sábado, 19 de agosto de 2017

«El juego de la locura»






  Zaroti observó al reo a través del vidrio. Era un hombre joven, que aparentaba más de lo que realmente tenía. De ojos claros y cabello oscuro, apenas si tenía unas cuantas canas. Pero el rostro estaba surcado por varias arrugas, esas que aparecen cuando uno anda preocupado por demasiado tiempo. En la frente, en la comisura de los labios. Las manos esposadas temblaban. Eso decía algo. Quizás era inocente. Quizás la vida no había sido lo suficientemente buena con él. No parecía un terrorista, aunque el oficial no sabía cómo se vería alguno. No luego de tanto tiempo. 

  Tuvo que rescatar la vieja sala de interrogatorios. Corrieron varios muebles, ficheros y unas computadoras viejas. Fue todo improvisado ya que la usaban de depósito desde el año 2137. O quizás del 35. No estaba seguro, aunque si perplejo. No creyó vivir para ver esto otra vez. No estaba preparado. 

—Es imposible. —dijo el Doctor Lenz luego de escuchar la historia por parte de Zaroti.
—Lo sé. Dije lo mismo, pero ahí está. Fueron meses de trabajo. Este es el resultado. Selenio Roca. ¿Quién nombra a un hijo Selenio? Es la cabeza de una organización terrorista.
—No. No lo creo. ¿Cuánto hace que no hay una denuncia siquiera por robo? ¿Veinte años?
—Tal vez más. Por eso lo llamé, doctor. Necesito saber si la operación es real...
—Tiene que serlo. No hay mentiras, no hay estafas...  ¿por qué alguien como él haría algo así? ¿Acaso no somos mejores que antes?
—Quizás para él eso no es correcto. Cuando yo era chico mi abuelo decía "Lo de antes era mejor". Quizás este fulano añora esos tiempos.
—Tiene que haber algo más... No puede ser tan simple.

  Zaroti se encogió de hombros y entró a la sala de interrogatorios. El doctor Lenz se quedó del otro lado del vidrio observando, analizando los gestos de este tal Selenio que había provocado toda clase de sensaciones en el departamento de policía. Y en el propio doctor, por supuesto. 

—¿Dónde está el dispositivo?
—No sé de qué me habla

  El doctor Lenz se acercó al vidrio. Con enorme sorpresa notó que el reo mentía. ¿Cómo era posible eso? Había leído en los viejos libros de la Academia que cuando una persona mentía, el cuerpo desarrollaba un lenguaje propio. Con los ojos, los brazos, incluso los labios. Todas las señales estaban ahí. Selenio era un libro abierto. La cuestión era ¿Cómo? Y ¿Por qué?

—¿No lo sabés?

  Zaroti dio un golpe en la mesa. El ruido provocó un enorme eco. Lenz observó al agente de policía. Vio su frustración. El enrojecimiento de su rostro. El puño crispado, los nudillos pálidos. Esa era la reacción a una evidente mentira: enojo, violencia. Ambos personajes parecían extraídos del pasado. Pero no había máquina del tiempo. 

—Encontramos un laboratorio en el sótano de tu casa. ¡Un laboratorio! ¿Para qué mierda lo usabas?
—Eso es personal
—Sos biólogo...hay rumores. Uno de tus compañeros te vendió ¿entendés? Ya no tenés escapatoria.
   
  Selenio agachó la cabeza. Una gota de sudor recorrió su mejilla derecha. Sus labios temblaron levemente. Entonces dio una dirección. "Ahí está la bomba biológica", fueron sus palabras.

  Zaroti salió triunfal de la sala de interrogatorios. Sus compañeros le palmearon el hombro y de inmediato diseñaron un plan para desactivar la bomba y aprender al resto del grupo terrorista.

  Unos cuantos minutos después, la seccional policial se sumergió en un profundo silencio. Todos se habían ido armados con lo que tenían a desactivar una bomba. El doctor Lenz continuó observando a Selenio. Escondido. En la puerta de la sala de interrogatorios, un cabo cuidaba que nadie entrara o saliese. Apenas estaba armado con una cachiporra. Las armas se habían eliminado quince años atrás. Ya no había que proteger nada. La sociedad se había convertido en civilizada y altamente pacífica. Eso había traído prosperidad, eficiencia en las tareas. Productividad. El departamento de policía, las fuerzas armadas en general eran casi ornamentales.

  Lenz estaba intrigado en todo esto. "Se rindió demasiado fácilmente", pensó.  Decidió que entraría para lograr algo más, aunque no estaba seguro de qué.
—¿Por qué armar tanto circo y rendirse tan rápido? —preguntó Lenz.

  Selenio levantó la mirada y el doctor pudo jurar que le brillaban los ojos. Pero solo se trataba de eso llamado intuición. Algo que había muerto con el resto de las sensaciones.

**********

  "Despejado", se escuchó gritar en el sótano. "Despejado", se replicó en cada habitación. "¿Dónde está la puta bomba?", Zaroti se sintió molesto, enojado. Esa sensación había aparecido en la sala de interrogatorios y no se le iba. Ni siquiera cuando sus compañeros lo felicitaron por lograr la confesión. Había una especie de violencia creciendo dentro de él, algo desconocido por su generación. Algo inmanejable para la humanidad.

—Busquen algún dispositivo. Algo... Algo que pueda contener un virus. Lo que sea...

 Zaroti sintió la humillación trepar por su estómago, anidar ahí y convertirse en más rabia. Y frustración. Necesitaba encontrar a los responsables. Era imperativo encontrar algo. Sino todo sería en vano y Selenio saldría esa misma noche. Sin embargo esa emoción, la ansiedad de hacer el bien era algo completamente nuevo. Solo había escuchado historias. Ahora lo vivía, lo sentía en sus entrañas.

—Me voy a la estación a sacudir a ese tipo. Cualquier novedad me lo hacen saber de inmediato. Esto es de vida o muerte, muchachos. ¡A trabajar!

  El ambiente estaba eufórico. Todos buscaban, rompían, allanaban. Era un circo nuevo y excitante. Entonces Zaroti que salió con velocidad y deseos de golpear a Selenio.

***************

  "¿Por qué está tan tranquilo? Al parecer está seguro de que nadie encontrará nada en su casa. Asumo eso.", escribió el doctor en su libretita de campo.

—Sabés que no van a encontrar nada. Por eso estás tranquilo. ¿Por qué dar ese dato fácil, Selenio?
—La paciencia es la virtud de los ganadores.
—Hacerte el enigmático no te va a ayudar
—¿Quién dijo que quiero ayuda?

  "Es una persona confiada en sí misma. Sin embargo cometió los errores suficientes para ser encontrado".

—A pesar de eso, te ofrezco ayuda. Para que tu sentencia no sea de por vida.
—Entonces sos el policía bueno
—Acá no hay buenos o malos. Todos queremos lo mismo, el bien común.
—No me malinterpretes. No te pregunté si eras el policía bueno. Lo sé. En unos minutos, el policía malo va a entrar y me va a golpear intentando sacar alguna información útil, que por supuesto no conseguirá. Y me golpeará hasta romper sus manos...
—¿Sos adivino, entonces?

  "El hombre padece severo episodio de grandilomanía. Cree ver el futuro, predecirlo. Seguramente sufre de alguna condición que lo predispone a la psicosis y a delirios de grandeza. Eso lo salvará en la corte si no demuestro que finge. Lo cual estoy seguro que es así".

  Selenio le sonrió al doctor y éste se levantó de la silla y salió. Fue hasta la máquina de café y se sirvió uno. Algo no le terminaba de cerrar, una idea, una posibilidad. Todo esto olía mal.

—¡Contestá hijo de puta!

  Lenz salió corriendo y entró a la sala de interrogatorios. Ahí vio materializada las profecías que Selenio había hecho minutos antes. Vio como Zaroti golpeaba sin parar el rostro del hombre que apenas se resistía. Vio la violencia, el mal, la indisciplina todas juntas en el cuerpo de un hombre que jamás había lastimado ni a un insecto. ¿Cómo era posible? Sin dudar, el doctor se arrojó sobre el policía y con un enorme esfuerzo, lo sacó de la habitación.

  Brevemente las miradas del doctor y el reo se cruzaron. La sangre, la risa, la locura. Todo estaba ahí presente. Sin sentido, sin precedentes inmediatos. Lenz supo que estaba perdido. Él y la humanidad entera.

  Dejó a Zaroti en su oficina y entró nuevamente a la sala de interrogatorios. Observó a selenio a los ojos. Estaban inyectados. La frente sudorosa y las manos con un temblor más acentuado que antes.

—Lo lograste...nos engañaste a todos ¿verdad?
  Mientras Lenz se acercaba y constataba que eso que veía eran síntomas de una infección viral, selenio comenzó a reír a carcajadas.
—La bomba biológica...
Siempre fui yo. Cuanto más tiempo pasaron conmigo más se infectaron.
Lenz sintió como se modificaba todo, la estructura de sus sentimientos, la frustración. El odio. La violencia comenzó a crecer en él como lo había hecho en Zaroti.
¿Por qué? le preguntó a selenio.
—¿Porque? ¿Me estás cargando? ¿Acaso no ves en lo que nos convertimos? Ya no somos seres humanos. Somos computadoras, seres sin sentimientos, sin rencores, sin malicia.
—¿Está mal eso? Somos mejores...éramos, en realidad.
Tranquilo, ya va a cambiar de opinión.

  Lenz, rendido y afiebrado, se marchó de la comisaría para ya nunca volver. Comenzaba otra era, una nueva donde la humanidad cambiaría drásticamente. Lo preocupante de la situación fue la última frase de selenio " La pregunta importantes aquí es ¿quién más se beneficia con esto, mi amigo?". Ese universo de posibilidades lo trastornó y le abrió la puerta a miles de otras sensaciones dormidas. Sensaciones que lo llevaban a lo oscuro de su psiquis, de su alma. Y estaba seguro que no quería vivir en un mundo así.

 
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017


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