lunes, 19 de febrero de 2018

Nicanor, despertar y ocaso de una pasión




Dicen que para conseguir algo hay que desearlo fervientemente, desde las entrañas. Eso dicen. O mejor dicho, eso le había dicho su madre y Nicanor era un devoto admirador de las frases de su madre. Y más admirador de Anastasia.

Cuando la madre de Nicanor murió, él tendría unos 17 años. Grande para ser huérfano, chico para quedarse solo en el mundo, él sentía que no estaba solo. Estaba Anastasia, su vecina del departamento de enfrente. Sí, Nicanor la quería. La necesitaba de una forma particular, extrema para algunos, oscura para la opinión de su madre muerta, desesperada para su tormento personal.

Anastasia era una hermosa joven de unos veintitantos, estudiante de odontología, esbelta, rubia casi platinada y portadora de unos ojos cristalinos como el agua de la canilla del baño de Nicanor. El mismo baño donde el muchacho pasaba un largo rato pensando en su vecina. Un pensamiento de éxtasis que le brindaba cada mañana y cada noche mientras la recordaba salir del departamento con sus jeans ajustados y sus apuntes en la mano. ¿Y cómo sabía eso, Nicanor? Simple, la espiaba cada día por la mirilla de su puerta.

Tenía cronometrado el horario de salida y el de vuelta.

Jamás se atrevió a salir y saludarla. O incluso, si la encontraba de casualidad en el ascensor, se ocultaba detrás de su jopo oscuro o debajo de la capucha de su buzo azul. Ella nunca lo había registrado. Incluso podría haberlo confundido con un bulto, con una cosa ahí estacionada en el ascensor.

Para Nicanor eso era lo mejor, al menos por el momento. No sabría qué decirle si ella le hablaba. No tenía tema de conversación. “Sos muy estúpido para ser adolescente, hijo”, era una de las tantas frases de aliento que su madre le había legado. Y ahora que ella se había ido, quizás al infierno, Nicanor estaba sin guía, sin una conducción que le dijera qué hacer o cómo. Y para colmo de males, sacando lo momentos autoexpresivos del baño, jamás había logrado entrar en algún lugar anatómico femenino. Pero eso no le molestaba. Aún.

Una mañana de enero, más precisamente el 17 de enero, Anastasia y Nicanor coincidieron en el ascensor. Ella entró corriendo en la planta baja, llorando desconsoladamente. Nicanor, sorprendido, se arrinconó sin saber qué hacer. Pero ella, que esta vez sí lo había visto, se dio vuelta y le habló. Lo miró directo a los ojos, mientras que de los suyos brotaban ríos de lágrimas y haciendo un sexy puchero preguntó:

Honestamente ¿te parezco una trola?

Nicanor que no estaba familiarizado con el término, balbuceó unos monosílabos que a ella le sonaron a un “no” y le sacaron una sonrisa.

Se miraron brevemente, y a ella le pareció que el chico-bulto era algo así como tierno. Apetitoso. Se acercó a él, mientras que Nicanor sintió que su corazón le explotaba, además de otras partes de su anatomía y se quedó quieto. En suspenso. Mientras aguardaba, pudo sentir el aroma de Anastasia. Era una mezcla de perfume semibarato y hormonas adolescentes. Dulce, húmedo. Y mientras él pensaba qué hacer o como se satisfacería luego en el baño, ella lo besó. El adolescente cerró los ojos casi como en un reflejo mientras que la lengua de Anastasia recorría su boca. Nicanor explotó de sensaciones. Ella se acercó más a él y Nicanor pudo sentir el cuerpo esbelto de su vecina. Sintió sus pechos. Su pelvis por allá abajo. Pero no reaccionó ni un poquito. Ella finalizó el beso en el segundo justo en que llegaron al piso que les correspondía. Se apartó rápidamente de él, le guiñó el ojo y se fue moviendo las caderas.

Esa noche, Nicanor entendió que la autoexploración era nada comparado con la posibilidad. Sí, la posibilidad de poseer a Anastasia. De hacerla suya anatómicamente hablando. Y se durmió pensando en eso.

Al día siguiente, Nicanor se preparó para abordar a su vecina. Preparó unas líneas para decirle algo. Se perfumó y salió al pasillo. A esperarla. Y ella salió, de la mano de un pibe y no registró al chico-bulto. Ni un poco.

Nicanor enojado entró a su departamento y cerró la puerta de un golpe. “Estúpido.”, dijo. Solo eso. Pensó en su madre, en la razón que ella tenía. En que al final, era un pobre pibe, solitario y antisocial. “Esto se termina hoy”, gritó al aire. Y en ese momento lo decidió.

Las horas pasaron, lentas. Agónicas. Su mente no paraba de pensar. “Es una trola”, se dijo ahora que entendía el término. “Lo es. Lo va a pagar”, se repitió. A eso de las once escuchó la puerta del departamento de Anastasia. Espió por la mirilla de su puerta y vio que ella llegaba sola. Ese era el momento, el suyo. Salió y se paró frente a la puerta de su vecina. Su corazón explotaba de anticipación y enojo. No podía quitarse de la mente aquel beso. La forma en que ella lo había avanzado, sin pedir permiso y luego... luego ese trato. Ese desprecio.

Tocó la puerta y ella salió. Estaba con una remera suelta y calzones. No era posible tanta desfachatez.

Vení. Pasá. Perdón por lo de esta mañana. Mi novio es muy celoso.

Ella sonrió mientras cerraba la puerta del departamento y ponía traba.

Imagino que sus celos tienen fundamento.continuó jugueteando con el pelo.

Sin darle oportunidad, tomo a Nicanor de la mano y lo llevó a su cuarto. Lo desvistió y lo hizo suyo. Nicanor estaba atónito. Si eso era el sexo sintió que se había perdido lo más espectacular del mundo. Lo hicieron varias veces, sin descanso. Ella era inagotable y Nicanor, bueno, estaba experimentando lo que había imaginado durante toda su adolescencia.

Tenés que irte porque va a llegar mi novio ¿viste?

Anastasia agarró la ropa de Nicanor, se la dio hecha un bollo y prácticamente lo sacó a empujones del departamento. El muchacho no entendió mucho de qué se trataba, pero esa noche durmió como un bebé. O al menos hasta la madrugada en la que sintió que golpeaban a la puerta.

Se levantó medio dormido y abrió. Era Anastasia, en camisón que venía por su cuota. Nicanor rebosante de felicidad se apropió esta vez del cuerpo ella, una vez y otras tantas. Era la felicidad absoluta. Sin palabras, sin discusiones. Un par de horas después, Anastasia se fue a su departamento y Nicanor continuó con su sueño reparador.

Por la mañana, Nicanor despertó como jamás lo había hecho. Cansado pero feliz. Sin embargo escuchó ruido en la cocina y se asustó. ¿Quién estaría ahí? Recordó a su madre, el sonido de las tazas, la pava en el fuego. Era igual. Se estremeció de solo recordarla y se preguntó qué pensaría ella de la aventura con su vecina. Seguramente lo sancionaría. Pero…ella estaba bien muerta y por única vez, Nicanor se alegó de ese hecho. Como el ruido no cesara, el muchacho fue hasta la cocina, sigiloso y  ahí estaba Anastasia preparando el desayuno.

Nicanor sintió que todo era extraño, pero extrañaba que lo cuidase alguien por lo que aceptó ese regalo de su vecina. En silencio tomaron el café con tostadas y casi sin que Nicanor pudiera hacer la digestión, ella se llevó al muchacho a la cama. Nuevamente hubo varias horas de extenuante actividad física que dejaron a Nicanor cansado y sudoroso. Agotado, cerró los ojos para dormitar y tal vez logró dormir unas horas. Despertó de pronto con Anastasia montándolo insistentemente y así nuevamente un par de horas más de sexo y una corta siesta para recomenzar.

Anastasia no emitía palabras. Era casi como un robot, una autómata movilizada por el deseo y la pasión por el escuálido Nicanor. Ella tenía una oscuridad que antes no poseía y dominaba a Nicanor con su cuerpo. De esa forma, el muchachito-bulto era dócil como un cachorro.

Sin embargo, Nicanor comenzó a sentir que su energía se agotaba y que Anastasia prácticamente no lo dejaba reponerse. Ella estaba radiante, cada día más hermosa y Nicanor se trasformaba en un esperpento adelgazado y pálido. Grisáceo casi. Sin contar que no podía disponer de su tiempo, de su cuerpo o de si vida como antes. Pero ¿qué beneficio le traía su vida de antes? Entonces se relajaba y bueno…ya se sabe cómo sigue el dicho.

Las semanas pasaron y la esclavitud se hizo notar en la mente del agotado Nicanor. Él era un fantasma de lo que había sido. Un zombi que vivía para dormir y satisfacer a la mujer-come hombres que habitaba su departamento. ¿Y el novio que había visto antes? Tal vez estaba pudriéndose, deshidratado y consumido. Como quedaría él si esto no paraba. Fue asi que una noche en la que Anastasia descansaba unos minutos, Nicanor decidió que ya era suficiente. Se levantó con cuidado para que ella no despertase y fue hasta la cocina. Necesitaba sacarla de su departamento, de su vida y de sus genitales. Dudó porque a fin de cuentas gracias a ella él había conocido un excitante mundo nuevo, pero no podía seguir así. Moriría pronto si esto no paraba.

Temeroso del futuro, agarró un cuchillo y fue hasta la habitación donde ella descansaba. Solo quería asustarla ¿o quizás no? Estaba confundido con sus sentimientos. Había algo turbio en el ambiente que dominaba todo. Quizás algo sobrenatural o solo el cansancio lo hacía ver todo distorsionado. Mientras deliberaba acerca del futuro inmediato la observó. Realmente era hermosa. Demasiado para ser una humana normal. Común y corriente. Vecina de Nicanor. Mientras agradecía en silencio por los servicios prestados, elevó el cuchillo como en las películas de terror y en el segundo en que atravesaría el corazón de su amante ella abrió sus enormes ojos y frenó el cuchillo en seco. Se miraron por un breve instante. Los ojos de ella eran gélidos, vacíos de vida y de pasión. Nicanor se aterrorizó aunque todo fue muy breve. Ella colocó la otra mano en el cuello de Nicanor y con violencia lo sofocó.

Nicanor cayó al suelo, como una bolsa de huesos, inerte. Anastasia apenas miró a su presa. Lo comería luego. Entonces dio media vuelta y siguió descansando plácidamente.


Autor: Soledad Fernández (Misceláneas) – Todos los derechos reservados 2018


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