Alba mira a su hijo. Le arregla el pelo, acomoda su
ropa y le alcanza la mochila.
―Prometiste que estarías con papá ¿y qué hacemos en
esta casa con las promesas?
―Las cumplimos.
―Exacto, las cumplimos.
Gaby se pone la mochila no sin antes echar una mirada
a su mamá. Una de esas miradas que dicen más que un discurso. Que llegan hasta
las entrañas del más desalmado ser y las revuelve. Ella entiende la maniobra de
su hijo pero se hace la que no se da cuenta y continúa arreglando, sin
necesidad, la ropa de su hijo.
“Sería más fácil si le dijera que lo extraño. Rendirme
ante su pedido. Decirle al padre: Gaby no quiso quedarse. No sé, fíjate vos por
qué no quiere ir. Eso lo haría todo más sencillo. Sería mejor. Podría hacer
milanesas con puré que tanto le gusta y miraríamos una película de terror o él
jugaría a la play. Hasta tarde”, piensa ella. Se le hace un nudo a en la
garganta mientras escucha la bocina del auto nuevo de él. De su ex.
―Ahí llegó papá. Dame un abrazo grande.
El niño abraza a su mamá y ella lo sostiene más de la
cuenta. Por un instante ambos corazones laten acelerados, retumbando en los oídos
de ella que desea prolongar esa sensación eternamente. Quizás esa infancia
pueda ser retenida, aunque sea en su memoria. Pero no puede. De reojo ve que su
ex no está solo. Por supuesto que no lo está. Ella ya es parte de la familia.
De su familia.
―Portate bien, hijo. Nos vemos el domingo ¿sabes?
Alba hace un gesto de saludo con la mano, mientras
ahoga un llanto. Se da media vuelta y cierra la puerta rápido, sin dejar que
nada entre o que nada salga.
El silencio la envuelve de inmediato. Entonces va y
prende la tele, pone una película de acción. Junta la ropa del tender y pone la
pava al fuego para hacerse unos mates mientras pasa rápido por la habitación de
Gaby. Acomoda la cama, levanta algún que otro juguete tirado y sale. El silencio
la sigue a pesar de las escenas de acción de la película, de los tiros y los
gritos. La sigue por toda la casa, la quiere apresar, atrapar. Ella no lo
permite, aunque sabe que antes o después va a perder, como siempre. En su
guerra de mutismos pone ropa a lavar pero el silencio se hace más intenso. La
provoca, la chicanea, le muerde los talones. No quiere llorar, no puede hacerlo.
“Ella estaba en el auto. Seguro que van al cine y después al Burger. Porque
ella no cocina. Nunca.”
Agotada de su lucha personal, se sienta en la
computadora y abre el Facebook. Enseguida aparece una foto de Gaby con el papá.
“Acá felices”, dice. No quiere abrir otra pero su mano tiene vida propia “Con
mi hijastro”, aparece ella con Gaby. Y una carita feliz. Alba se da cuenta de
que Gaby está contento y no decide aún como sentirse con eso ¿miserable?
¿triste?
―Aprendiendo esto de ser mamá, dice. Hay que parirlo
para ser mamá. Hay que estar en las fiebres, en los exámenes, en sus mejores y
peores momentos, ¿sabés?
Va hasta la biblioteca y agarra el álbum de fotos de
su hijo. “Nuestro hijo” dice en la portada aunque la foto del padre ya no está.
Ojea las fotos. La del embarazo, la del nacimiento. Las del primer año. El
bautismo. La madrina. “Ella siempre estuvo.” Un dolor en el estómago la obliga
a cerrar el álbum. Son demasiadas sensaciones juntas. “Se quedó con todo”,
piensa.
Deja el álbum en su lugar, apaga el televisor y saca
la ropa del lavarropas. Entonces, sin comer, se va a dormir.
La cama es enorme, el silencio se agiganta. No hay libros
que la corran de ese lugar, de ese extrañar lo que se debe compartir. Una lágrima
se escapa y mientras llora se promete no pelear por pavadas cuando su hijo
regrese, no discutir con su ex porque llegará más tarde de lo acordado o porque
seguramente no hizo la tarea. Se promete escuchar a Gaby sin sentirse mal
porque él disfrutó el fin de semana con su padre y su madrina/madrastra.
Los ojos húmedos se cierran solos, el sueño vence a
ese corazón angustiado. Entonces el celular suena: “Te extraño tanto mamá. Es
re aburrido con papi. Pero yo le digo que me divierto. Te quiero mucho” y una
foto. Y con esa imagen puede descansar un poco, disfrutar del silencio, hasta
el domingo nomás.
Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017
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