―Mirá
esta foto, Carmen.
No puedo
creer que la haya encontrado después de tantos años. No quiero ver fotos
viejas, mucho menos de mi familia. Ya no. Me corrí de ese lugar hace mucho. Le
hago un gesto de “Ah, qué lindo”, pero no puedo disimular. Los recuerdos de mi
infancia no son magníficos. Él tuvo una infancia buena, feliz. Yo no tanto.
―Qué
pasa, ¿no querés conservar esta foto familiar? Ya sé que no te gusta recordar,
pero está tu viejo…
Agarro la
foto y la observo. Otra vez, como antes, me siento succionada por aquella
situación, por la cara de mamá. ¡Estaba tan triste el día de la foto! Su forma
melancólica de ver la vida fue durante mucho tiempo, mía. Su tristeza, su vacío
casi existencial son una carga que aún me acompañan. Y a pesar de eso la
extraño. Y la foto cobra ese particular peso en mi vida, en mi historia.
―Papá
murió a los pocos días de esa foto, Jorge.
―Sí,
sabía. Vos me contaste.
―Sí, pero
no te conté toda la historia.
Hago una
pausa sin despegar los ojos de la imagen. Sé que Jorge hace el gesto, ese de
“no sé si quiero saber” o tal vez de: “¿Para qué le mostré?”. Quizás en
realidad está interesado y lo demás corre por mi cuenta. Lo cierto es que no sé
si quiero contarle. Pero es mi esposo y merece que lo haga. Una historia que
quizás le de pistas de mis enrosques, como él le dice a ciertas reacciones que
tengo y que no puede entender. Quizás si le cuento, la foto no sea tan pesada
para mí.
Respiro
hondo. Las manos me tiemblan un poco, pero me doy coraje. Sé que si saco esto
de mi sistema, quizás la vida cambie para mí, aunque me conformo con que no
empeore.
―Siempre
me pregunté―comienzo con cierta duda ―, el porqué de la tristeza de mamá en
esta foto. Es tan manifiesto su sentir, en el rostro, en la actitud… el
recuerdo de aquella tarde fue el de risas, de papá con su pipa dando órdenes al
chico que sacaba la foto. Mi hermano haciendo gestos estúpidos. Y mamá que
parecía una estatua. Ausente.
―Por ahí
no quería sacarse la foto
―¡Pero
fue idea de ella! Ella insistió durante meses que debíamos tener un recuerdo
familiar. Una foto para después, decía. Para cuando miremos atrás, el pasado, y
veamos que éramos felices juntos. Vos pensá que en esa época no teníamos cámara
de fotos y esa producción salió bastante cara. Mamá ahorró mucho para esa
banalidad.
Toco la
foto una y otra vez. Siento las risas de mi hermano e incluso puedo sentir el
olor a humo que sale de la pipa de papá. Trato de sacudirme de los recuerdos,
pero es difícil.
―Durante
bastante tiempo pensé en esa tarde ―sigo―, en cómo fueron las cosas y las
consecuencias de los días posteriores. Me tomó mucho tiempo entender que pasó.
Sobre todo porque el día en que papá murió, mamá hizo todo lo posible para que mi
hermano y yo no estuviéramos en la casa.
―No me
vas a decir que tu vieja mató a tu viejo ¿no?
―¡No!
Solo digo que a veces siento que mamá sabe las cosas antes de que sucedan.
―No
entiendo…
―Mirá,
cuando me escapé con mi primer novio, mamá estuvo rara los días previos.
Alterada. Ansiosa. Puedo decir con seguridad que yo misma no sabía que me
fugaría. Porque fue decisión del momento. Y lo más extraño fue que supo dónde
encontrarme…o esperarme en realidad. Esa madrugada, ella estaba en el bar donde
me encontraría con el pibe para irnos. Cuando entré y la vi en la barra con un
vaso de agua se me heló la sangre. Te lo juro. Por supuesto mi novio al verla
ahí huyó como rata por tirante. Y yo volví a casa con mamá.
―Pudo
haberte seguido…
―Puede
ser. Pero no es lo único…cuando quedé embarazada de Rodrigo ella se comportó
más amable, más dulce de lo habitual aun antes de que yo supiera del embarazo…
―Intuición…
―No me
creés, ya sé…lo único que digo es que con esta foto fue igual. Ella sabía que
papá moriría aquel sábado, por un asalto en la casa. Por eso preparó lo de la
foto. Para tener un recuerdo. Por eso ese día nos llevó al parque a pesar de
que era invierno y hacía mucho frío…
―Pero, si
ella sabía lo que iba a pasar, ¿por qué no alertó a tu papá?
―Eso me
pregunté siempre y por eso estamos distanciadas. Ella niega todo por supuesto y
yo no le perdono eso. No le perdono que no me diga si papá murió en un asalto,
si le dijo, si lo alertó o…
―¿O qué?
―O lo
dejó morir. Solo. Quizás ya no lo amaba. Quizás estaba harta de él y no le
avisó y yo perdí a mi papá ¿entendés?
Un llanto
me impide seguir hablando. Jorge me acaricia el rostro y me abraza. “Tranquila”
me murmura. Yo me repongo, seco mis lágrimas y le sonrío. Las sensaciones y la
foto se hacen más lejanas. “Quizás ahora”, pienso, “las cosas se acomoden”.
―Creo que
te preocupás demasiado. Eras muy chica. Hay cosas que se te habrán pasado por
alto. Es que me suena a demasiado fantástico todo…no me malinterpretes. No creo
que estés loca. Solo que estás saltando en conclusiones que no tienen una base
muy sólida, amor…
―Tenés
razón. Recuerdos son recuerdos y son del color de quien los trae a la memoria.
Llega la
tarde y voy al geriátrico a ver a mamá. Han pasado varios años desde la última
vez que vine a verla. Un escalofrío me recorre al traspasar la puerta. Recuerdo
cómo mamá lloró luego de saber que papá estaba muerto. “¿Por qué lo hizo?” no
paraba de decir entre lágrimas. Saco la foto de mi bolsillo. Su poder sobre mí
es menor, me doy cuenta. Entonces algunas cosas se clarean como cuando sale el
sol luego de una lluvia copiosa. Y sin querer entiendo que nunca se trató de un
robo. Que ella jamás habló del asesino, sino de papá. Él había decidido morir.
Solo él.
Cuando
llego al cuarto de mamá el enfermero me cuenta que estuvo agitada estos días
previos. Que tuvieron que sedarla y que repetía mi nombre una y otra vez.
―No se
preocupe ―le digo ―ella sabía que iba a venir. No pregunte como, pero lo sabía.
Autor:
Soledad Fernández (Misceláneas) – Todos los derechos reservados 2017
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