sábado, 19 de diciembre de 2015

La última carta





Te tengo que decir que esta es la última vez que voy a escribirte. No puedo seguir con esto. Ya no. Me hacés falta. Me desgarra no verte. Pero ya no más. 
Seguro te preguntarás ¿por qué? Aunque imagino que lo sabrás. Sabés lo que hacés conmigo, con mi vida. Vivo entre delirios y alucinaciones de tu historia conmigo. La nuestra. La que fue y dejó de ser porque decidiste dejar de pelear por nosotros, por nuestro amor. Y el dolor del abandono se siente en el cuerpo, en la carne que te extraña horrores. Y no puedo olvidarte porque no me dejás hacerlo. Porque sin aviso aparecés e invalidás mi razón, la anulás. Tu presencia en mis noches hace que los días sean eternos e insoportables. Y mis ansias se transforman en amarga espera de madrugadas agónicas cuando no estás conmigo. Porque el dolor se materializa cuando no aparecés, cuando me dejás con sueños convulsionados y febriles de nuestras noches de hace años.
Pero a pesar de mi resistencia, a pesar de que me esfuerzo por no pensarte, anoche apareciste y como siempre anulaste mi capacidad de resistir. En el segundo en que sentí que estabas junto a mí, el tiempo se diluyó entre nuestras caricias y besos desesperados de ausencia. Y la noche se evaporó y llegó la mañana. Y ya no estabas conmigo. Y quiero pensar que todo fue un sueño. Tiene que serlo. ¿Qué más podría ser? Aunque mis sentidos dicen todo lo contrario. Hoy desperté con tu olor impregnado en mi piel. Con tu sudor en mis rincones. Y sé que eso es imposible. Lo sé. Pero así fue. Y esta mañana, como cada vez que aparecés entre mis sábanas, entre mis gemidos oníricos, no pude dejar de pensarte.  No puedo dejarte ir.
Tu última carta fue luego de una larga desaparición. Había empezado a sanar mis heridas. Habías dejado de doler. Mi corazón se había acostumbrado a estar solo, a la falta de tu ser, de tu cuerpo junto al mío cada noche. Había llegado a ese punto de recordar las mañanas a tu lado con una sonrisa. Con la alegría de lo vivido junto a vos. Con la certeza de que nuestra vida juntos había sido perfecta. Pero parece que no fue suficiente. Ni para vos, ni para mí que me doy cuenta de que me duele la vida sin vos. Y entonces, esto. La locura. El delirio luego de tu abandono, otra vez.
¿Qué ganás? ¿Que gano yo esperando tus furtivas apariciones? Solo la desesperación de la extinción. El desgarro del alma que sabe que ya no estás. Y cuando aparecés me ilusiono con que todo fue un mal sueño. Con que tu muerte fue una pesadilla de esas que se parecen a la realidad. Una horrible y dolorosa de la que no puedo despertar. Aparecés. Te materializás de la nada y con la oscuridad me envolvés y me hacés tuya. Y te toco y sos tan real que duele. Y no puedo distinguir qué es cierto y que no. Porque tus labios son tan reales como antes. Tus manos trepando por mis muslos, llegando al lugar del éxtasis se sienten idénticas a cuando estabas conmigo, en este mundo. ¿Y si estás? No puedo dejar de preguntarme eso. Quizás no desapareciste. Quizás ese es el sueño del que debo despertar. Y tu cuerpo sobre el mío intenta recuperar mi mente perdida.
Quizás solo sea un deseo.
Creo que voy a enloquecer. Y escribirte es una de las cosas que me hacen pensar que ya perdí la razón. Porque me pierdo en vos, en tus caricias invisibles, en tus visitas fantasmales. Pierdo la razón al sentir tu perfume en la noche y la soledad de mi cama que se convierte en un témpano de hielo. Solo vos podés derretir mi anestesia, mi apatía por la vida. Y entonces es cuando recaigo y te espero con la ansiedad de quien necesita un poco más. Sos la droga que me hace perder la vida. La vida que debo vivir durante el día y no puedo. Solo agonizo esperando por la noche, por esa probada que me digo será la última. Y espero que llegues para que me lleves con vos.
No sé. Todo esto duele demasiado y no sé cuánto más pueda resistir. Sólo sé que no voy a escribirte más. Que no voy a esperar tu respuesta.
Entonces, me pongo el perfume que me regalaste, y te espero como cada noche. Solo que esta vez, en el punto culmine de nuestro éxtasis, el metal atravesará mi cuello y así podré seguirte a los confines del infierno, que es donde pertenecemos.

Autor: Misceláneas (Soledad Fernández) – Todos los derechos reservados 2015

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