No sé si contarle mi sueño servirá de
algo. A mi, es lo único que me queda por hacer. Porque si sólo fuese por
lo que soñé, mi vida no estaría tan trastornada como lo está. Incluso
verlo a usted sentado frente a mí, con esa cámara, con esa pequeña luz
roja… no sé. Es una verdadera pesadilla cotidiana la que vivo. Todo por
ese maldito sueño.
Mi nombre es Martín Esparza. Soy estudiante
de derecho. En poco tiempo me graduaré. No estoy para juegos ni nada
parecido. Es más, creo que si no logro recomponer mi vida jamás llegaré a
ser el profesional que deseo ser. El ser humano que quiero ser. Todo
comenzó un mes atrás en una noche de fiesta de fraternidades. Había
tomado de más y había probado por primera vez una pequeña pastillita.
Tenía forma de corazón. La tomé por estupidez, para probarme a mi mismo
de que no había desperdiciado mis mejores años sumergido entre libros.
Ahora sé que soy un estúpido.
Luego de la pastillita, entré en
un sueño pesado. Enseguida sentí que mi cuerpo estaba rígido sobre una
tabla de madera muy dura. Me dolía la espalda y mis piernas y brazos se
encontraban atados. En el sueño estaba cabeza abajo. Juro que pude
sentir la sangre acumulándose en mi cerebro, latiendo al ritmo de mi
corazón. Al mismo ritmo desquiciado apareció de la nada una luz roja,
que encandiló mis ojos. Parpadeaba con una intensidad escarlata sobre un
fondo negro. Con cada latido, la luz roja se agrandó. Creció cada vez
mas grabándose en mis neuronas que no entendían mucho. A la vez que todo
se volvía rojo, un zumbido penetrante retumbó en mis oídos haciéndome
gritar de dolor. Mientras gritaba, el círculo rojo se fue transformando
en una especie de lanza que se dirigió directo a mis ojos y en el
momento en que esperé que me atravesara, desperté.
Por supuesto
esa visión me trastornó, aunque solo fue un sueño. ¿Qué más podría ser?
¡Era una maldita luz! Eso no debía asustarme. Sin embargo las cosas se
pusieron raras y enseguida comencé a encontrar las señales.
Recuerdo que la primera apareció una tarde en el parque. Estaba
esperando a que el semáforo cambiara la luz para cruzar la calle. Los
segundos y los autos pasaban uno atrás de otro, rápidos. Ajenos como yo a
lo que estaba por pasar. Y ahí se encontraba la luz roja de no avanzar.
Redonda. Intensa. Penetrante. Me la quedé mirando, hipnotizado. Vi como
lentamente los fotones escarlata llegaban y alertaban mis sentidos. Me
invadían y se adueñaban de mi espíritu. En un instante, como en mi
sueño, la luz comenzó a titilar. Rítmica. A la par de mi pulso. Me
alarmé porque sentí que aquella luz estaba en mi torrente sanguíneo, en
mis neuronas, en todo mí ser. ¿Alucinaba? Era muy probable.
Reaccioné brevemente y miré a mí alrededor. El mundo parecía detenido;
las personas en pausa. Y la luz roja que continuó con su código
titilante. El zumbido del sueño apareció de pronto, intenso, invasivo.
Mi cuerpo se sintió rígido y me sobrevino una tremenda desesperación.
Todo se repetía. Cada detalle, cada situación. Sentí que iba a
enloquecer. Quise avanzar, moverme, salir de ahí. Nada. Ni un músculo se
me movió. Y llegué al límite de mi tolerancia. Grité desesperado y solo
así el mundo arrancó otra vez. El semáforo pasó al verde y la gente que
me rodeaba cruzó junto a mí como si nada. Entonces entendí que algo
malo me estaba pasando.
Fui hasta la fraternidad y les exigí
que me dieran respuestas. ¿Qué era esa pastilla? El hermetismo de mis
amigos fue extremo y extraño. Tanto que solo me dieron un papel escrito:
“En las luces está tu respuesta”. Todo parecía una maldita broma. ¿Cómo
sabían de las luces? Yo no había dicho nada. Eso me atemorizó más.
Me encerré. No era posible aquello que estaba viviendo. Era demasiado
surreal. Yo solo quería estudiar y pertenecer a algo. Y sin embargo
estaba atado a un desastre potencial. Me intenté relajar. Tal vez ese
episodio del semáforo había sido único. Un recuerdo demasiado vivaz del
sueño. Sí. Así debía ser. Luego de mucho pensar, tomé coraje y decidí
que todo aquello era una mala experiencia con drogas y nada más. Así
retomé mi vida normal.
Pero lo normal duró poco.
Una
noche en la que caminaba por la ciudad, una luz titilante me hizo frenar
en seco. Era la señal de pare ante una cochera. No podía avanzar.
Quería retroceder, pero por algún motivo mis piernas estaban
paralizadas. “En las luces están tus respuestas”, recordé. Con temor y
casi desencajado por la situación decidí sacar algo en limpio de aquella
situación. Fui paciente aunque la situación no me ayudaba.
Sentí que mi cuerpo se bañaba en sudor y que mi corazón otra vez se
desbocaba. Lo cierto era que nuevamente estaba preso de un transe
psicodélico. Las luces tomaron un ritmo, un tono. No sé. La verdad es
que entendí que decían “Busca al…”
“¿Al qué?”, pregunté al aire,
pero el efecto se esfumó. Una vez que pude moverme corrí cuadras y
cuadras hasta la fraternidad.
Ya en mi dormitorio no supe qué pensar. ¿Sería otra alucinación? Era todo demasiado rebuscado como para atribuírselo a alguien, incluso a la pastillita. Habían pasado varios días como para seguir bajo su efecto. Estaba desconcertado. Pero esta vez había logrado algo…anoté en un papel el mensaje y quedé a la espera. Durante los próximos días estuve atento. Necesitaba a estas alturas completar el resto de la frase. Lo sentía en mis entrañas. Sabía que mi vida dependía de esas palabras. ¿Por qué? No estaba seguro.
Había algo inquietante en todo lo que me pasaba. Sí, más inquietante que
alucinar despierto. Sentí que algo de otro mundo, de otro universo o
incluso del inframundo se quería comunicar conmigo. Entendí que el
futuro dependía de que descifrara aquel mensaje. Cada vez que pensaba en
las posibilidades, una variedad de situaciones aterradoras se abría
ante mí. Imágenes apocalípticas. Muertes sanguinarias. Me vi sumido en
un mundo caótico donde los seres humanos eran perversos. Donde el mal se
había desatado y terminaba por destruir todo lo bueno y puro de la
humanidad. Y yo debía terminar con todo ese mal. Solo yo.
Pero
desgraciadamente el destino se burló de mí. Una vez que parte del
mensaje fue descifrado por mi cabeza, dejé de ver luces rojas. ¡Era
imposible! Busqué y rebusqué por todos lados. Los semáforos ya no me
hablaban, ni las luces del estacionamiento. Silencio lumínico total.
Comencé a buscar otras luces, señales, ritmos en todos lados. Me metí en
los lugares más extraños: en clubes nocturnos, en casa de videos
pornográficos. Nada. El universo me negaba la palabra.
Hasta hoy.
Hoy en la mañana recibí mi mensaje. Lo vi en un destello. En el
colgante de vidrio de un negocio. Esta vez fue hermoso. Fue
tranquilizador. Sentí que las palabras fluían sin esfuerzo, en mi mente.
En mi ser. Hoy se completó el mensaje. Se preguntará ¿qué decía la otra
mitad del mensaje…? Bueno, decía que la cámara que usted maneja, me
daría el nombre de aquel que destruirá el mundo, de la Bestia…y que
debería eliminarlo para que nada de lo malo suceda. Y
desafortunadamente, acaba de decirme que la Bestia...es usted.
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2016
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