. Y entonces, esto. La locura. El delirio luego de tu abandono,
otra vez.
¿Qué ganás? ¿Que gano
yo esperando tus furtivas apariciones? Solo la desesperación de la extinción.
El desgarro del alma que sabe que ya no estás. Y cuando aparecés me ilusiono
con que todo fue un mal sueño. Con que tu muerte fue una pesadilla de esas que se
parecen a la realidad. Una horrible y dolorosa de la que no puedo despertar.
Aparecés. Te materializás de la nada y con la oscuridad me envolvés y me hacés
tuya. Y te toco y sos tan real que duele. Y no puedo distinguir qué es cierto y
que no. Porque tus labios son tan reales como antes. Tus manos trepando por mis
muslos, llegando al lugar del éxtasis se sienten idénticas a cuando estabas
conmigo, en este mundo. ¿Y si estás? No puedo dejar de preguntarme eso. Quizás
no desapareciste. Quizás ese es el sueño del que debo despertar. Y tu cuerpo
sobre el mío intenta recuperar mi mente perdida.
Quizás solo sea un
deseo.
Creo que voy a
enloquecer. Y escribirte es una de las cosas que me hacen pensar que ya perdí
la razón. Porque me pierdo en vos, en tus caricias invisibles, en tus visitas
fantasmales. Pierdo la razón al sentir tu perfume en la noche y la soledad de
mi cama que se convierte en un témpano de hielo. Solo vos podés derretir mi
anestesia, mi apatía por la vida. Y entonces es cuando recaigo y te espero con
la ansiedad de quien necesita un poco más. Sos la droga que me hace perder la
vida. La vida que debo vivir durante el día y no puedo. Solo agonizo esperando
por la noche, por esa probada que me digo será la última. Y espero que llegues para
que me lleves con vos.
No sé. Todo esto duele
demasiado y no sé cuánto más pueda resistir. Sólo sé que no voy a escribirte
más. Que no voy a esperar tu respuesta.
Entonces, me pongo el
perfume que me regalaste, y te espero como cada noche. Solo que esta vez, en el
punto culmine de nuestro éxtasis, el metal atravesará mi cuello y así podré
seguirte a los confines del infierno, que es donde pertenecemos.
Autor: Misceláneas
(Soledad Fernández) – Todos los derechos reservados 2015
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