Cuando te
llamé y no contestaste algo dentro de mi cuerpo dijo que me esperaban días
oscuros. Insistí una vez más porque vos no eras así. No eras de “desaparecer”,
de no contestar un mensaje. Eras libre sí, pero tu libertad era madura, la de
una joven que tiene el mundo y la vida por delante, y así debía ser. Yo te
enseñé eso. Yo te eduqué así.
Enseguida
salí a buscarte. Me tomé el colectivo de larga distancia y fui a tu departamento.
Fueron horas desesperadas mirando el celular a cada rato, rogando que no se
terminara la batería…esperando un mensaje liberador. No llevé nada más que el
celular y tus llaves, las que me habías dejado en caso de emergencia o de
visita inesperada. Esas visitas de cuando uno extraña horrores a su hija y se
aparece con un matambre casero o unos churros para matear el fin de semana.
Cuando
llegué, no pude atinarle a la cerradura. Estaba tan nerviosa que las manos me
temblaron. Me imaginé miles de cosas, y todas ellas no fueron ni un céntimo de
la verdad. Cuando logré abrir encontré ese frío, el de la soledad, porque todo
estaba desértico. Me senté en tu silla favorita y miré por la ventana. Mi pecho
se estremeció nuevamente y miré el celular otra vez. Deseé no tener cobertura y
que fuera problema del maldito 3G. Deseé que de pronto tus mensajes lloverían,
uno atrás de otro, diciéndome que estabas bien. Que habías ido al cine o de una
amiga. También imaginé que entrabas por la puerta y me abrazabas. Pero nada de
eso sucedió.
Llamé a tus
amigos, porque los conozco a todos. Porque a pesar de que en el programa de la
tarde dijeron que eras libertina, y que yo no sabía con quién “andabas”, yo los
conocía. Tu mejor amiga se asustó al
escuchar mi voz. “La vi el jueves a la tarde. Me dijo que iba a pasar el sábado
por tu casa a tomar mates”. No quiso pensar en lo peor pero como a mí, sé que
en el estómago se le retorció algo. “Esperame que ahora voy y te ayudo”, me
dijo.
Llamé a tu
novio. Un pibe de diecinueve años, como vos. Para la prensa y la policía era un
sospechoso. Yo lo conocía de siempre, del barrio. Marcos estudiaba informática
y vos trabajo social. Él me contó lo mismo que tu amiga, que te había visto el
jueves a la noche y que el sábado ibas a pasar por casa a tomar unos mates. “Ya
voy”, también dijo.
En la tele
también dijeron que te habías fugado porque tu relación conmigo era de
opresión. O que no me importabas y que por eso no me enteré de tu desaparición hasta
dos días después. Lo sospeché antes, te digo. Pero eso queda en mí. Lo sospeché
cuando te llamé y no contestaste. Cuando te mandé el mensaje y ni siquiera lo
viste. Cuando te volví a llamar y el celular me daba apagado. Todas esas veces
sospeché lo peor, pero como madre tenía la obligación de la esperanza, de
buscarte a toda costa.
Y lo denuncié
a la policía. Tus amigos y Marcos me acompañaron y me ayudaron a resistir los
embates de la ley. Ellos me preguntaron si eras una persona “rebelde” y sí, es
tan rebelde como cualquier adolescente, les dije. ¿Pero tiene algún motivo para
irse? Y yo les contesté que no te habías ido. Que habías desaparecido. Que
alguien había provocado eso. ¿Y usted está segura? Tan segura como que la traje
al mundo. Tan segura como que conozco sus intereses. Tan segura como que sé que
amabas la vida y que jamás pondrías en riesgo eso. ¿Pero andaba sola de noche?,
me preguntaron. Y por dentro la indignación se apoderó de mí. ¿Por qué no
podría andar sola de noche? ¿Por qué debería de tener chaperones? ¿Por qué un
hombre sí y ella no? Pero no pude decir nada. Solo que no sabía, que seguramente
sí. Y entonces vi ese gesto del “Ahhh… ¿vio que no sabe todo? ¿Vio que su hija
era una libertina? ¿Qué quiere? ¿Si anda sola de noche?” Ella no se lo buscó,
le dije. Pero ya estabas condenada, mi hija. Ellos se convencieron de que te
subiste al primer auto de marca que pasó y que seguro estabas drogada por ahí.
Que porque usabas faldita te merecías que te violen o que te toquen el culo.
Marcos vio mi
cara y me frenó. Él entendió que iba a cagar a palos a ese oficial y que no era
conveniente. Al menos no ahora. “Acampemos”, dijo y montamos guardia en la
comisaría. No les gustó mucho pero eso les obligó a moverse, a buscarte.
Pasé días infernales.
Fuimos detrás de cada llamado telefónico que denunciaba haber visto “algo” y
con el corazón en la boca presencié situaciones atroces. Mientras te buscaba vi
como aparecían otras jovencitas. Muertas. Violadas. Violentadas. Mientras te
busqué vi como demonizaron a estas víctimas e imaginé la justificación
cotidiana de tu desaparición. ¿Por qué hacer algo así? ¿Por qué no compartir el
dolor conmigo? Sé que muchos lo hicieron, aunque en esos momentos duele todo y
lo que dijeron de vos fueron miles de puñaladas en mis intestinos.
Los días se
hicieron semanas y el acampe ya no sirvió de mucho.
Lentamente
cada uno tuvo que retomar su vida como pudo aunque yo no. Mi vida quedó
detenida esa tarde en la que no respondiste mi llamado. Imagino que quizás se
apiadaron de vos y te dieron entierro e imagino también la vastedad de esta
tierra, el rincón posible, el lugar minúsculo donde poder encontrarte. Y se
hace tan difícil la espera, la búsqueda, la ansiedad.
Y entonces anoche
te soñé. Entraste a mi cuarto con una luz particular. Con la incandescencia
propia de lo inmaculado. Tus ojos hermosos y honestos como siempre. Tu sonrisa
serena, entre adulta e infantil. Me acariciaste el rostro y me pediste que no
llore más. Ya no sufras, me dijiste y te acostaste junto a mí.
Hoy la mañana
sonó el teléfono y supe que finalmente, luego de cuatro años, te habían
encontrado.
"En Argentina hay un femicidio cada 18 horas. Ni una menos.Vivas nos queremos"
Autor: Soledad Fernandez (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017
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