—¿Y ahora qué hago? Esto no es real. No es real…
“No llames la atención. Tenés que seguir con tu vida normal.
Sos el primer sospechoso. Te van a interrogar, les va a decir que tenés una
coartada y listo. No pongas esa cara de estúpido. Pensá. Pensá en algo que sea
convincente. En realidad deberías haberlo pensado antes pero como sos tan boludo
vas a tener que tapar los agujeros de la historia.”
—Yo no quise…no te escucho…no quiero escucharte.
“Ya sé que no quisiste. Pero lo hiciste. A ver…podrías decir
que estabas jugando a la play conectado a la red. Sí, podrías hacerlo. Cada
noche hacés eso. Como si no tuvieses nada más para hacer. Ah no, pará:
exactamente no tenés nada más para hacer. Sos tan inútil que termina siendo una
buena coartada. Sí ya sé, soy muy duro. Pero te metiste solito en esto y el
único que te puede ayudar soy yo. ¡No llores! Los hombres no lloran. No me
hagas darte un sopapo porque soy capaz…”
—No seas así conmigo…
“Bueno, bueno. Tengo que ser así. Así somos los padres. Basta
de lágrimas. Papá te ama, lo sabés. Es amor paterno. Nada raro. Vamos a ver que
podemos inventar. Conmigo no podías estar…sería extraño realmente. No te
creerían o te internaría de cabeza. Quizás eso sería una buena solución.
Después de todo estás acá conmigo y no deberías hijo. Mejor repasemos los
detalles, el horario. Porque si tenés que mentir, al menos que sea convincente.
Contame, a ver…”
—¡Basta! No estás acá, no estás acá. Esto no está pasando.
“¿Podés parar un poquito? Pensá que es un ataque de estrés.
Podría ser eso. Viniste a la casa de esta piba que te calienta y no te da
pelota. Estudiaste con ella. Le quisiste dar un beso y ella te rechazó. ¿No fue
así? Decime si no fue así.”
—¡Basta!¿Por qué aparecés ahora?
“Porque me necesitás, boludo. Por eso aparezco. Porque sin mí
sos un fracasado que se manda cagada tras cagada y no sabe arreglar nada. O
tenés miedo de que te denuncie por lo que me hiciste, mariconcito. ¿No será que
en realidad la pibita esta te encaró y vos te la sacaste de encima y ella que
no es ninguna tontita empezó a llamarte putito? ¡Claro! ¡Así fue! Te llamó
putito y vos la estrangulaste ¡con esas manitos femeninas que tenés!”
—¡No soy gay! Te lo dije mil veces. Me gustan las mujeres. Una
sola en realidad.
“¿Y por qué la mataste entonces? Por lo mismo de siempre: porque
sos un renegado invertido.”
—¡Te digo que no soy gay! Ella…yo la amo. La amo tanto que
podría explotar. Pero ella jamás... Ella me dijo que siempre sería mi mejor
amiga. No quiero una amiga. Quiero una mujer. Esa mujer. Vos no entendés nada…
“Entonces contame de una vez que me estoy impacientando.”
—Te cuento y te vas. Jurame que te vas. ¡Jurá!
“Está bien, lo juro”
—Estábamos estudiando. Ella tenía puesta esa blusita que sabe
que me encanta…lo sabe. Se hace la tonta pero sabe que me trastorna. Se le
transparentaba el corpiño. Podía imaginar esas tetas en mi pecho. La deseaba
desde siempre. Desde que la conocí. Pero solo éramos amigos. Eso era tan
frustrante. Tan…me volví loco. Ella se acercó para explicarme no sé que mierda
de matemáticas y pude oler ese perfume que siempre lleva. La imaginé desnuda y
ya sabés que pasa cuando uno piensa eso.
“Se te paró, boludo. Decilo que no es vergüenza. Sos macho.
Eso significa.”
—Pará un poco… sí, me pasó eso. Me calenté y la quise besar.
Me le abalancé en realidad. Fui torpe y ella se rio de mí. Entonces la tomé por
la nuca y la besé como hacen los hombres. Como me explicaste papá. Pero ella se quiso zafar. Me mordió y lo peor
de todo me dio un cachetazo. Entonces la agarré del cuello y apreté con bronca.
Con mucha bronca. Con la frustración de todos esos años que la esperé. Ella
tenía que entender que así no se me trata. Apreté y apreté hasta que sentí un
crack entre mis dedos, como cuando rompés un hueso de pollo… todavía lo siento
en mis manos. Es una sensación extraña… entonces quedó toda floja. Con los ojos
abiertos y sus labios azulados. ¡Juro que no quise matarla! Solamente…
“Solamente querías que fuera tuya ¿no? Pero bueno las cosas
son así. No tenés coartada. Y seguimos acá. En cualquier momento va a llegar
alguien…”
—¡No! Tenemos que hacer algo. Me tenés que ayudar.
“Te escuchaba y me iba… ¿no te acordás hijo? Estás solo.”
—¡Hijo de puta! No me vas a dejar solo. Te prohíbo que me
dejes solo. No otra vez. ¿Querés que te pida perdón? ¿Eso querés? Fue un
accidente. No sabía que el arma estaba cargada. Quería asustarte nomás. Por
favor, no me dejes. Perdoname. Es que…me decías esas cosas horribles. ¿Cómo
esperas que un hijo te quiera si le decís afeminado todo el tiempo? Yo no sabía
qué significaba eso. No lo sabía. Y quise asustarte. No soy un asesino. ¡No lo
soy!
“Bueno, deja de lloriquear. Lo único que te queda por hacer es
prender fuego todo. Dale. Me pareció ver un bidón de kerosene en el garaje.
Rociala y prendela fuego.”
—Y después ¿qué hago?
“No sé. Después tenés que vivir con
esto como viviste con mi muerte a cuestas. Nadie te descubrió…”
—Tenés razón. Nadie me descubrió.
“Dale, movete. Prendé fuego todo.”
****************
—Es lindo el fuego, pa. Me gusta cuando todo se pone naranja y
lo malo desaparece. Gracias. Me diste un futuro a pesar de lo hijo de puta que
fuiste conmigo. Fuiste el primero en mi lista. Fuiste el que me dio adrenalina.
Esconderte fue difícil. No como ahora que el fuego consume todo y enmascara mis
errores. Dejarte en aquel pozo ciego me costó, pero a fin de cuentas,
pertenecías a ese lugar. A la bosta. Y ella pertenece al infierno por puta.
Gracias, papá. Ahora solo me queda buscar otra presa, y disfrutarlo esta vez.
Autor: Soledad Fernández
(Misceláneas) – Todos los derechos reservados 2016
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