Pedro se paró deslumbrado frente al
enorme cartel. Las luces azules, blancas y rojas eran hipnotizantes, casi
mágicas para su mente desordenada. Sintió que estaba frente a una revelación. A
un universo estelar, maravilloso, acompasado y sólo para él. Un cosmos donde las
palabras se encendían y apagaban alternativamente, a un ritmo atrayente,
persuasivo. Igual al mensaje que portaba.
Se rascó la cabeza sin dejar de
observar. “Es una ganga…Solo mil pesos”, pensó. ¿Qué más conseguiría por esa
plata? Nada. Al menos nada de lo que buscaba. Y había buscado mucho tiempo.
Sobre todo con su ajustado presupuesto. Mientras imaginaba el futuro, su cara
se iluminó como las luces parpadeantes del cartel y en parte, su piel reflejó
aquella variedad de colores.
Extasiado como estaba, hizo cuentas,
sumó y restó. Aunque no lo necesitaba: claramente la oferta estaba más que al
alcance de su bolsillo. Era capaz de pagar lo que pedían y encima, había un
plus. Dos en realidad. Porque lo que el venía ahorrando para el combo, el cartel
lo ofrecía gratis. ¡Gratis! Entonces le sobraría dinero para salir a festejar.
Saboreó de antemano el festejo. Se
sentaría en ese restaurant que tanto le gustaba. Ese al que había querido ir
tantas veces sin poder pagarlo. Donde la moza usaba un pantalón negro ajustado
y una camisa blanca, casi transparente, que dejaba entrever sus senos. Siempre la
observaba. De lejos. Pero ahora podría ir y sentarse para que ella le sirviera.
La miraría de arriba abajo. La comería con sus ojos. Ella tendría que sonreírle
y él le pediría lo más caro del menú sólo para deslumbrarla. Y lo acompañaría
con un Cavernet Souvignion. El más caro, por supuesto. Suspiró. Ya podía sentir
el aroma del vino tinto y el sabor del manjar que pediría.
Cerró sus ojos de placer. Pensó en
los años que llevaba esperando aquel momento. Pensó que en realidad, todo era casual.
Un giro del destino. Porque nunca pasaba por ahí. Y estaba en esa vereda,
frente a ese cartel por culpa de su esposa y de su maldita tos. Sí. Había ido a
la farmacia a buscar sus medicamentos y en el camino, ¡Sorpresa! El cartel
maravilloso. Así que la maldición de una esposa enferma y amargada se
transformó en la bendición que resolvería sus problemas.
Sonrió. Por un breve instante pensó
en que todo podía ser una farsa. Porque ¿quién anunciaría algo así en un cartel
luminoso? Parecía un chiste, un engaño perpetrado por… ¿por quién? Nadie podría
haberlo hecho a propósito. Nadie.
Se relajó. Leyó una vez más, para
guardar el mensaje en sus neuronas, para creerle al cartel, al destino, al
universo en su totalidad: “Velatorio a solo 1000 pesos. Cremación gratis” y fue
directo hasta su casa a asesinar a su mujer.
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2016
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