Este relato surgió a partir de una consigna del Edén de los Novelistas Brutos donde había que escribir un capítulo de los Expedientes X.
―Necesito ubicar a la Dra. Scully de inmediato.
―Sí, señor.
―Doctora Scully…tiene una llamada del subdirector Skinner.
―Estoy por entrar a una cirugía
―Dice que es urgente…
Scully tomó el teléfono y escuchó atentamente lo que Skinner tenía para decirle. Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante. Colgó, se colocó el barbijo y entró al quirófano.
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Los pasillos del FBI estaban cambiados desde la última vez que ella los había transitado. Las luces más blancas, los mármoles más lustrados, las caras de los agentes demasiado jóvenes. Ya no quedaba ninguno de los viejos. Habían caído en pos del deber o los habían retirado. Todo aquel que alguna vez había rozado siquiera la oficina de los Expedientes X, había sido trasladado, jubilado o muerto en acción. Sospechoso como mínimo. Salvo ella y Skinner que aún estaban a salvo. Ella porque se exilió a sí misma. Prefirió operar niños, curar indigentes. Él, porque se acomodó a la burocracia. “Sabe que así puedo velar por usted y por Mulder”, había dicho varios años atrás. Aunque poco conformaba eso a Scully. Incluso Dogget había desaparecido y Mónica…ella ahora era dueña de un bar en un país del caribe. En cuanto a la protección, Scully sentía que para ella había funcionado de alguna forma. Para Mulder no tanto…
Dana se paró frente a la puerta del subdirector. Los años se vinieron a su memoria y la golpearon violentamente. Más allá de las diferencias que tenía con Mulder y Skinner, más allá de la distancia que había crecido entre ellos, extrañaba trabajar en el FBI. En los Expedientes X. Mientras dudaba si avanzar o volver al hospital, recordó la primera vez que traspasó aquella puerta. Recordó la primera entrevista, las risas socarronas de ellos que sabían a dónde la mandaban. Ellos creían que no duraría ni un mes con él. “Menudo error”, pensó. Fueron los años más productivos, bizarros e irrepetibles de su vida.
Tomó coraje y golpeó. Podría haber dejado todo en manos del forense local. Podría solo haber leído el reporte, reconocer el cuerpo o quien sabe qué. Podría irse ya.
―Dana…dudé en llamarte. No estaba seguro de si…
―Hiciste bien. ¿Qué sabemos del incidente?
Ella se sentó y cruzó sus piernas. Como antes. Como cuando la citaban para un caso de avistamiento o de asesinato. Uno de esos que no encajaban en el perfil de normalidad de la policía local o incluso del FBI.
―El cuerpo apareció en una pequeña ciudad de Argentina. Allí los avistamientos son numerosos…
―¿Es él?
Scully estaba al borde del llanto. Su corazón se había acelerado, sus manos estaban temblorosas. Ya no tenía veinte. Ya no aguantaba las pausas misteriosas o las introducciones forzadamente largas. Ya no. Era una prominente cirujana que luchaba día a día contra la muerte, pero que no se bancaba las medias frases.
―Dana…
―¡Necesito la verdad! Me debe la verdad…después de tantos años, de haberme escondido para que usted siga con su culo calentito en esta silla…
―Dana
―¡De una vez! ¿Es él o no?
Skinner se paró, rodeó el escritorio y se sentó junto a ella. En muchos casos esa simple acción ablandaba al oponente. En este caso, él se sentó donde Mulder se sentaba cada vez que iba a dar explicaciones. A pelear por los viajes no autorizados, por el dinero mal gastado, por los expedientes poco claros. Pero ahora, el que se sentaba a dar explicaciones era él. “¿Podrá ella con esto?”, se preguntó. No estaba seguro. Dana era fuerte. Pero en lo que a Mulder se refería, ella poseía una fragilidad particular. Una sensibilidad peligrosa. Era vulnerable por él.
―No lo sabemos. Por eso te llamé.
―¿Sabemos? ¿Quién más está involucrado en esto? ¿El fumador? Seguro que está regodeándose con esto…
―No tengo la libertad de decir quién más está involucrado…
―¿No tiene la libertad? ¿Desde cuando las libertades son una cuestión en esta oficina? ¿A quién responde Skinner? ¿A quién?
―Dana…no puedo…Solo cumplo en decir que hay un vuelo esta noche al pueblo donde encontraron el cuerpo. Un agente la estará esperando ahí y usted será la encargada de realizar la autopsia. Lo siento. Es todo lo que puedo informarle.
Scully salió de la oficina y cerró la puerta con violencia. Arrebatada por la ira y la frustración entró al ascensor. Una vez que la puerta se cerró, en la soledad del cubículo metalizado, ella lloró desesperada. “Estoy acá, Scully. Tenés que encontrarme”, sintió y se sobresaltó. Miró el celular pero estaba apagado. Buscó en el ascensor, en los rincones, las cámaras. “Me estoy volviendo loca”, pensó y salió de inmediato, solo para darse cuenta de que estaba en la antigua oficina. La de los expedientes X. Miles de recuerdos se agolparon en aquella oficina vacía ahora, pero donde, en cada sitio, ella pudo visualizar lo que había antes: el archivo, el escritorio, el poster. Pudo ver a Mulder con las piernas en el escritorio, aburrido, lanzando lápices al techo. Se le escapó una sonrisa y una lágrima. “No dejes de buscarme Dana”, escuchó nuevamente y su pecho se contrajo.
De inmediato se fue a preparar un bolso para alcanzar el vuelo.
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―Bienvenida a la Argentina
Una sonrisa conocida provocó que Scully se relajara de inmediato.
―Mónica…creía que eras dueña de un bar. Me alegra verte.
Ambas se fusionaron en un abrazo. De inmediato salieron del aeropuerto y entraron a un auto oscuro que las esperaba. Aún quedaba un trecho importante hasta llegar a la ciudad de 25 de Mayo y una vez ahí, una hora más al sitio en donde se hallaba el cadáver.
―Mónica…necesito que seas sincera conmigo… ¿es él? ―Scully sintió que la voz se le quebraba de pronto. Miró por la ventanilla para disimular, aunque Mónica adivinó lo que escondía su compañera.
―No puedo asegurarlo. Por eso llamé y le pedía a Skinner que vinieras. Este es el expediente. Están las fotos. Si no podés…
Scully agarró la carpeta con mano temblorosa. “No soy yo, Dana. Ese no soy yo. No te dejes engañar”. Scully se sobresaltó y la agente Reyes lo notó.
―¿Estás bien? Te noto alterada.
―Necesito saber que no es él, Mónica. No puede ser… ―de inmediato interrumpió su frase al ver una de las fotos del expediente. Era Mulder. No cabían dudas. Las ropas, la contextura, el tatuaje en su pierna derecha. Todo coincidía. Pensó en lo que escuchaba ¿dónde quedaba eso? ¿Era su corazón agobiado que inventaba fantasmas? Como Mulder, ella quería creer. Pero era una delgada línea que separaba la ilusión de los deseos. Los fantasmas de los delirios y alucinaciones.
―Lo encontraron en un campo. Tirado. El capataz que estaba cosechando alertó a las autoridades. ―agregó Mónica y el silencio las acompañó durante las siguientes 4 horas.
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La morgue del pueblo era pequeña. Tanto los azulejos envejecidos como el mobiliario, no mellaron el alma de Scully que se sentía aturdida por las circunstancias. Había estado en lugares peores, en el pasado, con Mulder. Este era un lugar más. Aunque los acontecimientos era extraordinarios.
Se colocó las gafas de acrílico y se acercó a la camilla metálica. Allí, un cuerpo cubierto con una sábana celeste esperaba por su arte, el de practicar una autopsia que dilucidara lo acontecido. Y sobre todo, la identidad de ese ser humano muerto que se parecía tanto a Mulder.
Tomó el bisturí, descubrió el cuerpo y un temblor la invadió de pronto. Sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas al ver el rostro desfigurado de quien parecía cada vez más el cadáver de su compañero. Ahogó el llanto y apoyó el escalpelo en la piel blanca del cadáver. “No creas todo lo que ves, Dana. He vuelto de la muerte. Siempre volví a tu lado. A pesar de la distancia, de la vida, de las circunstancias. A pesar de tu distancia”. Sin dudar hizo la incisión en Y.
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―Mulder, te extraño. Duele tanto tu ausencia que veo fantasmas en cada rincón del planeta. No podés dejarme sola.
―Estoy acá, Dana.
―¿Dónde es acá? Dónde. Te escucho, pero no puedo encontrarte. El cadáver es tuyo, sos vos. Es tu cuerpo, no cabe dudas.
―No soy yo. Hacele caso a tu instinto. Sos científica…
―Soy científica. Y la ciencia dice…
―Confiá en tu instinto, en tu ciencia.
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―Dana, despertá. Estos son los resultados.
―Necesito el expediente médico de Mulder. Necesito chequear algo.
Mónica se comunicó con el FBI y consiguió lo que su compañera necesitaba. La veía más animada, quizás había descubierto algo y eso era un aliciente.
Unas cuantas horas después, Mónica le entregó una carpeta con los registros médicos y Scully leyó todo. Sin embargo, se decepcionó de su esperanza y lloró porque todo había sido en vano. “Es él”, se dijo y rompió en llanto. “Es Mulder. Murió lejos y solo”.
Mónica abrazó a su compañera que no paraba de llorar. “Confiá en la ciencia”, sintió Scully y de inmediato apartó a Mónica. Abrió nuevamente el expediente de Mulder. Comparó radiografías, tomografías hasta que finalmente llegó al laboratorio.
―Es como en aquel caso del niño que regresó 20 años después…
―No entiendo ¿me perdí de algo?
―¡De todo, Mónica! Este cadáver aquí no es Mulder. No sé dónde estará Fox, pero esto de aquí no es él.
Mónica temió que su compañera de hubiera vuelto loca. Intentó frenarla, convencerla de que ese cuerpo era Mulder.
―Mónica… ¡es un clon! Sus laboratorios son iguales a estos que están aquí. Todos sus estudios son una copia exacta. La ciencia no falla. Nadie, ningún ser humano puede tener dos laboratorios idénticos en su vida. Es antinatural. Es un clon de ese Mulder, de esa época.
Mónica observó el cadáver con desconcierto y no supo qué decir ante tan fantástica hipótesis.
―No sé qué está pasando aquí, pero larguémonos ya de este sitio ―dijo Dana de inmediato. ―Algo peor se avecina, lo puedo sentir en mis huesos.
Ambas agentes volvieron al FBI, esperanzadas. Era claro que la conspiración jamás se había detenido y que estaba más viva que nunca. Era obvio que querían anular a Scully a través de sus sentimientos por Mulder. Ahora que estaban las cartas sobre la mesa, era necesario reabrir los expedientes X y ella debía volver a convertirse en una agente por él, una vez más.
Quia spiritus a Danai: Un espíritu para Dana
Autor: Soledad Fernandez (Misceláneas) - Todos los derechos reservados 2017
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